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Buenas noches, Rebeca

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"Sin duda, este hombre me mira las tetas", pensó Rebeca mientras estaba sentada en el autobús, en uno de esos asientos individuales en el que enfrente hay otro igual. "Me mira, disimula, mira a otro sitio de vez en cuando, pero lo hace, me mira las tetas..., quizá llevo la blusa demasiado abierta", inclinó la cabeza un poco, "no, bueno, algo, hace calor..., cierto es que mis tetas son bonitas, bellas, ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas, redonditas, en fin, que me las mire, tampoco hace nada malo, la vista es libre", siguió diciéndose.

Rebeca se apeó del autobús en la parada más cercana a su casa. Rebeca, sus labores, había disfrutado en su juventud de varios novios hasta que se casó con Alberto, que la quería y mimaba. "Aunque, últimamente, Alberto no me hace mucho caso", pensó, "quizá ya no le excito como antes..., pero mira..., mira ése... ¡cómo me miraba las tetas!".

Rebeca, a sus cuarenta y pocos, regordeta pero con un cutis, fino, suave, que más quisieran algunas; con un culo bien puesto y unas tetas que, lo voy a repetir, eran una atracción para los hombres, hacía años, lustros, décadas que no probaba una polla que no fuese la de Alberto.

Rebeca llegó a su casa. A todo esto, debo explicar que Rebeca venía de visitar a su hermana: se celebraba el cumpleaños de un sobrino y prepararon una abundante merienda entre las dos, que después se zamparon todos los niños, y algunos adultos, que habían acudido a la fiesta. Cuando Rebeca regresó era de noche. "Hola, Alberto", saludó a su marido, que estaba sentado en el sofá; "Hola, Rebeca"; "¿Has cenado?"; "Algo", soltó secamente Alberto. Rebeca se sentó a su lado y le dio un beso en la cara. "¿Quieres que te la chupe?", preguntó Rebeca; "No, quita, estoy viendo el fútbol", contestó Alberto; "Yo, creo que me voy a acostar, estoy cansada, buenas noches, Alberto"; "Buenas noches".

"Tía, no podía gritar, tenía la boca llena de polla", le contaba Rebeca a su amiga Elena en el bar donde desayunaban el día siguiente. "Pero Rebeca..."; `Rebeca, Rebeca", repetía ella burlonamente, "imagínate, tía, me despierta un ruido, no es Alberto, puesto que él se marcha temprano a trabajar, y ya eran las diez, me siento en la cama a escuchar y, en un visto y no visto, entran dos tíos a mi habitación, a cual más alto y más fuerte, me sacuden, me quitan el camisón y las bragas, me cruzan en la cama, me ponen a cuatro patas y, uno en un lado se pone a follarme el chocho por detrás mientras que el otro en el otro lado me mete la polla en la boca, ay, Elena"; `¿No te resististe?"; `Te lo estoy explicando, tía, fue todo muy rápido"; "Ay, hija, qué mal rato debiste pasar"; `Al principio sí, todo tan brusco, después empezó a venirme un orgasmo, me vino, y, como ellos seguían dale que dale, ¡chica, eran incansables!, después, tuve otro..., luego se corrieron sobre mí, el de atrás en mi espalda, el de delante en mi cara, y desaparecieron"; "Ay, hija, tal y como lo cuentas casi que me gustaría que me hubiese pasado a mí".

Rebeca no contó nada de lo que ocurrió esa mañana a su marido, solamente el robo, que era evidente pues echaron en falta dinero y joyas; e igualmente, a la policía omitió contar todo lo sucedido en su dormitorio. Desde entonces, Rebeca ha cambiado.

Rebeca está ahora aquí, en el sofá, conmigo. De hecho, está tan aquí que está mirando y remirando mi escrito. Mira mi escrito y me mira a mí, alternativamente, asombrada, primero porque no puede creer que un pobre camarero como yo haya escrito tanto; segundo, porque ella nunca ha sido violada. "¿Esa Rebeca soy yo, y quién es ese Alberto?", dice Rebeca; "Rebeca, es mentira, es ficción", digo; "Pues bien que describes eso que me pasó en el autobús... y lo del cumpleaños... y a mí, ¿no pensarás publicarlo, no?"; "No, Rebeca"; "Ah, vaya que me reconozcan..., ay, Ignacio, tú sabes que soy tuya, nada más, ¿quieres que te la chupe?"; "Sí".

Me reclino en el sofá. Rebeca, que está a mi lado, mete su cabeza en mi regazo, abre la portañuela de mi pantalón y me saca la polla, que ya se está endureciendo; Rebeca, lame el tronco con los ojos cerrados, yo meto la mano bajo la camisa de su pijama para masajearle las tetas mientras me la chupa; Rebeca se mete mi polla en su boca y comienza su vaivén de cabeza; oigo su respiración, fuerte, respira por la nariz, de vez en cuando gime porque le gusta, le gusta mi polla, el sabor de mi polla, el sabor de siempre; conforme yo ronco más de placer, Rebeca más se esmera; "Ooh, ooh"; "Hummm", responde Rebeca. El semen a punto de brotar del glande, mi orgasmo; y Rebeca lo sabe, lo siente, y rodea con sus labios más fuertemente mi polla, y cabecea más rápido, y ooohh, me corro en su boca.

"Escríbelo, Ignacio, escríbelo, escribe esto que hacemos", me dice Rebeca alzando su rostro, con restos de mi semen en sus labios, "la gente debe saberlo, esto es amor, lo mejor, más bueno y más grande que existe”.

"Buenas noches, Ignacio".

"Buenas noches, Rebeca".

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