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Caliente día de aseo con mi roomate

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Hacía un calor insoportable, el sol ardía sobre nuestra piel. Nos comprometimos a colaborar en la mudanza de una compañera de trabajo. No había de otra, era mejor cumplir. Inicia la jornada. Sol incesante y despiadado que nos doraba. Él subía y bajaba escaleras con las cajas al hombro. Sus bíceps se tensionaban, sus venas se pronunciaban. Masa redonda y blanca, piel firme y tersa. Una y otra vez, subía y bajaba. Yo ya me había rendido, me escondía del diablo ardiente.

En la sombra, te observaba, me perdía. Me dijiste algo, te reíste. Me molestabas, algo bromeabas sobre mí, mientras me mirabas. Te llevaba la cuerda, aunque no te entendía. Nos fuimos, nos reímos, cargamos, nos cansamos.

Sudaba, y su olor lo sentía fuerte. La mezcla de sudor, perfume y su propio olor, me calentaba más que el diabólico sol.

Nunca te deseo, se me prohíbe. Eres casado, yo lo respeto. Yo, una promiscua, tengo muchos hombres y ninguno a la vez. Me los respetas. Vivimos hace año y medio juntos. Demasiado tiempo, demasiado cerca para conocerte, para quererte. Pero no puedo quererte, no puedo desearte, no puedo mirarte, no puedo provocarte. Hoy no lo soporto, el calor es mas fuerte que yo.

Terminamos la mudanza, y llegamos a nuestra casa. Es nuestra, de los dos. Tú me soportas, yo ni te siento, pero se cuándo sales, cuando entras, cuánto duras en el baño, lo que tomas, lo que comes, lo que oyes, lo que miras, lo que tienes, lo que hablas, cuánto duermes, cómo duermes. ¡No!, ¡eso no!

Te encierras, me encierro. El calor continúa, y mientras a otros duerme, a mi me despierta. Me levanto.

Hoy es día de aseo. Barro, oigo mi música favorita, lavo. Me provoca fumar, trabarme, alivianarme. Me encierro, tú sales.

Dos plones me bastan para estar mejor, para sentir la electricidad chispeante acalorada que me produce, la suavidad que me menea.

Salgo. Tu barres tu cuarto, pues hoy es día de aseo. Estás en pantaloneta, es de color verde, tu espalda blanca deslizante resbaladiza. Te inclinas y tus nalgas se pronuncian detrás de ese trapo verde. Entras y sales. Te observo con levedad. Lo percibes, te incomoda. Me miras. Te entras. Yo sigo.

Te imagino. Imagino que me coges por la espada, que aprietas mis nalgas, que me bajas el pantalón, que quería ya caerse. Tu mirada como de “ya que más da”. Me tomas mi cara y me besas fuerte. Yo que debería resistirme, te beso, profundamente.

Regreso. Estoy sola, trapeando, repitiendo el mismo lado 10 veces. Tu puerta está cerrada. Me acerco a ella, la choco con las mechas del trapero. Pienso en si la abriera, qué pensaría. Se reiría. Yo le pediría disculpas y la cerraría. Seguiría trapeando.

Sigo trapeando. Él sale, me estoy agachando, ¿se me están cayendo los pantalones? ¿me metí la mano en las nalgas mientras él pasaba? ¿Se me vieron las pantaletas?

Él pasa fugaz. Se devuelve y me pregunta si puede usar el baño. ¿Lo usamos juntos?, quería decirle. Ehh, sí, el baño, sí -titubeo-. Me quedo pensando, ¿se daría cuenta? ¿me vería muy trabada? Trapeo.

Te imagino desnudo, blanco tú. Tus tatuajes en la espalda y en tu pecho, goteada tu piel, tu barba aplacada, escurridiza. Tus ojos mirándome, tus ojos cerrándose mientras cae el agua y te pasas tu mano sobre tu cara. Te cierras los ojos, los abres y me miras. Tus nalgas duras, tu verga rozagante, firme, dura, grande, larga y gruesa como me gusta. Empieza a erguirse. Te ríes, me miras. Tu mirada es fuerte, la siento extraña, la siento malvada, la siento agresiva, la siento enloquecida, como esa vez que me cogiste fuerte en mi sueño.

Un día soñé que abrías la puerta de mi pieza, la tirabas con fuerza y me detenías, me paralizabas, me abrías, me la metías, firme, como lanza enfurecida. Era grande, roja, y tu estabas poseído por el espíritu de la lujuria. Tu lengua era larga, bífida, roja y me la metías igual de fuerte que tu verga, en mi boca, me mordías, me mojabas, me clavabas, me agredías, me encantaba. Así te imagino ahora. Me mojo.

Vuelvo. Sigo trapeando. Definitivamente ya está limpio ese pedazo. Sales, y el baño que está cerca al lavadero donde lavo el trapero, nos arrincona. Yo me río. Estás en toalla.

Ya te había visto, pero ese momento era perfecto para simular un asombro, una impresión, un descubrimiento. ¡oye!, le grito, ¿qué? me pregunta. ¡Cómo te quemaste! ¡Mira tus brazos! Se los señalo, mi dedo se roza con su piel.

Dios, estoy trabada. No controlo mis movimientos. Me separo, rápidamente. Él se ríe. Menciona que no se había dado cuenta que tenía la piel así. “Se quemó mucho, toca que se tome una foto y se la envíe a Katherine” (nuestra compañera, a la que ayudamos a mudarse de casa). Se ríe.

Pienso, me voy. Imagino que tomas una foto de tu brazo, y me la envías a mí, me enciende, me masturbo con ella, me vengo.

Vuelvo. Te entras, cierras la puerta. ¿se daría cuenta? ¡ash, soy tan torpe así! Sigo trapeando. Suena: Heroes And Villains de The Beach Boys, me emociono. Bailo. Lo muevo duro. Se abre la puerta de su pieza. No fue intencional, lo juro, yo estaba en la playa.

Tu asombro y el mío. Estás desnudo. Todo se detiene. Me miras punzantemente. Me asusto, me excito, me sonrojo. Te acercas, me jalas, tiras la puerta y se cierra. Me tiras a tu cama, me dejo. Me bajas el pantalón, me la chupas, te la comes, la lambes, hundes tu lengua lo mas profundo que puedes. Me miras, succionas, me agarras las nalgas y hundiéndolas en tus manos, las empujas hacia ti, quieres tragarte mi vagina, quieres tragarme toda.

Yo no resisto, jadeo, mis ojos se calientan, lagrimean, estoy encendida. Se sube y me besa con furia, con fuerza, la entra profundo que lo puedo sentir en mi pecho. ¡Dios, ay Dios! Se acelera, suave, fuerte. Lo hunde. Me coge de la cintura y me sube curvando hacia afuera. Mi cabeza choca con su almohada. Su mano en su cintura me electriza, me enfría y me calienta al mismo tiempo.

No soporto el ardor, el calor, el fuego que me produce. Me mojo, me ahogo, me vengo, él sigue, no para, quiere venirse, sigue fuerte, su mirada malévola es real, lo logra. Llegamos al cielo.

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