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Casada y poco follada

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Enrique, un veinteañero, moreno, de estatura mediana y con cuerpo de gimnasio, estaba tomando el sol en la playa sobre una toalla. Llegó a su lado una mujer de mediana edad, se quitó el vestido, las sandalias, extendió la toalla, se sentó sobre ella y quitando de una bolsa de tela un tarro de crema bronceadora se la dio por los brazos, parte de los pechos, el vientre... Cómo Enrique no le quitaba la vista de encima, le preguntó:

-¿Qué pasa, chaval?

-Nada. ¿Quieres qué te de crema por la espalda?

-No me vendría mal, pero mejor que no me la des, igual te emocionas.

-Tú misma, yo solo quería hacerte un favor.

Cómo se puso boca abajo sobre la toalla y se desentendió de ella pensó que le había dicho la verdad, se puso también ella boca abajo, se abrió el sujetador del bikini, y le dijo:

-Bueno, vale, dámela.

Enrique cogió la crema y se la echó masajeando sus hombros, luego untó crema en la espalda y las costillas rozando sus tetas, después se la dio en las piernas y cuando se la dio en las nalgas y rozó los lados de su coño, la mujer sintió que se empezaba a poner cachonda, así que, agarró el sujetador con una mano, se dio la vuelta, se sentó y le dijo:

-Tienes manos grandes y muy finas

-Tu también tienes una piel muy fina. Todo en ti es fino.

La mujer se puso en guardia.

-¡¿Estás intentando ligar conmigo?!

-Desde el segundo uno. Me gustan las mujeres maduras. Saben lo que quieren.

-¿Sabes lo que quiero yo?

Poniendo cara de interesante, le respondió:

-No, sorpréndeme.

-Quiero que te vayas a la mierda.

Se le quedara cara de tonto, y solo pudo decir:

-Sorprendido.

Era una mujer difícil, pero era hermosa, llevaba media melena rubia, y tenía unas tetas gordas que parecía que querían reventar el sujetador del bikini azul, unas piernas largas y moldeadas, una cintura normal, anchas caderas y el culo grande y redondo.

Enrique se moría por ver sus tetas y la engañó.

-¡Cuidado con esa rata que va hacia ti!

Se levantó cómo si fuera un muelle que se suelta. Enrique vio sus gordas tetas con areolas rosadas y gordos pezones. Cuando la mujer se dio cuenta de la jugarreta se volvió a echar sobre la toalla y con cara de mala hostia, le dijo:

-Cabrón.

-Perdona, confundí una rata con una sombra.

-La rata eres tú.

-¿No era un cabrón?

La había enfadado.

-¡Déjame en paz!

-Las tienes preciosas.

La mujer tenía muy malas pulgas.

-¡Qué me dejes en paz, coño!

Enrique se calló la boca. Media hora más tarde, más o menos, la mujer se abrochó el sujetador y se fue a dar un baño. Cuando volvió a la toalla en el sujetador del bikini se le marcaban los pezones y en la braguita la raja del coño. Al ver que le miraba para ella, estiró la braguita y la raja desapareció. Tumbada boca abajo en la toalla, le dijo:

-No te cortas un pelo.

-Por lo que se intuye tú te los cortaste todos. No te puedes imaginar lo que se me está pasando por la cabeza.

-Claro que lo puedo imaginar. No me chupo el dedo.

-Supongo que chuparás otras cosas.

-¿Cómo qué?

-Cómo las cabezas.

-¿Las cabezas de qué?

-De las gambas, por ejemplo.

Le echó una esas miradas que echan las gatas cuando se ven acorraladas, y después Le dijo:

-¡Qué te den!

-¿No quieres saber que me pasó por la cabeza?

-¡Déjame en paz de una puñetera vez!

-Te lo digo y te dejo en paz. Imaginé que te chafaba un helado de cucurucho en el culo y que después me lo comía lamiéndolo.

-Encima cerdo, o me dejas en paz o voy a buscar un guardia municipal para que te ponga en tu sitio.

Su cara de gata a punto de sacar las uñas no dejaba duda de que lo decía en serio. Le dijo:

-Oído cocina.

Una hora y pico después, vistiéndose para marchar y mirando para la tableta y el cuerpo musculado de Enrique, le preguntó:

-¿De que sabor?

Mirando hacia arriba vio su cuerpo vestido, y por extraño que parezca se excitó por primera vez. No sé por qué, pero ver a una mujer en la playa, sea en bikini, en toples o desnuda, no le provocaba deseo. Le preguntó:

-¿Lo qué?

-El helado.

-De chocolate, con el sabor salado que debe tener tu culo debía estar delicioso.

-¿Te gusta comer culos?

-Entre otras cosas. No te vayas. Te invito a cenar.

-No me apetece cenar con alguien que come culos.

Se calzó las sandalias, recogió la bolsa y se fue.

Enrique regresó a la playa toda la semana pero no la volvió a ver. El sábado, estando tumbado boca abajo sobre una toalla, oyó su voz:

-Hoy calienta más que el otro día.

Enrique giró la cabeza hacia su lado y allí estaba, la mujer que esperaba echada boca abajo y sonriendo, le respondió:

-Sí, está un buen día de playa.

Esa tarde se bañaron juntos, merendaron en un chiringuito y hablaron de mil y una cosas. Menos su nombre y si estaba casada, soltera o separada, Enrique sabía de ella hasta cómo se limpiaba el culo. Tomando unos vinos en el chiringuito, le dijo:

-¿Compro dos helados y nos los comemos en mi coche?

-¿De chocolate?

-Uno, si. ¿De qué sabor te gustaría que fuese el otro?

Su voz tomó un tono sensual que calentaba más que el sol, cuando le dijo:

-Tú eres el que lo va a comer. ¿Dónde tienes el coche?

Señalando el auto con un dedo, le dijo:

-Es aquel plateado con los cristales tintados que está entre dos pinos.

-Te espero allí.

Poco después estaban dentro del coche. El asiento del lado de la mujer estaba reclinado y ella estaba boca abajo sobre él. Enrique le bajó la braguita del bikini, le chafó el helado en el culo y después se lo folló con el cucurucho y acto seguido se lo comió, luego le lamió el helado de las nalgas y del ojete. Estaba deliciosa aquella mezcla de dulce y salado. Pasó después a follar su ojete con la lengua mientras dos dedos de su mano derecha entraban y salían de su coño mojado. La mujer tenía su cucurucho de fresa en una mano, lo lamía y gemía de cuando en vez. Al tenerla a punto se dio la vuelta, le dio el helado, y le dijo:

-Toma el de fresa.

Lo cogió y se lo se lo chafó en el coño, tiró la galleta y le lamió el helado del coño empapado, helado que se derretía por momentos con el fuego que tenía en el coño. Le agarró las esponjosas tetas y se las magreó. Suavemente lamió sus labios, su clítoris, folló su vagina con la punta de la lengua... Le comió en coño cómo si fuera un pastelito, hasta que le dijo:

-Me voy a correr.

Lamió su clítoris de abajo a arriba a toda mecha y en segundos exclamó:

-¡Me corro!

Al acabar de correrse y de tragar los jugos de su corrida siguió lamiendo despacito de nuevo... Al ratito le cogió el culo, se lo levantó y jugó con la lengua en su periné y su ojete para después subir lamiendo sus labios vaginales meter y sacar la lengua de su vagina, lamer su clítoris erecto y volver a bajar para seguir lamiendo su periné, follar su ojete con la lengua, y volver a subir... La mujer gemía en bajito para que no la oyera la gente que veía pasar a ambos lados del coche... Pasado un tiempo, y mientras le follaba el ojete, sintió cómo su respiración se aceleraba y cómo el ojete se cerró teniendo la punta de su lengua dentro. Tuvo un orgasmo anal y se lo anunció.

-Me corro otra vez.

Al cesar sus convulsiones quitó el sujetador, le cogió la cabeza y se la llevó a sus tetas. Comió aquellos melones esponjosos con ganas atrasadas hasta que le volvió a coger la cabeza y le dio un beso con lengua. Era el primer beso que le daba y la polla de Enrique, que ya latía una cosa mala, acercó la cabeza a la entrada de su vagina. La mujer le cogió el culo y lo apretó contra ella. La polla entró sin resistencia en su coño engrasado. Lo morreó y después le dijo:

-Dame duro.

La folló clavándosela con violencia. Poco después la polla chapoteaba en los jugos de su coño al llegar al fondo. Los besos se fueron haciendo más apasionados, y más y más, y más, hasta que clavó sus uñas en las duras nalgas de Enrique, y chupando su lengua se corrió cómo una vampiresa.

No paró de follarla hasta que se volvió a correr dos veces más y no se corrió una tercera porque al sentir que Enrique se iba a correr, le dijo:

-Dámela en la boca.

La sacó y la quiso llevar a la boca, pero el primer chorro le cayó en la frente, luego si, luego se corrió en los labios, ya que la boca no la abrió. Cómo Enrique era un cabronazo que a la que no quería una taza de caldo le daba siete, al acabar de correrse le pasó la lengua por los labios y luego la besó con lengua. Después de lamer la leche de su frente ya fue ella la que lo besó con lengua a él. Sonreía cómo una diablesa, cuando le dijo:

-Eres un hacedor de cerdas.

-Más bien de viciosas. ¿Te gustaría echar un polvo en el mar?

-Tendríamos que esperar a que se vaya la gente.

-¿Tienes prisa?

-Ninguna.

Vieron juntos cómo se ponía el sol dejando teñido de rojo el horizonte y después cómo la luna se bañaba sobre la superficie del mar. Al estar a solas en la playa la mujer le cogió de la mano, se levantaron juntos, le dio un pico, y le preguntó:

-¿Follas mucho con desconocidas?

-Solo con las que me dejan. ¿Estás casada?

No le iba a responder a la pregunta.

-Está buena el agua.

-Tú si que estás buena.

Cuando el agua les daba por la cintura la besó, de su boca bajó a sus tetas, de sus tetas a su coño. Aguantó lo que pudo. Sacó la cabeza del agua, volvió a comer sus tetas y después comió su boca. La mujer echó los brazos a su cuello y rodeó su cuerpo con las piernas. Enrique frotó la polla en el coño antes de meterla, ella le dijo:

-Frótala más abajo.

Se la frotó en el ojete, la mujer bajó el culo y la cabeza de la polla entró en su ano con normalidad, y con normalidad se la clavó hasta el fondo. Después fue ella la que subió y bajó el culo al tiempo que frotaba su clítoris contra la pelvis de Enrique. El olor a salitre que traía la brisa, los graznidos de las gaviotas y el apacible sonido de las olas al llegar a la orilla junto a sus besos y al placer que sentía al entrar y salir la polla de su culo hacían que aquel momento fuese mágico, y la magia se volvió inolvidable cuando apretando la polla con su culo, le dijo:

-Córrete conmigo.

Al correrse chupó la lengua de Enrique y ahogó sus gemidos en su boca. Enrique le llené el culo de leche. Se corrieron cómo dos condenados.

Al acabar de correrse, le dijo ella:

-No la saques. Dame por el culo un poquito más.

La folló despacito mientras sus lenguas se volvían a devorar y sus tetas se frotaban en su pecho. Pasado un tiempo, y tras un largo beso, le dijo:

-Casada, estoy casada.

-Y poco follada.

-Sí, muy poco. Métela en el coño que ya no aguanto más sin sentirla dentro de nuevo.

Se la metió en el coño y le dio leña. Cuanta más leña le daba más leña le daba ella a él subiendo y bajando el culo. Esta vez lo miraba desafiante y le negaba los besos. Quería que se corriera él primero y lo que consiguió fue que se corrieran juntos. Al correrse se comieron las bocas con lujuria... Enrique sintió cómo el coño de la mujer apretaba y soltaba su polla mientras se lo llenaba de leche. Sintió sus tetas temblar en su pecho, oyó sus gemidos, vio cómo echó la cabeza hacia atrás y notó cómo su coño bañó la polla con una descomunal corrida.

Al acabar de gozar, le dijo:

-Me gustó follar contigo.

-¿Se acabó?

-Sí.

-En una habitación follaríamos mejor.

-No creo, fue genial.

-Ya que no nos vamos a volver a ver... ¿Echamos otro polvo?

-Hombre, la polla ya la tienes dentro.

Quique.

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