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Clara, la sumisa

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Clara leía una novela erótica, sentada en su pequeño balcón, mirando cada tanto el paisaje de cielo azul y edificios amontonados de Villa Urquiza. Entonces sonó el celular que había dejado en la cocina. Se rehusó a ir a leer el mensaje. La novela no era la mejor, pero la estaba excitando. Ya sentía su bombacha mojada, y le daban ganas de tocarse. Quien la viera desde la calle, vería a una mujer de treinta años, rubia, de estatura media, con las piernas largas y torneadas, estiradas y apoyadas cómodamente en un banquito. Y sus anteojos le daban cierto aire intelectual, mucho más ahora que estaba tan concentrada en la novela. Clara se tocó el sexo, a través del diminuto short que llevaba puesto. Un barrendero la observó boquiabierto desde el otro lado de la calle, pero ella no reparó en él. Entonces sonó otra vez el teléfono, sacando a Clara de su fantasía, y dejando al pobre barrendero sin el espectáculo erótico que estaba disfrutando.

Pero esta vez no podía ignorar el mensaje. El sonido fue diferente al anterior. Lo que oyó fue un ringtone que había configurado para que suene cuando le escribiera una persona en particular. No cabían dudas, se trataba de “Él”, y no podía hacerlo esperar.

Dejó su libro, y se fue a buscar el celular a la cocina. Sintió ansiedad, y miedo. Hacía meses que no tenía noticias suyas, y durante ese tiempo pudo vivir: tranquila. Los primeros días estaba temerosa, porque creía que en cualquier momento la llamaría. Pero a medida que pasaba el tiempo creyó que por fin se liberó de él. Había especulado con que quizá ahora estaba en pareja, o tal vez, simplemente se había aburrido de Clara. Sin embargo, ahora sabe que está equivocada.

Agarra el teléfono con impotencia. Le tiemblan las manos. La embargan sentimientos encontrados: Un profundo desprecio por esa persona que la somete, y una ansiedad desbordante, porque sabe que parte de ella muere por verlo, y por saber qué le tiene preparado.

Lee el primer mensaje “A las dos de la madrugada te espero en mi casa”, y abajo ve el segundo mensaje “Ponete el vestido a lunares con el que te sacaste foto el otro día. Estabas muy rica”

Clara piensa en putearlo. En decirle que quién se creía que era, que ella no estaba a su disposición. Además, esa noche iba a salir con sus amigas ¿Se pensaba que iba a cambiar los planes sólo por él? Pero no le escribe nada de eso, sino que le pone “okey”. Deja el celular en la mesa y suspira hondo. Piensa que de todas formas no puede negarse. Aquella persona ejercía una influencia sobrenatural sobre ella. No la atraía sexualmente, pero le gustaba sentirse deseada, y nunca conoció a nadie que la deseara tanto. Siente rechazo hacía él, pero al mismo tiempo no puede rehusarse a sus requerimientos. Nunca había sentido nada parecido por nadie.

Canceló el encuentro con sus amigas, no sin sentir cierta tristeza. La noche cayó enseguida, pero faltaba mucho para la madrugada. Terminó de leer su novela. Comió apenas un bocado. Más tarde se fue de cuerpo, asegúrense de que no quede nada en sus entrañas. Luego estuvo diez minutos en el bidet, recibiendo el potente chorro de agua en su ano. No dudaba de que aquel hombre iba a querer jugar con su culo, y quería estar impecable para cuando llegase ese momento. Luego se metió a la ducha.

Escuchó música mientras esperaba que llegue la hora. Fue al armario y agarró el vestido negro con lunares blancos que debía llevar.: Se maquilló, se ató el pelo en una cola de caballo. No valía la pena llevar un peinado más elaborado, seguro terminaría totalmente despeinada. Eligió una tanga negra, y decidió no llevar corpiño. Cada vez que pensaba en por qué estaba haciendo lo que el otro le había ordenado hacer, por qué se había sometido a sus órdenes tan fácilmente, simplemente desechaba la idea, ya que sabía que, por más que se lo cuestione, iba a ir al encuentro de aquel ser perverso.

Pidió un Uber. El chofer se mostró muy amable y simpático, y ella suponía que no todos sus pasajeros recibían tanta amabilidad y simpatía de parte suya. El hombre observaba, cada vez que podía, sus pequeños pechos, cuyos pezones puntiagudos se notaban a través de la tela del vestido.

—¿Salís a bailar?— le preguntó.

—No. — dijo ella.

—¿Vas a ver a tu novio? — insistió el hombre.

—No. Voy a verme con un tipo, pero no es mi novio.

—Que suerte que tiene ese tipo. Sos muy bonita ¿Sabías? — Se animó a decir el chofer.

—Si. Lo sé. Y te puedo asegurar que eso me trae más problemas que otra cosa. ¿Podemos viajar en silencio, por favor?

El chofer accedió. Se sintió incómodo durante los quince minutos que duró el viaje. Clara, por su parte, se preguntaba, intrigada, cómo la iba a poseer el hombre que iba a visitar. Le gustaba atarla a la cama, y penetrarla mientras ella estaba completamente inmóvil. Otro fetiche que tenía era tratarla como a una mucama. En una ocasión la hizo ponerse un uniforme de empleada doméstica, y le ordenó limpiar toda la casa. Recién cuando dejó todo reluciente se dignó a cogerla. También le gustaba grabarla mientras ella se tragaba su pija. Disfrutaba vendarle los ojos e introducirle en sus orificios objetos que ella desconocía. Le fascinaba escarbar su ano con los dedos. Le exigía que le envíe fotos desnuda, y ella obedecía.

¿De dónde había surgido esa obediencia? Se preguntó Clara, mientras se acercaba a su destino.

Lo había conocido de pura casualidad. Ella caminaba por el barrio, y él le dijo un piropo. Ella se sintió incómoda, pero sonrió. En los días siguientes notó que se daba la extraña coincidencia de encontrárselo muy a menudo. Ella iba de compras y él estaba en una esquina. Clara sentía cómo la desnudaba con la mirada. En una ocasión le dijo que tenía un hermoso culo, y ella no supo cómo reaccionar. La cosa siguió así por unas semanas. Él le decía piropos subidos de tono, le pedía el teléfono, la invitaba a salir, y ella sólo fingía que no escuchaba. Hasta que un día, clara llegó de noche del trabajo. Alguien la agarró de la muñeca y la arrastró hacia un pasillo oscuro. Era el acosador. Clara tembló de miedo.

—Yo conozco a las chicas como vos — le susurró al oído, mientras la ponía contra la pared, sin mucho esfuerzo, ya que Clara estaba petrificada. — conozco a una sumisa cuando la veo. Las conozco a kilómetros de distancia.

Clara sollozó, pero no forcejeó. Sintió la erección de su atacante en sus nalgas.

—Levantate la pollera. — Ordenó el hombre.

Ella se preguntó por qué no se la levantaba él.

—Levantátela. — repitió él.

Clara agarró la tela de la pollera, y la levantó despacio.

—Si. — susurró él. — estaba seguro de que sos una sumisa.

Entonces Clara oyó el sonido del cierre de la bragueta bajar. Él le bajó la bombacha de un tirón, y la penetró. Mientras era poseída, oía los autos circular por la calle que estaba a unos metros del pasillo donde estaba siendo violada. Temblaba de miedo mientras la pija se enterraba en su sexo, y la voz no le salía. Luego sintió que su vagina largaba fluidos. Se sintió avergonzada, pero no pudo evitar que su cuerpo sienta placer mientras su mente estaba dominada por el miedo. Al final Clara acabó, sorprendiéndose a si misma. El hombre le quitó su celular, e hizo un llamado a su propio teléfono para que quede registrado el de Clara.

—En estos días te voy a llamar, así nos vemos. — le dijo. Le subió la tanga, y le acomodó la pollera. Luego la dejó temblando en ese pasillo oscuro.

Desde aquella noche se convirtió en su sumisa. Acudía cada vez que la convocaba. Iba a su encuentro con temor y deseo. Al igual que lo hace ahora, que el miedo se mezcla con la irresistible necesidad de ser suya, de dejarse llevar por él, de sentirse un objeto, un juguete sexual. De ser libre de su propia voluntad, para refugiarse en la voluntad del otro. Ella era su sumisa, y en el fondo, eso le encantaba.

Le pagó al chofer y salió del auto. Tocó el timbre de la casa. La puerta se abrió. Se sorprendió al encontrarse con una adolescente. Se preguntó si se trataba de la hija.

—Vos debés ser Clara. — dijo la chica, mirándola con curiosidad. — Pasá, te está esperando.

La siguió hasta la sala. Mientras iba caminando detrás de la chica, también se sintió intrigada.: Desechó la hipótesis de que era su hija. La chica iba vestida con una calza muy ceñida. Era delgada, y de rostro muy bello. Su pelo castaño era lacio, y muy brillozo. Parecía una modelo.

Era obvio que se trataba de otra sumisa. Por lo visto aquel tipo tenía pensado hacer un trío. ¿Debía tener relaciones con esa chica? Era muy bella. Pero a Clara no la atraía el sexo femenino en lo más mínimo. Sin embargo, si se lo ordenaba debía hacerlo. Lo que le preocupaba era que la chica parecía demasiado joven. Dieciocho años quizás. ¿Estaría preparada para estar con dos adultos? Hasta la propia clara no estaba segura de estarlo.

Acalló todos sus temores. Ya estaba ahí, e iba a hacer todo lo que se le ordenaba. Era en vano cuestionar su situación en ese momento.

Cuando llegaron a la sala, se encontró con otra sorpresa. Había cuatro hombres, y todos se pusieron de pie, con una poderosa mirada lasciva cuando la vieron llegar.

—No te asustes. Acercate. Son buenos chicos. — dijo el único hombre al que conocía. Tenía cincuenta años. Era pelado, con una leve barriga cervecera. Sus ojos azules la observaban divertidos y excitados.

—¿Qué es esto Héctor? — preguntó Clara. Aunque sabía exactamente lo que representaba la presencia de los otros tres hombres.

—Este es Lucas. — dijo señalando al más joven del grupo. — es mi sobrino. La semana pasada cumplió dieciocho años. Le prometí llevarlo a un cabaret, para festejar que ya es todo un hombre, pero me pareció mejor idea llamarte a vos.

—Son muchos. — dijo Clara. Y mirando a la chica, en busca de complicidad, agregó. — y ella es una nena.

Héctor rio con ganas. La chica guardaba silencio. No parecía en absoluto perturbada por estar a punto de ser poseída por tantos tipos.

—Una nena…— Repitió Héctor. — si supieras las cosas que hace esta nena.

—Las cosas que le hacés hacer querrás decir. — Retrucó Clara.

—Mirá, es al pedo que te hagas la rebelde. No seas maleducada y saludá a la gente, que están todos por vos. Esa gatita que está al lado tuyo se llama Marina. — luego, señalando a los dos hombres que tenía a su izquierda, dijo — estos son Mauro, y Ezequiel. Los conocí en una de esas páginas de relatos eróticos. Son unos degenerados, pero buena gente. Me prometieron que te van a tratar bien.

Clara los miró. Dos hombres morochos, de contextura robusta, con el pelo corto, tipo militar. Parecían ser hermanos, ya que su aspecto era bastante similar. Rondaban los cuarenta años, y tenían ojos suspicaces.

—Bueno, muchachos. Empecemos. — dijo Héctor.

Los cuatro hombres se le acercaron. Clara retrocedió, y agarró la mano de Marina, en un acto casi maternal. Tiro de su muñeca, pero la chica permaneció en su lugar.

—Quédate tranquila. — le dijo la chica a Clara. — si ya estuviste con Héctor, sabes que no te va a lastimar. Sólo tenés que seguirle el juego.

Clara se sintió ridícula. Ahora era esa adolescente la que tenía que decirle cómo eran las cosas.

Uno de los hombres la agarró de la cintura y la atrajo hacia él. El otro, el que parecía su hermano, se puso detrás y apoyó su mano, con mucho cuidado sobre las nalgas de Clara. Apenas lo sentía, pero los dedos dibujaban círculos sobre sus glúteos.

El muchacho, sobrino de Héctor, quedó pegado a ella, y al tipo que la tenía de la cintura. Le dio un beso en la boca, y acarició su pierna desnuda. Clara estaba totalmente apresada por los cuerpos de los tres tipos, que comenzaban a manosearla y a besarla. El propio Héctor miraba con deleite a la distancia. Se sorprendió de que ninguno de los tipos fuera a por Marina, y todos la rodearan a ella.

—Que se acueste en el sofá. — dijo el chico, que por ser el cumpleañero parecía tener un derecho especial a la hora de decidir cómo iban a cogerla.

Clara se acostó sobre el sofá. Lucas se desnudó por completo. Le levantó el vestido. Uno de los hermanos se puso en cuclillas y la acarició con ternura. Y cuando sus manos llegaron a sus pechos, le pellizcó el pezón, cosa que hizo que, por primera vez, Clara gima de placer.

En ese mismo momento Lucas le bajaba la tanga. Y cuando por fin se deshizo de ella, la penetró. Tenía la verga muy gruesa, cosa que la sorprendió, porque el muchacho era pequeño y parecía débil. Sin embargo su arremetida la hizo sacudirse, y largó un grito cuando la verga se hundió aún más. Y justo cuando largaba ese grito, sintió como una verga se hacia espacio entre sus labios.

Era el tercer hombre, que le estaba haciendo comer pija, mientras Lucas la penetraba y el otro, a un costado, se pajeaba mientras acariciaba sus retas y veía como los otros dos le introducían sus miembros.

Clara no pudo más que excitarse al sentir la verga gruesa que se frotaba en sus paredes vaginales, mientras en su boca tenía una pija durísima que entraba y salía, llenándose de su saliva (¿Era la de Mauro o la de Ezequiel?), y el otro tipo frotaba sus pechos con vehemencia.

Clara gemía de placer, mientras era perforada por ese adolescente. Miraba a Héctor que parecía disfrutar casi tanto como ella. Luego, ya dejándose llevar por la calentura, agarró la verga del tipo que acariciaba su retas. Mientras tanto, el otro no para de cogérsela por la boca. Enseguida sintió en su paladar la viscosidad del presumen, que era cada vez más abundante. Estaba un poco incómoda en ese sofá, pero le encantaba tener tantas pijas a su disposición. Con su mano masajeaba un falo duro, que no daba señales de venirse abajo, mientras que en su sexo recibía una verga gorda, que se introducía en ella con el vigor que sólo un adolescente podía mostrar. Y la pija que invadía su boca se metía cada vez más adentro, llegando casi a su garganta.

Este último fue el primero en acabar. Le dio fuertes golpes en la cara con su miembro, y enseguida, su verga colorada y venosa, llena de saliva y presemen, escupió en la mejilla de Clara dos chorros de semen inusitadamente espesos.

Clara quedó con el semen en su rostro, mientras seguía sintiendo el placer que le generaba la hermosa verga del muchacho. Pensó que el otro hombre, a quien estaba masturbando, iba a meterle la pija en la boca y a emular a su hermano, acabando en su cara. Sin embargo Clara se sorprendió cuando una mano pequeña y suave, la tomo por el mentón.

Era Marina. La había perdido de vista, y hasta se había olvidado de ella, sumergida en el éxtasis de esa orgía. Pero la chica estaba ahí, totalmente desnuda. Sus ojos oscuros la miraban con picardía. Le dio un beso en los labios. Clara se sorprendió, pero no se molestó en absoluto. Luego Marina lamió sus labios, como si fuese una perrita que lame a su dueña. Siguió haciéndolo, y su lengua fue desplazándose lentamente, hasta encontrarse con la mejilla de Clara, la cual estaba bañada de semen. Marina lamió ahí, y su lengua se llenó de ese fluido espeso. Se lo tragó, y siguió lamiendo hasta dejar la cara de Clara impecable, sólo impregnada de su saliva. Luego Marina le dio un beso y clara sintió la pequeña lengua de la chica, frotándose con la suya, transmitiéndole el sabor a semen.

Lucas seguía metiéndosela,:: Y miraba fascinado la escena lésbica. El otro hombre (Ezequiel o Mauro) dejó escapar su eyaculación mientras clara lo seguía pajeando. El semen salió sin mucha potencia. Se deslizó por el tronco y cayó en las manos de Clara. Cuando Marina se percató de eso, se inclinó y se llevó a la boca la cabeza del pene, succionando las últimas gotas de semen que le quedaban. Una vez que el miembro estaba totalmente fláccido, lamió la mano de Clara y se quedó con todo el semen en la boca. Acarició los pechos de Clara con ternura. La miro a los ojos. Abrió la boca apenas, y clara vio, como caía lentamente de esa boquita, un hilo de saliva mezclado con el semen que acababa de tomar. Clara abrió la boca y recibió todo el líquido, el cual, caía lentamente. Clara se tragó todo. Lucas estaba encantado y comenzó a moverse con más energía. Retiró su miembro de adentro de Clara, y escupió en su ombligo.

Marina cambió de posición. Se arrodilló a los pies de Clara, quien estaba agitada después de tanto movimiento.: Besó sus muslos. Y se acercó lentamente a su sexo. Lo dolió. Percibiendo el olor a semen y a los fluidos de Clara. La miró a los ojos. Clara asintió con la cabeza, y Marina comenzó a estimular su clítoris con la lengua.

Héctor se había acercado. Sonreía con cierto cinismo. Clara sintió como si estuviese ante su padre, o ante su jefe, o ante su propio rey. Era alguien a quien obedecía ciegamente sin importar qué le ordenara, y sólo por él era factible encontrarse en esa situación, habiendo cogido con tres desconocidos, y dejándose comer la Concha por una adolescente. Héctor se arrodilló detrás de Marina. Liberó su verga, y se la metió a la chica en un solo movimiento que la hizo interrumpir su tarea para gritar de dolor.

La escena continuó. Héctor dándole masa a la chica, mientras ésta, como podía, le comía la concha a Clara. Los otros tres ahora sólo observaban. Pero ya se les estaba poniendo dura de nuevo. Clara pensó que esa noche iba a ser interminable.

No obstante, los masajes linguales de la chica eran: sumamente eficientes, y clara ya sentía cómo el placer, que nacía en su sexo, se estaba expandiendo en cada parte de su cuerpo, en cada músculo, en cada poro, en cada célula.

Clara acabó. Se retorció en el sofá. Sus músculos se contrajeron increíblemente y largó un fuerte grito cuando sintió que su sexo explotaba de placer.

Estaba agitada.: parecía tener taquicardia. Marina seguía entre sus piernas, y clara acarició con ternura su cabeza, como gesto de agradecimiento.

Al ver la escena, Héctor se excitó mucho más y comenzó a penetrar a la chica con penetraciones cortas y violentas. Enseguida eyaculó en sus nalgas.

Ahora que Héctor ya la había poseído, los otros parecían estar autorizados a poseer a Marina. Héctor le ordenó a ambas mujeres que se arrodillen en el piso, como perras. Quedaron las dos juntas, y lo que siguió fue muy predecible para amabas.

Los cuatro hombres se tornaron para penetrarlas. Lucas, nuevamente prefirió a Clara, y le metió la verga gorda en su sexo mojado y dilatado. Mientras tanto, uno de los hermanos le daba masa a Marina, quien gemía y se estremecía a su lado. Clara vio sus ojitos oscuros y su boquita sensual abrirse cuando el tipo se la metía hasta el fondo.

Creí que los otros dos iban a pretender que se las mamara, pero los hombres decidieron esperar su turno para cogerlas. Esto hizo que el encuentro se hiciera eterno, porque cuando uno acababa, el otro ya estaba listo para metérsela, sin dejarlas descansar. Además, todos querían probar tanto: a Clara, como a Marina, por lo que ambas tuvieron que aguantar cinco o seis cogidas cada una.

Al final, cuando ya se cansaron de someterlas, los tipos se pusieron a jugar a las cartas, mientras ellas debían servirles cerveza cada vez que se lo pedian.

Recién a las seis de la mañana las dejaron ir. Ambas exhaustas, pero contentas por haberse conocido, intercambiaron teléfonos y siguieron en contacto.

A veces se veían a solas, y liberadas de su amo Héctor, hacían el amor a sus espaldas.

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