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Cómo le enseñé a mi marido a sodomizarme

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Ya les conté que mi marido me rompió el culo cuando llegó de madrugada y borracho, me puso en cuatro para cogerme de perrito, mi posición favorita, aunque él estuviera borracho. Inocentemente recargué mi cabeza en la almohada ofreciéndole mi grupa. Me miró emocionado diciendo “¡Qué ricas nalgas tienes, mi mujer! ¡Tu culito se mira hermoso!” y, después de unos lengüetazos en el ano, me empezó a penetrar por el culo. Por más que me resistí y grité, me lo rompió, cogiéndome sin detenerse hasta que se vino. Cuando logré zafarme el pene se salió y mis piernas se llenaron de esperma, heces y sangre. Él se quedó satisfecho y dormido mientras yo sufría en el retrete, limpiándome. Nunca dejé que volviera a cogerme por el culo.

También mi amante me chulea mis nalgas, dice que son muy bonitas y que mi culito se ve delicioso. Pero cuando supo de la manera tan violenta en la que mi marido se aprovechó, me dijo que él no supo hacerlo porque hay que poner un lubricante e ir dilatando poco a poco el esfínter, para concluir que un día lo haríamos así para que después yo opinara si me gustaba o no.

En cambio mi marido me pasaba películas porno donde las chicas empaladas gozaban con la tranca en el culo y me insistía que lo hiciéramos por así. Yo le replicaba que se fijara cómo el galán calentaba a la chica dándole una gran mamada en la panocha antes de pasar al culo, “Tú no me chupas la panocha”, le recriminaba.

Mi marido mantuvo su insistencia en volver a cogerme por el ano, pero yo siempre le respondía poniéndole mi pepa en la cara para que me la chupara. Él mantenía su negativa a darme lengua asegurándome que olía y sabía muy feo. “Cómo quieres que huela con tantas cogidas tan ricas que me das”, le retobaba, recordando para mí las mamadas tan deliciosas que me daba mi amante y cómo él se saboreaba, más cuando llegaba muy cogida a verlo.

Pero se llegó el día en que le dije “sí” a mi amante para que me sodomizara. Esto ya lo leyeron en el relato “Aceptación”. Así, con su ternura y cuidados, me cogió como él quería. Casi no me dolió, él dijo que también se debía a que mi marido ya me lo había abierto todo, salvajemente, pero ya estaba cogida por allí.

Me gustó tanto que le pedí un frasco del lubricante para usarlo con mi marido. Me lo dio la segunda vez que me cogió así y sonriendo me dijo “putita”, sabiendo que había hecho un muy buen trabajo conmigo. Incluso, esa segunda vez, descansábamos aún con el pene dentro del culo, recibí una llamada de mi marido, quien llevaba varios días de estar trabajando fuera del estado y empezamos a decirnos cosas cachondas y le dije que le tendría una sorpresa cuando cogiéramos, también le dije que todos lo extrañábamos, “quiero más leche, papi”.

A mi amante, ante lo morboso de la llamada y la posición en la que estábamos, se le puso la verga grandísima y cuando colgué me dio otra espectacular culeada.

Cuando llegó mi marido, le platiqué que había comprado un aceite especial para que me cogiera por el culo. Se emocionó bastante. “¿Pero sí me vas a chupar el tamalito?”, le pregunté. Él se molestó y me aclaró que no se vale una por otra. Me quedé pensando “Por eso tienes cuernos y con cada chupada que me dan te sale brillo en ellos” mientras veía su cara y me lo imaginaba con una cornamenta de alce. “No, era sólo una pregunta…” le contesté y volvimos a lo nuestro: “A la señora Irene, quien me vende lociones cremas y demás menjurjes de belleza, me vendió un aceite que se usa como lubricante en las relaciones anales.

Me advirtió que la primera vez duele un poco y que previamente se debe dilatar el ano con los dedos. No le conté lo que me hiciste aquella vez que llegaste borracho. Me confesó que ella lo usa y le gusta cómo se siente. Te amo y quiero darte gusto, ¿quieres probarlo?”, le dije a mi marido. Él contestó que estaría encantado de sentir mis nalgas más cerquita y acordamos utilizarlo en la noche.

Esa tarde me hice una ducha anal con la perita que compré en la farmacia, para que no me saliera caca cuando me cogiera mi marido, aunque mi amante dice que el exceso de lavado, sea anal o vaginal puede provocar infecciones. Nos pusimos a tomar unas cubas durante un par de horas y después nos fuimos a la cama donde nos llenamos de mimos. Me penetró en la vagina un rato, de misionero dándome unos ricos besos, pero aguantando no venirse; lo mismo pasó cuando le mamaba el pene mientras me ponía el lubricante, incrementando la cantidad de dedos y yo “me quejaba un poco cada vez que metía uno más.

–Ya se pueden meter los tres dedos –me dijo sacando de mi boca su palo que lo veía más largo que el de mi amante.

–Échate lubricante en la verga y métemela despacio –le ordené poniendo mis nalgas en alto.

–¡Qué lindo culito tienes, mami! –exclamó intentando meterme la verga de un solo empujón y yo grite “¡Despacio que me duele!” aunque no era tan cierto.

Mi marido lo fue metiendo poco a poco, a veces le decía “espera” y él se detenía. Le decía “Sigue otro poquito” y avanzaba en la penetración. Lo cierto es que yo lo disfrutaba y ya lo quería todo adentro, pero había que hacer la faramalla de que sentía dolor. Continuamos así hasta que sentí sus huevos en mis labios de la vagina en el último envión. Él se detuvo y luego empezó a moverse despacio, Sólo lo sacaba hasta la mitad y volvía a meterlo. Aumentó la frecuencia en el movimiento y yo veía en la luna del peinador su cara de satisfacción. ¡Cómo gozamos el “chaca-chaca”!

–¡Me vengo, mamita! –gritó haciendo una mueca de placer que disparó mi orgasmo al sentir en mi interior el calor de su abundante venida.

–¡Vente mucho, papacito! ¡Encúlame rico, aunque me duela! –le conteste en medio de mi orgasmo, el cual disfrutaba tremendamente y sin dolor alguno.

Recargó su cuerpo en mí, transpirando sudor. Yo seguía en cuatro, soportando todo su peso, ¡pero feliz! Unos minutos más, sin sacarlo de mis entrañas, y aún con el palo tieso, se hincó nuevamente liberándome de su carga. “Ahora te daré la vuelta, dijo tomándome de la pierna derecha tratando de ponerla sobre su hombro izquierdo. Levanté mi mano derecha y flexioné el brazo izquierdo para ayudarlo y, antes de que me torciera por completo tomó mi otra pierna dándole vuelta a mi cuerpo y quedé de “armas al hombro”, tal como me cogió mi amante dos días antes.

–Parecemos contorsionistas de circo –le dije, sintiendo su tranca firme en el orto, pero sintiéndome tan caliente que con la vuelta me imaginé que era un pollo en el rostizador.

–Tu culo se siente muy rico y merece otra repasada más –expresó al tomarme de las nalgas.

–Espera, deja acomodarme mejor pues así me cansa –le rogué jalando una almohada para ponerla debajo de mi cintura, tal como mi amante había hecho conmigo–, o bájate de la cama, pero sin sacármelo que está muy rico –le expliqué, deseando que no se diera cuenta que ya me habían cogido así.

–¡Qué bueno que te gustó, mami! –expresó y volvió a sacudirme, esta vez durante más tiempo porque ya se había venido.

–¿Te gusta así, nalgona? –preguntaba sin dejar de moverse.

–Me encanta y ya no me duele, vergón. Muévete más rápido –exigí y mi esposo, cerrando los ojos, obedeció.

Dormimos de seguido. A la mañana siguiente, muy temprano, me tomé un poquito de su bibi, pero muy poquito porque me lo saco de la boca.

–Espera, mami, que quiero otra vez por tu culo dijo extendiendo la mano para tomar el frasco del aceite.

Me lo untó religiosamente, dedo a dedo y me acomodó para cogerme. En cada envión me daba una nalgada que yo las disfrutaba al verlo tan caliente. Se vino, pero casi de inmediato, me dio la vuelta de “pollito rostizado”, poniéndome la almohada en la cintura y volvió a penetrarme dándome caricias y besos en las pantorrillas. ¿Éste era mi marido? ¡Qué tierno lo sentía! ¡Además empalada deliciosamente! Nos vinimos otra vez y yo terminé llorando de felicidad, dándole mi agradecimiento. Me beso la cara con tibieza y ¡Me lamió las orejas! dormimos otras horas y cuando despertamos ¡me volvió a coger de misionero, nos vinimos y despertamos casi a medio día, ¡Felices los dos!

Al bañarnos, le hice notar cómo me dejó las nalgas rojas de tanto golpe.

–¿Te duele? –preguntó consternado.

–Ya no, pero estuvo rico –le contesté dándole un beso y bajando a chuparle la verga. Se le paró, pero casi nada salió…

–Compra más aceite, no se nos vaya a acabar sin darnos cuenta –dijo cuando me enjabonó las nalgas.

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