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Con el que sea...

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Habían pasado los días y mi esposa empezaba a sentir la necesidad de copular para salir de la rutina y satisfacer sus necesidades sexuales. Es posible que estuviera próxima a experimentar su período menstrual y, por lo tanto, tenía disparados sus apetitos y deseos. Consecuente con esto, tomó contacto con su corneador, pues para estas urgencias, nada mejor que contar con el concurso de un hombre bien dotado, aguantador y vigoroso que la llenara hasta lo más profundo de su cuerpo.

Su macho estaba dispuesto a satisfacerla, como siempre, y habían quedado de verse el fin de semana. Ella estaba esperanzada y se le notaba ansiosa y radiante. Ese viernes acudió al salón de belleza y procuró tener disponibles sus mejores galas para acudir a la cita. Sus expectativas eran elevadas y se notaba, sin duda, bastante dispuesta a encontrarse con aquel y disfrutar, como siempre lo había hecho, de una sesión de sexo memorable. Entre llamada y llamada, mi esposa y su amante habían acordado fecha, hora y lugar para su encuentro y todo parecía estar fluyendo positivamente.

Llegado el sábado, día elegido, mi esposa estuvo especialmente activa para que todo funcionara y no se presentaran inconvenientes. Para nada quería perder la oportunidad y procuró que saliéramos al encuentro de su hombre con suficiente anticipación. Y así lo hicimos. Pero, una vez llegado al lugar, su corneador llamó para disculparse y notificar que una situación de fuerza mayor se había presentado y que no sería posible acudir a la cita, tal como se había planeado.

Aunque mi mujer le manifestó que no se preocupara por eso, ciertamente se le notó su contrariedad y disgusto, aunque su comportamiento no lo hizo tan evidente. Yo ni siquiera me atreví a preguntar qué había pasado y seguí como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, dado el cambio de planes, continuamos nuestro recorrido hasta el lugar acostumbrado para realizar sus aventuras.

Al rato de haber llegado allí, y dado que aquel no se hacía presente, ella sugirió que nos diéramos una vuelta por ahí, tal vez para pasar el tiempo y dejar que la noche transcurriera. Yo no sabía que aquella cita se había malogrado, pero ella no me lo había hecho saber. Quizá, para ese momento, ella estaba pensando en las posibilidades que podían darse, pero no había plan ni alternativas disponibles al momento.

Así que fuimos a una discoteca adyacente al sitio de encuentro para pasar el tiempo. Estuvimos bailando un largo rato, pero era notorio que ella no estaba a gusto con lo sucedido. Miraba y miraba a su alrededor, tal vez esperando que su cita apareciera, lo cual, como sabría después, nunca iba a suceder. Pasaban las horas, la noche avanzaba y nada hacía prever que las cosas podían mejorar. Así que ella, por propia iniciativa, decidió explorar alternativas con la gente que allí se encontraba.

Me dijo que iba a darse una vuelta por ahí para tantear el ambiente. Se dio una vuelta por el lugar, mirando aquí y allá, analizando las personas que allí se encontraban. Y después de un rato se instaló en la barra del bar, pidiendo una bebida. Lógicamente, al estar allí, se dispararon los deseos de los hombres que también estaban allí tomándose un trago.

No pasó mucho tiempo hasta que pudo entablar conversación con algunos de ellos, y bien pronto se la vio asediada por dos o tres hombres, que, a su alrededor, procuraban hacerse notar y ser agradable compañía. En principio se notaron considerados y respetuosos, tal vez porque ella advertía de su condición de mujer casada y de mi presencia en el lugar. Sin embargo, al poco rato bailaba con uno y otro, al parecer disfrutando de su compañía.

Estuvo en esas casi una hora y, poco a poco, los hombres que la acompañaban se dispersaron, quedando tan solo acompañada por un hombre, moreno él, tal vez algo mayor que ella, bastante alto y acuerpado. Casi que la doblaba a ella en estatura. Pero, al parecer, se encontraba a gusto con su compañía y no se desprendía de su lado. Así que bailaron y bailaron bastante tiempo. No llegué a pensar que aquella actividad y compañía fuera a trascender en algo diferente, porque se veía al hombre bastante respetuoso con ella.

Sin embargo, más tarde, ella me hizo señas para que me acercara y acudí a donde se encontraban. Mira, dijo cuando llegué a su encuentro, te presento a David José. Me ha estado acompañando y nos hemos divertido. Hola, le saludé estrechándole la mano. ¿cómo la ha pasado? Bien, contestó, pero su charla no era tan fluida. Pensé que mi presencia no era de su gusto, así que le dije a mi esposa que, tal vez, lo mejor era que yo volviera a mi lugar. No, dijo ella, ¡quédate aquí!

Ella siguió bailando y conversando con él, haciéndome partícipe de su charla muy de vez en cuando, por lo que interpreté que habían establecido una buena conexión y que estaban disfrutando de la velada con lo que hacían. En algún momento, sin embargo, David manifestó su intención de abandonarnos, porque ya se hacía tarde, y fue mi mujer quien, entonces, tomó el control de la situación y precipitó lo que vendría a continuación.

Sugiriendo despedirse, consecuente a los deseos de David José, bailaron una última vez, quizá a manera de despedida, o tal vez para mover las cosas si había alguna intención de parte y parte. Era claro, por parte de mi mujer, que aún estaba ansiosa sexualmente ante su malograda cita, pero no veía yo que aquel hombre fuera el candidato para aplacar sus deseos. Le veía muy grandote y me parecía que no hacían pareja. Sin embargo, mi mujer estaba pensado otra cosa.

Llegados a la mesa, ella me sugirió que fuera a ver si conseguíamos habitación en el motel y que, si así fuera, se lo hiciera saber. Me quedé un tanto sorprendido, pero, acostumbrado a sus arranques de acción, no me quedó más remedio que obedecer e ir a averiguar su encargo. Así que fui al lugar, adyacente a dónde estábamos y pregunté. Había disponibilidad, ciertamente, de modo que alquilé el precio y volví a la discoteca para comunicar la noticia.

Cuando llegué al lugar, el encuentro sexual, al parecer, ya había empezado. Mi mujer estaba sentada en las piernas de aquel grandulón, quien acariciaba sus piernas desnudas y ella lo besaba con aparente pasión. ¿A qué hora se habrá quitado ella las medias? Me pregunté, pero no los interrumpí. Simplemente me quedé viéndolos un rato para apreciar como aquel hombre manoseaba a mi mujer a sus anchas sin que ella se perturbara en lo más mínimo. Lo disfrutaba.

En medio de la oscuridad del lugar y entretenidos como estaban, indiferentes con la gente a su alrededor, poca oportunidad había para comunicarle a mi esposa que ya había conseguido el lugar, así que esperé. Y como si estuviéramos pensando en lo mismo, en aquel instante, ella se levantó para indagar qué había pasado. Ella me vio allí, parado frente a ellos, de modo que hice señal con el dedo pulgar arriba, indicándole que todo estaba dispuesto. Vi como se acercaba a su pareja para decirle algo al oído. En respuesta, el hombre se levantó y la siguió.

Ella pasó a mi lado con su pareja, como si nada. Le dije habitación 303 y le puse las llaves en una de sus manos. El tipo ni me miró. Estaba distraído mirando para otro lado. Entonces, sin más que hacer, les seguí. Avanzaron sin hablar. Me distancié de ellos un tanto y vi como cruzaron la calle para entrar a “Palo de Rosa”, el lugar escogido. Me demoré unos minutos mientras cancelaba la cuenta. Supuse, sin duda, que al llegar a la habitación el encuentro ya debería haber avanzado. Y, sin tardar, acudí presuroso.

Ella había dejado la puerta cerrada, con las llaves puestas en cerradura. No me fue difícil ingresar al 303 y, como suponía, la aventura ya había avanzado. Encontré al hombre cubriendo con su cuerpo totalmente a mi mujer, accediendo a ella en posición de misionero. Estaban totalmente desnudos. ¡Caray! Pensé. En tan poco tiempo y ya están en estas. Pero, silencioso, entré y me acomodé. Ciertamente me había perdido los preliminares, si es que los hubo.

Aquel hombre bombeaba y bombeaba profusamente dentro de mi mujer y ella, expuesta a sus embestidas, excitadísima, como no, debajo de ese gran macho, gemía y gemía con cada penetración. La estaba pasando rico, dada la intensidad de sus gritos. Su hombre, por supuesto, respondía a eso con mayor vigor en intensidad.

Ella, simplemente, pasado un rato, no pudo más y explotó de la emoción tan tenaz que el contacto con el cuerpo y el pene aquel hombre le estaba generando. El tipo seguramente se vino dentro de ella, porque los alaridos de mi mujer no lo amilanaron para nada y, por el contrario, siguió en la tarea de presionar y presionar hasta que, también en la cúspide de sus sensaciones, llegó al final. Mi mujer debió experimentar excitación hasta el final, porque él descargó todo su contenido dentro de ella.

Mi mujer permaneció inmóvil debajo del cuerpo de aquel hombre. ¿Te levantas un momento? Expresó. Casi no puedo respirar. Qué pena, respondió él. Por supuesto. Y, diciendo y haciendo, se levantó de inmediato, recostándose a un lado de ella. No dejó ni por un momento de repasar el cuerpo de mi mujer con sus manos, fascinado con el volumen de sus senos. Pude ver como su pene estaba al descubierto, sin condón, lo cual me molestó un poco porque hemos hablado que, por protección, es mejor que lo usen sus parejas. Pero vaya yo a saber en qué estaba pensado ella, que lo permitió y no le dio importancia.

Ella tiene ojo para escoger a sus parejas. Siempre, como digo yo, le aparecen con la dotación que le satisface. Y esta vez tampoco fue la excepción. El miembro de aquel, aparte de su notoria longitud, también era un tanto grueso. La diferencia de tallas entre ella y él llamaban la atención sobre esas marcadas proporciones. Era apenas lógico pensar que, sabiendo lo que tenía entre manos, también lo quería sentir entre sus piernas. Y, pasados los minutos de reposo, fue ella misma quien empezó a buscar y masajear el miembro de aquel para poner de nuevo a punto.

El tipo, en contraprestación, buscaba besarla con denodada pasión. Ella, entonces, para facilitar las cosas, se montó sobre él para besarlo y permitir que jugueteara con su cuerpo, acariciándole por donde quisiera. Como resultado, poco a poco, su miembro fue despertando, creciendo y endureciéndose. Ella lo percibió y fue abriendo sus piernas, montada como estaba encima de él, esperando que el macho, como en efecto lo estaba haciendo, apuntara de nuevo dentro de ella su herramienta. Lo intentó, pero la puntería falló en varias oportunidades. Fue mi esposa, entonces, quien tomó su miembro con una de sus manos y lo colocó en el punto preciso para ingresar dentro de ella.

El miembro de aquel hombre, significativamente voluminoso, comenzó a taladrar lentamente dentro de mi mujer, quien, para disfrutarlo, empezó a contonear su cuerpo de un lado a otro, haciendo círculos, a su ritmo, explorando quizá los puntos donde las sensaciones eran más intensas. La escena de ella sobre él era bastante excitante, pues era ella quien imponía el vigor y velocidad de sus femeninas embestidas mientras el macho permanecía en modo pasivo, dejando que ella hiciera todo el trabajo.

Y así lo hizo. No es usual verla a ella en esas faenas, porque, por lo general, disfruta sintiéndose sometida a los requerimientos de sus machos, pero en esta ocasión, y dado el tamaño de su pareja, decidió ser la protagonista en la búsqueda de placer, así que se movía y movía sobre aquel, tratando de alcanzar el clímax de sus propias sensaciones. Aquel hombre disfrutaba el que ella hiciera todo el trabajo, alentándola a seguir así. Dale, dale, le decía, se siente apretadito… que rico culeas. Y ella, por lo tanto, se movía aun con más intensidad.

Sus movimientos y dinámicas ciertamente daban resultados porque, poco a poco, la emoción subía de tono y sus gemidos también. El hombre, aferrando a mi mujer por sus caderas, propiciaba penetraciones profundas, sin que ella se pudiera zafar de sus garras. Pero ella se deleitaba con esto y para nada se contrariaba con los comportamientos de aquel. ¡Oye! exclamó aquel cuando ella vociferaba a todo volumen, te quiero penetrar por detrás. Y ella, de inmediato, respondió a su pedido, disponiéndose para que su pareja la accediera desde atrás.

El tipo, sin demora, se acomodó para penetrarla, tal como quería, haciendo gala ante mí del tamaño del miembro que iba a colocar dentro del cuerpo de mi mujer. Mi mujer se percibía muy vulnerable ante aquel grandulón. Y mucho morbo me dio cuando la empezó a penetrar. Mi mujer parecía estar a gusto. Y yo pensaba que aquello le debía doler o incomodar. Pero, ¡no! Ella estaba encantada. Aquel pene la invadía por completo y le generaba el placer que seguramente ella esperaba. Así que su macho, sintiéndose plenamente aceptado, empezó a saciar sus necesidades a placer con el cuerpo de ella.

Bombeó y bombeó dentro de ella, quien rápidamente entró en sintonía con las embestidas masculinas, gimiendo y gimiendo cada vez más fuerte. El tipo acariciaba las tetas de mi mujer mientras la metía y sacaba su miembro, cada vez con más intensidad. Dale, dale, gemía ella. ¡Qué rico! Así que él, envalentonado con sus palabras, la sacudió a placer hasta que más no pudo. Tiró y tiró de ella hasta que alcanzó su máximo placer. Ella lo percibió y también experimento su orgasmo en simultáneo.

Aquel, ya satisfechos sus apetitos, simplemente sacó su pene y se dirigió al baño, tomando su ropa. Mi esposa, mientras tanto, quedó tumbada en la cama, reponiéndose de las sensaciones que el contacto con aquel hombre había experimentado. Su sexo siguió palpitando unos instantes más. Ese inmenso pene había cumplido el propósito que ella tenía aquella noche. Tenía que saciar sus impulsos como fuera, con el que apareciera, y el tipo aquel había sido el medio perfecto para lograrlo.

El hombre salió del baño, ya vestido, y, sin protocolo alguno, simplemente se despidió dando las gracias. Estuvo rico, dijo. Que se repita. Pero, hablando con ella después, comentó que no habían intercambiado números de teléfono, lo que significaba que muy seguramente no lo volveríamos a ver. Perfecto, pensé. Bueno, ¿y que tal estuvo? Muy intenso, contestó. Gracias. Tenía que hacerlo, con el que fuera. Ya estoy mejor…

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