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Con la sorpresa dentro
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Y realmente quedé sorprendido al verla así. Yo que creí que regresaba por fin a la normalidad, a mi casa, a la familiaridad del hogar, esto. No me lo esperaba.

Maly había ido por mí al aeropuerto y llevaba evidente vientre de embarazo. ¡Mi esposa estaba embarazada…! ¡…embarazada y no de mí!

Según me dijo no me lo había comunicado pues justo quería sorprenderme, y lo había conseguido. Quedé impactado. En la pantalla siempre que nos comunicábamos por internet nunca noté cambio alguno pues su vientre no se alcanzaba a ver.

Por supuesto que me sentí inmediatamente traicionado, ¡¿quién no en una situación así?! Habíamos pasado meses separados, tiempo suficiente como para estar seguro de que aquello en su vientre no era mío. Aunque ella no tardó en explicarme lo sucedido, y sé que ustedes dirán, “pero qué explicación puede justificar algo así”.

No obstante, entiendan, en verdad amo a mi esposa… ¡qué carajos!, si no la amara la hubiera abandonado de inmediato. Así que tragándome mi orgullo y mi sentir, sintiendo la traición en carne viva, la escuché e incluso traté de entenderla. “Entender por qué se embarazó de otro hombre en mi ausencia”, lo sé, es demencial.

Pero para explicar por qué la escuché debo decir que lo hice pues estaba consciente de su deseo por concebir. Eso ya desde hace mucho. Lo habíamos intentado pero sin éxito. Y la imposibilidad de lograrlo la tenía en un estado de aflicción perenne que bien sabía le atormentaba. Ella quería ser madre y yo hice cuanto pude por hacerla feliz.

Maly, ya en ese estado tan anhelado, me contó todo:

“¿Te acuerdas la última vez que visitamos a Estela y Ricardo?”

Ricardo y Estela eran una pareja que frecuentábamos ya que Maly y Estela eran amigas desde la preparatoria.

Según Maly, Estela en plática privada (mientras que Ricardo y yo estábamos lejos de ellas) le confió que estaba teniendo una aventura con su instructor de yoga. Esto me lo confesó Maly con cierto recelo pues creía que al contármelo traicionaba a su amiga, pero era necesario para entender cómo ocurrieron los hechos. Me pidió guardar el secreto y no decirle nada a Ricardo. Yo se lo prometí pues si bien me he llevado bien con él no somos precisamente amigos, claro que aun así me pesó aquello. Esto es algo que a los hombres en verdad nos afecta, enterarnos que a un conocido le están poniendo los cuernos, es casi como si a uno mismo le pasara, cala hondo, aun cuando le pasa a otro.

Me dijo que Estela aprovechaba las ausencias de su marido para estar con aquél, ya fuera en su casa o en la de él.

Según mi esposa ella se había mostrado tan impactada como yo al enterarse. Molesta ante la revelación de su amiga la trató de convencer de que estaba en un error y que debía de dejar de ver a ese hombre. Maly le decía que su matrimonio era primero y que no debía engañar a Ricardo. Pero al parecer Estela no aceptó sus consejos.

Ella se justificaba en que no se trataba de una aventura amorosa. Según Estela lo que pretendía al tener sexo con aquel hombre era exclusivamente quedar embarazada. Aquí hay que decir que Estela, al igual que mi esposa, ya deseaba hacerlo desde hacía tiempo, es decir embarazarse. Sólo que en nuestro caso no lo habíamos conseguido pese a nuestros intentos. En el caso de Estela la razón era diferente, Ricardo, su esposo, se oponía a tener hijos. Él estaba convencido que ser padre sólo le acarrearía problemas y no deseaba una vida así.

Estela, sin embargo, estaba obstinada en tener un hijo pese a las negativas de su cónyuge, y allí estaba el motivo de sus frecuentes discusiones. Maly y yo, en cambio, sí estábamos de acuerdo, pero no lo habíamos logrado. Incluso recurrimos a un tratamiento hormonal, lo que sólo elevó su apetito sexual y justo fue cuando yo tuve que salir del país. Claro que en ese momento no pensé siquiera que la cuarentena me iba a dejar lejos de mi hogar por tanto tiempo.

Dos mil veinte cambió nuestras vidas; pocas veces algo nos afecta así, de forma tan global como ha ocurrido con esta pandemia. De una u otra forma a todos nos afectó. De pronto te das cuenta que hubo un tiempo pre-pandemia, en el que antes vivías, el cuál a estas alturas consideras como “la normalidad”, y que era una época muy diferente a la que ya estás viviendo ahora.

Yo no entiendo por qué no hicieron la cuarentena desde un inicio, en el lugar específico donde todo comenzó, en vez de hacerlo cuando el virus ya se había diseminado por el mundo. Y mucho menos comprendo por qué justo me tocó aquella locura cuando estaba lejos de casa, dejándome atrapado en un país extranjero sin poder regresar por meses. Pero qué carajos, así fue.

Había dejado a mi esposa en un estado emocionalmente lamentable, la dejé sola, lo sé, pero qué podía hacer.

Me comunicaba con Maly tan frecuentemente como podía. Junto con ella lamenté nuestra situación, pues bien sabía que en ese momento le hacía falta. Ambos nos necesitábamos.

En tales condiciones ella se apoyó en Estela como única compañía y la veía frecuentemente. Esto fue lo peor, lo que propició todo. Y es que ya sabiendo lo que estaba haciendo la condenada “Estelita” ustedes podrán adivinar por qué digo esto.

Según mi esposa, en una visita que le hizo Estela, ésta le informó que ya estaba encinta.

“¿Y es de…?”, le preguntó mi mujer, obviamente refiriéndose al amante y no al marido.

“Sí, por supuesto, Ricardo jamás me lo hubiera hecho. Prefería gastar en preservativos con tal de no arriesgarse a que yo hubiese dejado los anticonceptivos. Cosa que hice, desde luego”, le respondió Estela con una sonrisa en el rostro.

“¿Pero ahora qué vas a hacer? ¿Cómo le explicarás a Ricardo que…?”

“Le diré que tomé su esperma de un preservativo usado y que así me embaracé, que estaba tan desesperada que así lo hice. O quizás mejor, le pincharé uno y cuando eyacule verá que se ha roto…, no sé, algo se me ocurrirá. Ay, después de todo si hice esto fue por su culpa. Si tan sólo hubiese cedido no hubiese tenido que recurrir a otro hombre.”

Maly, indignada, repudió lo hecho por su amiga pero Estela se defendió con argumentos en contra de su cónyuge.

“Mira, Ricardo es un inmaduro que no quiere responsabilidad alguna. Debería estarme agradecido.”

“¿Agradecido?”, reaccionó mi esposa a tal comentario.

“Sí. Yo lo hubiese podido abandonar e irme con otro, pero no lo hice, en cambio este niño llevará su nombre. Y vas a ver, nuestro hijo le ayudará a madurar. Él cree que va a ser joven eternamente y que en cualquier momento podrá cambiar de parecer, pero el tiempo se nos va Maly, a todos. Yo misma estoy consciente de que ya no tenía muchos años para embarazarme, y si no lo hacía ahora cada año sería más improbable o incluso arriesgado. No iba a perder esta oportunidad, la verdad.”

Esto que le dijo a mi mujer influyó en ella, pues a Maly le atormentó creer que sus años de fertilidad se le agotaban y que quizás nunca concebiría, según me confió como justificando su actuar. No obstante, hubo algo más contundente.

“Deberías hacer lo mismo”, le aconsejó descaradamente la desgraciada Estelita.

“¡Pero claro que no. Yo nunca le haría eso a mi marido!”, le dijo Maly, por lo menos eso me contó.

Ella jamás cometería una infidelidad así como así, según sus propias palabras, pero bueno…

Afectada por la soledad (me contó mi esposa) sufría por las noches no pudiendo conciliar el sueño; pensando y pensando en que quizás perdería la oportunidad de ser madre si la cuarentena se prolongaba, o, incluso, si (aunque regresara) yo no conseguía embarazarla. Quizás el que yo no estuviera allí era la oportunidad perfecta para…

Para que Maly se embarazara, aunque fuera de otro hombre.

Acompañada de la alcahueta de Estela, mi esposa era conducida hacía las puertas de la residencia del mentado instructor de yoga.

“¿Y estás segura de que él estará dispuesto a…?”, todavía le cuestionaba mi insegura esposa a su amiga.

“Sí claro”, le decía muy animada, pese al frío que según mi mujer hacía ese día.

Al llegar al chalet que aquel desgraciado tenía como hogar, Estela tocó el timbre.

Ambas temblaban, según me contó Maly estaba helando, aunque ella me aseguró que más temblaba por los nervios.

“¿Y si Jorge se entera?”, todavía le dijo a su amiga, como empezando a arrepentirse de la idea, pero justo en ese momento abrieron.

Sin embargo quien había abierto no era el hombre que buscaban. Aquél que salió era un hombre de raza negra, alto y musculoso quien según sus propias palabras se llamaba Antoine.

Según les dijo, el otro hombre había salido y estaría fuera de la ciudad por mucho tiempo. Era por eso que aquél le había encargado su casa.

Parecía cosa del destino e incluso mi esposa por un momento así lo interpretó. “Dios, o algo igual de sagrado se interponía para que no cometiera un acto de infidelidad”, me dijo.

Pero claro, Estelita actuó de nuevo. Supuestamente debido al intenso frío, Estela aceptó la invitación que les hizo Antoine para que pasaran y tomaran algo caliente.

“No, yo creo que mejor nos vamos, ¿verdad…?”, dijo Maly pero Estela ingresó inmediatamente al chalet.

“Ya debimos habernos ido Estelita, ¿qué estamos haciendo aquí?”, le dijo Maly a su amiga cuando estuvieron solas, pues Antoine había ido a la cocina.

“Maly, una oportunidad así no la podemos desperdiciar.”

“¿De qué hablas Estelita?”

“Qué no sabes que los negros son los hombres más fértiles del mundo. Son como sementales…”

Y ahí Estela le habló a mi esposa de la (según ella) bien conocida capacidad de aquellos para embarazar a las mujeres.

Según aquella, un hombre con las características de Antoine normalmente contaba con un miembro viril grueso y largo que, por lo tanto, tenía mayor posibilidad de abrirse camino hacia el útero y así facilitar la inyección de los espermas acercándolos lo máximo posible al óvulo a fecundar.

Además de que expelían mayor cantidad de semen; cosa que claro, ella aseguraba como absoluta verdad pese a sólo basarse en rumores. No obstante, la sonsacadora expuso aún más cualidades.

Parece absurdo pero mi mujer se tragó cada una de esas palabras llegando a sopesarlas como si fueran verdad. No le pasó por la cabeza que su amiga decía aquello sólo porque se quería coger a aquel hombre. Esa era la verdad, la mujer evidentemente estaba caliente y estaba deseosa de que se la cogiera el negro.

Perdón, no tengo nada en contra de las personas de tales rasgos, pero que sólo por ello se enganchen ciertas mujeres me parece muy… bueno, en fin.

"Él podría ser el padre de tu hijo… viste su cuerpo", dijo la muy deseosa.

"¿Pero cómo…? ¿Él es negro?", respondió mi mujer señalando lo obvio.

Maly, queriendo imitar las fechorías hechas por su amiga, pretendía hacerme creer que yo la había embarazado antes de salir de viaje.

“Ay, no me vas a decir que esperabas hacerle creer a tu marido que él te había embarazado. Jorge está lejos y quién sabe cuándo regrese, no te lo va a creer. Discúlpame amiga pero no puedes hacer lo mismo que yo. Eso sería imposible. En tal caso dile que recurriste a otros medios."

“¿Otros medios?”

“Sí, no sé… inseminación artificial. Que un donante anónimo te donó sus espermas y que no sabías que era afrodescendiente, qué sé yo.”

“Ay Estela, ¡cómo se te ocurre!”

Me contó mi esposa que luego ellas tomaron café y té con Antoine y que conversaron. Él les dijo que era físico culturista, que trabajaba en un gimnasio, pero que además modelaba e incluso hacía apariciones en televisión.

No dudo que esto motivara aún más a la amiga de mi esposa, quién, según Maly, le brillaban los ojos y le sonreía coquetamente al negro macho.

Luego de un rato de plática, según me confió Maly, Estela se ofreció a ayudarle a Antoine a recoger las tazas y llevarlas a la cocina. Maly cree que fue en ese momento, cuando ellos dos estuvieron en la cocina, cuando Estela le contó sobre el motivo que las había llevado allí. Es decir, posiblemente Estela le confió las intenciones de mi esposa por embarazarse y, quizás, le pidió su ayuda para eso. Tiene sentido, era buen punto de partida para que la sonsacadora de Estelita cumpliera su fantasía de ser cogida por el negro, el que mi esposa necesitara que la embarazaran le serviría de pretexto.

En seguida Antoine y Estela regresaron con bebidas alcohólicas y ella creé que ya traían su plan: Ayudarse con esos tragos para desinhibirla; pues bien sabía que mi mujer no cedería del todo estando en sus cinco sentidos.

Maly, no acostumbrada a beber tanto como su amiga, no tardó en subírsele y en poco ya estaba riendo de cualquier tontería (así es ella cuando se embriaga), mientras que Estela y Antoine cruzaban miradas cómplices. Mi esposa lo notaba pero ya para ese punto estaba tan animada por el alcohol que dejó que pasaran las cosas.

Entre guasa y guasa Estela propuso a Antoine jugar a las cartas poniendo como pago la ropa que les vestía. Por supuesto esto con mira a crear una situación más íntima y cachonda de aquel trío.

Borracha como estaba, Maly no tardó en perder sus prendas rápidamente, aunque los otros dos no se quedaron atrás, pues, dejándose ganar también quedaron en ropa interior fácilmente.

Estela exhibía su excitación por ver por fin el cuerpo desnudo de Antoine. Aquél la tenía bien prendida al lucir su bien marcada musculatura. El atlético hombre ya sólo vestía trusa cuando Estelita le ganó con gran satisfacción la última de sus prendas.

Sabiendo lo que vendría, con gran entusiasmo compartió su sentir con mi esposa.

“¡Ay, por Dios!, prepárate Maly, vas a ver lo que nunca has visto.”

“Ay, ¿a poco?”, le respondió mi mujer ingenuamente.

Y el negro se bajó el calzón.

Mi mujer dijo que aquello la espantó. Cuando mencionó esto imaginé cómo pudo haberse visto su rostro, de seguro hasta debió gritar del horror.

“¡Es tremenda!”, bramó mi esposa.

La figura del alto y musculoso macho estaba ahí mismo, ante ella, pero el foco de su atención se centraba en lo que le colgaba entre sus macizos muslos, un morzolote que parecía gruesa morcilla rematada por una hinchada cabeza y por debajo, en la base, dos testículos grandes y colgantes.

Esto derechamente le impactó a mi esposa, y eso a pesar de que el mencionado falo no estaba erecto, pues, según me contó, sólo colgaba arqueándose apuntando hacia el piso.

Tal fue el susto que Maly trató de huir de allí inmediatamente, sin embargo su amiga la tomó de la muñeca y así la detuvo.

Con palabras la trató de tranquilizar

“Ven… cálmate… mira que…”

En fin, el caso es que, mientras le decía cualquier pendejada, prácticamente la llevó de la mano hasta acercarla a Antoine quien, inmóvil y desnudo, la aguardaba.

La desgraciada de Estelita llevó de la mano a mi esposa hasta que ella sostuvo la vergota de Antoine quien la lucía descaradamente. De esta manera Maly tocó por vez primera una cosa así.

Según dijo, se afianzó de ella involuntariamente, como si no controlara su propia mano ésta manipuló tal apéndice de adelante a atrás, y se maravilló de su grosor y de su endurecimiento conforme ella lo manipulaba.

La vergota se erectó y la tiesa carne maravilló a mi mujer. Como retomando consciencia de que aquello era parte viva de Antoine Maly subió la mirada al rostro del negro hombre con vergüenza, sin embargo éste le sonrió. Maly sintió tal seguridad y confianza que le correspondió en la sonrisa. Lo demás ya se lo imaginarán.

“Y luego tú, en tu estado”, le decía Maly a Estelita mientras veía admirada como su amiga toleraba las rudas arremetidas que aquel negrazo vigoroso hacía contra el menudo cuerpo que tenía delante.

Estela no contestaba pues lo único que podía emitir eran gemidos, como producto de las rudas intromisiones a su cuerpo.

No obstante,

“¡Pero… ¿Y tu bebé?!”, insistió mi esposa.

“El bebé estará bien”, Estela dijo con cierta dificultad, apenas pudiendo expeler las palabras entre cada empellón que recibía duramente desde atrás. La mujer prefería gozar antes que pensar en la salud de su producto.

No sé cómo mi mujer no huyó de allí en ese momento, luego de ver lo tolerado por su amiga. En vez de eso fue testigo y luego…

“Maly ven aquí, vamos, ven aquí”, le dijo Estelita a mi mujer animándola a acercarse a la erecta verga que para el momento ella tenía entre manos.

El hombre echado en la cama se dejaba manipular del falo en un break con el fin de descansar por un momento del ayuntamiento.

“Está caliente”, dijo mi esposa al tenerlo en su mano nuevamente.

“Pero bésalo Maly que una cosa así no la tienes frente a ti todos los días”, le dijo Estela animándola a interactuar con el pedazo de carne viva que en ese instante latía entre sus dedos.

La mano de mi cónyuge se movió de manera automática de arriba abajo acariciando el fuste que sujetaba, al cual, sonriendo nerviosamente, dirigió sus labios con los que besó la cabezona punta.

Para este momento yo no creía que mi mujer hiciera todo esto sólo por estar borracha, o por querer embarazarse, para mí que lo disfrutaba. Y máxime lo digo porque luego:

Maly por propia voluntad dio lengüetazos a aquella cabezona como si de una bola de helado se tratara. La amiga rio ante el atrevimiento de su compañera de aventura y se unió a ella en sus lamidas y caricias, ya que el falo era lo suficientemente grande para que ambas lo atendieran.

Una y otra lo limaban con ambas manos restregándolo como nunca habían hecho con pene alguno. Deslizaban sus palmas una y otra vez por toda aquella gruesa largueza. Le sopesaban los grandes y pesados testículos contenidos en aquella talega de carne que sólo Estela se atrevió a lamer. Ésta se metió; no sin cierto esfuerzo; la cabezona punta del glande y tragó pescuezo, tanto como pudo, demostrando su natural lujuria de hembra descascada. Estaba casada, e iba a ser madre, pero no por eso dejaba de ser mujer, una muy lujuriosa, y esto lo demostró con creces cuando…

“No sé tú pero yo quiero seguir metiéndome este pedazo de felicidad por la vagina”, dijo impúdicamente.

“Ven Antoine, quiero volver a sentirte dentro mío”, le dijo al hombre, quien se incorporó mientras que ella se tendía de espaldas a la cama abriéndose de piernas al poderoso macho que se le colocaba encima.

Volvió a gritar cuando se le introdujo Antoine como si su sexo aún no se hubiese adaptado al inusual tamaño.

Mi esposa pudo ver como aquella tremenda cosa ingresaba al sexo de su amiga y no podía creerlo, por lo menos así me lo puntualizó detallándome cada metida como si de un hecho inusitado se tratara.

“¿Cómo se ve?”, de repente le cuestionó Estela y mi esposa tomó consciencia de lo que estaba haciendo y se sintió avergonzada.

Sonrojándose casi se retiró pero Estela le dijo:

“No te afrentes, esto es perfectamente normal. Tú también tienes que hacerlo, acuérdate que además tú lo necesitas más que yo. Ven, ahora es tu turno”, y la mujer le cedió el lugar a Maly.

“Sí, así, tus piernas bien abiertas”, le decía Estela mientras que ella misma le tomaba de ellas para separarlas tanto como pudiese. Bien sabía que era necesario para poder dar cabida a lo que vendría.

“Voy a… necesito un momento”, de repente dijo mi mujer y se levantó de la cama. Comentándome esto creí que me iba a decir que se había arrepentido, pero no. Sólo tomó un instante para tranquilizarse, pues era la primera vez que… pues bueno, que me sería infiel, y más aún, que se metería un pene de tal tamaño lo que le daba susto.

Tras respirar profundamente dijo: “Bien, estoy lista”, y regresó a la cama donde retomó posición.

“Nunca he…”, dijo como tratando de solicitar prudencia al negro macho que tenía delante. Había visto con que contundencia había arremetido a la amiga y no quería que…

Sin embargo justo aquella intervino.

“No te preocupes, yo voy a ayudar para que se facilite la penetración”, así le dijo Estela mientras que, tomando la verga por propia mano, la condujo con cuidado (según mi mujer) hacia la abertura vertical.

“Sólo siéntelo”, dijo Estela y manipuló el pene para que la cabezona punta rozara el clítoris de mi mujer, además de paseárselo por toda la raja.

Lo sentido por Maly en esa paseada de verga no me lo confesó.

Luego, como si de un hilo a insertar en el ojal de una aguja se tratara, Estela chupó y ensalivó el falo y se dispuso a insertárselo a mi mujer.

“¡Ay Dios! ¡Lo siento tan… es tan grande!”, gritó mi esposa.

“No creo poder contenerlo todo”, dijo luego.

Pero el negro hizo caso omiso y siguió perforando.

Estela intervino nuevamente y acarició a Maly como para tranquilizarla.

“Enfócate en el placer y no en el dolor”, le dijo.

Y parece que así lo hizo Maly pues, según me confesó, poco después Antoine se la metía y sacaba a mayor velocidad brindándole un placer nunca antes experimentado. Era puramente sexual, aclaró, como diciéndome que no se enamoró de él.

“Yo sólo te amo a ti”, me aseguró.

Pero por supuesto yo no dejaba de imaginarme como aquel negro desconocido había fornicado a mi esposa, quien se le había abierto de piernas con fin de que aquél le hiciera un hijo.

Me la imaginaba siendo penetrada desde atrás mientras su amiga frente a ella le decía:

“Ya ves, ya ves, te dije que ésta sería una maravillosa experiencia, ¿o no? De seguro que Jorge nunca te ha hecho sentir así”

Y mi esposa de seguro asentiría siendo penetrada, mientras ella apoyada en sus cuatro extremidades trepidaría por los duros asaltos.

Es más, pude oír cómo Estela de seguro le decía a Antoine:

“Eyacúlale, eyacúlale bien adentro. Lo más profundo que puedas”, mientras que Maly seguía gozando de alguno de esos orgasmos que aquél le hubiese sacado.

Aunque según Maly, para calmarme, me dijo que por el contrario, ella pedía tregua diciéndole: “Ay, ya, ya… ya no aguanto. Ya me cansé”, pues consideraba haber llegado a su límite.

Pero el otro respondía: “Aguanta, espera, aún nos falta. Todavía no estoy listo para eyacular”, diciendo esto al estar bien consciente de que aún podía contener los espermas por un rato más de gozo.

Pero al final el hombre cumplió con lo prometido. Inundó a mi mujer con la semilla prometida, e incluso la cargó para ponerla de cabeza, de tal manera que los fluidos que él le hubiese inyectado se deslizaran por gravedad hasta lo más profundo de su matriz.

Fue así como me lo contó Maly.

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