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Cuando la calentura aprieta (02)

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Pasaron unas semanas después de mi primera infidelidad, pero en vez de sentirme mal, me ocurría todo lo contrario.

Necesitaba otra ración de hombre, mi mente y mi cuerpo no paraban de pedírmelo, era como una droga.

Y para saciar ese mono que tenía, me centré en el entrenador de futbol de mi hijo pequeño.

Alberto de 24 años, no muy alto, castaño y cuerpo atlético, aunque sin exagerar.

Cada vez que lo veía mi cuerpo pedía follármelo, pero no sabía cómo entrarle, ya que como os conté toda mi vida he sido bastante cortada.

Un día mi hijo me dijo que el entrenador quería hablar uno por uno con todos los padres para hablar del rendimiento de la temporada de cada niño individualmente. Aproveché ahí para intentar llevarlo hacia mi fantasía.

Me llamó una tarde para ver si podíamos quedar en el campo de fútbol, le dije que no podía ya que tenía cosas que hacer y le propuse que viniera a mi casa al día siguiente sobre las 10 y así le invitaba a un café. Él accedió y yo tuve que ir enseguida a masturbarme en la ducha con solo de pensar que lo tendría solo para mí en mi propia casa. Aquella situación me sobrepasaba, nunca había sentido un morbo igual.

Al día siguiente, tras llevar a mis hijos a la escuela, volví a casa rápidamente, me di una ducha y me puse una camiseta deportiva y un pantalón corto de deporte sin ropa interior debajo, algo que debería haber hecho ya que notaba como lubricaba sin saber aún que iba a pasar, a lo mejor no podía encauzar la situación hacia mi terreno y me quedaba a cuadros.

A las 10 llegó Alberto, le invité a pasar, puse unas tazas de café y empezamos a hablar del desarrollo de mi hijo en el equipo, por mucho que yo intentaba cambiar de tema él seguía con el informe completo. Pero al final pude cambiar un poco de tema, le pregunté si tenía novia, él me contestó que no y ahí empecé a decirle que con lo guapo que era y tal y todas esas tonterías que se dicen, poco a poco noté como se ponía colorado e intentaba cambiar de tema, pero yo seguía acribillándole con preguntas y no le dejaba.

Llegado a un punto le pregunté directamente si alguna vez se había follado a la madre de algún jugador, él riendo respondió con un “ojalá”, ahí ya me interesé más y le pregunté que a cual le gustaría follarse, él riendo y sabiendo por donde iba el tema me dijo que había varias, pero que yo era una de ellas.

Ya no pude aguantarme más, me acerque a él y eché mano de su polla que se notaba ya morcillona por debajo del chándal. Empezamos a morrearnos salvajemente y sin darme yo ni cuenta le bajé el pantalón del chándal. Tenía una polla enorme, era grandísima y sobre todo gruesa, nunca me hubiera imaginado en esa situación, pero me emputecí muchísimo y me faltó tiempo para meterme ese pollón en la boca. Me sentía eufórica al tener la boca llena con ese pene, empecé a mamar intentando salivar lo máximo posible ya que no podía casi ni moverme teniendo eso en la boca.

Así estuve un rato hasta que él me paró la cabeza, me levantó y me desnudó en un segundo, me sentó en el sofá y me abrió las piernas, se puso una en cada en hombro, aproximó su polla y de una embestida me penetró. Me dolió un poco, pero me excitó la brutalidad con la que me estaba follando, con esa cara de niño bueno, no podía ni imaginar la forma de follar que tenía.

Me estuvo follando en esa posición hasta que me corrí, seguidamente bajó para chupar todos mis jugos de la corrida con su boca.

Se sentó en el sofá, me di la vuelta y me sentó sobre su polla, empecé a cabalgar, sintiendo como llegaba al fondo de mí. Notaba el capullo dar con mi útero, aquello no hacía más que ponerme aún más cachonda y no tardé en correrme otra vez.

No podía creerme la follada que me estaba dando, era increíble, Alberto no se cansaba.

Me puso a cuatro patas y empezó a follarme fuertemente, esas embestidas me causaban dolor a la vez que excitación, sentía sus huevos chocar contra mis nalgas, toda esa polla estaba dentro de mí. Algo que al verla me resultaba imposible. Sentía como mis piernas temblaban, me corrí por tercera vez, mi cuerpo me pedía parar, no aguantaba más placer.

Le dije de parar y él me contesto que estaba a punto. Me tumbó en el suelo, yo ya no podía ni moverme y en la postura del misionero, siguió follándome. Veía en su cara el placer, que le faltaba poco para correrse, caí que no tenía puesto el preservativo, me asustó, pero no podía ni hablar, estaba muerta por ese placer inmenso.

De repente sacó su polla, se subió un poco encima de mí y pude ver como su polla empezaba a derramar leche sobre mis pechos y un poco sobre mi cara.

Era la primera vez que se corrían sobre mí.

Al terminar me sentía reventada por el placer, sucia y cachonda por sentir la leche de él encima de mí, me sentía muy puta, me sentía viva.

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