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Dándole rienda suelta a mi transformación como puta travesti

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En verdad, ahora el ser un crossdresser (travesti) dejó de ser un simple pasatiempo “kinky” para convertirse en un medio para conseguir verga, casi con desesperación; primer cambio: mi ropa – cada vez era más y más la ropa de una puta completa, desde microfaldas de 20 centímetros que apenas cubrían mi trasero hasta las botas de cuero que me llegaban hasta los muslos. Buscaba modelos e ideas en la web – quería lucir como la puta perfecta; empecé a gastar un dineral en ropa, comprándola online. Mi verdadero trabajo (sí, tenía uno) pasó a un segundo plano. A continuación empecé a buscar más clubes nocturnos – más lejos del centro, incluso menos sofisticados. Quería encontrar aquellos lugares que son clubes pero que, en realidad, la gente iba para encontrar una puta para coger. Encontré algunos fuera de la ciudad. Eran otra cosa: lugares oscuros, llenos de humo y con olor a alcohol, música poco bailable, gente con rostros en celo. Ya había pasado tanto tiempo en la calle que no tenía temor para nada, me sentía muy segura de mi misma, de mi apariencia, de mi sexualidad.

Desde aquellas primera vez, donde perdí mi virginidad había cogido al menos una docena de veces (o quizá más), usualmente con tipos que conocía en bares y lugares similares; cada vez me volvía más experta como Claudia, es decir, pensar en coger como una mujer, no como un hombre; tomaba el rol de perra sumisa que obedece a su hombre, dejándome tomar a veces con algo de violencia. Me volví más selectiva – no quería al casado gordo y aburrido de su mujer, quería solo sementales, en forma, con clase. Confirmé lo que siempre se dice de los hombres de color: tienen una verga espectacular, gorda, cabezona, llena de venas hinchadas, así que casi siempre les deba en sí cuando me seducían. Empecé a tener sexo en los baños de los bares e incluso, una vez (que estaba con mucho trago en la cabeza), en un pasaje público en la parte trasera del bar. Otros me llevaban a sus departamentos donde daban rienda suelta a todos sus instintos; me dejaba coger por el culo hasta que me causara dolor; además empezaba a volverme igual de adicta a chupar vergas duras… se siente tan RICO tener un tremendo pedazo de carne metida hasta el fondo de tu garganta. Creo que a veces me gusta más mamar que ser cogida por detrás.

Para los días de semana conseguí un par de “novios” regulares. Claro, uno no sabía de la existencia del otro (y supongo que ni les importaría). Eran mis “fuck-buddies”: jóvenes, hermosos, fornidos, buenos sementales. Cuando no tenía ganas de salir los fines de semana los podía tener a mis pies con una simple llamada de teléfono. Me complacen y engreían no importa como. Y cuando no tenía verga para mamar me convertía en zorra de internet, exponiéndome en sitios como cam4.com; me llenaba el trasero de dildos mientras modelaba lencería sexy – o a veces, semi-desnuda; me encantaba tener MILES de hombres arrechos de audiencia; era esa sensación única de estar súper expuesta al mundo entero. Me encantaba y me arrechaba increíblemente. Y cuando todo esto fallaba, simplemente me daba una juerga de alcohol en mi departamento, con porno en mi TV, vestida en lencería mientras me metia dildo, tras dildo, dos o tres a la vez, y cuando ya estaba totalmente abierta, por qué no meterse una lata de cerveza o una botella gruesa por el culo. Recuerdo que una noche estaba tan borracha y arrecha con todos mis dildos en el culo, que, a falta de semen humano, me vacié medio litro de yogur de vainilla en la cara, imaginándome que estaba en una sesión de bukake, con litros de esperma caliente en mi rostro.

Esos meses fueron realmente “extraños” pues mi transformación fue tan rápida y radical que por ratos me asustaba. Parecía que no pensaba ni me importaban las consecuencias – quizá era una especie de rebeldía contra muchas otras cosas que venían pasando en mi vida en ese momento. Quizá estaba en una fase autodestructiva. Quizá Claudia, la mujerzuela, siempre estuvo dentro de mi cuerpo y solo esperaba el momento ideal para liberarse y tomar control de mi cuerpo y mi mente. Quizá simplemente nací para ser una PUTA.

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