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De vacaciones por el sur me tiré a una del norte

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En los años 90, cuando yo tenía 21 años, en plena era grunge, me cogí prestada la autocaravana de un tío por parte de madre y me dirigí al sur, a una localidad andaluza.

Aunque podía estacionarla en cualquier lugar, preferí hacer una reserva en un camping cerca de la playa.

Una vez que entro en el recinto me encuentro con un lugar paradisíaco. Había palmeras por todas partes, bancos de piedra, mucho césped y fuentes.

Estacioné frente a la autocaravana de un matrimonio de franceses de unos cincuenta años de edad. Tenían una hija de 19 años. Era rubia y con ojos verdes. Muy pecosa.

Se sorprendieron al ver que llegaba solo, sin padres o amigos. Intimaron mucho conmigo, considerándome como a uno más de la familia.

Yo ocupaba el día haciendo algo de footing por el paseo marítimo, sobre todo por las mañanas. Por las tardes me pegaba algún chapuzón en la playa y me bronceaba algo, aunque no mucho (no me gusta abusar del sol), y leía alguna novela de piratas tumbado en la arena, mientras de fondo escuchaba el oleaje del mar.

Por la noche, no podía faltar el frecuentar algunos locales de moda. Techno y ritmos latinos no faltaban en pubs y discotecas por las que me moví. También visité con asiduidad un local para motoristas donde echaban Rock, aunque en este lugar escaseaban las chicas sin pareja. Por desgracia, en este pub había buena música pero pocas oportunidades de mojar el churro.

Camile, que así se llamaba la hija del matrimonio francés del camping, se aburría un poco, al no tener amigas con las que salir por la noche. Ella no se atrevía a andar sola por ahí.

Entonces una tarde le comento, que podría sugerirle a sus padres el que ella me acompañase de juerga, como amigos, y así saldría a divertirse de noche sintiéndose segura.

Con la aquiescencia de sus padres, esa misma noche salimos de marcha juntos y nos fuimos a un local de Techno. Camile estaba muy hermosa con su melena rubia suelta, una blusa blanca que trasparentaba y dejaba ver un sujetador negro, unos jeans rotos y zapato plano.

Mientras yo fui a la barra a pedir unas consumiciones, ella se dirigió a la pista de baile. Yo observaba en la distancia, cómo Camile con sus contoneos sensuales les iba calentando la bragueta a tres o cuatro guiris cazurros. Cuando me acerqué a ella con las bebidas, me dice:

–Ya ves que tengo unos cuantos pretendientes, pero esta noche quiero follar contigo.

–No debes sentirte obligada a nada. Para mí es un placer acompañarte e invitarte. Tu presencia me hace la noche más grata –le suelto yo.

–Si te echo un polvo esta noche no es por cumplir, por agradecimiento, sino porque me pones mucho. Además, somos vecinos de camping y eso da mucho morbo.

La verdad es que en aquel camping me sentía como Huckleberry Finn en su cabaña del árbol. De noche parecíamos una caravana de un western haciendo una parada, dirección a California.

En fin, que Camile y yo recorrimos casi todos los locales de la villa. De madrugada todas las músicas son buenas, sobre todo si vas acompañado de una hermosa francesa de ojos verdes.

A última hora decidimos acudir al local de motoristas en donde echan buen Rock Clásico. En aquel momento estaba sonando “The boys are back in town” de Thin Lizzy, ¿qué más se podía pedir?

En un rincón de la barra, mientras esperábamos por las consumiciones, se me ocurre preguntarle:

–Oye, ¿es cierto eso de que todas las francesas casadas tienen sus amantes, que allí se ve como algo normal, o es un cliché?

–Es cierto. Por lo menos en un porcentaje alto. Mi madre también tiene sus amantes. Y yo también los tendré cuando me case, por supuesto –me contestó.

Sentados en un sofá del pub, me acerco a su carita de niña mala y le doy un tímido pico en los labios. Camile reacciona cogiéndome por la nuca y pegándome un morreo intenso. Estuvimos unas buenas dos horas magreándonos de lo lindo, calentándonos mutuamente las braguetas.

Decidimos ir al camping y meternos en mi autocaravana. Eran sobre las cuatro de la madrugada y todo estaba en silencio. El interior de la autocaravana de los padres de Camile tenía las luces apagadas, eso era buena señal.

Le comento a Camile que es mejor no encender las luces de la mía, por si están desvelados y se acercan a preguntar por su hija. Era noche de Luna Llena y había buena visibilidad, no era necesario correr riesgos.

Nada más subir al vehículo, Camile se me lanza al paquete, lo desembala y ahí asoma mi butifarra acompañada de sus dos huevos. Ella poco a poco se va introduciendo toda mi tranca en la boca. Para mi sorpresa, no solo se metió la picha, sino también los testículos. Por si fuera poco este gesto, ella se sintió tan desahogada que aún tuvo la ingeniosidad de que al tiempo de tener todo mi paquete en el interior de su boca, iba sacando la lengua, para lamerme el perineo. La estiraba al máximo intentando llegar al ojete.

¡Menuda garganta profunda que me obsequió la muy puta!

Se sacó y metió entero mi paquete en su boca varias veces seguidas. ¡Full Pack!

Cuando mi rabo estuvo erguido a su máxima potencia le costaba más el llevar a la práctica ese peculiar Full Pack. Pero lo conseguía, eso sí, a costa de provocarse algunas arcadas, llenándome la entrepierna de una buena cantidad de líquido viscoso.

Camile estaba muy salida y quería zamparse, literalmente, todo mi paquete. Yo la separé de mi entrepierna y le comenté que este menda también quería saborear su chocho, que tenía hambre de hembra y me lo quería manducar.

Entonces Camile, después de despelotarse en pocos segundos, se acostó en mi cama y separando bien las piernas me dijo:

–Acerca tu rostro a mi cueva. Lame y relame bien las paredes vaginales y el clítoris. Estoy a diez lengüetazos del orgasmo.

Así lo hago y efectivamente, a los pocos minutos noto que inunda mi cavidad bucal con sus caldos calentitos y sabrosos.

Luego se pone a cuatro patas y me suelta:

–¡Jódeme fuerte! Soy multiorgásmica y si eres un buen amante y no pierdes el ritmo del folleteo, puedo enlazar varios orgasmos extensos e intensos.

¡Pues a la faena se ha dicho! Se la enchufo de una sola estocada y me la cabalgo a un ritmo de dos embestidas por segundo.

Por la ventana observo que el padre de Camile está fuera de su auto, fumando y observando las estrellas. Seguro que está preocupado, pendiente de la hora. Su niña todavía no ha vuelto de la juerga nocturna.

Me dio mucho morbo el estar a unos metros de distancia de sus padres dándole caña de la buena a la chica. Tenía miedo que la autocaravana se moviera demasiado con las arremetidas que le estaba proporcionando (ahora ya de tres a cuatro emboladas por segundo), y que su padre se diera cuenta, pero no podía bajar el ritmo pues Camile no hacía más que decirme:

–¡Qué rosario de orgasmos me estás proporcionando, cabrón! Sigue así, no pares. Eres un buen puto ¡Joder!

El padre de Camile se volvió a meter en su autocaravana y entonces, ya sin importarme si mi vehículo se movía mucho o no, cogí a Camile por la cintura y poniéndola de pie, me la fui empotrando contra uno de los laterales del auto.

Ella jadeaba como una auténtica perra sedienta de agua... o esperma. Apoyaba su cara en el vidrio de una de las ventanas, dejándolo empañado por el vaho.

Perdí la cuenta de las veces que se había corrido aquella zorra, pero yo ya no pude aguantar más y le sugerí:

–Me corro cariño. Ponte de rodillas para recibir mi lechada en tu carita pecosa de niña traviesa. ¡Eres muy puta, cariño! Mi polla quiere soltar toda la carga de esperma que llevo en mis huevos sobre tu rostro.

Camile se desacopló de mi verga y poniéndose en cuclillas esperó su peculiar ducha.

A los pocos segundos le suelto unos siete u ocho chorros de semen que voy dirigiendo hacia mejillas, nariz y boca. Cuando acabo de correrme, Camile me chupetea la punta del glande un poco, buscando las rezagadas y últimas gotitas.

No se limpió la cara. Simplemente se restregó la lechada por todo su cutis (imitando a una mascarilla facial), y vistiéndose, se despidió de mí con un beso.

Quedamos para el día siguiente para seguir con las juergas (la de música, baile y consumiciones; y la de folleteo).

Aquellas vacaciones fueron inolvidables. Aquel matrimonio me invitó a ir a visitarlos a París en alguna ocasión. Por supuesto que fui. Me consideraban como a un hijo. La verdad es que casi me convierto en hijo político.

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