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Diario de una puritana (Cap. 4): El que es caballero repite

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Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar.

Mafe me preguntó por el entrenamiento que tendríamos ese viernes, a lo que le respondí que habiendo acabado con las rutinas de fuerza, lo único que había que hacer era un poco de cardio y una rutina de abdomen. Luego me propuso almorzar juntos en un restaurante cercano a la oficina, pero me negué explicándole que debía estar en casa esperando la llegada de una encomienda; supuestamente ese día iban a entregarme un cinturón lumbar, el cual ya tenía, aunque guardado, pues hace mucho que no lo usaba.

Verdaderamente me negué porque supuse que esa noche iba a darse un nuevo encuentro sexual entre Mafe y yo, y mi plan era reubicar mi más reciente adquisición, el bombillo espía. Tenía que ponerlo en mi habitación y verificar una vez más el ángulo, si era necesario reubicar la cama; en fin, asegurarme de que fuera a grabar lo que yo quería grabar.

El día transcurrió en normalidad en el trabajo y una vez terminada la jornada llegó el momento de un nuevo entrenamiento con recompensa final. Mafe y yo partimos rumbo a mi casa. Apenas llegamos, ella se encerró en el baño, se puso su atuendo para entrenar, que nuevamente era una de sus coloridas licras, y a mí lo único que se me ocurrió preguntarle fue si llevaba ropa interior bajo su atuendo deportivo. Ella no hizo mayor drama frente a la pregunta, “cuando llevo licras no me pongo ropa interior, me incomoda bastante, El día que usé la falda obviamente si llevaba…”.

Esa confesión me calentó sobremanera, aunque traté de ignorarla por el bien de la rutina de entrenamiento. Claro que debo admitir que ese día, a pesar de ser una rutina mucho más corta, me costó muchísimo, pues el hecho de saber que Mafe estaba así, dificultó mi capacidad de concentración.

Cuando terminamos el entrenamiento le propuse salir a tomar algo, aunque eso iba en contra de lo recomendable cuando se busca mejorar la forma física, pues el alcohol está prohibido. Pero era viernes, y no quería aburrir a Mafe quedándonos encerrados en casa.

Pero ella tenía otros planes en mente, ella quería quedarse allí, quizá ver alguna película y pasar la noche en mi casa. Yo no me opuse, de entrada era un plan más cómodo, más económico, y que desencadenaría más rápidamente en el codiciado polvo.

En ese momento comprendí que Mafe estaba tan deseosa como yo, su cuerpo exhalaba deseo, estaba anhelando fornicar de nuevo conmigo.

Pedimos una pizza a domicilio, también muy en contra de los intereses por estar en buena forma, pero muy práctica para planes como el que teníamos. No recuerdo la película que vimos, precisamente porque no le puse mucha atención, ya que pasé el tiempo, de principio a fin, besando a Mafe por el cuello, descubriendo además que esta era una de las cosas que más la calentaban.

Fueron cerca de dos horas las que estuve en ese plan: besando su cuello, acariciando su cintura, susurrándole al oído; obviamente, haciendo ciertas pausas para fingir que prestaba atención a la película.

También hubo momento para conversar, y entre uno y otro tema Mafe me preguntó qué tal había estado en nuestro polvo del día anterior. Yo, por el bien de futuros encuentros, me sinceré, aunque no del todo, pues no quería herirla.

-Bastante bien para estar tan deshabituada. Tienes que soltarte un poco más…

-¿A qué te refieres con soltarme?

-Que te conviene estar menos tensa. Tomar la iniciativa ocasionalmente, moverte a tu antojo y disfrutar.

-Bueno, si es por disfrutar, te digo que lo he disfrutado.

-No lo dudo, pero seguro puedes disfrutar más. No quiero que te lleves una imagen errada de mí por lo que te diré… mira, por ejemplo, ese momento en que te dieron ganas de orinar, pudiste haber orinado ahí mismo y listo. Es cuestión de que te dejes llevar.

-Pero una cosa es dejarse llevar y otra cosa es ser sucia y desagradable.

-Es que no te lo tienes que tomar literal, eso fue solo un ejemplo. Si no te sientes cómoda orinándote en medio del polvo, no lo hagas. A lo que me refiero es que si algo se te antoja, debes hacerlo, si me quieres morder, lo haces; si quieres que te chupe los senos, me lo dices o jalas mi cabeza hacia ellos; si quieres gritar, lo haces.

-¿Tú pasaste un buen rato?

-Claro que sí. Fue un polvo ciertamente raro, el juego previo fue muy largo, con masaje incluido, que nunca lo había hecho, pero estuvo muy bien. De hecho todavía no me creo haberlo hecho con una mujer tan bella y perfecta como tú.

-Gracias…

-Soy un privilegiado por todo esto que está ocurriendo, de poder estar con una mujer tan bella y de tan noble carácter

-Basta, me vas a hacer sonrojar

-El rubor de tus mejillas es el sustento de mi alma

Ella permaneció unos segundos en silencio, con la vista ligeramente inclinada, como si realmente se estuviera sintiendo intimidada por mis cumplidos. Luego acercó su cara a la mía y empezó a besarme.

Nuestros cuerpos también se juntaron, empezamos a restregarnos el uno con el otro, aún con la ropa puesta. La tomé del culo con ambas manos y apreté sus nalgas como no lo había hecho hasta ahora, mientras nuestro beso se extendía. Sus manos, en cambio, se posaron casi todo el tiempo en mi cara.

Luego del largo beso, empecé a bajar con mis labios por su mentón, por su cuello, al que dediqué un tiempo considerable, a la vez que iba acariciando su abdomen y ocasionalmente sus piernas.

Continué bajando, primero por sus hombros, luego por su pecho, sin detenerme mucho tiempo en sus senos, para llegar a su abdomen. Ella mientras tanto fue sacándose el pantalón, de nuevo con cierto esfuerzo dado a lo ajustado del mismo.

Esta vez me iba a llevar una grata sorpresa, pues Mafe se había tomado la delicadeza de depilar su pubis. Sinceramente, un detalle de fina coquetería. Ahora sí que podía apreciarlo como era, carnoso, jugoso, rosadito, aseado y hasta con buen aroma.

No tuve reparo alguno en chuparlo y en consentirlo con mi lengua. Ya lo había hecho una vez, cuando estaba recubierto por una gruesa capa de bello, no veía razón para no hacerlo ahora.

Ella se limitaba a disfrutar, a permitirme hacer lo que yo quisiera con mis labios, con mis dedos y con mi lengua sobre y entre su coño. Esta vez se le apreciaba un poco más tranquila para suspirar, para gemir, para expresarse.

Su vagina ardía, casi que quemaba, y a mí esto me enloquecía. Me daba a entender que de nuevo estaba haciendo bien mi trabajo. Y es que sinceramente yo me lo tomaba a pecho, sabía que no era cuestión de enfocarme completamente en el movimiento de mi lengua sobre su pubis, sino que todo era un arte de movimientos precisos. Me encargaba de estimular otras zonas de su cuerpo con mis manos: sus pechos, sus pezones, su abdomen, sus caderas, y especialmente su entrepierna, pues esta zona me hacía perder la razón.

Ella correspondía mi esfuerzo con sus gemidos y con esos espasmos, evidentemente involuntarios, tan dicientes de las sensaciones que la poseían.

A esa altura de la naciente relación que surgía entre Mafe y yo, ya tenía dos certezas: los besos en el cuello la enloquecían, y recibir sexo oral era uno de sus mayores anhelos.

Yo estaba deseoso por penetrarla una vez más, pero antes de continuar decidí detenerme y preguntarle:

-¿Mafe, tú te tocas?

-¿Que si me masturbo?... Sí, más de lo que crees

-Jejeje, bueno, luego me lo cuentas. Yo te lo preguntaba es porque quiero que me enseñes a tocarte, para aprender todo lo que te gusta

-No hace falta, el sexo oral que me das es tan placentero como cualquier tocamiento

-Me halagas Mafe, pero me gustaría lograr tu máximo punto de placer sin necesidad de usar mi lengua. No porque no quiera darte sexo oral, sino porque quiero aprender a tocarte, entender que te gusta y que no

-Bueno, te prometo que mañana te enseño a tocarme, pero por ahora quiero que sigas consintiéndome con tu boca

-Listo, trato hecho

Volví a sumergir mi cara entre sus piernas para posar mi lengua sobre su clítoris y estimularlo inicialmente con unos movimientos circulares. Simultáneamente la agarraba de las caderas, casi que clavándole mis uñas, que no eran muy largas ni muy puntudas, por lo que tenía la certeza de que no le estaba haciendo daño.

Yo estaba supremamente concentrado en la estimulación de su clítoris, pero esta se vio interrumpida con un fuerte gemido de Mafe, que en cierta medida me asustó, pues no me lo esperaba, pero que a la vez me confirmó que la había hecho tocar el cielo con mi lengua.

Al igual que el día anterior, Mafe empezó a pedir repetidamente que le “hiciera el amor”, y yo, completamente ansioso y caliente, accedí. Esta vez los condones estaban más a la mano, pues estábamos en mi cuarto, así que no hubo pérdida de tiempo en la tarea de ir a buscarlo. Sin embargo, Mafe me pidió que no lo usara, “quiero que me lo hagas al natural”, fueron sus palabras textuales, lo recuerdo a la perfección. Y lo recuerdo tan bien porque me sorprendió sobremanera, no podía creer que me estuviera pidiendo eso. Yo le hablé como si se tratara de una pequeña niña que no conoce los riesgos de las ETS o de un embarazo, pero ella respondió haciéndome saber que no era ignorante de ello, pero decía confiar en mí, por lo que no tenía recelo alguno en hacerlo así. “Y para evitar el embarazo basta con que te vengas afuera”, dijo ella dibujando una pícara sonrisa en su rostro.

En ese momento parecía que el inocente y el de los prejuicios era yo, pero es que me había sugestionado tanto con el carácter puritano de Mafe, que estaba casi todo el tiempo pensando en no generarle desconfianza.

Y ahora que tenía su beneplácito para follarla a pelo, era el tipo más feliz del planeta.

El día anterior había sentido fuertemente el ardor de su coño incluso usando un condón, por lo que lo que iba a sentir a continuación iba a ser para el delirio. Tomé mi pene entre mis manos y lo conduje hacia su apetitosa vagina, y tal y como lo esperaba, el calor que emanaba de ella era brutal, tanto así que casi me corro con solo penetrarla.

Claro está que me contuve, pues la fiesta hasta ahora empezaba. Fui enterrando mi miembro sin prisa alguna, sintiendo la forma como su vagina abrazaba mi pene, sintiendo su humedad, mirando su carita sonriente y cómplice.

Ella hacia el ademán de acercar su rostro al mío para que la besara. Yo no quería hacerlo porque sentía que me había quedado un molesto aliento a coño, aunque de todas formas era por su culpa, así que tendría que entenderlo.

Sus besos eran dinamita pura, pues Mafe era una experta para jugar con su lengua, y sobre todo para provocar, pues tenía la picardía de hacer el ademán de querer besarte o morderte, para luego retirar ágilmente su rostro y así aumentar el deseo por hacerlo.

En esta ocasión presté la atención que el día anterior no había dado a sus senos. Me apasioné chupando sus pezones, y especialmente jugando con ellos entre mis manos, principalmente acariciándolos por debajo, pues no sé por qué, pero tenía cierta fijación con hacer esto.

El ritmo de mis movimientos fue incrementándose poco a poco, aunque sin llegar a ser violento o demasiado precipitado, sino más bien tratando de sacar mi pene de su vagina en la mayor medida de lo posible, para luego penetrarla a profundidad.

Tenía la sensación de que el coito esta vez era mucho más natural, pues sus gestos eran genuinos, ella ya no se contenía para expresarse, y yo también había dejado un poco al lado esa sensación de estar bajo la presión de cagarla con ella.

Sin embargo Mafe interrumpió el momento para pedirme cambiar de posición. “Quiero montarme”, dijo en medio de una corta y tímida risa.

Yo accedí, me acosté y le di vía libre para subirse y hacer lo que quisiera conmigo. Fue en ese momento que Mafe entendió por completo que ella también podía imponer el ritmo de la relación. No apenas se montó, sino cuando se dio cuenta que si no se movía, poco y nada iba a pasar. Yo le cedí toda la iniciativa, pues llevarla cuando estás abajo es supremamente agotador, además que estaba buscando que ella por fin comprendiera que podía marcar el ritmo del coito.

Inicialmente sus movimientos fueron muy suaves, más como si se estuviera restregando, pero poco a poco fueron más drásticos, fueron convirtiéndose en saltos de su humanidad sobre mi pene.

Yo deliraba viendo cómo se movían las carnes de sus caderas al rebotar sobre mí. Simultáneamente acariciaba sus piernas, y ocasionalmente le agarraba fuerte de las caderas, como buscando hacer más contundentes sus movimientos.

Llegó un instante en que ella me tomó del pelo, me agarró fuertemente y me jalonó hacia ella, hasta llevar mi cara hacia sus pechos. Yo empecé a chuparlos pero ella me detuvo con una cachetada.

Yo quedé helado, no sabía ni que decir, pensé incluso que eso le había molestado, pero antes de que dijera nada ella me interrumpió diciéndome, “discúlpame, se me antojaba mucho hacer eso”. Yo solo le sonreí, pues entendía que mis palabras habían tenido efecto, había conseguido que Mafe gozara del sexo a su antojo.

Luego del pequeño episodio de agresión, Mafe empezó a besarme, esta vez de forma lenta y muy tierna, como queriendo disculparse por el golpe que me había propinado, o por lo menos así lo interpreté yo.

Yo la rodeaba de la cintura con mis brazos, mientras ella seguía cabalgando sobre mí. Los besos se hicieron cada vez más frecuentes, pues tanto a ella como a mí nos apetecía saborear la boca del otro.

Ella también me abrazó, lo que dificultó los movimientos un poco, pero lo que contribuyó a que yo alcanzara el orgasmo más pronto. Ocurrió porque ella empezó a arañarme la espalda, y esto me enloquecía. Se lo hice saber, comentándole que era pertinente que me desmontara antes de que ocurriera algo indeseado.

Ella lo entendió y se apartó. Yo rápidamente me puse en pie y solté mi descarga en sus pechos. Creo que ella no lo esperaba, la expresión de sus ojos, completamente abiertos, y un pequeño movimiento de su torso hacia atrás reflejaron su sorpresa, pero una vez con el semen corriendo sobre sus senos, lo único que hizo fue mirarme y reír un poco.

Yo estaba más que conforme, no solo porque este encuentro sexual había sido mucho más placentero que el primero, sino porque había logrado un cambio drástico en la mentalidad de Mafe.

Capítulo 5: Fantasías de una puritana

Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba...

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