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Diario de una puritana (Capítulo 3): El redebut de Mafe

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El silencio permaneció en el ambiente por unos cuantos segundos, luego ella accedió, aunque en medio de titubeos y de una actitud bastante temerosa. Le pedí que se acostara boca abajo sobre el sofá en el que estábamos.

Sin tener experiencia alguna dando masajes, me aventuré a recorrer su cuerpo con mis manos. Empecé por sus hombros, ejerciendo algo de presión con mis dedos sobre ellos, a la vez que trataba de hacer que mis movimientos fueran circulares. Lentamente fui bajando por su espalda, ayudándome de las palmas de mis manos, a veces haciendo movimientos de presión, ocasionalmente rozando ligeramente y la mayor parte del tiempo amasando su piel y sus músculos entre mis manos.

Me animé a desabrochar su top, llevándome la grata sorpresa de que no llevaba nada bajo este. Rasqué suavemente sobre la marquilla que dejaba en su piel el broche del top, a lo que recibí un agradecimiento de su parte por mi consideración. Sinceramente no pensé que eso fuera a ser tan sustancial, pero así fue.

Su espalda desnuda y su suave piel emanaban sensualidad. Yo sabía que no había motivo para emocionarme por ver una espalda desnuda, pero la de Mafe tenía cierto atractivo, cierta magia; era tan blanca como el resto de su cuerpo, supremamente suave, decorada por lunares y otro tipo de marcas de nacimiento. Dediqué un buen rato a masajear y acariciar su espalda, pues creo que hasta yo lo estaba disfrutando. Ella exhalaba y suspiraba ocasionalmente, entregando señas del disfrute o por lo menos de relajación gracias a mi masaje.

Pero yo no me iba a quedar toda la noche masajeando su espalda. Estaba ante la oportunidad de cumplir una de mis más grandes fantasías. Sabía que tenía que ser cauteloso, y sobre todo paciente. Aunque creo que a esa altura de la noche lo estaba logrando.

Poco a poco me fui dando la libertad de ir bajando cada vez más por su espalda, hasta concentrarme en masajear la zona de sus lumbares, y aventurarme por primera vez a pasar el límite entre su espalda y sus nalgas. Ella seguía sin oponer resistencia o sin hacer reproche alguno.

Inicialmente, cuando me animé a posar mis manos sobre su culo, lo hice por sobre su ropa, como bien dije antes, no quería precipitarme. Amasé sus nalgas entre mis manos por un buen rato, aunque sin llegar a apretarlas ni estrujarlas, ya que un gesto así podría echar por la borda lo conseguido hasta el momento.

Para disimular un poco, traté de no dedicar tanto tiempo a su culo, por lo menos no tanto como le dediqué a sus hombros y su espalda. Así que prácticamente pasé de largo hacia sus piernas, hacia la cara posterior de sus muslos.

Ella se encontraba supremamente relajada. De no ser por sus suspiros ocasionales, habría pensado que se había dormido.

Sentir sus piernas entre mis manos fue todo un placer. Llevaba meses fantaseando con estas piernas, y ahora, por vueltas del destino, las tenía entre mis manos. Eran macizas, tal y como se podían percibir a simple vista. Estaban algo flácidas, evidenciando la falta de tonificación por la que había buscado mi ayuda, aunque a mí me encantaban así, tal y como las estaba sintiendo en mis manos.

Le pregunté si le dolían, a lo que ella respondió que no. Le advertí que al siguiente día le iban a doler, siendo esta una de las principales causas de abandono en el común de la gente cuando ingresa a un gimnasio. Le ofrecí un gel muscular, que no le iba a evitar el dolor, pero se lo iba a hacer más llevadero.

-Antes de que te lo aplique, quería consultarte ¿Cómo te has sentido?

-Bien, muy relajada y tranquila

-Súper. Yo, por el contrario, estoy sorprendido

-¿Por qué?

-Porque no comprendo cómo puedes tener complejos con tu cuerpo, eres hermosa, diría perfecta

Ella guardó silencio ante mis cumplidos, apenas giró levemente su rostro y me dejó ver su sonrisa. Yo entendía que iba por buen camino, que a pesar de la lenta ejecución de mi plan estaba dando pasos agigantados hacia el gran objetivo.

Le saqué la licra con cierto grado de dificultad, pues realmente se le ajustaba a su cuerpo. Estaba en medio del delirio, por fin contemplaba sus piernas tal y como eran, de arriba abajo; carnosas, delicadas, completamente depiladas, suaves, blancas. Pero lo que más me emocionó fue que no llevaba nada bajo la licra.

Ese inmejorable panorama pudo haberme hecho perder el control. Era toda una tentación meter mano, pero debía tener cabeza fría para no espantarla. ¡Qué desespero!

El gel muscular era frío, así que cuando empecé a frotarlo sobre sus piernas ella reaccionó con un ligero espasmo. Comencé por sus gemelos, amasándolos entre mis manos, y deslizando mis dedos sobre ellos con la ayuda del gel. Inicié por ahí justamente por lo que ya he explicado una y otra vez, no quería mostrarme ansioso, ni invasivo, quería que ella confiará totalmente en mí.

Fui subiendo poco a poco, encargándome de aplicar gel en todo el contorno de sus piernas, tanto su cara posterior como la parte anterior y los costados. Cuando iba por sus muslos, mi excitación era total, sentía la extrema necesidad de poseerla, pero ya habría tiempo para ello. Poco a poco fui masajeando y acariciando la cara interna de sus muslos, principalmente con mis pulgares, mientras mis palmas y mis otros dedos se posaban por encima de los mismos.

La victoria estaba asegurada, pues sin haber llegado a tocar su vagina, ya podía percibir, a escasos centímetros, el calor que emanaba de ella. Tenía el triunfo en el bolsillo, Mafe estaba tan caliente como yo, quizá más.

Asumiendo que contaba con su entera complacencia, y entendiendo que el calor y la humedad de una vagina no mienten, me aventuré a seguir subiendo hasta realmente palparla entre mis dedos. Era igualmente carnosa, estaba recubierta por una piel igualmente delicada, pero en su contra tenía que estaba sin depilar, o por lo menos así lo percibí, pues soy de los que las prefieren al ras. Aunque no me iba a poner de caprichoso y quejumbroso, estaba consiguiendo el mayor de los premios.

Inicialmente acaricié su vulva con movimientos similares a los que venía ejerciendo durante el masaje, pero poco a poco fueron mutando en caricias superficiales con la palma de mi mano. Luego fueron mis dedos índice y anular los encargados del tocamiento, todavía superficial, pues no quería precipitarme a introducirlos, además, sabía que la clave estaba en encontrar en primera instancia su clítoris, y dado que todavía no pensaba asomarme por allí, tenía que hacerlo mediante el tacto.

Su conchita ardía, aunque ella no expresaba excitación más allá de unos suspiros. Pero cuando por fin sentí su clítoris, esto cambió; sus suspiros pasaron a ser jadeos e incluso gemidos, aunque ella los reprimía, seguramente por timidez o vergüenza, o por lo menos así lo percibí yo.

Su clítoris era de aquellos que tienen una buena porción de piel recubriéndole, por lo que me sentí con mayor libertad de jugar con él entre mis dedos y posteriormente con mi lengua.

Cuando introduje la punta de mis dedos, posé mi otra mano sobre su cuello, para ejercer un masaje complementario. Ella siguió sin hacer reproche alguno, es más, lo único que escuchaba de ella era su fuerte respiración.

No dediqué mucho tiempo a explorar su vagina con mis dedos, no era mi prioridad; entendía que debía pasar rápidamente al sexo oral. No porque fuera mi gran obsesión, sino porque sabía que con mi lengua podría lograr una estimulación diferente y complementaria sobre su clítoris.

Mis dedos salieron recubiertos por sus fluidos, lo que me sirvió como señal para entender que el plato estaba servido y sazonado. Era hora de saborearlo con mi lengua.

Separé sus piernas con mucha delicadeza, y aproveché para arrastrar mis uñas con suavidad por la cara interna de sus muslos, como rascándola pero con mucha sutileza.

Me subí al sofá, me apoyé en mis rodillas y me incliné para incrustar mi cara entre sus piernas. Ante el primer contacto de mi lengua con su vagina, Mafe volvió a realizar una de esas contracciones involuntarias del cuerpo, evidenciando así que todavía sentía algo de temor o de sorpresa por lo que estaba viviendo.

No dediqué mucho tiempo al sexo oral en esa posición, pues solo un par de minutos después le pedí darse la vuelta. Primero porque me estaba perdiendo lo mejor de Mafe, la posibilidad de ver su rostro mientras le brindaba placer. También porque me era más fácil hallar su clítoris teniéndola de frente.

Puse de nuevo mi cara frente a frente con su vagina y procedí a consentirla con mi lengua, ayudado por los dedos de una mano, mientras que mi otra mano sujetaba una de las de Mafe. Ella, por ratos, la apretaba, por ratos aflojaba y por ratos llegaba incluso a clavarme sus uñas.

Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes y más dicientes, pues su tonalidad fue en incremento. Su vagina también ponía en evidencia lo bien que la estaba pasando, pues cada vez emanaba más fluidos. Yo estaba concentrando en brindarle un buen sexo oral, aunque a veces miraba de reojo a su rostro, tratando de apreciar sus gestos, y especialmente buscando coincidir con su mirada, lo cual no ocurrió porque ella tenía sus ojos cerrados y su rostro de cara al techo.

El objetivo estaba cumplido, ya no se me podía escapar la gran oportunidad de cumplir la fantasía. Los fluidos que habían recubierto mi barbilla eran señal de eso.

Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo…”.

Yo estaba ansioso por cumplir su pedido, pero entendía que había cumplido tan bien mi labor con el sexo oral, que decidí extenderlo por un rato más, al fin y al cabo ya había esperado lo más, no había razón para no esperar lo menos.

Mafe se retorcía del gusto y no dejaba de insistir en el pedido aquel para que la follara.

Me puse de pie y mientras me quitaba la ropa volví a repetirle lo hermosa que era. En cierta medida porque me nacía hacerlo, pero también porque entendía su insaciable apetito de ser elogiada.

Ella no contestaba nada, apenas sonreía y me miraba con picardía, directamente a los ojos.

Una vez desnudo y con un condón recubriendo mi pene, volví a subir al sofá, tomé mi pene entre una de mis manos y lo orienté para penetrar a Mafe. Fue un desahogo total, pues llevaba mucho tiempo anhelando poseer ese cuerpo. Ella acompañó ese instante dejando escapar un corto suspiro.

Ese primer instante de penetración fue muy lento, acorde a como venía desarrollándose toda la situación. La humedad de su vagina facilitó las cosas. A pesar del condón, era muy notorio el ardor de su coño, que segundo a segundo veía enterrado un poco más de mi humanidad en él.

La miré directamente al rostro mientras esto ocurría, quería ver sus reacciones, entender cómo debía comportarme con una chica con tanto recelo hacia las relaciones carnales.

Inicialmente ella no gesticuló mucho, ni dio mayores señas de incomodidad o satisfacción. Lo único evidente en ella era su agitada respiración.

No sé si hasta acá ha quedado claro, pero estábamos follando en la clásica posición del misionero, tan criticada por las mayorías, pero tan eficiente para lograr una profunda penetración y tan propicia para apreciar los gestos de tu pareja.

Busqué no incrementar el ritmo de mis movimientos durante los primeros minutos, aunque internamente tenía ganas de llevarlos al extremo, de penetrar con vehemencia a Mafe. Sabía que era indispensable hacerla tener una buena concepción del sexo si quería que se repitiera, y entendía que la agresividad podía jugar en contra de ese propósito, por lo menos en esta primera ocasión.

No quise preguntarle nada, a pesar de que esto habría facilitado un poco las cosas; tenía el deseo de fijarme en su rostro y leerla, entender que sentía, qué le gustaba y qué le desagradaba, pero solo a partir de sus gestos y expresiones.

Ella me puso las cosas muy complicadas al comienzo, pues no expresaba mayor cosa a través de su rostro, pero con el paso de los minutos, el calor de nuestros cuerpos y la adrenalina del momento, esas expresiones empezaron a aparecer. La vi apretando sus dientes en un momento, ocasionalmente abriendo levemente su boca, mirarme fijamente a los ojos, y mayoritariamente sonreír.

Sus manos también fueron despojándose de cualquier rasgo de timidez y desconfianza, pues poco a poco empezó a utilizarlas, ya fuera para acariciar mi espalda, o para enterrarme sus uñas, o simplemente para ayudar a que la penetración fuese más profunda empujando de mi culo.

Yo no quitaba mis ojos de su rostro, era un espectáculo verdaderamente; fijarme en sus labios lujuriosos, ocasionalmente aprisionados por sus dientes; o en sus ojos entrecerrados al momento de dejar escapar un gemido, o sencillamente mirarla a los ojos.

Increíblemente hasta ese momento no la había besado, no había tenido el honor de sentir sus labios juntándose con los míos, o de jugar con mi lengua entre su boca, así que decidí hacerlo de una vez por todas; besarla lentamente, dejarla expresar su emoción por medio de un apasionado beso.

Para mi sorpresa fue ella la que habló durante la relación, fue ella quien se animó a preguntar “¿Te gusta?”. Obviamente le dije que sí, que estaba encantado, pero debo sincerarme y decir que hasta el momento estaba muy lejos de lo esperado, más que todo porque Mafe me había entregado toda la iniciativa, era yo quien hacía todo, mientras que ella se dejaba.

No era el mejor polvo de mi vida, pero debía disfrutarlo, debía sacarme las ganas que le tenía a esta chica.

-¿Quieres probar otra posición?, le pregunté ya con los brazos un poco temblorosos de tanto tiempo apoyado en ellos.

-Dale. Házmelo en cuatro, se me hace muy morboso

No quise preguntar en ese momento por qué se le hacía morboso follar en cuatro, solo quería encarnizarme follándola en esa posición. Ella se apoyó en sus rodillas y en sus manos, y posó para ser penetrada nuevamente.

De nuevo inicié penetrándola lentamente. De hecho me quedé quieto en un comienzo, buscando que ella tomará la iniciativa, pero esto no ocurrió, así que tuve que empezar a moverme. La desventaja de follarla en cuatro es que no podía ver sus gestos con plenitud, pero la gran ventaja es que me sentiría menos culpable si me excedía en la vehemencia de mis movimientos, así ocurrió. La agarré fuerte de las caderas y poco a poco fui incrementando el ritmo de mis movimientos, a tal punto que llegó un momento en que se escuchaba el clásico sonido de los cuerpos al chocar.

Ella clavaba fuertemente sus dedos en uno de los cojines del sofá mientras que dejaba escapar uno que otro gemido. Yo tenía ganas de azotarle esas blancas y generosas nalgas, pero me contuve, pues eso seguramente reviviría sus temores y su percepción negativa del sexo.

La tomé por los hombros mientras que el ritmo de mis movimientos fue en aumento, aunque llegó un momento en que ella me pidió parar. No porque no le gustará, sino porque le habían dado ganas de orinar.

Fui comprensivo y le dije que fuera al baño, que no había problema. Ella fue, pero al volver me dijo que no había podido orinar, que solo había tenido la sensación de tener ganas. La penetré de nuevo en cuatro y una vez más sintió ganas de ir a orinar, por lo que comprendí que era la penetración en esa posición la que le causaba dicha sensación. Se lo comenté y decidimos volver al infravalorado misionero.

Esta vez no hubo tanta delicadeza como la primera vez. Si bien la penetración comenzó siendo lenta, paulatinamente fui aumentando el ritmo. Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes, cada vez más constantes.

Mafe ya no me miraba tanto a la cara, sino que cerraba sus ojitos y me agarraba fuertemente de la espalda. Mafe no tenía mucha experiencia follando, pero a su favor he de decir que besaba muy bien.

En esa ocasión fui yo quien tomó la iniciativa de besarla cada vez que quise, y entendí que iba a llegar al orgasmo mezclando sensaciones de placer al sentir su vagina aprisionando mi pene, a la vez que sentía su boca juntarse con la mía.

Claro que antes de terminar tuve la intención de mostrarle que el sexo podía y, para ser espectacular, tenía que ser sucio, así que la tomé de la cara con ambas manos, evitando que fuera a mirar hacia los costados, obligándola a apuntar con su mirada hacia mi rostro. Quería hacerle notar en mis gestos esa dosis de lujuria que debía tener un coito. Lastimosamente para mí, ella permaneció con sus ojos cerrados, no porque quisiera esquivarme, sino porque fue esa su auténtica expresión.

Dejé caer mi cuerpo una vez más sobre el suyo y junté una vez más mi rostro con el suyo para besarla y por fin estallar, por fin terminar con esta sesión de sexo que había resultado mucho más agotadora de lo que yo me había imaginado.

Me levanté con cierto cuidado, tratando de evitar que el condón se fuera a quedar atrapado en su vagina, y luego me lo quité y me limpié un poco. Ella seguía allí recostada en el sofá, aún con la respiración agitada, su cuerpo muy sudado y su rostro colorado.

-¿Quieres agua? -le pregunté antes de ir a tirar el condón usado

-No, tranqui

-¿Quieres algo de tomar?

-No. Quiero que me beses otra vez

Correspondí a su pedido, la besé aunque fue algo muy corto. Luego fui al baño y busqué unos pañitos húmedos para brindarle y que se pudiese limpiar.

-¿Me puedo bañar? -preguntó Mafe habiendo recuperado el ritmo normal de su respiración.

-Claro que sí

-¿Y me puedo quedar a dormir?

-Bueno, eso sí es una novedad, pero no veo por qué no

-Has sido muy dulce conmigo, ahora quiero ser yo quien te muestre mi faceta más tierna

Guardé silencio. No supe que decir. Entendía que esta chica se estaba enamorando, mientras que para mí solo había sido sexo. Pero me parecía que era tan inocente que no podía destruir su ilusión de tal manera. Además entendí que de ser correcta mi apreciación, habría nuevas oportunidades para follar con ella, y sería yo el encargado de enseñarle a echar un polvo como se debe.

Esa noche no ocurriría nada más. Al acostarnos Mafe me abrazó y esa fue su forma de retribuirme lo bien que me había portado con ella. Yo no esperaba algo diferente, pues consideraba difícil que ella fuera a tomar la iniciativa para algo más comprometedor.

Capítulo 4: El que es caballero repite

Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar....

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