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Disfrutando de un vecino mirón junto a mi sumiso

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Este verano ha sido bastante movido, a pesar de que inicialmente los dos queríamos tomarnos nuestra semana en Benalmádena para descansar y disfrutar uno del otro. Y pensándolo bien, es lo que hemos hecho… aunque con matices.

Los primeros dos o tres días fueron parecidos a los de cualquiera de nuestros veranos. Nos despertábamos a media mañana, follábamos o disfrutaba de ti usándote de mil formas, luego bajábamos a la playa, comíamos en el Maracas, nuestro chiringuito de referencia, y por la tarde solíamos quedarnos en la piscina tomando el sol, charlando y leyendo… para subir al apartamento sobre las 7 o las 8 de la tarde. Ducharnos juntos, follar y disfrutar de ti hasta la madrugada, y a por el día siguiente.

El miércoles por la mañana me desperté especialmente excitada, sin saber muy bien por qué. Tiré de tu collar que tenía atado a mi muñeca y no te hizo falta nada más para acercarte y empezar a lamer mis pies. Lo hacías exactamente como te había enseñado hacer. Con calma, sin prisas… haciendo que mis sentidos fueran despertándome poco a poco. Estabas lamiendo centímetro a centímetro mis pies, cuando un nuevo tirón de la correa te indicó cuál era tu siguiente movimiento.

Abrí ligeramente las piernas a modo de invitación y subiendo lentamente lamiendo mis piernas, llegaste a mi coño. Comenzaste a besarlo y acariciarlo despacio, con tu maravillosa lengua, y yo empecé a excitarme cada vez más. Gemía al sentir tu lengua y tus dedos darme placer, y no tardé demasiado tiempo en correrme por primera vez. Fue un orgasmo pausado, calmado… pero muy intenso. Gemí, grité… quizás demasiado, porque en uno de los movimientos que hice en la cama, pude darme cuenta que había un vecino en el balcón fumándose un cigarro y mirando descaradamente.

“Cariño, nos están viendo. ¿Te importa abrir bien las cortinas y también las ventanas? Vamos a hacerle disfrutar, ¿no te parece?”

Con un apenas audible “Como desees”, te levantaste e hiciste lo que te ordené. El chico se quedó mirándote y nos saludó con la mano. Yo me reí y te dije que me limpiaras, así que inmediatamente olvidaste al mirón y te dedicaste a limpiar mi corrida con calma y cariño. Besabas mi coño y lo lamías con calma. Yo no dejaba de excitarme y decidí quedarme mirando al vecino, hasta que te dije:

“Mi amor, trae el strapon con el dildo rosa. Luego colócate con medio cuerpo asomando por la ventana. Voy a follarte para nuestro amigo”

Obedeciste inmediatamente. Me ayudaste a ponerme el strap y te colocaste en la posición que te había ordenado. Tu culo expuesto para mí es siempre una tentación, de la que no soy capaz de dejar de disfrutar, así que después de escupirte descaradamente en el culo, comencé a follarte. Mientras lo hacía, te preguntaba si te gustaba que te vieran así de puta, siendo follado por mí, y tú, entre jadeos, contestaste:

“Sí, Ama. Me gusta que sepan que soy tu zorra. Que soy la puta de Laila”

Yo seguí follándote fuerte, cada vez más excitada. Mirando al vecino, te pedí que ladraras como mi perra hasta que yo te ordenase parar, y comenzaste a hacerlo. Tus ladridos todavía me excitaban más. Te estaba escuchando toda la urbanización, pero no podía dejar de follar tu culito tragón hasta que me corrí en un orgasmo increíble. Después de hacerlo, me tumbé boca arriba en la cama y tú, sin decirte nada, te acercaste a mí, retiraste el strap con el dildo rosa y volviste a limpiar mi corrida durante un buen rato.

Te agarré del collar y te acerqué a mis labios. Nos besamos apasionadamente y después de hacerlo te pregunté:

“¿Estás excitada, puta?

“Sí, Ama. Estoy muy salida. He disfrutado mucho de tus orgasmos y de la humillación que he sentido al ser observado por ese tipo”

“Mira, cariño… sigue allí, sin inmutarse. ¿Qué te parece si te pones de rodillas mirando a la ventana y te masturbas para mí, preciosa? Yo creo que le va a gustar que lo hagas, y a mí más todavía”

Sin esperar un segundo (como haces siempre que te doy una orden) obedeciste. Te colocaste de rodillas con la cara pegada al cristal y comenzaste a masturbarte. Mientras lo hacías, te pregunté quién eras, y tú, contestaste:

“Soy la puta de Laila”

Sonreí y te ordené que no dejaras de hacerlo hasta correrte sobre el cristal del ventanal, y eso hiciste. Me excita tanto escucharlo. Me excita tanto saber que eres mi zorra obediente, que estuve tentada de masturbarme mientras tanto. Pero no me diste tiempo, porque casi inmediatamente, sentí que repetías con la voz entrecortada:

“Soy laaa puttaaa de Laila, soy laaa puta deee Laiiila… soy…”

Y sentí que un orgasmo increíble recorrió todo tu cuerpo mientras veía tu leche manchar el cristal de la ventana. Al terminar me diste las gracias y levantándome desnuda hacia ti, sin dejar de mirar al vecino, te susurré al oído:

“Gracias a ti, zorra. Ahora limpia el cristal con la lengua. Lo quiero perfecto. Te espero en la ducha”.

Después de ducharnos, bajamos a la playa. No logro acostumbrarme al placer que me da tumbarme en la toalla y ordenarte que me eches la crema de sol por todo el cuerpo, ante las miradas de la gente y tu más que evidente erección, a pesar del ridículo tamaño de tu pollita. Estuvimos un buen rato en la playa, y en vez de comer en el Maracas, preferimos ir al bar de la urbanización y tomar unos nachos en las hamacas.

Después de pedir la comida y las bebidas, me pediste permiso para ir al baño. Durante esos escasos tres minutos en los que te ausentaste, me acerqué a la barra para esperar la comida, y entonces escuché como alguien carraspeó a mi espalda. Me giré despacio y reconocí al mirón del bloque de enfrente, que sin cortarse un pelo, y en un torpe castellano, me dijo:

“Tú muy guapa. ¿Gustaría tomar cerveza con mi?”

Antes de contestarle, vi que estabas saliendo del baño y que te dirigías a donde yo estaba, así que esperé un segundito para que estuvieras más cerca y sonreí. Sonreí descaradamente. Coqueteé con ese extranjero en tu cara y cuando estuviste al lado, te dije:

“Mi amor, mira quién está aquí. ¿Le reconoces, verdad?”

Inmediatamente sentí que te ponías rojo de vergüenza, y sin esperar nada, te dije:

“Dice que soy guapa y me está pidiendo tomar una cerveza, cariño. ¿Qué te parece?”

“Me parece genial, mi amor… pero acabamos de pedir la comida y las bebidas. Si quieres podemos tomar algo con él por la tarde/noche”.

“Ya, tienes razón. Pero es que estoy un poco cachonda, ¿sabes zorra? Vamos a hacer una cosa. Nosotros nos tomamos los nachos y las bebidas, y tú pides algo para ti. A partir de ahora, quiero que te coloques a mi lado y no quiero escuchar ni una palabra de tu sucia boca de zorra. ¿Vale mi amor?”

Por respuesta, asentiste con la cabeza y te colocaste a mi lado. Fue divertido ver cómo le pedías una cerveza con señas al camarero, que nos miraba a los tres sin terminar de entender bien lo que estaba pasando.

Estuve un rato charlando con el vecino. Era alemán, y hablaba un inglés básico, pero no me importó demasiado. Debía medir cerca de dos metros, lo que me hacía sentir una niña a su lado con mi escaso metro cincuenta y ocho. Pero sabes que adoro follarme a hombres que me doblan en tamaño y ponerlos a mis pies para hacer con ellos lo que quiera. A medida que la conversación avanzaba, nuestro amigo fue lanzándose más y más. No se cortaba al acercarse a mí para susurrarme cosas al oído mientras se pegaba a mí, y creo que le sorprendí deslizando una mano a su entrepierna.

Te quedaste mirando y apretando la mandíbula. Pude ver la excitación que te provocó ver mi mano apoyada en su ingle. Te quedaste mirando la mano sin moverte ni un centímetro, y entonces, sonriéndote la metí debajo de su bañador y comencé a palpar su polla. Estaba morcillona, pero tenía un buen tamaño y riéndome, te dije:

“Mi amor… tengo muchísimas ganas de follármelo. Vete subiendo al apartamento. Te desnudas y arreglas bien la habitación. Cuando esté todo perfecto, quiero que te quedes de rodillas en la puerta, con tu collar de perra en la boca esperando nuestra llegada. ¿Todo claro, preciosa?”

Bajaste la mirada por respuesta y apurando la cerveza que habías pedido, subiste al apartamento para cumplir mis órdenes al pie de la letra. Pasados diez o quince minutos entramos en el apartamento. Ulf, que así se llamaba nuestro vecino, se quedó quieto al verte de rodillas, pero yo, sin decir nada y sin mirarle, te coloqué el collar y sin tener que darte ninguna orden, comenzaste a lamer mis pies, apoyando tu cabeza contra el suelo.

Me encanta sentir tu lengua en mis pies, pero estaba muy cachonda y tenía ganas de follarme a ese alemán de casi dos metros de altura, así que te dije que lo desnudaras para mí. De rodillas frente a él, le quitaste primero el bañador y pudiste ver a escasos centímetros de tu cara una enorme polla a media asta, apuntando a tu boca. Después de ver tu expresión, no pude evitar sonreír y decirte:

“Menuda polla, ¿no mi amor? Me muero de ganas de probarla. No te preocupes por la camiseta. Yo se la quito. Vete a por un condón y prepáramelo”

A cuatro patas te dirigiste a la mesita de noche y volviste con un condón en la boca. Yo le indiqué a Ulf que se tumbara en la cama, dejando las piernas fuera, y los pies todavía en el suelo. Él no puso ningún impedimento, y se colocó como le había dicho. Entonces me subí a la cama y me senté en su cara… dejándole el coño a la altura de la nariz, mientras mis manos estaban apoyadas en sus muslos. Era una vista maravillosa. Venía cómo le colocabas el condón, y desenroscabas vuelta tras vuelta hasta llegar al final.

Entre gemidos por el buen trabajo que Ulf estaba haciendo con su lengua, te susurré:

“Vamos, cariño. Cómete esa polla para mí. Sé que lo estás deseando. La quiero bien dura, porque me muero de ganas de follármelo. No tardes o tendré mi primer orgasmo en su boca. Agggh. Joooder qué bien me lo come, mi amor. Lo hace mejor que tú, zorra”.

Sentí tu orgullo herido. Te encanta ser el mejor en todo, y te humilla ver que otro me da placer igual o mejor que tú. Te veía comerle la polla y no pude evitar correrme en la cara de Ulf, mientras le decía:

“Don’t stop until I tell you to stop”

Nuestro vecino emitió una especie de afirmación gutural mientras seguía comiéndome el coño y yo te veía esforzándote por tragarte toda su polla. Pero no podías. Era muy gruesa, aunque no especialmente grande (obviamente más grande que tus ridículos 11 cm), así que en un momento dado te dije:

“Pedro. ¿Me ayudas a follármelo, preciosa? Ahora. No quiero esperar un minuto más”

Mientras masajeabas su polla para que no perdiera su firmeza, sentiste como moví mi cuerpo de su cara a su cintura, siempre dándole la espalda. Agarraste su polla y la introdujiste en mi coño quedándote a escasos centímetros. Pudiste ver en primicia como su polla desaparecía por completo dentro de mi coño, mientras no pude evitar soltar un gemido.

“Ohhh… mi amor. Es súper ancha… mmm… me encanta, cariño. Disfruta de este polvazo, zorra. Te lo dedico. No te muevas ni un centímetro de donde estás”.

Estuve follándomelo más de veinte minutos. Apenas cambié de postura. Adoro poder mirarte mientras me follo a otros hombres. Siento perfectamente cómo aprietas la mandíbula mientras escuchas mis gemidos, mientras ves mis ojos en blanco. Siento cómo te humilla, pero también cómo disfrutas de mi placer. Adoras verme follar con otros. Me lo has dicho muchas veces, y esa tarde estaba dispuesta a disfrutar de nuestro nuevo amigo.

Creo que me corrí seis o siete veces antes de que él llegara al orgasmo por primera vez. No salió de mí ni un instante. Estaba encantada del aguante del alemán, y cuando por fin se corrió, me levanté un poco y le quité el condón. Hice un nudo y con una seña te llamé para que te acercaras. Sin decir una palabra, abriste tu boca y deposité el condón con mi sabor y su leche caliente en tu boca. Estaba agotada y me tumbé en la cama, abriendo mis piernas de par en par. Obediente como eres, te acercaste para limpiar mis orgasmos, pero te agarré la cabeza y te dije:

“No, mi amor. Se lo ha ganado nuestro amiguito, ¿no te parece? Me ha hecho disfrutar muchísimo, y quiero regalárselo a él. Vete al baño y prepara el jacuzzi. Iremos para allá en un ratito. Cuando esté todo listo, te quedas de rodillas esperándonos”.

Afirmaste, visiblemente dolido por no poder limpiarme, pero obedeciste sin rechistar. Adoro tu obediencia, te ordene lo que te ordene. Ulf estuvo limpiándome con su lengua un buen rato, y a punto estuvo de provocarme otro orgasmo. ¡¡Estaba tan sensible y tan excitada!! Cuando me pareció que ya era suficiente, le cogí del pelo y me puse de pie a su lado. Intentó besarme, pero le esquivé, y le dije que nada de besos. Como compensación, le agarré suavemente de los huevos y le traje conmigo hasta el baño, donde estabas esperándonos de rodillas.

Nos metimos en el jacuzzi y te pedí que nos trajeras dos copas de vino blanco de la nevera. Al volver te encontraste con su mano en mi entrepierna otra vez. Apretaste la mandíbula y nos entregaste una copa a cada uno. Te ordené que nos enjabonaras a los dos y fue lo que hiciste, con una cara que te llegaba hasta el suelo. No me gustó verlo, y agarrándote el pelo te di una sonora bofetada con todas mis fuerzas.

Te quedaste quieto. Apretaste la mandíbula y me miraste con fuego en la mirada. Volví a pegarte. Instantáneamente bajaste la mirada, pero volviste a subirla con prepotencia y un toque de odio. Volví a pegarte otra vez. Y otra. Y otra. Cada vez que te pegaba volvías a mirarme con fuego. No dabas tu brazo a torcer, y decidí que era más que suficiente.

“Ulf, go away from the shower”

“Pedro, seca a Ulf y cuando hayas terminado quiero que vayas al salón y te pongas a cuatro patas en el sofá”

Lo hiciste, pero tenías la mirada perdida. Sabías que me habías retado, y además lo habías hecho en público. Pensaba hacértelo pagar de un modo u otro. Con movimientos furiosos salí del jacuzzi, apuré la copa de vino y después de secarme abrí el baúl de juegos. Al rato apareciste en el salón y sin decir nada te colocaste a cuatro patas en el sofá.

Me acerqué a ti y te coloqué una mordaza con polla en el interior. Eran apenas 10 cm, pero más que suficientes para que te provocaran arcadas constantemente. Pensé que era un buen comienzo. Después até tus manos entre sí, y las conecté con tus tobillos, de modo que tenías que sujetarte con la cabeza sobre el sofá para no perder el equilibrio. Pero poco me importaba. Estaba furiosa y no pensaba en cariñitos para ti. No después de la forma en la que me habías retado. Zorra estúpida.

Me coloqué el arnés y ajusté el dildo más grande que teníamos en Benalmádena. Sin ningún cuidado entré en ti y comencé a follarte con violencia. Tus gemidos quedaban ahogados por la mordaza y pude escuchar varias arcadas mientras intentabas respirar. De hecho vomitaste algo sobre el sofá, pero no pensaba parar. Estuve follándote hasta que no pude más. Estaba agotada. Entre Ulf y los veinte minutos que estuve sodomizándote, me había quedado sin fuerzas, así que miré a nuestro invitado y acercándole un condón, le señalé tu culo.

Entendió perfectamente y después de colocárselo, comenzó a follarte. Tus gemidos de dolor se escuchaban en toda la casa, y para humillarte más, abrí las ventanas de la habitación para que también la urbanización te escuchara gemir. Zorra estúpida. Merecías no poder sentarte en unos días. Ulf siguió follándote un buen rato, y agarrándote de las caderas, se apoyó en tu espalda y se corrió dentro de ti. Ambos estabais sudando, y yo estaba satisfecha y muy excitada. Le quité el condón, hice otro nudo y después de quitarte la mordaza, lo coloqué al lado del otro. Después te puse una máscara negra de látex y cerré la cremallera de los ojos y la boca. Te agarré con violencia y te até a las patas de la mesa.

El resto de la tarde no paré de follar con Ulf, que se comportó como un auténtico toro y me dio mucho más placer del que esperaba. Cada vez que se corría, volvía a anudar el condón y a depositarlo en tu boca, abriendo y cerrando la cremallera de la máscara. Tú no te moviste del suelo, y pude sentir perfectamente tu rabia y frustración a través de la máscara, con todos los condones en la boca.

Cerca de las diez de la noche, despedí al vecino y fui a darme una ducha. Necesitaba calmarme un poco y reordenar mis ideas. Estaba molesta contigo, pero también me había excitado muchísimo tu prepotencia y orgullo. Me gustas tanto…

Al salir de la ducha estaba más animada. Había disfrutado mucho de una tarde de sexo. Me había corrido decenas de veces, y estaba segura de que habías aprendido la lección, así que te quité la máscara y retiré seis condones de tu boca. Después de hacerlo te desaté y cogiéndote de la mano te hice poner de pie. Nos besamos. Un beso dulce. Un beso de redención. De agradecimiento. Entonces, te escuché:

“Lo siento, mi amor. Me he comportado como un imbécil”

“No cariño, no te preocupes… en todo caso, te has comportado como mi imbécil. He disfrutado mucho humillándote. ¿Estás bien, preciosa?”

“Sí, Lai. Lo siento, preciosa. Lo siento mucho”

Y quitándole importancia sonreíste y me llevaste a la ducha. Nos duchamos juntos y después de ver algo en la tele, nos fuimos a dormir. Esa noche dormiste a mi lado. Te lo habías ganado.

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