Nuevos relatos publicados: 12

Dulce Alexandra (1)

  • 4
  • 8.190
  • 9,30 (10 Val.)
  • 0

Llegó aquel día. Trabajé hasta las 5 pm, y volví raudo a casa para bañarme. Yo era un chico guapo, de tez blanca, cabellos medios largos ondeados de color castaño, ojos marrones verdes, con barba no muy cargada; tenía una estatura de 1.85, con cuerpo atlético, con piernas gruesas, debido a mis prácticas deportivas, y dato no menor, tenía un pene de 20 cm, algo grueso y curvado. Ciertamente era un hombre apetecible para cualquier mujer, pero desde que llegué solo había tenido ojos para la guapa Alexandra. Por ella me alisté con una camisa elegante y unos pantalones de cuero de estilo casual. Estaba listo para intentar algo más.

Tomé el auto y salí a encontrarla en el lugar de siempre. Ella llevaba el vestido sencillo que solía usar, solo que esta vez tenía el cabello recogido y unos zapatos con un poco de plataforma. Al verme llegar sonrió. Subió al auto y nos dirigimos a que conozca su nueva instalación de trabajo.

Su labor iba a ser sencilla. Solo debía recibir a los clientes y llevar la cuenta de los ingresantes. Le expliqué a detalle los procesos, le mostré el lugar, le di algunas recomendaciones y pasé a mostrarle los departamentos vacíos. En esos momentos a solas soñaba despierto con echarla a una cama vacía, quitarle el vestido y cogerla tan duro hasta llenarla. Pero no podía dar pasos en falso, además en caso no se diera de manera normal, nunca estaba de más tener una despampanante y joven mujer en la recepción, ya que eso jala clientes. Lo que si debía comprarle ropa adecuada, y eso fue lo que hicimos luego. Le compré ropa formal, zapatos y un celular nuevo. Primero no quiso aceptar, pero tuve decirle que la empresa corría con esos gastos, lo cual la alivió. Toda la ropa quedaba bien en ese cuerpo, y cada sonrisa de niña con juguete nuevo me conquistaba. La llevé a cenar, y finalmente la dejé en casa. Me porté bien. Al despedirnos me dio las gracias, un beso en la mejilla y me regaló la última sonrisa del día.

Fue en ese momento que me percaté que fue un gran día. La habíamos pasado muy bien, entre risas, entre contarnos un poco más de nosotros, entre la química que iba desarrollándose entre ambos... Y también me percaté que era una chica muy humilde, que en sí era más que nada el líbido el que me llevaba a verla con tanto interés... Pero ya con el paso de los días vería que más pasaría.

En los siguientes días la buscaba a la hora que terminaban sus labores para dejarla en casa. De la misma manera fui de prudente, y eso hacía que ella sintiera la confianza necesaria en mí. Antes de llegar a casa la llevaba a comer, diciéndole que me encantaban los anticuchos que vendían cerca de donde ella vivía. Y fue precisamente aquel sábado, al final de la semana, que mientras cenamos en aquel local, me comentó que se hallaba muy contenta con el trabajo, que era ligero y a la vez aprendía a manejar algunos cosas en la computadora; mencionó también que ahora se sentía estable consigo misma y segura conmigo también. Fue lindo escucharla, y ciertamente era agradable estar con ella... Y sin percatarme de lo que hacía me estaba enamorando.

La dejé en casa y por algún motivo le pedí que me prestará su baño. Entré a su pequeña casa y me dirigí al baño a miccionar. Ciertamente había tomado mucha chicha. Al salir no estaba en la sala, la llamé y no salía. Avancé por el pasadizo que iba hacia adentro de la casa y ahí noté la puerta de su cuarto entre abierta, entonces me asomé ligeramente y ví como se quitaba la falda; la misma que le quedaba un poco ajustada por las grandes caderas. Vi también como se quedaba en un calzón marrón claro que contrastaba bien con su piel canela. Ese calzón le ajustaba esas nalgas bien carnosas y firmes, las mismas nalgas sostenidas por dos muslos gruesos de piernas largas. Tenía unas piernas grandes dignas de una buena yegua. Esas caderas anchas eran las típicas de un cuerpo de pera. Se acomodó con las manos el calzón el cual hizo remover la carne jugosa de su cuerpo. Yo estaba ya con una erección furtiva surgida de aquel momento. Deseaba que se sacará también la blusa para poder ver esos senos que a veces me jalaba la vista, pero no lo hizo, se empezó a poner un buzo suelto, y cuando terminó de hacerlo, antes que dé la vuelta, me volví hacia el pasadizo.

Me halló un poco más allá sin sospechar lo que vi, y lo que quería hacerle, y le dije que ya me iba, debía irme ya. Nos despedimos con afecto y gratitud, deseándonos buen fin de semana... Y yo deseándola un poco más.

Me retiré y volví a casa raudo, me quité la ropa rápidamente y me metí al baño. Abrí la red social, busqué su perfil, y allí busqué la foto que se había tomado en la mañana. Era una foto que se había tomado frente al espejo del ascensor, posando de costado, resaltando ese rico trasero... Y procedí.

Puse la foto frente a mí y me paré frente a ella. Escupí mi mano y la llene de saliva, la misma con la que cogí mi pene ya despierto, aún no erguido ni duro, ni venoso, pero si hinchado y alargado... Lo empecé a mover de arriba a abajo mientras recordaba ese trasero casi desnudo. El ver ese trasero tan jugoso, aparentemente suave y firme, me hizo imaginar lo que sería verlo siendo atravesado suavemente por mi pene blanco. Empecé a jalármela más rápido mientras mi verga se llenaba de sangre. Mis bolas se iban hinchando, mi glande se iba engrosando; sentía como se me iba poniendo dura y como se iba levantando hasta alargarse en curva.

Para acercarme al chorreo la imaginé sentada encima, rebotando sobre mí, volteando a verme con esa carita tierna y traviesa. Fue ahí donde no toleré más y me corrí un gran chorro que manchó su foto en el celular. Jadee y respiré hondo, asentando la idea que estaba decidido a hacer mío ese cuerpo canela, exuberante. Quería ese culo lleno de mí. Esos senos rebotando frente a mí. Esos labios besándome apasionadamente. Había perdido la cabeza por ella, y estaba dispuesto a hacer lo necesario para que ella también la pierda por mí. El sexo que estaba imaginando con ella, estaba seguro que ella también lo disfrutaría. La quería llevar a los orgasmos más intensos, y que me pidiera más sin cesar. Ya me había ganado su confianza, ahora quería que me deseara como la estaba deseando yo. Lo prometo.

En el siguiente capítulo llegará el momento de cumplir su promesa.

(9,30)