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El abuelo (Parte 7)

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Fueron cinco años en los que Anselmo fue viniendo regularmente cada quince días si no había nada que lo impidiera, en este caso venía a la semana siguiente. Todos los días conversábamos a la noche. Na variaba gran cosa. Me desnudaba y Anselmo también, llamaba Anselmo, algunas veces yo, y le contaba las cosas del día. De vez en cuando le mostraba partes de mi cuerpo, sobre todo las más procaces. Por el contrario, Anselmo me mostraba de su cuerpo las novedades, si un granito, si un golpe, la caída que tuvo que le obligó a guardar cama casi un mes por doble rotura de cadera. Me pilló en exámenes y no pude ir ni un día a verlo. Fueron mis padres con mi hermana.

Durante los veranos todo era muy divertido, porque vivía con Anselmo en su casa y en un apartamento que se había agenciado. Siempre que estábamos allí me decía:

— Esto es nuestro, no está a mi nombre sino al de los dos. Un día será todo y solo tuyo.

No había manera de sacarle de la cabeza la idea de que había que compartir todo. Un día me pasó unos papeles del banco para que los firmara, eran autorizaciones bancarias. Me negué:

— Ansel, yo te amo a ti, no a tu dinero; no me hagas esto que alguno va a pensar que estoy contigo por tu dinero.

— Mira, cuando tuve rotura de cadera, pasé un mes sin poderme comprar nada porque no tenía a nadie de confianza para darle una tarjeta bancaria. Vinieron tus padres y tu hermana cuando se me habían acabado las monedas y les di la tarjeta con la clave para que sacaran dinero, no quisieron, y tu padre me dio todo lo que tenía en su cartera, 600 euros. Cuando salí del hospital y pude conducir me fui a casa de tus padres para devolverles el dinero, no me lo quisieron recibir. Sé que tienes de ellos todo lo que necesitas, pero eres mi chico, mi novio y cuando acabes tus estudios quiero que nos casemos. Si me ocurre algo, tienes que tener poder de actuación sobre lo mío. Firma estos papeles, no lo hagas por ti, hazlo por mí.

— Lo de mis padres no me impresiona, solo me alegra porque te reconocen de la familia ya, ¿tú sabes cuánto dinero les has ahorrado a mis padres conmigo?

— Eso no tiene caso, Juan Pablo, yo te amo y quiero que no te falte nada de cuanto necesitas.

— Yo te amo, Ansel, y no quisiera ser o parecer un aprovechado. El próximo año ya seré ingeniero, voy a obtener el título universitario en Ingeniería Industrial, en cuanto acabe el máster. Tú que conoces a tantos empresarios, me vas a buscar un lugar donde pueda trabajar, aunque sea como becario, que ahí es donde se pueden abrir las puertas al mundo. No quiero irme al extranjero, quiero estar contigo, aunque tenga que dedicarme a barrer las calles.

— Me dejas sorprendido, pero hay cosas que tenemos que hacer necesariamente con nuestros bienes, muchos o pocos y tú ya eres conocedor de todo lo mío y sabes que no va a ser para nadie. Vendrán algunos a mi funeral y los días posteriores inquirirán algunos sobre mis bienes, yo quiero que todo sea tuyo. Cuando acabes tu carrera, ya tienes un trabajo, encargarte de mis asuntos, ya no quiero a nadie más, bienes, alquileres, acciones y cuentas bancarias. Ha de ser así. ¿O acaso no vamos en serio?

— Sí, claro que vamos en serio. Después de cinco años ya sé que tú vas en serio y yo también, y no me importa nada más que tú: más que tú, nada; y nada más que tú. Tú eres religioso y cuando no puedas te llevaré a tus asuntos religiosos, y haremos todo lo necesario para ser felices los dos juntos; cuando tú mueras —y que sea lo más tarde posible—, cumpliré con tus compromisos en tus fundaciones, hermandades y asociaciones civiles y religiosas. Sé que si me elegiste fue porque nada de todo esto me hace ascos, sino que es la presencia en este mundo de lo que queda después de nosotros, caso contrario, nuestra vida carecería de sentido.

— Hoy más que nunca, Juan Pablo, sé que me has comprendido, por eso, porque estaba en lo cierto te amé, te amo y te amaré después de mi muerte.

— Pues no hablemos de la muerte porque nuestra vida comienza ahora, es ahora, a partir de este momento cuando hemos de aprovecharla, ya no nos queda tiempo para prorrogar nuestro amor. Cuando lo desees, cuando estés en lo cierto, nos casamos. Yo te quiero, Ansel, con toda mi alma, te quiero a ti y ahora, y a partir de este momento, siempre que sea posible, presentémonos ante todos como familia, quiero ser tu esposo y quiero que seas mi esposo.

— Si no te parece mal y lo ves factible, nos casamos en los días entre Navidad y Año nuevo.

Me abalancé a su cuello y lo llené de besos.

— Juan Pablo, pídeme lo que quieras, dime lo que deseas para estas vacaciones.

— Quiero ir a un sitio lleno de gente y estar a solas contigo.

— Eso…, ¿no es como una contradicción?, —repuso Anselmo.

— No, Ansel, eso es un crucero por el Caribe, —concreté.

— Y luego quince días a Grecia y sus islas, así cumplimos los dos deseos.

— Me parece adecuado.

De nuevo me abalancé a su cuello y comencé a abrir su camisa, sacando los botones por sus ojales, acaricié sus poderosos y duros pezones, acaricié su pecho, abrí del todo la camisa y me puse a besar su pecho, lamer su abdomen, volver a su pecho para chupar sus pezones. Anselmo se dejó hacer y comencé a abrirle su ancho cinturón. Saqué su pantalón para lo que levantó su trasero con un increíble esfuerzo que le noté su polla muy erecta, como la de un muchacho envuelto en pasión y deseo sexual, le saqué el bóxer y, en efecto, su erección era mayor que nunca o así me lo parecía.

Metí su polla en mi boca, la chupé tantas veces, sobre todo excitando el anillo, para hacerlo más lento y en cuanto pasé mi lengua por la flecha del frenillo, inició su orgasmo y eyaculó su potente fuerza sexual en mi boca con abundante esperma. Tragué todo y limpié con la lengua su polla, hasta el recodo más escondido.

— ¡Cómo me haces deleitar, Juan Pablo! Me devuelves la vida que perdí en mi juventud, —dijo Anselmo.

— Ansel, no me debes nada, has llenado mi vida desde la adolescencia, —repuse.

Me cogió con sus manos de ambas quijadas y me levantó suavemente para que mi polla quedara a la altura de su boca, se la puso en su boca y me hizo deleitar hasta que eyaculé. No apartó su boca ni me permitió sacarla de su boca apretando fuerte de mis nalgas contra sí para que mis espasmos no pudieran hacer que en mis movimientos le impidieran tragar mi semen. Sacó todo mi semen de mi polla y todavía yo me estaba deleitando con movimientos corporales, mi polla estaba dura y quise abrazarme a Anselmo para que sintiera mi pene muy cerca de su corazón. Fue entonces cuando me dijo:

— Juan Pablo, quiero que ahora mismo me folles.

— ¿Estás seguro?, —pregunté.

— Ni lo dudes.

No lo dudé, con Anselmo, con mi Ansel no caben dudas, sé cuánto me ama desde mi adolescencia cuando ambos entrábamos al chat, luego en mi juventud, cuando quiso verme y yo tenía mis 18 años, la primera vez que hicimos al amor muy tímidamente, aquellos veranos cuyos fines de semana iba a su casa y salíamos de paseo y hacíamos el amor sin tanta timidez, cuando lo presenté a mis padres y Anselmo fue de su agrado. Todos estos pensamientos me venían a la cabeza mientras él se inclinaba contra el sofá ofreciéndome su culo a merced de mi polla, lo embadurné bien con mi saliva para no ir a buscar el tubo de lubricante dilatador. Hice diversos masajes con mis dedos y del presumido que me salía de mi polla aumenté. Como sé que a Anselmo le gustan mis comidas de culo, le deleité largamente con mi polla hasta que suspirara de placer. Entonces dirigí mi polla húmeda de presemen y le tanteé su culo. Un movimiento de Anselmo hizo que mi polla penetrara el agujero y seguí metiendo mi polla con cuidado hasta penetrar totalmente ese antro.

Anselmo gemía de placer, pero me entretuve con la polla dentro para se acostumbrará y me inclinaba para besarle el cuello y lamerle el lóbulo de su oreja mientras acariciaba con mis manos sus costados y se pecho dando pellizcos suaves a sus pezones. Lo estaba estimulando para que fuera moviendo el culo y se acomodará, lo hizo; ya nos entendíamos muy bien.

Inicié unos suaves movimientos sin apretar al fondo para que se diera cuenta de que iba a comenzar a follar su culo. Suavemente saqué tres cuartos de mi polla y escupí sobre ella tres escupitajos que con mis dedos extendí sobre ella y comencé a meterla de nuevo lentamente y llegué al fondo sin quejas, solo suaves gemidos de placer de Anselmo y por mi parte sentí que se iniciaba mi sensación electrizante que puso en marcha mis entradas y salidas cada vez más rápidas hasta que sentí mis espasmos que llegaban y que se me llenaba todo el conducto de mi pene de semen para disparar y. Eyacularlo dentro de mi amado Ansel, notando yo mismo cómo salía con fuerza de por el orificio del meato produciéndome tanto placer como el que sentía mi Ansel. Acabé tumbado y electrizado de pasión, mezclando mi amor a Anselmo con mi placer.

Ese día sentí vergüenza, me pareció haber abusado de Anselmo, le besaba la espalda y el cuello como quien pedía perdón, hasta que Anselmo, notando mi estado , se giró, sacando mi polla de su culo y me dijo con su habitual sonrisa:

— Juan Pablo, no te deprimas, soy yo quien te necesita, ha sido maravilloso lo que has hecho y el placer que me has proporcionado no me ha producido más amor hacia ti porque eso ya no es posible, me has amado como yo hoy necesitaba ser amado.

Me abalancé sobre él y le besé cada rincón de su cuerpo. Anselmo se dejaba hacer y solo dijo:

— Juan Pablo, he sentido tu amor y tu deseo de amar.

Ya no me quedaban palabras para decirle, solo juntarme a él, pegar nuestros cuerpos y provocar sus deseos hacia mí. Comenzamos de nuevo y gocé con su penetración, le sentía muy mío y mi fiel amante. El alba fue quien nos avisó que debíamos dormir muy juntos y nos besábamos hasta quedar dormidos. Como siempre, creo que fui yo el que me dormí abrazado por el ardoroso amor y los brazos de Anselmo.

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