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El ácido come sin mirar qué

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Mi noviazgo con Elisa comenzó con una cierta oposición de sus padres, quienes estimaban que pertenecíamos a estratos económico-sociales distintos y que, pasada la efervescencia juvenil, aflorarían las diferencias dando al traste con la unión. No les faltaba razón en cuanto a que eso era lo más probable, sin embargo nos adaptamos bien cediendo algo cada uno en favor de la relación. Llegado el momento del casamiento mis suegros estaban en la postura “Estamos conformes, pero no totalmente”.

Dos matrimonios nos frecuentamos asiduamente, relación heredada por los hombres ya que la amistad entre Elisa y Patricia databa del secundario. Los cuatro estamos en la treintena, las mujeres ligeramente menores a nosotros, Enrique y yo, Lautaro. Con Elisa nos casamos un poco antes que el matrimonio amigo luego de un noviazgo de año y medio, ambos con un flor de metejón y convencidos de la firmeza de nuestros sentimientos.

Hoy, a ocho años del enlace, seguimos en una buena y amorosa relación, estabilizados económicamente y pensando en traer un hijo al mundo. Mi señora trabaja en la empresa del padre, sin demasiado esfuerzo y con paga importante, mientras yo lo hago en el sector contable de una consultora, con un ingreso aceptable que cubre nuestras necesidades.

La casa que hoy habitamos es amplia, cómoda, con espacios verdes y pileta; aprovechamos la oportunidad que nos dio un conocido y la compramos mediante los ahorros que teníamos más un préstamo hipotecario que, para ser otorgado, nos obligó a oficializar legalmente lo que mi señora percibía en su trabajo, un monto sensiblemente mayor a mi sueldo.

Nuestra vida social se desarrolla en el ámbito familiar y un grupo de amigos, siendo los más cercanos Enrique y Patricia pues el tiempo transcurrido le otorgó a la relación mayor confianza y solidez.

En cuanto a las características personales de nuestros amigos cabe destacar que mientras ella es una dama con destacada formación, culta, femenina, recatada y hermosa, él es un auténtico boludo, ególatra, superficial y vago, eso sí, muy pintón; tiene un físico trabajado pero con un solo fin, que es mostrarlo y atraer, o sea con una destreza corporal nula.

Lo dicho hizo que los momentos de reunión de las dos parejas fueran de un intercambio según afinidad, mis conversaciones con Patricia son muy entretenidas e instructivas, mientras Enrique distrae con comentarios elementales y graciosos a Elisa que lo soporta mejor. A tal punto se trasformó en costumbre ese tácito acuerdo que una vez mi compañera de charla me preguntó.

- “Amigo, alguna vez se te ocurrió pensar que la elección de pareja debiéramos haberla hecho justo al revés?”

Y mi respuesta sincera fue.

- “Sí, esa duda se me presentó tiempo atrás, pero después de reflexionar concluí que no me había equivocado, pues hice una elección por amor, y a eso se sumó disfrutar de tu amable amistad, lo que no es poca cosa”.

Su reacción fue levantarse lo suficiente para darme un beso en la mejilla y tomando mi mano entre las suyas decirme.

- “Yo también me siento muy bien a tu lado”.

Esa expresión de genuino afecto entre amigos originó una reacción de los otros dos que me causó gracia, primero de mi mujer y luego de su transitorio compañero.

- “Alto, alto, qué está pasando aquí, mi amiga de toda la vida levantándose al degenerado de mi esposo, que mansamente se deja besar y acariciar”.

- “No pienso aceptar el desparpajo de estos dos, vení amiga no nos quedemos atrás”.

A diferencia de nosotros se pusieron de pie y también hubo beso en la mejilla pero los cuerpos bien pegados prolongando esa postura. Ver eso y mirarnos con Patricia fue instantáneo, seguramente la expresión seria en su cara se verificó también en la mía y, parece ser, que ambos pensamos lo mismo “Esa demostración de afecto tiene un componente de calentura importante y sería bueno saber si es la primera vez o tiene antecedentes ignorados por nosotros”. Por supuesto, nada nos dijimos.

Esa noche me costó dormir, pues en la cabeza me daba vueltas la escena de las pelvis bien pegadas sin que hubiera brazos haciendo presión para que eso suceda; en otras palabras, eso que nos había sorprendido era producto de algo totalmente deseado y sin un mínimo escrúpulo ante la presencia de los respectivos esposos.

Y ese hecho me llevó a preguntarme qué razón podría estar detrás para que se hubiera dado ese matrimonio, a todas luces, desparejo; y la explicación más válida que encontré fue que la buena apariencia, gran desenvoltura y facilidad de palabra del varón, habían cautivado a la mujer.

Por otro lado el engreído esposo era un experto vividor, pues su actividad productiva consistía en estar a la pesca de oportunidades donde su verba y escasos límites éticos le permitieran alzarse con algo de plata; lo que en estos pagos se conoce como “busca” en lenguaje vulgar, y usando el término que los hace lucir mejor son los “financistas”. Naturalmente el sostenimiento del hogar era obra de la mujer, no solo exitosa profesional sino con un respaldo familiar más que respetable.

Al otro día, más calmado, decidí estar atento a la conducta de los causantes de mi insomnio, no echar leña al fuego en el ánimo de Patricia y por último instalar de inmediato cámaras disimuladas en los principales ambientes de la casa. No estaba seguro de necesitar esas filmaciones pero era mejor tener la espalda lo mejor cubierta posible.

En mi trabajo, alguna que otra vez me encargan visitar clientes residentes en una ciudad relativamente cercana, tarea que, según necesidad, me lleva uno o dos días fuera de casa. En una de esas oportunidades fue que regresé bastante antes de lo previsto y en casa me encontré el espectáculo tristísimo de encontrar a mi esposa mamando el miembro del marido de su amiga de siempre.

Tal era la concentración de ambos que no escucharon algún ruido que pudiera haber hecho al entrar y alertarlos; desde la puerta entornada del dormitorio la visión encendió mi bronca y, cuando estaba a punto de entrar para matarlos con mis propias manos, recordé un consejo repetido machaconamente por mi padre “Hijo, cuando estés muy enojado no pelees, la ira enceguece y un enfrentamiento ganado puede perderse por no razonar debidamente”, y lo seguí; con el corazón al galope, fuego en el estómago y la tristeza ocupando mi alma, silenciosamente salí.

Debía pensar fríamente mi quehacer futuro, pero primero les iba a arruinar el momento de placer; llamé por teléfono a la infiel y le dije en que cinco minutos llegaba, pues un fuerte malestar generalizado me había obligado a regresar. Ese problema de salud indeterminado era la excusa perfecta para mantenerme lo más alejado posible de ella.

Y por segunda vez tuve que recurrir a un esfuerzo sobrehumano de voluntad para no cruzar la calle y reventarlo a golpes. Desde el bar de enfrente vi entreabrirse la puerta, unos ojos que miraban haciendo un recorrido de ciento ochenta grados y luego aparecer el amante para alejarse por la vereda a paso rápido mientras la hembra cerraba nuevamente.

Al entrar a casa no me fue difícil sortear el habitual beso de reencuentro y los primeros días las excusas para evitar las relaciones íntimas fueron fáciles de hallar; más adelante ya tuve que echar mano a la imaginación aunque parece que ella tenía bien satisfechas sus necesidades porque mis endebles razones no encontraron resistencia.

Según las ganas y los compromisos, los hombres, nos reunimos algún día de la semana a jugar al truco; juego entretenido porque en su desarrollo se mezclan recitados alusivos, mentiras descaradas, expresiones exageradas y algún grito indicando un arrollante desafío. Por supuesto en esas reuniones pueden faltar hasta las cartas, pero nunca la bebida y, parejo al avance del tiempo corre la ingesta de líquido que, entre otras cosas suelta la lengua; ese era el momento aprovechado por Enrique para contar sus innumerables conquistas y las no menores hazañas realizadas en los encuentros amatorios.

La cara de los oyentes iba del escepticismo sobre la veracidad de sus palabras, pasaba por el desagrado y terminaba en franca repulsión. Yo solía poner mi mente en blanco para volver a la conciencia al término de la autoalabanza, pero una parte del discurso atrajo mi atención a la luz de lo visto en casa y así, simulando estar en las nubes, escuché con detenimiento las palabras del galán.

- “Tengo una novedad para ustedes, que me gustaría mostrarles para desatar la envidia de todos, pero a ella le prometí reserva; me estoy comiendo una hembra que conozco de tiempo atrás y siempre le tuve ganas; hace días se dio la oportunidad y comprobé que es insaciable, le gusta todo y en cantidad; con decirles que ayer le rompí el culo y pidió repetir, además le encanta chupar la pija y tragar la corrida pero con todo el sector despidiendo buen aroma, así que gastó el perfume del marido en mi entrepierna y bolas. Corto aquí para que no lloren al comparar lo que yo hago con lo que hacen ustedes”.

Y una vez más se cumplió el sabio dicho popular “El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. Relacionar el cuento del infatuado con el frasco de perfume, que uso poco, en el tacho de basura y la algo dificultosa forma de encontrar comodidad al sentarse de mi señora fue sencillo. Todo esto me convenció que el matrimonio había entrado en fase terminal y solo me quedaba darle fin, previa venganza.

Estábamos tomando un café, las dos parejas en un patio de comida, algo muy frecuente cuando salíamos a estirar las piernas y entretenernos en algún centro de compra. Que mi mujer se levantara para ir al baño y Enrique lo hiciera para atender una llamada a nadie le tendría que llamar la atención, menos a mí, que estaba pendiente de ambos, pues era seguro que, cebados como estaban, algo intentarían.

Y así fue, él, luego de dar unas vueltas caminando entre las mesas, y cuando mi esposa ya no estaba a la vista, enfiló en la dirección que ella había seguido. Esperé un lapso prudencial, dándoles tiempo de empezar la acción, y me levanté.

- “Patricia, amiga querida, necesito de vos un favor enorme, y es que me permitas abandonarte por cinco minutos”.

- “Seguro, andá tranquilo”.

A paso rápido me dirigí a la zona de los baños entrando primero en el de hombres, viendo que todos los cubículos estaban vacíos; entonces fui al de mujeres donde había uno con la puerta cerrada. Aguzando el oído se podían escuchar algunos ruidos y quejidos moderados, que si bien no me sorprendieron, si desataron la bronca lógica al imaginar de quienes provenían, cosa que confirmé al agacharme y ver primero el talón de zapatos de hombre y detrás los conocidos de mi mujer, o sea, se la estaba dando de atrás.

Poco me duró la parálisis generada por el odio, miré alrededor buscando algo que me facilitara la venganza y encontré cuatro cosas que se adaptaban a mi deseo. Un atomizador de alcohol diluido, toallas de papel y un secador de piso al lado del caballete que se usa para indicar que el local se está limpiando.

Saqué el indicador de precaución para no ser interrumpido, al secador lo usé para trabar la puerta del reservado ocupado y, parándome en el inodoro de al lado volqué sobre los apasionados amantes el alcohol para después tirarles encima tres toallas encendidas. Tener encendedor en ese momento es lo único que me reconcilia con mi vicio de fumador.

Cuando escuché los gritos y el forcejeo, intentando abrir la puerta trabada, salí, fui hasta la barra donde pagué la consumición de la mesa y regresé junto a Patricia a quien le pedí disculpas por la demora, los cinco minutos pedidos se habían transformado en siete. Departimos unos instantes más hasta que vimos correr gente hacia la zona de los baños.

- “A qué se deberán esas corridas”.

- “Seguramente nos vamos a enterar por algún chismoso que hará correr la voz de lo sucedido con el natural agregado de inventos propios”.

En eso pasaron dos señoras que venían del sector convulsionado, ante lo cual mi compañera decidió calmar su curiosidad.

- “Disculpen, saben que sucedió?”

- “Sí, en el baño de mujeres, una pareja que estaba haciendo quién sabe qué cosa, terminó quemada, aunque parece que fue leve”.

- “Llamaron una ambulancia?”

- “No porque los interesados dijeron que era algo sin importancia”.

Mientras las chismosas seguían su camino me entró una llamada al teléfono, era de mi mujer.

- “Hola querida”.

- “Lautaro, he tenido un pequeño percance, estando en el baño perdí pie y caí en el inodoro así que estoy asquerosamente mojada. Saldré disimuladamente por un costado y me voy a casa. Nos vemos luego”.

- “Perfecto, hasta más tarde”.

En ese momento apareció Enrique con el saco sobre el brazo, la parte posterior del cuello irritada y los pelos de la nuca quemados, dando pie a la pregunta de su mujer.

- “Qué te pasó?”

Después de esbozar una explicación increíble, a todas luces estúpida, dijo que se iba a comprar algún ungüento y luego a la casa. Como convenía romper el silencio que oprimía pregunté.

- “Patricia, querrás repetir el café?”

- “Te agradezco, pero lo que necesito es un whisky. Mientras pedís al camarero voy un minuto hasta la barra”.

Hice el pedido viendo que mi amiga hablaba con dos personas y luego regresaba a la mesa; al ver su cara de tristeza me puse de pie y ella se arrimó tomándome de la cintura para luego apoyar la cabeza sobre mi hombro mientras en voz baja balbuceaba.

- “Qué hijos de puta, qué basuras, qué malparidos”.

Luego de un instante de silencio levantó la vista para mirarme y seguir hablando.

- “Tiempo atrás tenía una pequeña duda que ahora ha desaparecido, estoy segura que me equivoqué de cabo a rabo en la elección de pareja, tendría que haberte seducido, conquistado y atado hasta que fueras mío. Te amo”.

Y elevándose un poco me besó, cubriendo mis labios con los suyos y retirándose luego de hacerme sentir su lengua recorriendo de comisura a comisura; el abrazo lo continuó un poco más, pegando a mi cuerpo cada milímetro del suyo. Obligado a romper el silencio al terminar nuestro abrazo le dije.

- “Espero que no hayas pagado la consumición porque era invitación mía”.

- “No, fui a enterarme de primera mano qué sucedió en el baño. Al principio no querían hablar pero cuando les dije quién era y que, si no me lo contaban, iba a armar un escándalo largaron todo. Los protagonistas estaban en un cubículo teniendo sexo, alguien les trancó la puerta, les tiró encima alcohol diluido del atomizador y luego toallas de papel encendidas. Parece que mi marido estaba encima de tu mujer porque se llevó la peor parte pues con su espalda la cubría. El ruido y voces no fue tanto por efecto del líquido encendido sino porque no podían salir, vos hiciste lo del baño no?”

- “Sí, yo lo hice”.

- “Entonces sabías que estaban enredados”.

- “Sí, hace una semana los sorprendí en casa pero ellos no me vieron”.

- “Y no fuiste capaz de contarme”.

- “Es verdad, pero el dolor me impedía pensar con cierta coherencia y no me pareció bien llevarte solo tristeza sin aportar algo para paliarla”.

- “Y ahora?”

- “Ahora sé qué hacer y tengo una idea de cómo llevarlo a cabo. En pocas palabras, pienso divorciarme pero antes tomar venganza”.

- “Lo que hiciste en el baño estaba planeado?”

- “No, fue algo espontáneo; cuando escuché las dos escusas simultáneas para alejarse supe que se iban a juntar y los seguí; lo que pasó después fue una improvisación con las cosas que tenía a mano”.

- “Y yo qué hago”.

- “Necesito de tu paciencia, una semana de aguante en la que tendrás que hacerte la tonta, como si no hubieras percibido lo que pasó; en ese tiempo podrás pensar qué hacer, y en esa decisión no debo influir, porque las consecuencias las vas a sufrir sólo vos; te voy a acompañar en todo lo que quieras pero por más fuerza que haga no puedo sentir dolor en tu lugar.

Siguiendo a un conocido estratega de tres siglos atrás que decía “Solo lo sencillo promete éxito” organicé una venganza de simple ejecución y para ello programamos un asado el sábado al mediodía en nuestra casa para los dos matrimonios; Patricia solo tenía que seguirme la corriente; a la hora prevista comencé la tarea mientras ellos disfrutaban sol y pileta contribuyendo a que los dos infieles se confiaran.

Atento a los movimientos de ambos amantes veo a Enrique ir hacia la casa, inmediatamente después que mi señora dijera que iba a lavar bien la verdura para preparar la ensalada.

A mis espaldas estaba el amplio ventanal pegado a la larga mesada con la pileta de la cocina, así que levanté el celular apuntando hacia allí, viendo a Elisa atareada y en seguida aproximarse al galán ubicándose levemente atrás y al costado; el movimiento de ella llevando la mano como para sacarse algo que le molestaba a la altura de las nalgas, me llevó a pensar en alguna caricia atrevida por parte del varón, sobre todo porque ambos miraron en mi dirección.

Parece que al constatar mi concentración en el teléfono les llegó la tranquilidad necesaria para seguir, pues ella continuó en la misma posición pero con la cabeza baja y los ojos cerrados mientras él permanecía mirando hacia donde yo estaba y moviendo disimuladamente el brazo que cruzaba hacia la parte baja de la espalda de la hembra.

Luego de darles un minuto para que la excitación avanzara decidí que era el momento de arruinarles la diversión, y así, rápidamente me puse de pie y caminé en dirección a la puerta ubicada al lado del ventanal.

- “¡Enrique, me acordé de algo que dejamos pendiente en el partido de truco!”

No hay como el miedo para impulsar un escape a buena velocidad y, cuando el temor se presenta sorpresivamente, seguro que la carrera se realiza llevando por delante algo que produce un indeseado estrépito, y así voló la mesa ratona acompañada por el jarrón que tenía encima. Cuando apareció al lado del marco tenía la cara desencajada y no había rastros de la erección que seguramente tenía hace instantes. Su temor era algo totalmente razonable, éste que se decía mi amigo, había visto varias veces lo que yo era capaz de hacer en un momento de bronca, y si los encontraba en una actitud comprometedora, con toda certeza, no los iba a felicitar.

- “Te escucho amigo, pero no recuerdo qué dejamos pendiente la noche que jugamos a las cartas”.

- “Nada, pero no podía decir en voz alta lo que deseaba comentarte”.

- “No entiendo de qué hablás”.

- “Te acordás la vez pasada cuando me contaste que a la mina que te estás comiendo le gusta sentir tu entrepierna perfumada al chuparte la pija?”

- “Y no te imaginás cuánto la disfruta, con decirte que agarra el mango con una mano, las bolas con la otra y, mientras huele y besa las ingles, se pasa el glande por las mejillas”.

- “Bueno, traté de imitarte con mi mujer, y ella hizo lo que vos dijiste recién y después me la mamó hasta que le acabé en la boca y, por primera vez, tragó toda la corrida”.

- “En eso te llevo ventaja, mi putita, desde la primera vez que se la puse en la boca, bebe todo el semen que soy capaz de largar; te diré que al comienzo tenía alguna duda pero ella me lo pidió”.

- “El aroma que estoy usando me lo hice preparar por un perfumista amigo, está en el baño, vení que te lo muestro para que probés el olor”.

Cuando entramos juntos mi mujer preguntó.

- “A dónde van ustedes dos?”

- “Como sé que le gustan los perfumes quería mostrarle el nuevo que tengo, es tan bueno como los de marca pero costando la mitad; para evitar dificultades me lo envasó en un atomizador que tiene una etiqueta con flores sin inscripción alguna”.

- “Hiciste bien porque el que tenías, y usabas muy poco, se debe haber evaporado así que tiré el frasco vacío a la basura”.

Llegados al baño tomé el envase de la repisa dándoselo para que lo probara; después de echarse un poco en la muñeca y alabar la fragancia lo volví a colocar en el lugar de donde lo había sacado; cuando íbamos saliendo le dije que volvería al baño a buscar pastillas para espantar los mosquitos y, ya con los sobres regresé al quincho a seguir con la preparación del asado mientras él permaneció en la cocina charlando con Elisa.

Pasados dos o tres minutos, desde el asador, le hice señas a Patricia pidiéndole que se acercara; ya a mi lado la tomé de la mano para caminar, rodeando la edificación, y entrar por la puerta principal; a mi indicación de silencio me siguió sigilosamente y nos ubicamos en el pasillo que une dormitorios con cocina al lado de la puerta de ingreso a donde estaban ellos, allí podríamos escuchar claramente lo que hablaran.

- “Dónde está tu mujer?”

- “Seguramente hablando con el boludo de su amigo en el asador; ahora aprovechemos que el cornudo compró perfume y rociame bien, así disfrutás con tacto, gusto y olor”.

- “Sí mi cielo, déjame levantar tu verga para rociar esas bolas llenas que después me van a alimentar con abundante lechita”.

- “Ayyy, hija de puta, me echaste algo que me está quemando”.

- “Ya lo sé pelotudo porque siento lo mismo en la mano, vos sos el estúpido que me diste el envase”.

Y salieron los dos corriendo, subieron al auto de él y partieron, presumo que al hospital. Sin saber qué pensar Patricia se volvió hacia mí.

- “Qué pasó?”

Le conté lo del perfume y que me había hecho preparar dos envases iguales, uno con la colonia mostrada y otro con ácido sulfúrico diluido, habiendo hecho el cambio cuando fui a buscar las pastillas para espantar los mosquitos.

Comimos poco, la carga emocional de lo vivido nos había quitado el hambre, primero le conté los pormenores de los tristes días que estábamos viviendo y luego ella aprovechó para sincerarse; estaba convencida de ser frecuentemente engañada por Enrique desde tiempo atrás y había decidido divorciarse de ese vividor, a quien ya no amaba pero esperaba el momento apropiado. El dolor evidenciado luego del suceso en patio de comidas fue solo por ser traicionada con su amiga y no por un desengaño amoroso.

De sobremesa vimos la filmación de los últimos minutos de contacto entre los lujuriosos, en especial el momento en que el placer cede paso al dolor. La parte más ilustrativa comienza cuando la mujer, haciéndose de cortar las verduras, pregunta por su amiga, y el hombre, después de mirar y no encontrar, responde que debe estar en el asador, mientras tanto se pone detrás, desenvaina el miembro, le levanta el ruedo, hace a un lado la bombacha y la penetra de un solo envión.

- “Se ve que andabas con ganas puta, estás chorreando flujo”.

- “Y qué querés si a cada rato me metías mano”.

- “Lo que deseo es una mamada aromatizada”.

- “Primero seguí un poco más y acariciame adelante que en seguida me corro”.

El frenético bombeo hace que se presenten las convulsiones de la hembra, que se tapa la boca para atenuar el volumen de sus gemidos. Algo repuesta le pide al macho que le traiga la colonia pues él sabe dónde está; ya con el envase en la mano se arrodilla, con la palma de la mano sostiene el tronco pegado al vientre y sus dedos se ocupan de mantener separados los testículos; luego con la otra mano agita el frasco y aprieta el disparador desde unos centímetros para cubrir mejor la superficie.

Dos o tres segundos de continua aplicación habrán pasado hasta el momento de los gritos, insultos y corrida hacia el auto. Ahí me felicité por haber decidido la instalación de las cámaras.

Dos horas después del intento de aromatizar el miembro a saborear sonó mi teléfono, era el padre de Elisa.

- “Sabía que lo de ustedes iba a terminar mal, mi hija está acá, quisiera saber qué le hiciste”.

- “Tiene tiempo para recibirme?”

- “Sí, te espero acá”.

Después de dejar a Patricia en su domicilio, quedando en hablar al término de la reunión, fui hasta el departamento de mis suegros; por supuesto fui recibido con mala cara y Elisa ni apareció.

Pocas palabras cruzamos y como lo que yo dijera tendría poco peso para él, directamente le mostré, en el celular, la filmación. Impertérrito, aunque riéndome interiormente, me mantuve el corto lapso de duración de la muestra; cuando me preguntó qué pensaba hacer le dije que iba a tramitar mi divorcio.

Su contestación fue que estaba de acuerdo e iba a colaborar para que todo fuera rápido y sin interferencias, pidiéndome solamente que no divulgara las imágenes; por supuesto le di mi palabra que así sería.

Al regresar a casa veo que tenía una llamada perdida de Patricia; al devolvérsela me contó que al llegar encontró una nota de Enrique pidiéndole perdón y que no volvería, que sus cosas las retiraría más adelante un primo. Pasados unos días hizo la denuncia de abandono de hogar para darle mayor celeridad al tema divorcio. Nunca supimos sobre la evolución de las quemaduras sufridas por los amantes y por supuesto no buscamos saber algo de ellos.

Pasamos dos meses tratando de restablecer el equilibrio, acompañándonos mutuamente y haciendo los trámites pertinentes para tener el camino despejado; ambos, conscientes de lo que queríamos, dejamos fluir naturalmente el profundo afecto que nos unía y que fue la base de un deseo carnal creciente.

Ya más calmos en la nueva situación reiniciamos el contacto social al que estábamos acostumbrados y extrañábamos. La primera charla distendida fue en un café a la salida de los respectivos trabajos; después de las comunes palabras tras algunos días sin vernos le propuse salir esa noche y romper la rutina.

- “Qué tenés pensado?”

- “Nada en particular, pues primero quiero proponerte algo, y según tu respuesta ver qué hacemos”.

- “Esperá que me prepare porque vos sos un tipo peligroso, me hacés acordar a un amigo de la familia a quien papá le decía “Víctor, cuando vos pensás, hacés ruido”, te escucho”.

- “Bien, me encantaría tener con vos una relación más cercana que la actual amistad, algo que creo compartir con vos, según tus palabras después del suceso en el patio de comidas”.

- “O sea que estás deseando ubicarte entre mis piernas”.

- “También, pero no tengo urgencia; me encantaría retroceder a cuando nos conocimos e iniciar un noviazgo más corto del habitual, pero sin urgencias, disfrutando cada paso en la tranquilidad que la cama no se escapará, y además sin plazos a cumplir; ambos nos conocemos muy bien salvo ese aspecto del placer, y buscando ese conocimiento, podemos avanzar traviesamente, como dos jóvenes que tantean para descubrir qué le gusta al otro”.

Su reacción fue igual a la de aquella vez, tomó mi mano entre las suyas y se levantó levemente para darme un beso, esta vez, sobre los labios.

- “Te amo, y veo que tengo razón, cuando pensás, hacés ruido, maravillosa tu idea, qué hacemos esta noche?”

- “Cine y cena”.

A la hora acordada la busqué en un taxi y partimos al cine que exhibía una película al parecer entretenida; ya ante la boletería pedí dos entradas.

- “Son asientos numerados señor, cuáles prefiere?”

- “Usted que conoce mejor oriénteme cuáles me convienen, teniendo en cuenta que deseo franelear con mi novia”.

Patricia me miró escandalizada mientras el empleado, al ver mi cara seria, volvió la vista al tablero y eligió, entre las que estaban en el centro de un sector sin ocupar, para dármelas.

- “Pienso que acá van a estar cómodos, que disfruten la función”.

- “Muchas gracias caballero”.

Mi pareja siguió mis pasos pero con cara de poco convencida y apenas con sentamos apagaron las luces.

- “Hijo de puta”

- “Sí cielo, yo también te amo”.

- “Pensé tener un amigo educado pero resultaste un degenerado”.

- “Sí amor, un amigo degenerado que te quiere mucho”.

Y pasé mi brazo por sobre sus hombros; su mirada amorosa, desmintiendo las palabras previas, me envolvió mientras tomaba mi muñeca que colgaba y la hacía bajar, apretando para que la mano solo tuviera que contraerse un poco para agarrar plenamente el pecho.

- “No faltés a tu palabra y franeleame mucho o me iré a quejar al que nos vendió las entradas”.

No hizo falta pensar, decidir y que el cerebro ordenara el movimiento, mi mano actuó por propia iniciativa, primero apretó por sobre la ropa, cuando notó la dureza del erguido pezón hizo a un lado blusa y sujetador para palpar en carne viva jugando y retorciendo la deliciosa protuberancia. El susurro en el oído redobló el estímulo.

- “No vas a usar la otra mano y la boca?, sería una vergüenza que el boletero anotara la queja en el libro habilitado para ello”.

Mi respuesta fue enrollar el vuelo del vestido en la cintura mientras la besaba con cierta ferocidad para después deleitarme con lo que ella mostraba sin recato.

- “Qué maravilla, cómo me gustaría besar, lamer y saborear lo que tengo ante la vista”

- “Me encantaría que lo hagas pero el lugar está en contra de nuestros deseos”.

- “Es verdad, tendremos que buscar una solución, por lo pronto haré trabajar las manos pero pensando que es mi boca la que realiza una incursión en ese lugar atrayente”.

- “Hay una alternativa a modo de adelanto, como un pequeño anticipo”.

Y apenas terminó de hablar metió dos dedos por el costado de la bombacha y, después de mojarlos bien, los llevó a mi boca.

- “Probá mi jugo tesoro, está hecho en una fábrica que solo trabaja para vos”.

Y mientras lo decía, también con una mirada tierna, acercó las dos yemas brillantes por el líquido, que primero olí y luego chupé hasta dejarlas secas. Ahí se me instaló la duda a resolver con una consulta médica para saber por qué en ese instante no me corrí a mares.

De más está decir que la función fue maravillosa, en la que ella gozó por lo menos dos veces y al terminar salí caminando lentamente con las piernas ligeramente abiertas pues mis bolas dolían con solo mirarlas; por supuesto que mi amada lo notó, esbozó una sonrisa y acompañó mi lento andar.

Tomamos un taxi rumbo al restaurant elegido y en el trayecto Patricia le pidió al conductor dejarnos en una plaza cercana, desierta a esa hora; yo, callado, respeté el pedido y bajé junto a ella que, del brazo, me llevó hasta el mástil del centro, elevado sobre una plataforma rodeada de un muro bajo y a la cual se accedía subiendo pocos escalones, allí se explicó.

- “Aquí mi cielo sí puedo aliviar tu incomodidad, de la cual soy única responsable”.

Y apoyándome contra esa baranda maniobró delicadamente para que mi pija se hiciera presente, erguida, dura y lista para largar la carga que pugnaba por salir; acuclillada la dirigió a su boca que, en pocas succiones, recibió las potentes escupidas.

Luego de unos instantes para reponerme cambiamos de lugar, ella de espaldas al muro y yo de rodillas arremangando su vestido, bajando la bombacha y sumergiendo mi cara entre sus piernas para deleitarme con su conchita jugosa mientras mis manos recorrían nalgas y tetas.

- “No por favor, ahí no”.

Su voz en tono de ruego me hizo descartar una posible molestia por la caricia en el ano pero, por si acaso, indagué.

- “Te molesté cielo?”

- “No amor pero me sorprendiste, nunca dejé que me tocaran ese lugar”.

- “Te resultó incómoda la caricia?”

- “Por favor, no me preguntés eso”.

- “Es que no quisiera incomodarte”

- “No es incomodidad”.

- “Te gustó?”

- “Sí, y por eso me da vergüenza”.

- “Tapame con la falda para que no te mire”.

Al sentirme cubierto reanudé las caricias bucales y digitales incursionando nuevamente entre las nalgas pero llevando lubricación desde la vagina; y fui bien recibido por ese anillo nunca visitado, pues a las presiones con la yema del dedo cedía sin oponer resistencia.

- “Mi vida, primera vez que siento esto, me gusta como apretás simulando entrar y luego recorrés todo el contorno, probá ingresar suavemente un poquito”.

- “Ahí va”.

- “Sí amor, me está entrando y me gusta, movelo como si buscaras algo, así, así, un poco más adentro, que delicia, lo que me estuve perdiendo”.

- “Ahora va entero, hay que aprovechar la buena disposición de este culito goloso”.

- “¡Qué gusto, me vuelvo loca, ahora con el dedo gordo por delante y el largo por detrás!”

La corrida fue tremenda y la tuve que sujetar bajándola hasta sentarla en mis faldas; cuando nos levantamos, ya repuestos, tuvimos que sacudir con esmero nuestras ropas.

- “Estoy destrozada, este tercer orgasmo me ha dejado en estado lastimoso, ni me atrevo a enfrentar un espejo y mucho menos entrar a un restaurant; cambiemos la cena por comida chatarra en el carro de la esquina”.

En la penumbra pude comprobar la veracidad de sus palabras y seguramente yo no estaba mucho mejor, por lo cual acepté de buen grado su propuesta; nos arreglamos algo y allá fuimos. Según el joven que nos atendió íbamos a estar solos un buen rato porque la afluencia importante de clientes se producía después de la cuatro de la madrugada, hora en que los jóvenes empezaban a salir de los boliches.

Nos sentamos en la punta más alejada de la plancha de cocción para evitar calor y el posterior olor a comida en la ropa; tomados de la mano yo saboreaba en el recuerdo el momento recién vivido.

- “Te quiero mucho preciosa”.

- “Yo también pervertido, pervertido y pervertidor, ese fue tu proceder de hace un rato, y encima ahora siento palpitar mi culito como si quisiera más”.

Esas palabras tuvieron el efecto de un potente afrodisíaco ya que mi pija adquirió renovada rigidez, y todo mi equilibrio, pruritos, pudor, etc., los tiré a la mierda; miré los alrededores desiertos, el vendedor de los sándwiches atento al partido que transmitía el televisor y entonces, con la mente nublada por el deseo, le hable al oído a mi novia.

- “Sentate un poco más atrás para que la colita sobresalga del banco y el vuelo de la falda caiga libre, quiero sentir la palpitación que me dijiste recién”.

- “Si serás degenerado, pedirme eso acá”.

- “Mi amor, nadie nos ve, lo único que haré será levantar una parte de la falda, algo rápido y fácil de volver atrás si bien alguien”.

- “No puedo creer que me deje convencer tan fácil”.

- “Cielo, simplemente ambos deseamos lo mismo”.

Pensando que necesitaría algo de ayuda le pedí al joven que nos atendía.

- “Serás tan amable de acercarme algo de aceite?”

- “Acá tiene, señor”

Cuando nuevamente se concentró en el partido tomé el expendedor, unté mi dedo medio y busqué el objetivo lubricando la entrada y un poco más adentro mientras ella, con los codos en la barra y apoyada la cabeza en las manos simulaba mirar el televisor hasta que sintió que le corría la bombacha llevándola al borde de las nalgas.

- “Hasta ahí nomás”.

Ese pequeño intervalo lo aproveché para sacar el miembro, pasarle aceite y recorrer la rajadura dejando el ano en el centro, después hice leves presiones sobre el anillo, y ante su pasividad, quizá sin darse cuenta con qué la acariciaba, inicié la entrada lenta pero sin pausa. La diferencia de grosor la sobresaltó.

- “¡Qué hiciste!”

- “Aproveché que tu culito no solo es goloso sino también glotón y te metí la pija”.

- “¡Ya está degenerado! Te sacaste el gusto de inaugurar un lugar por nadie visitado, ahora vamos a hacer un cambio grande”.

- “Si cielo, lo que digas”.

- “No te muevas y escuchá bien, a la mierda con este noviazgo, se terminó, ahora te quiero como mi hombre, mi marido, mi esposo, es hora de que entres a mi casa y la conviertas en nuestro hogar, sacá ese intruso de mi recto, pagá y vámonos”.

Llegados entramos por turno al baño, el esfuerzo nos había hecho transpirar; cuando salí con la toalla envuelta en la cintura ella estaba en la cama tapada con la sábana desde los hombros ante lo cual me desnudé y entré a su lado, ella ubicó su cabeza en el hueco de mi hombro y así permanecimos unos instantes disfrutando la mutua cercanía.

- “Querido, quiero que sepas que recién se me cruzó por la cabeza hacerte una broma pero la descarté de inmediato; el tema es tan serio que no hay lugar para el humor, hace tres meses suspendí las pastillas y, por cuentas en el calendario sumado a cómo me siento, debo estar en mis días fértiles, ¿quisieras preñarme?, ¿te gustaría hacerme panzona?, ¿te animarías a dar la señal de largada para que tus espermatozoides corran dentro mío?”

Y mientras corría la sábana ambos nos deteníamos a mirar aquellas partes del otro que no conocíamos visualmente; sin decir una palabra pero con las ansias reflejadas en la cara, ella con las manos en las corvas llevó sus rodillas a los hombros para, en muda invitación recibirme en el centro de su cuerpo; ya con el miembro incrustado fijó sus ojos en los míos.

- “Mi amor, no te muevas, es tanta la excitación que llevo encima que la eyaculación está pidiendo salida en el ojo del glande; tu pregunta me hace inmensamente feliz, ahora voy a hacer un solo empuje para soltar todo”.

Dicho y hecho, apenas toqué fondo comenzó la descarga.

- “Ay mi vida, estoy sintiendo los espasmos, ya conté cuatro; así mi amor, mantené la penetración que me corro y te exprimo”.

No sabemos qué día quedó preñada, sí tenemos certeza que fue en ese período de fertilidad porque a las nueve lunas nació Camila, maravillosa criatura que hoy con dos años, sin realizar esfuerzo alguno, a madre y padre nos da vuelta como a una media. Ahora pretendemos darle un hermanito y estamos en esa agradable tarea, Dios dirá.

(Sin valorar)