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El aprendiz de fontanero

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Mi nombre no importa, mi aspecto tampoco importa demasiado. Sin embargo, les contaré algo de mí que considero importante para el relato. Tengo 44 años y soy mujer. Vivo con un tío que me saca cinco años de edad y una cabeza de estatura. Lo segundo está bien, ya que me gustan altos. Mi "chico", como le llamo a pesar de la edad, me gusta ya que habla bien y es lo suficientemente culto como para no aburrir. En la cama tampoco se maneja mal del todo, pero bueno, al final es un poco lo mismo de siempre. Aun así, le quiero, eso que quede claro.

Hará una semana o así, el sol se coló por la rendija de la ventana despertándome unos minutos antes de la hora. Me estiré en la cama todo lo que pude intentando acallar un enorme bostezo. Miré a mi hombre que dormía junto a mí, dándome la espalda. En ese instante acababa de despertarse y distraído, se rascaba el culo enfundado en unos calzoncillos azul oscuro.

Suspiré.

Hubo un tiempo en que su trasero me gustaba. Incluso había jugado a besar las peludas nalgas o a rozar mi mejilla contra ellas notando el cosquilleo de esos pelos. Entonces, él era un adicto al gimnasio y estaba bien duro. Por desgracia todo eso formaba parte del pasado y ahora, a la falta de ejercicio, se unía la edad. La gravedad tiraba sin misericordia de su culo y lo que antes era consistencia ahora tenía cierta flacidez.

"Por lo menos no se ha tirado un pedo" pensé.

Y es que las flatulencias accidentales se repetían con cierta frecuencia durante esas mañanas. Algunas, insonoras, podían pasar desapercibidas al oído, pero no al olfato. Pero bueno, una se acostumbra a todo y, además, si él ventosea yo me tiro algún que otro cuesco que a veces, todo hay que decirlo, relaja bastante.

Pero ese día, en lugar de ruidos y olores, tuvimos sexo. Lo que se conoce como "un rapidito".

-¿Lo hacemos?- me dijo

- No creo que te dé tiempo. - repliqué.

- Será rápido. - concluyó.

Me puse de lado y me quité las bragas. Él me tomó por detrás, introduciendo su miembro en mi vagina. La verdad es que da un gustito especial cuando no se espera.

***********

Horas más tarde, mientras fregaba los platos, el sumidero del fregadero de la cocina se atrancó.

Intenté solucionarlo con un desatascador de ventosa, pero el problema persistía y decidí llamar a un fontanero.

El profesional llegaría en media hora. Me cambié de pantalones de casa, poniéndome unos limpios y me eché un poco de perfume. También aproveché para ventilar la casa.

Cuando el timbre sonó me encontré con dos hombres, uno que pasaría de los cincuenta y muchos y otro mucho más joven que no creo que tuviese más de veintidós primaveras. El mayor tenía algo de tripa, pelo en el pecho, cabello gris y bastante labia. El joven, por el contrario, era más bien delgaducho y callado.

- Buenas señora. ¿Dónde está la avería? - preguntó el mayor.

Le indiqué el sitio y tras comprobar que el agua no pasaba, con una llave inglesa en la mano, se agachó para inspeccionar los tubos de debajo del fregadero.

Los pantalones vaqueros que llevaba se deslizaron ligeramente y el principio de la raja del culo quedo al aire.

"Es imposible que no sepa que está enseñando trasero, tiene que notar una corriente de aire" pensé mientras notaba un cosquilleo en mis partes.

- Nada, esto es sencillo. - dijo mientras se levantaba no sin cierto esfuerzo.

En ese momento, el timbre de un móvil comenzó a sonar.

El fontanero respondió a la llamada y tras una breve conversación dijo.

- Tengo que irme, un escape de tubería urgente. - dijo.

- pero... - respondí pensando en mi problema sin resolver.

- Ah, no se preocupe señora. Aquí el chico le arregla el tema. Es fácil.

Y sin más se marchó dejándome sola con el joven.

- ¿Cómo te llamas? - le pregunté.

- David, señora.- respondió.

- Pues todo tuyo.

El chico era más flexible que el fontanero que se acababa de ir. Cuando se arrodilló, su trasero pequeño se notaba tenso bajo los pantalones y no pude evitar sentirme atraída por él, quería tocarlo pero eso no era apropiado, así que toqué mi propio cuerpo, deslicé la mano bajo mis pantalones y me masturbé mientras el joven trabajaba.

De repente, el agua se escapó en un chorrete continuo. David, salió del hueco y con cara de evidente nerviosismo, buscó la llave de paso y cortó el agua.

- Voy a por la fregona. - dije.

Me sentía molesta porque la avería no estaba resuelta y porque el contratiempo me había aguado la fiesta sexual.

- Bueno yo creo... - empezó el fontanero.

- ¿Sabes cómo resolverlo? ¿O mejor llamo a tu jefe?

- Por favor señora, no haga eso... yo se lo arreglo, pero necesito tiempo y…

Entonces me enfadé, no tenía tiempo y dudaba de su capacidad.

- Por favor, no llame, yo vengo esta tarde con una pieza nueva y se la pongo.

El móvil sonó.

- Es tu jefe, querrá saber como ha ido todo. - dije mirándolo sin piedad.

- Por favor, diga que esta todo bien. Yo haré lo que me pida.

Cogí el teléfono y con la voz más alegre de lo habitual, informé al fontanero de mayor edad que todo estaba bien. Luego, dirigiéndome a David le dije.

- Desnúdate.

- ¿Señora?

Hice ademán de coger el teléfono de nuevo.

- Esta bien, está bien. - se apresuró a decir el aprendiz.

Con el rostro encarnado comenzó a desnudarse. Finalmente se quitó los calzoncillos y pude verle el pene.

- Ven aquí.

Obedeció.

Observé de cerca el miembro y lo acaricié con la mano. Luego le miré el culito, la raja era generosa y en las nalgas crecían un par de granos, de esos que dan ganas de estrujar, no tenía apenas vello.

Me agaché y separando los "cachetes" localicé el ano y metiendo la lengua comencé a lamerlo. David se apartó un poco y le di un azote.

- Quieto y nada de pedos o te azoto con el cepillo.

La amenaza me puso todavía más cachonda.

Cuando terminé con el culo, me encargué del pene, masturbándoselo. Luego lo metí en mi boca y comencé a chuparlo como si se tratase de un helado de polo. El "plátano" se puso duro y comenzó a palpitar como si tuviese vida propia mientras su dueño gemía.

- Listo. Aquí tienes un condón. Póntelo - dije.

El chico se lo puso y yo aproveché para besarle en la boca. Luego, me encaramé a la encimera y me abrí de piernas.

No tuve que dirigirle, simplemente metió la verga entre mis piernas y embistió con toda la energía de la juventud haciéndome gritar de placer.

Me folló durante un par de minutos en esa posición y luego volteándome me tomo por detrás. El placer recorrió mi cuerpo mientras sus huevos chocaban contra mis nalgas. No tardamos en corrernos.

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