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El baño del gym

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Llevaba solo un par de meses apuntada al gimnasio. Me había apuntado primero a la típica clase de mantenimiento de toda la vida, ya que hasta la veintena había ido al gimnasio, pero desde los veintidós años más o menos, mi actividad física había sido cero. Lo más que había hecho era bailar como las locas en las discotecas, pero creo que eso no cuenta como actividad física.

Tenía pensado una vez que agarrara un poco de forma o de fondo pasarme a las tan promovidas clases de GAP, Zumba, Spinning y otras más atractivas para los amantes del deporte de hoy en día. Empecé a ir tres veces por semana. Lunes, miércoles y viernes. Las clases duraban hora y cuarto. Mi profesora era una mujer madura, rondaba casi los cincuenta, pero tenía un cuerpo espectacular y escultural. Se llamaba Julia. Morena, metro sesenta y siete, culo prieto y unas piernas de escándalo.

En la clase la mayoría éramos más o menos igual, madres con niños en edad adolescente, o sea, cuarentonas. Algunas más cercanas a la treintena y alguna veinteañera. Pero de esas, más bien pocas.

Escogí la última hora por eso de que mi marido pudiera llegar de trabajar y hacerse cargo de los niños. Por lo que, una vez terminada la clase, nos íbamos todas a casa directamente, salvo unas pocas que se bañaban en el gimnasio. Yo siempre había preferido bañarme en el gimnasio cuando era joven, pero ahora, al ser última hora del día y estar pendiente de los niños, me iba a casa directamente.

La clase era de ocho a nueve y cuarto. Julia siempre nos ponía música moderna para las clases, la verdad es que se la sacaba bastante bien. Tenía una playlist con gran variedad de canciones, las cuales iban cambiando en función de la fase de la clase en la que estábamos. Unas canciones más o menos tranquilitas para la fase de calentamiento, otras canciones tipo disco para el cardio, otras más melódicas para estiramientos, en fin, que la clase siempre estaba animada.

En la clase éramos unas quince mujeres y un hombre de unos cincuenta y tantos. Era curioso ver cómo la mayoría de las mujeres iban perfectamente equipadas con la típica ropa deportiva de esa famosa tienda en la que puedes encontrar de todo para el deporte.

Da igual el cuerpo que tengas, allí iban todas bien ajustadas, con sus mallas y sus camisetas marcando todo. Por mi parte, tengo bastantes complejos, pero al ver que todas iban así, me animé, y a la segunda semana ya iba equipada igual que el resto de mis compañeras. Había muy buen ambiente en la clase, los ejercicios se hacían muy amenos, y todos nos ayudábamos entre todos. Además, a pesar de ser un grupo que ya llevaba muchos años con Julia, las nuevas incorporaciones eran muy bienvenidas, y en seguida eras una más.

El último miércoles de mi primer mes, me dijeron que tenían como costumbre después de tantos años juntos, salir a tomar algo el último viernes de cada mes, y que me lo decían por si me quería anotar.

La verdad es que me apetecía mucho, me sentía súper bien acogida, así que acepté.

El viernes la clase se me pasó volando, tenía ganas de salir con las chicas a tomar algo y conocernos un poco más. Me llevé los utensilios para bañarme y ropa limpia para cambiarme porque no sabía si las demás se arreglaban o no. No quería desentonar.

Al terminar la clase, nos fuimos a los vestuarios, obviamente no había regaderas para todas, así que algunas se metían de dos en dos, sobre todo las más jovencitas, y otras tuvimos que esperar el nuestro turno de baño. Mientras esperaba, estuve hablando con Anyer, una niña simpática con ojos verdes de unos veintitrés, jugadora de voleibol, con un buen cuerpo e increíbles piernas. La vedad es que con ese cuerpo me extrañaba mucho que estuviera en esta clase, porque además se la veía que iba más que sobrada.

Según se iban quedando las regaderas vacías, iban entrando las demás, al ser mi primera vez me daba bastante vergüenza, hace mucho tiempo que no me veía nadie desnuda, exceptuando obviamente mi marido y mis hijos. Así que me fui haciendo la remolona y me quedé para la última tanda.

Cuando se quedó una regadera libre me metí, me bañé rápido para dejar que las dos que quedaban todavía, se pudieran bañar.

Según nos íbamos arreglando nos íbamos directamente al bar donde habíamos quedado. Justo salíamos hacia el bar la última “hornada” quedando solo Celia, cuando justo llegó Julia que ya había terminado de recoger y venía también a arreglarse.

Íbamos llegando por tandas al bar, cuando llegamos la última tanda, las chicas ya estaban acomodadas en una mesa larga, tenían todo preparado, me pedí una cerveza, y al ir a pagar me di cuenta de que no llevaba el monedero. Se me debía haber caído en la taquilla del gimnasio. Por suerte para mí, el gimnasio no cierra hasta las once de la noche, por lo que volví a buscarlo.

Al entrar en el vestuario se oían las regaderas, no había nadie en la zona de las taquillas, me dirigí a la que había ocupado, la abrí y allí estaba el dichoso monedero.

Justo cuando iba hacia la puerta se oyó un ruido extraño que provenía de las regaderas. Me acerqué con cautela y sin hacer ruido. Me quedé a la entrada de la zona de las regaderas escuchando, se oía el agua, y de repente se volvió a oír, era un gemido. Sí, tal cual, era un gemido.

Me asomé un poco, y a través del espejo pude apreciar como en la segunda regadera había dos personas. Oí un nuevo gemido, y mis pezones reaccionaron. ¿Cómo es posible?... Me atreví a asomarme un poco más, pude ver a dos personas besándose, acariciándose. Yo nunca había sido testigo de nada igual, una parte de mí quería irse y dejarles intimidad, pero otra parte... La otra parte deseaba mirar y disfrutar de lo que estaban haciendo. Busqué un sitio donde poder quedarme sin ser descubierta pero que a la vez me permitiera ver.

Justo en un lado hay una columna, desde ahí estaba oculta a la vista de los amantes, y sin embargo, yo tenía una vista inmejorable. Me acomodé en mi escondite.

Estaban debajo de la regadera, besándose apasionadamente, solo veía la espalda y el culo de una mujer, las manos de la otra persona recorriendo su espalda, agarrando su culo. Una de las manos desapareció, y de repente se oyó un nuevo gemido. Mis pezones seguían reaccionando a esos gemidos. Los “Shower-Lovers” se acomodaron más, la mujer que estaba de espaldas se giró apoyándose en la pared, abierta de piernas. Al moverse pude apreciar que la otra persona también era otra mujer.

¡No me lo podía creer! ... Eran Julia y Anyer. Jamás lo hubiese imaginado. Julia ahí abierta y Anyer delante de ella. Comenzó a recorrer su cuerpo con su boca, bajaba por su cuello hacia sus tetas. Mientras, su mano se deslizaba por su firme vientre hacia su pubis. Su boca devoraba sus pezones, y las manos de Julia apretaban con pasión el culo de Anyer.

Yo notaba que la humedad comenzaba a aparecer entre mis piernas. No era yo misma, no me reconocía. Estaba caliente. Metí mi mano por dentro de mi blusa y empecé a acariciarme el pecho. Mis pezones se pusieron aún más duros. Los pellizqué, ¡qué placer!... Quería más, mucho más. No podía apartar la vista de la regadera.

Anyer se agachó, y Julia la puso la pierna encima del hombro. Ahí, en esa postura comenzó mi primera visión lésbica en toda regla. Julia se agarraba las tetas mientras Anyer separaba con una de sus manos los labios de la vagina de Julia.

Solo con las tetas no me bastaba, desabroché mi pantalón y me hice paso hasta mi monte de venus, introduje mi dedo corazón entre mis labios y comencé a acariciarme el clítoris al compás de lo que podía ver desde mi posición.

Una vez separados los labios de Julia introdujo su cara entre sus piernas. Desde mi posición privilegiada podía ver todo, casi como si estuviera con ellas. Anyer empezó a lamer el sexo de Julia, por su posición, lamía toda su vagina, desde el ano hasta el clítoris. Pasadas lentas, pausadas, parecía como si el tiempo se hubiese parado para ellas.

Mis dedos recorrieron mi vagina mojada de arriba a abajo. Lubricándola toda. Jugando con mi clítoris. Lo rodeaba al compás de sus gemidos.

Anyer seguía agachada, pero una de sus manos se había perdido también entre las piernas de Julia. Veía como la subía y bajaba. La estaba metiendo sus dedos en su interior. Así que, me bajé un poco más los pantalones y las panties, me metí yo también los dedos. Siguiendo su ritmo. Los gemidos de Julia se oían incluso con el agua corriendo, sus manos apretaban su teta una y la otra apretaba la cabeza de Anyer contra su pubis.

Anyer aceleró los movimientos de su brazo, y yo hice lo equivalente. Noté cómo su posición bucal había cambiado para darle más placer en el clítoris. Se separó un poco de Julia, pasando la lengua más firmemente por su clítoris.

Gracias a esa separación yo podía ver claramente los lametazos, incluso el cordón de flujo que tenía Anyer.

Aceleré mis penetraciones, más y más rápido. Me puse mi mano izquierda sobre la boca para acallar cualquier posible ruido que descubriera mi posición. Mis piernas temblaban, me parecía a Julia, se la veía claramente cómo le empezaban a fallar.

De repente Anyer se levantó, la empezó a besar apasionadamente a la par que la penetraba más y más fuerte. Julia correspondió a sus besos e igualmente buscó por primera vez su vagina. Lo acarició y le pegó una pequeña palmada. Esta vez el gemido fue de Anyer. Las dos mujeres se abrazaron y se fundieron en un solo ser, sus manos mezcladas entre sus piernas, sus labios devorándose, sus lenguas luchando, sus bocas dejaban exhalar gemidos que llegaban hasta mí de la manera más sensual, excitante que nunca había oído.

Mi propio orgasmo se estaba conectando con el de ellas, veía sus convulsiones y mi cuerpo, mi ser, mi alma reaccionaba ante aquella imagen eróticamente morbosa.

— Ahhhh... Mmmh... Sí, sí... Sí... ¡No pares, sigue, sigue!

— Sí, sí, sí... Mmmh... Anyer, mi niña...

Las dos mujeres terminaron abrazadas de rodillas en el suelo.

Mi orgasmo llegó con el de ellas, pero yo no me podía quedar allí. Como pude me levanté y me fui a los servicios. Una vez allí, me limpié, me arreglé y esperé un poco a que se me bajara la flama de la cara.

Una vez recompuesta, salí y me dirigía hacia la puerta cuando oí que llamaban. Eran ellas, salían tan normales del baño, cada una envuelta en una toalla.

Les expliqué lo sucedido, que había vuelto a por el monedero. Me miraron, se sonrieron y dijeron de irnos las tres juntas al bar.

Aquella tarde-noche nunca la olvidaré, fue mi primera experiencia como voyeur y... me encantó.

FIN.

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