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El Caimán, un charcutero de putas

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Lalo preparaba diferentes utensilios de cocina como si fuera una “mise en place” y yo llegaba enfundada en ropas negras ajustadas con tacones de 18 cm símil serpiente, él me iba desvistiendo poco a poco hasta dejarme completamente desnuda excepto las bragas y los tacones.

Yo quedaba parada en el medio de la cocina, luz tenue, música suave y enseguida me iba a dar cuenta de cuál eran las intenciones de él, tanto con los utensilios como cada uno de los productos finamente elegidos para la ocasión.

Lalo tenía gustos excéntricos, todo en él lo era, pero tenía un vacío extraordinario del goce en sus genitales, simplemente necesitaba descubrir a una hembra que lo sacara de su eje y le mostrara realmente, que era lo exquisito...

Me decía cerca del oído, agáchate sin doblar las rodillas, baja el torso, abrir las piernas y sostenete de la mesada, él me recorría, me olía absolutamente cada parte, olfateaba mi vulva con su nariz sin sacarme las bragas, hundía la nariz y lentamente sentía como me humedecía y con su lengua corría los bordes de tan fina prenda, para lamer mi conchita putona...

Lentamente iba agarrando cada uno de los utensilios de cocina y muy despacio los introducía en mi vagina mientras lamia sin sacar las bragas, tenía el cuidado de no romperlas y de poder correrla para saciar más bajos instintos y fetiches...

Preparaba diferentes dips, unas cremas con el ph correcto para que no me causara ningún daño y con pequeñas espátulas preparaba uno de sus más grandes goces, que no era más ni nada menos que colocarme diferentes alimentos tanto en el culo, como en la conchita, para poder lamerlos con mucha suavidad y con la presión necesaria.

Me sacó las bragas y empezaba su juego, había un adminículo que me encantada, de textura suave y lisa, un material frío que absorbía el calor de mi vulva a medida que lo iba introduciendo, era el palillo de un mortero de mármol y mientras me practicaba uno de los sexos orales más ricos de mi vida, introducía el mortero y me sostenía fuerte de las piernas para que yo no me moviera.

Cuando lograba que mis eyaculaciones lo bañen por completo, tanto en su cara, labios y barba, giraba mi cuerpo me sentaba en la mesada de cocina y con otras cremas me acariciaba los pezones y el clítoris y chupaba y absorbida cada uno de los productos que iba poniendo mientras yo gozaba gemía vibraba temblaba.

Cuando finalmente dejaba de consumir todo lo que había preparado y puesto sobre mi cuerpo, se desnudaba y dejaba sus zapatos de cocinero, se agarraba la verga, me la mostraba, era gorda, rosa, dura venosa cabezona y sobre todo largaba muchísima leche que era lo que más puta me ponía...

Se acercaba, abría mis labios vaginales y me acariciaba con esa verga dura y apenas introducía la punta para que yo le pidiera por favor que me penetrara completa, con esa necesidad de sentir sus huevos en la base de mi concha golpeando sobre mi culo caliente sediento de pija, lentamente me penetraba e intercalaba dedos pija y mortero.

Me sostenía fuerte de las caderas, él era fornido, parecía un gorila espalda palteada, hacía ruidos guturales como una bestia, en ese momento no era un hombre, era un animal salvaje caliente hambriento de mí.

Sus manos eran potentes, fuertes, me sostenía de los glúteos y con toda su verga dentro, movía sus caderas me hacía casi desmayar de los orgasmos, me mordía el cuello, con una mano apretada mis pechos, lamia y mordida los pezones, los escupía, se los pasaba por la barba, los dejaba rojo y en ese momento tenía enfundado en un forro texturado, un cantimpalo grueso, gordo, grande, duro y me lo empezaba a meter en la concha y me decía después lo vamos a comer juntos...

Me chupaba el clítoris y mi iba metiendo el cantimpalo hasta donde podía, ya tenía preparado cerveza negra fría y una tabla de quesos esperando por ese cantimpalo que me había cogido hace instantes.

Tenía claro que me calentaba muchísimo todo eso, me tenía del cuello, acercaba su cuerpo enorme hacía que mis piernas, lo abrace y con una mano potente me metí el cantimpalo y lo sacaba y cuando volví a acabar lo dejaba en la cocina, le sacaba el forro y mientras yo tomaba un poco de descanso, lo cortaba en finas fetas para después los dos desnudos comer y degustar de todos los placeres...

Lalo grababa sin que yo me diera cuenta, todo esto, su charcutero preferido El Caimán, era un tipo rudo que le preparaba cantimpalos en forma de vergas, solo para que me coja con ellos.

Cuando me enteré, El Caimán sería mi nuevo y exquisito macho sexual para ser cogida con sus productos...

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