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El chocolate

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Mi Ama esta recostada con todo su esplendor en la cama. Esta desnuda; solo lleva puesto sus collares y sus anillos. Fuma tranquilamente. Yo estoy al costado, en cuatro patas y con el collar de perro en mi cuello, la cabeza gacha. Espero.

De pronto Ella chasquea sus dedos. Se lo que debo hacer. Primero empiezo a acariciar y besar sus pies con delicadeza. Luego sigo explorando cada centímetro de sus maravillosas piernas. Cuando intento adentrarme en su sexo me lo impide con un leve gesto. Desesperado me concentro en su vientre y más tarde en sus pechos. Intento besarla, pero ella gira la cabeza. Quedo de rodillas anhelante, hasta que con sus ojos señala la mesita de luz.

Allí están los cigarrillos y el chocolate. Se lo que debo hacer. Desenvuelvo la golosina y se la alcanzo. Ella la toma con su mano derecha mientras que con la izquierda apresa mi enloquecido pene y la deja ahí, sin moverla. Yo tampoco, puedo moverme, tengo que reprimir mis ansias.

No me queda otra que mirar, observar como ella va degustando lentamente cada trozo de chocolate con su vista impasible clavada en mi. Muerde la tableta despacio, la saborea, pasa su lengua sensualmente por sus labios. Cuando finaliza, se queda allí recostada, con su mano inerte en mi pene, sus ojos mirando el techo de la habitación. Sonríe.

Al cabo de unos minutos, suelta mi pene y se incorpora de lado. Sin dejar de sonreír, toma mi collar y de un tirón me acerca a su boca. Me regala dos o tres besos rápidos y pasa suavemente su lengua por mis labios. Después vuelve a chasquear sus dedos; entonces tengo que regresar adonde estaba, en cuatro patas al costado de la cama y con la cabeza gacha.

Y allí quedo. Frustrado y excitado como siempre. Y con el sabor leve en mi boca del chocolate, de ese chocolate que era el preferido desde mi juventud y que ahora solo puedo saborear de esta manera, en pequeñas dosis y solo cuando Ella me lo permite.

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