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El día en que me masturbaron en un laboratorio clínico

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La siguiente experiencia me sucedió cuando tenía 24 años, poco después de haber terminado la universidad. A decir verdad nunca había contado esta historia y considero oportuno describir primero los detalles del contexto en el cual me encontraba, por lo que debido a esto espero que se comprenda el que no entre de lleno inmediatamente a la experiencia como tal.

En fin, recuerdo que por aquel entonces desafortunadamente presenté un cuadro de lo que se conoce como prostatitis abacteriana, un diagnóstico no tan común tomando en cuenta la edad que tenía, por lo que para esto había estado acudiendo a un urólogo desde hacía meses y tomando la medicina respectiva.

Lo que pasó a continuación explica a grandes rasgos el título de este relato y es que, durante aquellos días, tenía planeado realizarme un espermocultivo por órdenes de mi urólogo, un estudio habitual y preventivo en este tipo de cuadros clínicos que yo ya me había realizado anteriormente y en donde se busca algún tipo de bacteria en el semen.

Fue justo una semana antes de ir al laboratorio cuando sufrí un accidente en el cual acabé con el brazo derecho roto y la muñeca izquierda dislocada, así como con otras fracturas algo severas que me obligaron a estar en el hospital un par de días y en casa en cama durante unas semanas.

Así pues, las extremidades más afectadas fueron mis brazos, ambos me los tuvieron que enyesar y el pronóstico del traumatólogo no era nada bueno, debía estar así al menos unos 2 meses y acudir después a rehabilitación al menos otro mes.

Este se convirtió en un periodo bastante difícil e incómodo para mí ya que, además, un familiar mío se quedó conmigo en mi departamento durante un tiempo para ayudarme a realizar tareas tan sencillas como comer e ir al baño, a lo cual no me pude negar. Prácticamente estaba casi inmóvil y realmente necesitaba ese tipo de ayuda.

Por fin, después de unas semanas, comencé a sentirme mejor, aunque todavía no podía ni me estaba permitido realizar algún tipo de movimiento que requiriera gran esfuerzo en los brazos. Aun así, con el pasar de los días logré ser un poco más independiente y pude, entre otras cosas, volver a caminar.

Para mi mala suerte, poco después comencé a presentar una recaída: mis síntomas de prostatitis se agudizaron nuevamente obligándome a pasarla todavía peor y afectando también severamente mi estado de ánimo.

Al ver que las molestias no cedían como de costumbre a pesar de seguir tomando las medicinas, decidí entonces contactar a mi urólogo y afortunadamente pude agendar una cita para la mañana siguiente, así como contar una vez más con el apoyo de mi familiar, quien me llevó en auto hasta allí sin dudarlo.

Al entrar al consultorio el urólogo claramente se sorprendió y de manera breve le conté lo que me había sucedido, así como la razón de mi consulta. Me explicó que probablemente mis molestias se debían al tiempo de mi estancia en el hospital y que tal vez ahí había adquirido una infección o que simplemente eran mis síntomas habituales ahora más intensificados.

Siendo ambas meras suposiciones, el urólogo me comentó entonces que lo más adecuado sería realizarme cuanto antes el espermocultivo para descartar cualquier otro posible diagnóstico.

Haciéndole saber que en esos momentos obviamente me era imposible masturbarme, me preguntó cómo iba mi recuperación para tener una idea del tiempo que debía esperar para hacerme el estudio. Pero esto no estaba ni cerca, le expliqué que faltaba al menos otro mes para que me quitaran el yeso, sin contar que debía ir a rehabilitación lo cual retrasaría aún más la espera.

Al notar mi preocupación, el urólogo me dijo entonces que existía otra alternativa si yo estaba de acuerdo. Así pues, me comentó acerca de un proceso llamado vibroestimulación, el cual es de gran ayuda en casos de disfunción eréctil, sobre todo en hombres que presentan lesiones en la médula espinal, pero que en mi situación en particular también podría ayudarme sin problema.

Me explicó que en tal procedimiento se coloca un dispositivo en el pene para estimular las terminaciones nerviosas y así poder lograr una erección y posteriormente la eyaculación, siendo esta última el único propósito de mi caso. Me dijo además que no requeriría esfuerzo alguno y que dicha técnica no presentaba ningún riesgo. Sin pensarlo mucho acepté, aunque el proceso me resultaba, a decir verdad, un poco extraño.

Seguido a esto, el urólogo realizó una llamada a un laboratorio especializado en este tipo de estudio, ya que era un procedimiento no tan común sobre todo en mi caso, aprovechando también para agendar mi cita para las 10 am de la mañana siguiente. Finalmente me dio la dirección y me comentó que no me preocupara, que en el laboratorio me iban a explicar todo con más detalle. Con todo esto lo único que me reconfortaba era que no tenía que levantarme tan temprano y me daría tiempo para asearme y desayunar tranquilamente ya que el estudio no requería ayuno.

Al llegar al laboratorio la mañana siguiente, lo primero que llamó mi atención fue lo grande que era este ya que incluso tenía dos pisos, algo que nunca había visto en un lugar de este tipo. Por su aspecto lujoso no dudé inmediatamente en que contara con ciertos aparatos de tecnología avanzada que permitieran realizar toda clase de estudios. Me sentía algo nervioso y pude notar también que había muy poca gente en la sala de espera lo cual hizo que el lugar se sintiera aún más amplio.

Me dirigí entonces con mi familiar a la recepción donde nos atendió una mujer de unos 50 años. El proceso fue muy rápido y seguidamente se nos pidió tomar asiento para esperar mi turno en ser atendido. No esperé mucho para que al fin alguien me llamara por mi nombre completo, como suele suceder en este tipo de lugares.

La persona en cuestión era una joven enfermera quien vestía un pantalón azul ligeramente entallado y una blusa de manga corta también azul del mismo tono en la cual se veía su nombre bordado, así como el logotipo del laboratorio. Llevaba unos zapatos blancos y cerrados con tacones apenas perceptibles, además de una cofia que constataba su profesión. De inmediato me impresionó lo arreglada y elegante que lucía, aunque esto no era de extrañar considerando el aspecto del lugar en donde me encontraba.

Cuando la vi calculé que a lo mucho tendría unos 30 años, de cabello negro y lacio el cual lo llevaba recogido. Era delgada, de estatura media y de una tez entre morena y apiñonada. Sus facciones expresaban cierta delicadeza, su nariz lucía respingada y sus ojos algo rasgados sin exagerar. Sus labios resaltaban debido al ligero toque de labial color morado oscuro que llevaba puesto. Recuerdo también que portaba unos anteojos grandes con armazón morado y de forma ovalada que le añadían un extra de profesionalidad. Sin duda su rostro, al menos para mí, denotaba una belleza muy particular.

A simple vista lucía un cuerpo que si bien no era como el de una modelo, sí bastaba para que fuera el blanco de una que otra mirada. Sus pechos lucían pequeños, sin embargo a través de la blusa se notaban bien formados. Sus nalgas, en contraste, eran de tamaño considerable, bien paradas y con una forma que llamaron rápida e increíblemente mi atención, especialmente cuando las vi de reojo por primera vez mientras la seguía a la habitación donde me iban a hacer el estudio. Además, como si todo esto no fuera suficiente, parecía alguien muy amable, característica que pude notar de inmediato.

-Buenos días, por aquí por favor -me dijo con una sonrisa y un suave tono de voz que claramente encajaba con todo lo anteriormente mencionado. Mientras la seguía y aprovechaba para admirar un poco mejor su delgada y atractiva figura, me di cuenta de las tantas habitaciones que tenía el laboratorio, parecía una especie de laberinto y, además, había demasiado silencio.

Al llegar por fin a la habitación, la cual estaba en el segundo piso, observé que había una camilla, una pequeña mesa, un banquito, una cortina que permitía tener un poco de privacidad y un cuadro de Monet, además de un pequeño lavabo, resultándome esto último un tanto curioso. Mientras la enfermera cerraba la puerta, mencionó nuevamente mi nombre completo ahora en forma de pregunta, como si una vez más quisiera asegurarse de que yo era el paciente en cuestión.

-Sí –afirmé a secas. Noté que la enfermera miraba mis brazos enyesados pudiendo ver en su rostro una ligera expresión que denotaba preocupación.

-Muy buenos días, mi nombre es Paulina y estaré a cargo del estudio que te solicitan –me dijo nuevamente en tono amable. Inmediatamente me sorprendió que me tuteara, aunque supongo que lo hizo para crear un ambiente de confianza debido a lo que estaba a punto de suceder, algo que ni yo mismo me esperaba.

-Sí, está bien –me limité a contestar.

-Bien, veamos…-y señaló la hoja que llevaba- me piden aquí que el estudio es un espermocultivo y que la muestra se obtendrá a través de vibroestimulación, ¿verdad? ¿Te comentaron en qué consiste? -preguntó.

-Sí, bueno, mi urólogo me explicó a grandes rasgos cómo funciona –respondí con un poco de incertidumbre porque no sabía con exactitud cómo iba a ser y quién iba a realizar tal procedimiento. La enfermera entonces comenzó a llenar dicha hoja mientras me hacía algunas preguntas. Al finalizar me dijo con una sonrisa:

-Bien… dame un momento por favor. Toma asiento, voy a traer el material correspondiente. Enseguida regreso.

Una vez estando solo en la habitación comencé a ponerme más nervioso de lo que ya estaba. ¿A qué material se refería? ¿Cómo era aquel dispositivo que me había comentado el urólogo? Y lo que me tenía aún más intrigado: ¿Era yo quien iba a realizar el procedimiento? ¿Y si lo hacía mal? Respiré un poco tratando de tranquilizarme, miré entonces el cuadro de Monet que colgaba en una de las paredes y decidí olvidar todo lo anterior perdiéndome un poco en el paisaje que ofrecía.

Pasaron unos cuantos minutos cuando Paulina volvió. Al entrar vi que traía una charola de metal sobre la cual habían dos frascos de plástico estériles como los que se utilizan para las muestras de orina, pero de boca menos ancha. Uno contenía unas cuantas bolitas de algodón bañadas en un líquido rosa; el otro estaba completamente vacío. Además había una especie de pinzas e inmediatamente intuí que ese era el dispositivo. La enfermera nuevamente cerró la puerta, esta vez con seguro, se dirigió hacia mí y me dijo en un tono más serio:

-Bien, debido a tu estado de salud te explicaré cómo se obtendrá la muestra… Es sencillo, puede ser tardado, aunque eso depende de ti. Además, vas a ayudarme un poco.

-Sí… -afirmé con curiosidad.

-Lo primero que voy a hacer será limpiar y desinfectar tus genitales con estos algodones –me explicó mientras señalaba uno de los frascos. -Posteriormente realizaremos la vibroestimulación con este pequeño dispositivo. ¿De acuerdo? Lo colocaré en tu glande, pero para esto es necesario que tengas erección, después enciendo el dispositivo y con las vibraciones que genera serás capaz de eyacular en cierto tiempo. Finalmente recogeré el semen con este otro frasco estéril y eso será todo. ¿Alguna duda?

-No, está bien… -me limité a responder con un poco de confusión. Yo sentí que no había procesado todo lo que acababa de escuchar por lo que al mirar mi expresión Paulina me dijo:

-No te preocupes, no es tan difícil. –Yo solo me limitaba a afirmar con la cabeza sin decir nada.

-Bien, entonces me lavaré las manos para poder empezar –expresó en un tono decidido.

Paulina se dirigió entonces al lavabo que había en la habitación para realizar el lavado de manos. Casi al finalizar me pidió amablemente que me pusiera de pie. Entonces se acercó, sentándose ahora ella en el banquito y quedando justo enfrente de mí mientras se colocaba cuidadosamente unos guantes de látex. Al finalizar dicha tarea me dijo:

-Si me permites… -señalando con un dedo mis pantalones dando a entender que requería bajarlos.

-Sí… -respondí. Acto seguido Paulina, sin avisarme, comenzó a bajarme también mis calzoncillos hasta la altura de mis rodillas.

Al quedar expuesto, inmediatamente sentí un pequeño escalofrío en todo mi cuerpo. Mi pene, el cual se encontraba más o menos a la altura de sus labios, estaba totalmente flácido. Sin duda me sentía nervioso y hasta un poco avergonzado, ya que en todas las semanas anteriores no había podido recortarme el vello púbico y ahora lucía bastante largo y desaliñado. Por su parte, Paulina no parecía nerviosa en absoluto, o al menos eso es lo que aparentaba.

-Bien… -me dijo con naturalidad tomando uno de los frascos en sus manos -voy a frotar…

-Yo no respondí. Vi que la enfermera empapaba una bolita de algodón en el líquido rosa y acto seguido pude sentir cómo lo deslizaba a lo largo de toda la parte de enfrente de mi pene muy lenta y delicadamente. El algodón alcanzaba a rozar también una zona de mi glande ya que yo estaba circuncidado y es que, a pesar de que el líquido estaba un poco frío, la sensación era agradable.

El segundo algodón que tomó Paulina lo dirigió esta vez a la parte anterior de mi miembro, el cual lo sujetaba muy apenas con una de sus manos llevándolo hacia arriba muy despacio, mientras que con la otra lo limpiaba añadiendo pequeños y ligeros movimientos circulares. Sin duda llamó mi atención una vez más la gentileza con la cual la enfermera trataba a mi pene, como si quisiera ser lo más cuidadosa posible debido a mi estado de salud actual.

El tercer y último algodón lo llevó sorpresivamente durante pocos segundos hacia la zona de mis testículos. Pude apreciar cómo su otra mano, con la palma extendida hacia arriba, la colocaba justo por debajo de ellos rozando esta apenas los vellos que tenía, como tratando de que esto facilitara dicho procedimiento. Después, pasó el algodón nuevamente hacia arriba, poco a poco, por cada zona de mi miembro finalizando en el glande.

Aquí fue en donde se detuvo unos segundos más en comparación a todo lo anterior. Paulina realizaba los mismos movimientos, sólo que ahora de manera mucho más delicada. Recorría el algodón en cada parte, en los bordes, debajo de estos y en la zona del frenillo.

Yo continuaba nervioso y es que no sabía hacia dónde dirigir la mirada. Ciertas veces veía hacia el techo, sin embargo, por momentos me detenía a contemplar la expresión con la cual Paulina seguía realizando tal tarea. Otras veces me dedicaba a admirar su atractiva figura que minutos antes había llamado tanto mi atención. Comenzaba a pensar también en lo excitante que me resultaba que una mujer tan hermosa tuviera el control sobre mi pene, incluso en una situación como esta.

Una vez finalizada la tarea, Paulina soltó mi miembro, se puso de pie y me dijo:

-Listo. Bien… puede ser incómodo pero como te expliqué, para que ahora yo coloque el dispositivo debes tener erección... –Al decir estas palabras noté que la enfermera miraba de reojo mi pene, el cual había crecido apenas un poco por todo lo anterior y debido a esto añadió:

-Si consideras oportuno puedes ir detrás de aquella cortina y salir cuando estés listo.

-Sí, gracias… -respondí con cierta resignación. Yo me sentía avergonzado. No podía creer que a pesar de lo atractiva que me parecía Paulina, y aún más con la limpieza que me acababa de realizar, no lograba conseguir una erección. Pero bueno, a decir verdad y por más que quisiera, en ese momento yo no me sentía dispuesto para algo como esto ya que todavía presentaba algunos dolores musculares debido al accidente y un poco de malestar general, por lo que comenzaba a pensar que dichas dolencias me provocaban una especie de bloqueo.

Así pues me dirigí hacia la cortina mencionada y esperé, tratando de que cualquier imagen o situación erótica que viniera a mi cabeza sirviera para lograr tal propósito. Sin embargo, pasaron unos cuantos minutos y para mi desgracia la erección nunca sucedió. Salí entonces y, mirando a la enfermera con aún más resignación, dije en un tono bajo:

-Lo siento, creo que estoy algo nervioso. –Y en parte lo estaba. Calculo que habrían pasado ya alrededor de 20 minutos desde que habíamos entrado a la habitación. En realidad comenzaba a desesperarme y no sé por qué el dolor en mis brazos se intensificaba cada vez más. Al ver el grado de mi frustración, Paulina, con su tono dulce y comprensivo, me dijo:

-No te preocupes, tómate tu tiempo. –Seguidamente se levantó para depositar en el bote de basura que estaba en una esquina unos pequeños utensilios de plástico que al parecer resultaban inservibles. Entonces me quedé inmóvil admirando de nueva cuenta su delgada figura mientras caminaba dándome la espalda, clavando una vez más mi mirada en sus enormes nalgas y sintiendo una ligera excitación. Cuando se dio la vuelta, Paulina vio que yo continuaba ahí, contemplándola con un gran deseo del cual no sé si se percató. Traté de desviar la mirada notándoseme cierto nerviosismo, pero entonces se dirigió hacia mí, y mientras se sentaba nuevamente en el banquito me preguntó con una ligera sonrisa y como si tuviera toda la paciencia del mundo:

-¿Aún no? Tranquilo, si quieres respira lento y profundo, eso ayuda muchas veces a relajarnos... –Me dediqué entonces a realizar lo que me pedía. Calculo que pasó aproximadamente un minuto cuando por fin logré sentirme totalmente relajado y el dolor que presentaba en mis brazos, así como el malestar general, habían desaparecido mágicamente casi por completo. Paulina, al notar esto me preguntó:

-¿Mejor?

-Sí –respondí en un tono mucho más tranquilo. -Gracias.

-Okey… si gustas tratar nuevamente… –señalando la cortina para que yo tuviera privacidad y poder lograr la erección. Sin embargo, no dio tiempo suficiente ya que en ese momento experimenté una excitación que se manifestó en instantes e inmediatamente comencé a sentir y a ver cómo crecía poco a poco mi miembro justo en frente de ella. Bajé la mirada hacia Paulina y pude notar también la ligera expresión que hizo ante tal logro. No sé qué es lo que pasaba por su mente, pero ver su hermoso rostro a tan sólo unos cuantos centímetros de mi verga completamente erecta hizo que me excitara aún más.

Debo decir que me extrañó un poco ya que, después de lograr tal objetivo, Paulina se quedó unos segundos sin decir nada, solamente admirando el trozo de carne que tenía justo enfrente, como esperando para ver si crecía aún más.

De repente, estando en dicha situación, yo comenzaba a tener pensamientos muy pervertidos que posiblemente nunca sucederían. Y es que de pronto aparecieron en mí unas inmensas ganas por cogerme a Paulina justo en ese momento. El morbo me consumió. Cuánto deseaba probar sus pequeños pechos y chupar sus pezones hasta que se pusieran tan duros como mi pene lo estaba en ese momento. Cuánto deseaba que, sin más, montara entusiasta mi miembro hasta que quedara completamente extasiada y complacida. Cuánto deseaba que mi verga entrara una y otra vez en su estrecha y apetecible vagina, mientras que al mismo tiempo mis testículos chocaran salvajemente contra sus enormes nalgas.

Comenzaba a imaginarla desnuda y me entraba una gran curiosidad por conocer su cuerpo, por conocer el aroma y el sabor de cada una de sus partes. Imaginaba cómo se sentiría su lengua recorriendo todo mi miembro y cómo reaccionaría ella si sorpresivamente me corriera completamente dentro de su boca. Me preguntaba también si Paulina se encontraba excitada en ese momento al tener una verga totalmente erecta justo enfrente aunque lo tratara de disimular. Me preguntaba si una situación como esta sería suficiente para que comenzara a mojarse tan siquiera un poco o para que tuviera hasta el mínimo pensamiento pervertido que fuera en contra de sus principios. Todas estas fantasías sucedieron tan rápido en mi mente que mi nivel de excitación llegó al máximo punto.

Al notar pues que la erección se mantenía firme la enfermera, quien con su voz interrumpió tales pensamientos, me dijo:

-Parece que estás listo, vamos a comenzar… -Rápidamente se levantó, cogió el dispositivo que estaba en la charola y volvió a sentarse.

-Bien… voy a encenderlo así y… Listo, ahora voy a colocarlo en tu glande y comenzarás a sentir vibraciones… -Para ayudarse, Paulina sujetaba apenas el tronco de mi pene erecto con una de sus manos, mientras con la otra colocaba cuidadosamente los dos brazos que tenía el dispositivo, uno en cada lado de mi glande, sintiendo yo una ligera presión.

Al hacerlo, inmediatamente comencé a sentir las vibraciones que recorrían cada zona de mi pene. Tuve un escalofrío ya que tales sensaciones nunca las había experimentado, además creo que realicé una ligera mueca ya que Paulina me preguntó:

-¿Todo bien? –Yo no respondí. Las sensaciones eran tan estimulantes e intensas que me pareció no haberla escuchado. Primeramente, mi mirada se centraba en el dispositivo, realmente me parecía un aparato fenomenal debido a la excitación que provocaba.

Notaba también la expresión que tenía Paulina ya que, al estar en esta situación, no le quedaba otra más que mirar el procedimiento y, por ende, a mi miembro erecto, el cual no tardó mucho en comenzar a expulsar una buena cantidad de líquido pre seminal. Después de unos cuantos minutos, mientras con una mano la enfermera continuaba sujetando el dispositivo, con la otra se las ingenió para quitar la tapa del otro pequeño frasco estéril que estaba justo al lado, en el cual yo iba a depositar el semen. Entonces alzó la mirada recordándome:

-No se te olvide avisarme, por favor… -Respondí sin decir nada, únicamente asintiendo con mi cabeza y con los ojos entreabiertos mientras respiraba de manera un poco agitada y acelerada. Comencé a gemir tratando de ser lo más discreto posible, sin embargo, el placer que recorría mi cuerpo cada vez iba haciendo que dejara de preocuparme por lo que pensara Paulina o porque alguien me escuchara fuera de la habitación. Después de unos minutos sentí una satisfacción indescriptible que hizo que soltara un gemido muy singular, el cual Paulina inmediatamente notó alzando su mirada hacia mí.

Esto provocó que los pensamientos pervertidos de hace un momento resurgieran esta vez con más intensidad. Ahora contemplaba a Paulina todo el tiempo, pensando nuevamente en lo hermosa que era, en sus colosales nalgas, en sus pequeños pero seguramente insaciables pechos y en todo lo que hacía que luciera tan deseable.

No sé cuánto tiempo pasó, pero hubo un momento en el cual experimenté una intensa corriente por todo mi cuerpo, comencé a apretar los dedos de mis pies y a presentar pequeños temblores en las piernas. Mis gemidos eran cada vez más fuertes y en mi miembro surgían intensas palpitaciones.

Creo que Paulina intuyó que iba a correrme porque mientras ocurría esto se las arregló para colocar el frasco abierto apuntando a mi glande antes de que yo le avisara. Fue entonces que, sólo unos segundos antes de correrme, finalmente exclamé a manera de susurro y de forma corta:

-¡¡¡Yaaa!!! –Mis gemidos resultaron muy intensos y es que el placer que sentí era tanto que no me preocupé en absoluto porque incluso alguien fuera de la habitación me escuchara. Tal orgasmo parecía no tener fin pues yo sentía cómo expulsaba chorros y chorros de semen al mismo tiempo que mis piernas continuaban temblando y mi cuerpo se contraía involuntariamente. Pude ver también una ligera expresión de asombro por parte de Paulina mientras eyaculaba por toda la cantidad que había salido, y es que se había llenado casi medio frasco.

Al finalizar, al mismo tiempo de que mis gemidos comenzaron a cesar poco a poco, Paulina se cercioró de que todo el semen había sido recogido. Posteriormente apagó el dispositivo y me lo retiró cuidadosamente.

A pesar de todo lo anterior, yo continuaba presentando una excitación tremenda y esto lo comprobé, ya que sólo segundos después pude notar una pequeña gota de semen que apenas comenzaba a salir de mi glande. Sabía que si algo me tocaba otra vez posiblemente iba a expulsar otro chorro.

-Terminamos, déjame te limpio…- me dijo Paulina mientras mi respiración comenzaba a normalizarse y ella se aseguraba de cerrar el frasco. Mientras la enfermera comenzaba a limpiarme con pequeños trozos de papel miré mi miembro el cual continuaba completamente erecto. No lo podía creer pues después de tanto trabajo que me había costado lograr la erección ahora era imposible que cediera.

De nueva cuenta tenía mi verga parada justo en frente de la cara de Paulina mientras ella seguía limpiándome. Notaba la expresión con la cual miraba mi miembro y aunque no sabía qué es lo que pasaba por su mente, me moría de ganas por averiguarlo.

Cuánto deseaba que en ese momento me chupara la verga y que su boca recorriera cada parte de ella. Sentí unas ansias interminables por poder correrme en toda su cara, en sus labios, en sus mejillas e incluso por encima de sus anteojos, los cuales la hacían ver todavía más deseable. Sin embargo, después de unos segundos se puso de pie y me dijo que había terminado. Posteriormente, se dedicó a subirme los calzoncillos y el pantalón mirando por última vez mi pene erecto y a continuación, con todo el profesionalismo posible, me indicó qué día estaría mi resultado.

Finalmente salimos de la habitación, la seguí a través de un camino diferente y se despidió de mí sin más, deseándome una pronta recuperación y un buen día.

No sé cuánto tiempo habría transcurrido ahí dentro, pero a mí me pareció una eternidad con todo lo que había sucedido. Cuando llegué a la sala de espera me encontré con mi familiar y abandonamos el laboratorio. Al llegar a casa tardé un poco en asimilar todo lo que había pasado y todo el día estuve pensando en ello.

Después de unos días fui de nueva cuenta con mi urólogo a llevarle mis resultados y afortunadamente no tenía infección. Confirmó con esto que únicamente mis defensas estaban un poco bajas por lo del accidente, lo cual contribuyó a que mis síntomas de prostatitis abacteriana empeoraran. A fin de cuentas, después de unas semanas más, tomando las medicinas respectivas, pude sanar de esta afección.

Pasó todavía otro mes para que me quitaran ambos yesos. Como mencioné tuve que ir a rehabilitación lo cual me resultó un tanto tedioso, sin embargo, en otro mes más y con los cuidados necesarios, yo ya estaba completamente recuperado.

Hubo días en los que pensaba en Paulina y debo decir que hasta tuve una ligera obsesión. En ocasiones me entró la loca idea de planear una forma en la cual pudiera volver a verla. Incluso a veces consideraba en ir de nueva cuenta a ese laboratorio para hacerme unos estudios de rutina con la esperanza de encontrarla, sin embargo después todo esto me resultó absurdo ya que sólo yo tenía esa idea y Paulina era alguien que únicamente estaba haciendo su trabajo, mostrándose profesional todo el tiempo.

Y pues esa es mi historia, gracias por leerme. Creo que a fin de cuentas, independientemente del accidente y todo lo demás, esta experiencia será algo que nunca olvidaré.

(9,59)