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El jefe de su marido (cuarto capitulo)

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Antes de ir a buscar a su hija decidió pasar por alguna tienda de lencería para hacer lo que le había pedido el señor Carlos. Siempre iba con su hija a todos los recados pero en este caso se veía incapaz de llevarla porque ese día era distinto. Recordó el enfado de ese hombre cuando vio sus bragas y su manera brusca de romperlas y una punzada de excitación la hizo avergonzarse.

Le había dado mucho dinero para esa compra y recordó que allí cerca había una selecta tienda de ropa de lencería y decidió pasar por ella. Lo último que quería era que ese malnacido se volviera a enfadar si veía que se había gastado el dinero en bragas baratas.

Jamás había entrado en una tienda de aquella categoría y hasta percibió las miradas de la dependienta sorprendida de que una mujer que se veía a simple vista que no era adinerada, traspasara las puertas giratorias de la tienda donde trabajaba.

- Hola, buenos días. – La mirada de desconfianza de aquella mujer se vio compensada por su amabilidad. – Le puedo ayudar en algo?

- No gracias. – la voz nerviosa de Silvia delataba que aquella era la primera vez que iba a una tienda así – Echaré un vistazo. Gracias.

- Si algo necesita no dude en preguntar. Mi nombre en Cristina.

- Gracias Cristina.

Mirando hacia el fondo vio que allí estaba la zona de las prendas que ella buscaba y se encaminó hacia allí. Silvia siempre había sido una mujer que usaba bragas muy normalitas y sencillas y cuando vio aquella gama de diferentes clases de ropa interior se sintió abrumada por lo que veía y por sus precios. Se sintió mal de pensar que el precio de una sola de aquellas prendas era casi lo que se había gastado ella en los últimos seis meses en sus bragas de mercadillo.

Eran realmente bonitas y ni siquiera sabía por cuales decidirse. Vio una preciosa pero enseguida la devolvió a su sitio al ver que la tela transparentaba todo. Solo imaginarse con ella puesta le dio vergüenza. Vio unas cuantas más.

- Son todas muy bonitas – la voz de la dependienta le asustó al estar tan concentrada – Es muy difícil decidirse por una. Verdad?

- La verdad es que si.

- Me deja ayudarla? – le sonrió con cariño – Es la primera vez que viene aquí. No?

- Si – aquella dependienta era agradable y la miraba con ternura y consiguió que se calmara un poco.

- Es normal que se sienta así. Para mí será un placer.

- Por favor no me trates de usted – que una mujer de unos cincuenta años la tratara de usted le hacía sentir mal.

- Perdona. Aquí solo suelen venir mujeres estiradas con mucho dinero y exigen que se les trate de usted – acercó su cara a la de ella y habló bajito como para que nadie le escuchara – Son unas amargadas y necesitan comprar estas cosas para gustar a sus maridos.

Se rieron juntas ante aquel comentario.

- Creo que eres la mujer más joven que entró aquí desde hace meses. Por eso me sorprendí al verte entrar. Y creo que lo notaste, me equivoco?

- Un poco si.

- Disculpa.

- No pasa nada, tranquila. – Silvia cada vez se sentía más cómoda con aquella mujer. Era sincera y simpática

- Entonces que te gustaría comprar? Veo que has estado ojeando solo braguita. Tanga o culote no quieres?

- Siempre me he sentido más cómoda con braguita normal.

- Es mucho más cómoda la verdad. Yo soy como tu y sólo uso tanga en ocasiones muy especiales o por algún vestido.

- Yo ni eso – le avergonzaba reconocer que era demasiado tradicional en cuanto a su ropa interior.

- Ni para una ocasión especial? – Cristina se fijó en el anillo de casada de Silvia – A muchos hombres les gustan los tangas. A tu marido no le gustan?

- Supongo que si.

- Supones? – Cristina con cara de broma hizo como que la regañaba – Uy ahí falta comunicación eh!!

- Un poco últimamente si – Silvia se puso triste al hablar de su marido y recordar su distanciamiento de los últimos meses.

- Todos los matrimonios tienen épocas mejores y peores. Yo antes de quedar viuda, había meses que con mi esposo nos pasábamos muchas horas teniendo sexo y luego había meses que de pascuas en flores.

- Siento lo de tu marido.

- Tranquila reina. Ya fue hace más de diez años y ya lo he superado. Lo recuerdo mucho pero es así la vida.

- Pero eres joven. No te volviste a casar o tener pareja?

- No, que va. He tenido amigos íntimos pero pareja no quiero, estoy muy bien así.

A Silvia le sorprendía la naturalidad de aquella mujer para hablar de cosas personales e incluso íntimas. Ella debido a su timidez y su vergüenza siempre había admirado a la gente así. Se sentía muy a gusto con la conversación.

- … Pues tu marido que espabile eh!! – aquella mujer seguía hablándole con aquel desparpajo – Estoy segura que muchos hombres darían lo que fuera por estar con una mujer como tú de bonita.

- Supongo que soy normal – Silvia se ruborizó ante los piropos de aquella mujer – pero gracias por el halago.

- De normal nada reina – le cogió una mano y la giró quedando delante de un espejo de cuerpo entero – Tu en casa no tienes espejos? – Cristina se quedó detrás de ella y le hablaba desde su hombro – Eres guapísima y tienes un cuerpo muy bonito.

- Gracias – estaba colorada ante las cosas que aquella mujer le decía y se sentía halagada. – Tu también eh!!

- Para mis años no me quejo aunque mis esfuerzos me lleva poder mantenerlo. - Se miraban en el espejo mientras se hablaban – Perdona por haberte hecho sonrojar.

- Es que nunca una mujer me había dicho esas cosas y no sé… - Silvia intentaba no mirar directamente al espejo donde estaban los ojos de esa mujer mirándola – Es extraño.

- Como puedes comprobar soy muy natural y puedo ver que tu eres muy vergonzosa. Y yo también estoy sorprendida por haberte dicho esas cosas.

- Soy demasiado vergonzosa.

- Por la vergüenza perdemos muchas oportunidades de vivir cosas muy bonitas.

- Y como se hace para perderla?

- Respirar hondo y cerrar los ojos y decir lo que se siente. Ese sería un buen principio.

Silvia se giró y volvió a mirar las braguitas y se fijó en aquella que transparentaba todo. Cristina se dio cuenta y la cogió.

- Antes vi que cogías esta braguita y la soltaste como asustada. Te gusta?

- Si

- Te dio reparo imaginarte con ella?

- Es que se verá todo con ella puesta.

- Te la regalo. Déjame ayudarte a superar tu timidez reina.

- Pero es carísima. No puedo aceptar este regalo.

- Claro que puedes. Será un detalle para la clienta más agradable de mi boutique.

- La boutique es tuya? Pensé que eras una empleada.

- La abrí hace un año. No me gusta que la gente sepa que soy la dueña y prefiero que piensen que soy una dependienta.

- Eres muy buena conmigo, gracias. Pero para aceptar tu detalle me llevaré alguna más.

Al final se decantó por unas braguitas blancas, unas rojas, unas azules y otras negras. Se fijó en un tanguita rosa y lo cogió.

- Te haré caso y me llevaré un tanga – se rieron como haciendo una travesura juntas.

- Estoy segura que a tu marido le encantará todo – Eres una joven encantadora.

- Gracias Cristina – sus mejillas no lograban retomar a su color natural – Espero que le gusten – se sintió algo triste de saber que para quien había comprado toda aquella preciosa lencería no era para Mateo sino para un viejo al que odiaba.

- Ya me contarás. – y le guiñó un ojo con esa complicidad que solo dos buenas amigas tienen. – Aún no me has dicho tu nombre.

- Oh perdona, soy un desastre. Silvia, me llamo Silvia.

- Encantada Silvia. Aquí tienes una amiga – cogió las prendas que había elegido – Alguna más?

- Nooo!! Creo que ya me emocioné cogiendo de más.

- Vayamos a la caja entonces. – Cristina registró toda la compra – En total son doscientos noventa euros. Esta te la regalo yo.

Silvia sacó su cartera y sacó los trescientos euros que el señor Gómez le había dado y le pagó.

-Si tienes algún problema con la talla o no te convence alguna, prométeme que me lo dirás. De acuerdo?

- Vale, de verdad te agradezco mucho todo. Me has hecho fácil este trago.

- Eres una chica muy maja. Ojalá todas las clientas fueran así como tú. – cogió un bolígrafo y anotó algo en un papel – Aquí tienes mi número para lo que necesites. Normalmente estoy aquí hasta las ocho de la tarde que cierro.

- Ah vale – cogió el papel y se lo guardó en el bolsillo. – Ahora al salir te mando un mensaje y así tienes el mío.

- Perfecto Silvia.

Se despidieron con un beso en la cara y salió de allí con una sensación que no sabía explicarse. Al empezar a caminar hacia la casa de su cuñada se dio cuenta que no podía ir con aquella bolsa de la boutique de lencería más cara de la ciudad a recoger a la niña. Como podría explicar que se había gastado todo ese dinero en unas bragas? No sabía que hace. Se puso nerviosa.

- Silvia, todo bien? – era Cristina que estaba cerrando la tienda para irse a comer

- Es que… - no sabía cómo explicar aquello.

- Puedo ayudarte? – aquella mujer se acercó a ella y agarró su mano con delicadeza.

- Tengo que ir a buscar a mi bebé a casa de mi cuñada y no sabría como explicarle esto – levantó con timidez la mano con la bolsa.

- Jajaja… Tu y tu vergüenza. Eres adorable reina. A ver… tu tienes algo que hacer esta tarde?

- Creo que no. – la verdad es que nunca tenía nada que hacer salvo bajar al parque con la niña

- Pues ya está. Si quieres te llevo yo la bolsa para mi casa, no te lo dije antes pero los viernes por la tarde y fines de semana tengo una empleada.- a Silvia le encantaba la manera de hablarle que tenía aquella mujer- Puedes pasarte a la hora que quieras. Te parece buena idea?

- Eres muy buena conmigo. Gracias, me acabas de salvar la vida.

- Ven, vayamos caminando y así ya te digo donde vivo.

Después de enseñarle donde vivía y decirle el piso se separaron. Silvia hubiera deseado estar más tiempo con ella, le gustaba lo que le transmitía. Le infundía una especie de calma y a su vez nervios extraños. Su voz era suave y desprendía ternura al hablar y con su mirada. Se ruborizó al recordar los nervios que había sentido cuando esa mujer la puso frente al espejo de la tienda y lo que sentía cuando le decía lo bonita que era casi al oído. Pensó que estaba loca de haberse sentido algo excitada con aquello, a ella solo le gustan los hombres, a ella solo le gustaba su marido. Había leído que algunas mujeres aun siendo heteros a veces fantaseaban con otras mujeres, pero ella jamás había tenido pensamientos así.

Su sentido de culpabilidad y su estado de evidente nerviosismo le hizo rechazar la invitación de su cuñada Marga. Se disculpó con la promesa que la próxima semana quedaría con ella para charlar con calma.

Ya en casa dio de comer a su retoño y la acostó. Se quedó dormida y se sentó al lado de la cuna. Por ella haría lo que hiciese falta, de hecho ya lo estaba haciendo, pensó.

Comió algo y decidió tumbarse un poco en el sofá. Era cerrar los ojos y la visión del grueso pene del señor Gómez se adueñaba de su mente. Abría los ojos inmediatamente para ahuyentar aquella imagen que la estaba atormentando. Los cerraba de nuevo y recordó la manera que aquel miembro había invadido su boca y aquel mar de sensaciones enfrentadas que había sentido. Una punzada en su sexo le hizo abrir los ojos y como quien busca algo a tientas, a oscuras, con miedo de encontrarlo, llevó su mano entre sus piernas y se asustó al darse cuenta que estaba muy mojada. Su sexo estaba rogando, quizás exigiendo ser calmado.

Se sintió como cuando era una adolescente y las hormonas le empujaban a masturbarse continuamente. Lo hacía al despertarse, en la ducha, a veces tenía que interrumpir sus horas de estudio para tocarse bajo el escritorio y ya al acabar el día, su cuerpo le imploraba ser acariciado antes de dormir.

Ahora en el sofá comenzó a tocarse y sentía su vagina especialmente sensible. Cerró los ojos intentando pensar en su amado esposo, pero era una batalla perdida y su mente viajaba a esa mañana. El recuerdo del instante de su cuerpo sobre la boca de ese señor era demasiado perturbador y alejaba cualquier recuerdo de su marido. Se levanto agitada, nerviosa. No podía permitir que ese hombre se adueñara de sus momentos de placer en solitario.

Se dio una ducha rápida, no quería que el agua cálida resbalando por su cuerpo le tentara de terminar lo que había empezado en el sofá. Se vistió e intentó distraerse recogiendo la ropa seca del tendedero. Se sentía muy sensible, demasiado y cualquier roce con su cuerpo le provocaba un placer muy agradable que no podía evitar reconocer que le gustaba.

Ya no sabía que hacer para estar distraída y se acordó de Cristina. Miró la hora y se acordó que le había dicho que le enviaría un mensaje al salir de la tienda para que tuviera su número. Buscó el papel donde esa mujer había anotado el suyo y lo guardó en los contactos de su agenda telefónica. Abrió el WhatsApp y le escribió un mensaje.

Silvia: “Hola Cristina, antes me olvidé de escribirte el mensaje. Soy Silvia.“

Al momento vio que le llegaba un mensaje de ella.

Cristina: “Hola Silvia. No te preocupes, tengo tu bolsa aquí y sabía que me escribirías. Jajaja. Es broma reina, estabas muy nerviosa y lo comprendo“

Silvia: “Si, me puse muy nerviosa. En poco tiempo esta mañana me ayudaste mucho dos veces. Gracias!!“

Cristina: “Eres encantadora y te ayudaré todas las veces que haga falta“

Silvia: “Me dejas sin palabras. Tu también eres encantadora“

Cristina “Acuérdate que puedes venir a la hora que te vaya bien.“

Silvia: “Puedo pasar ahora por ahí?“

Cristina “Claro. Me acabo de despertar de la siesta. Vente ahora“

Silvia: “Preparo a la niña y voy para ahí. Un beso“

Cristina: “Besos Silvia“

Apoyó el teléfono en la mesa del salón y se quedó pensativa. Era muy extraña la sensación que sentía cuando recordaba a aquella mujer. Se sentía muy halagada cuando le decía cosas bonitas y le gustaba mucho como esa mujer sabía decir las cosas y su manera de decirlas con naturalidad y ternura. Se percató que tenía ganas de volver a verla y sentir su compañía.

Preparó las cosas de la niña y la acostó en la silla. Decidió dar un paseo e ir caminando pues hacia un buen día. Enseguida llegó a la casa de Cristina y la recibió con mucho cariño.

- Perdona que esté con estas pintas, pero desde que me escribiste no he parado de recibir llamadas- aquella mujer llevaba una elegante bata de raso azul que le llegaba un poquito por encima de las rodillas.

- Con estas pintas dices? – Silvia se sorprendió de lo elegante y guapa que estaba. – Esa bata es preciosa, te queda muy bien. Tenías que verme tu las pintas que tengo en mi casa.

- Gracias reina – con un gesto la invitó a pasar – Como comprenderás gracias a la tienda yo lo tengo fácil con este tipo de ropa.

- Ya, eso sí. Que suerte!!

Cristina le propuso dejar a la niña dormir en la habitación de al lado y así no la molestarían al estar hablando y a Silvia le pareció buena idea. Dejó allí a la niña y se sentaron una frente a la otra.

- Tienes una bebé muy hermosa.

- Tu tienes hijos? – Silvia sentía interés por conocer cosas de esa mujer. – Perdona la pregunta.

- No tengo nada que perdonarte cariño. Si, tengo dos hijos, una mujer de treinta y seis años y un hijo de veintiocho.

- De treinta y seis? – Silvia se sorprendió de que aquella mujer tuviera una hija de aquella edad – Pero cuantos años tienes? Vaya, perdona otra vez. No paro de preguntar cosas. A veces soy muy curiosa y no debería.

- Puedes preguntar todo lo que quieras saber Silvia – de nuevo le sonrió con mucha ternura – La curiosidad es buena, es la manera de aprender. El que no sabe pregunta y es como aprende, el que no sabe y no pregunta nunca, siempre se quedará sin respuestas. Ah, tengo cincuenta y seis años.

- En serio? – ella pensaba que tenía menos. Era una mujer muy guapa y sin ninguna arruga y tenía un cuerpo bonito – Pues no los aparentas ni de broma. Yo pensaba que tendrías cincuenta como mucho.

- Vaya, te lo agradezco. Ahora aún me caes mejor. Y tu, puedo saber cuantos tienes?

- Claro, yo tengo treinta y tres.

- Tu tampoco los aparentas, tienes cara de niña.

- Gracias!! – Silvia se sonrojó de nuevo por un halago de esa mujer.

- Que vergonzosa eres. Cuando te ruborizas estás muy hermosa reina.

- Uff… Soy demasiado vergonzosa, muchas veces me da rabia serlo.

- Esta mañana ya me di cuenta que eras muy vergonzosa. Con los años se van perdiendo esos pudores, ya lo verás. Que es lo que te avergüenza cariño? Quieres contarme?

- No se, creo que todo – Silvia suspiró como buscando aire y encontrar respuesta a la pregunta de su nueva amiga

- Te avergüenza que te digan cosas bonitas? Tu cuerpo? El sexo? – aquella mujer intentaba hacerla pensar sobre los motivos de su vergüenza y que los expresara con naturalidad.

- Que me digan cosas bonitas me pone colorada.

- Te avergüenza sentirte deseada reina?

- Creo que si.

- Y por tu marido te da vergüenza sentirte deseada?

- Por mi marido no, pero bueno, ya no me siento tan deseada por él como antes – se sentía sorprendida de estar diciendo aquellas cosas, Cristina estaba consiguiendo que se desahogara con ella.

- Tu cuerpo te avergüenza?

- No quiero parecer presumida pero mi cuerpo me gusta.

- Entonces tu cuerpo no te avergüenza?

- Físicamente no me avergüenza pero… - se detuvo en seguir contestando.

- Pero? – Cristina sentía que esa joven necesitaba desahogarse y echar fuera todos sus temores y deseaba ayudarla.

- Lo que me avergüenza de mí cuerpo es como siente. Cuando alguien me mira o me dice cosas es como si reaccionara demasiado y eso me avergüenza mucho.

- Te excitas fácilmente aún con pequeños estímulos, es eso?

- Si y me siento rara.

- Cariño excitarse fácilmente es una virtud si se sabe manejar. Acaso no te gusta sentirte excitada?

- Si me gusta, pero mi marido está todos los días cansado y a veces me siento como cuando era una adolescente.

- Que pasaba cuando eras adolescente? Quieres contarme?

- Me masturbaba continuamente – antes de decirlo Silvia no pudo evitar desviar la mirada.

- Te sientes incomoda reina?

- No se, me gusta poder decir esto que nunca conté a nadie pero no puedo evitar sentir vergüenza.

- Recuerda lo que te dije esta mañana. Respira profundo, cierra los ojos y desahógate cariño.

- Vale, lo intentaré.

- Dices que te da vergüenza decirme todas estas cosas pero que te gusta desahogarte. Verdad?

- Si

- Te sientes excitada al hablar estas cosas?

- Si… - Silvia llevaba muy sensible todo el día y aquella situación de contar cosas tan íntimas la había excitado. Aquella mujer sabía cómo hacerla sincerarse.

- Y piensas en algo en concreto?

- No, solo siento que estoy excitada de hablar contigo esto.

- Te gustaría masturbarte?

- Si pero… - Silvia sentía la necesidad de tocarse, su sexo se lo estaba exigiendo.

- Pero? Cariño no sientas vergüenza de lo que te ocurre.

- Pero odio masturbarme, me siento mal cuando termino. Es que no se…. – Silvia se tapó la cara con las manos apuntó de comenzar a llorar ante aquella desesperación que sentía.

- Tranquila cariño – Cristina al ver lo que le sucedía a aquella joven se levantó y la abrazó con ternura.

Silvia al sentir aquel abrazo tan cariñoso de aquella mujer se abrazó a ella y hundió su rostro en su cuello. Era un abrazo cálido, sensible. Su cuello olía muy bien y por primera vez se sintió protegida por alguien. La mano de esa mujer acarició su cuello, su pelo. Le besó la cabeza. Y Silvia estaba muy sensible y se estremeció.

- Quieres que sea yo quien te masturbe reina? – la voz suave de esa mujer acarició su oído.

- Es que a mi no me gustan las mujeres Cristina – temía que esa mujer hubiera creído lo que no era, ella era heterosexual y nunca se había ni siquiera imaginado como sería estar con alguien de su mismo género.- Soy hetero.

- Yo también soy hetero cariño. Nunca he acariciado a otra mujer.

Silvia al escuchar aquellas palabras se estremeció e inconscientemente besó el cuello de aquella mujer. Acercó su boca al oído de ella.

- Pero yo no se si seré capaz de acariciarte. No estoy preparada Cristina. – le hablaba bajito como si no estuvieran solas.

- Tranquila cariño. Llevo muchos años haciéndolo yo sola, por eso no te preocupes.

- Gracias, eres tan buena conmigo. Acerca tu oído… - Cristina acercó el oído a la boca de Silvia y en un susurro se lo pidió – mastúrbame por favor.

Aquella mano suave que nada tenía que ver con la mano del señor Gómez acarició su muslo despacio subiendo lentamente. Las dos estaban nerviosas, excitadas. Una por sentir que por primera vez iba a sentir la mano de otra mujer acariciando su sexo y la otra por sentir como sería pasar su mano por la vagina de aquella joven. Cristina apoyó la mano sobre la braga y se enterneció al notar la tela totalmente mojada. Se dio cuenta que su joven compañera, de verdad necesitaba aplacar aquella excitación y ella estaba feliz de poder ayudarla. Silvia temblaba como una gatita asustada y ella la abrazaba y besaba su cabeza con cariño.

Cuando metió la mano por dentro de la prenda íntima las dos gimieron al sentir el contacto mano coño. Aquella mano era suave y delicada, aquel coño era tierno y también muy suave. Ambas sentían placer por lo que estaban sintiendo. Aun siendo tan diferentes las caricias del señor Gómez y las de esa mujer, Silvia sintió que los dos sabían como hacerla sentir un placer jamás imaginado por ella.

Se abrazó a Cristina fuerte cuando empezaron a temblarle las piernas, ésta al sentir lo que le estaba pasando, introdujo un dedo en aquella estrecha vulva y lo empezó a mover como si su dedo fuera el mejor de los amantes.

Y por primera vez en mucho tiempo Silvia gimió con libertad, gimió al oído de aquella amante inesperada que tanto placer le estaba haciendo sentir. Sintió que la llave que hacía desbordar su coño en eyaculaciones inexplicables estaba siendo manipulada por aquel maravilloso dedo. Deprisa cogió una manta que vio a su lado mientras hablaba con Cristina y la puso bajo sus muslos. Y sucedió. Entre gemidos libres de vergüenza y casi sollozando de placer comenzó a eyacular. Fueron uno, dos… hasta cuatro chorros de placer que brotaron de su coño tan magníficamente acariciado por aquella mujer. Chorros acompañados cada uno por las caderas levantadas y su cuerpo arqueado y que Cristina observaba maravillada.

Se acurrucó contra Cristina y lleno de besos sus mejillas en agradecimiento por lo que había pasado. En ningún momento buscó su boca por no sentirse preparada para besar de manera tan íntima a otra mujer. Cristina estaba feliz y besaba la cabeza de la joven. Se sentía satisfecha y contenta de haber provocado aquel orgasmo a Silvia.

- Estás mejor reina? – la dulce voz de esa mujer volvió a acariciar los oídos de Silvia.

- Estoy muy bien y tu?

- Estoy feliz cariño. Acariciarte ha sido maravilloso.

- De verdad nunca habías acariciado a otra mujer?

- Nunca lo había hecho.

- Pues lo haces muy bien – mirando la manta empapada y el suelo le dijo – bueno ya lo ves, no hace falta decir nada.

- Por eso te da vergüenza? Por tus orgasmos?

- Creo que si.

- Son maravillosos tus orgasmos. Tendré que emplearme mejor conmigo misma para ver si alcanzo algún orgasmo así.

- Yo a mi misma no soy capaz.

- Ah no?

- No

- Entonces tendrás que ayudarme tu – sonrió con ternura – Es broma cariño. Entiendo que no estés preparada para eso.

- No se si sería capaz Cristina pero si algún día me veo capaz te lo diré. Vale?

- Claro, tu no te preocupes. – mirando su braguita totalmente mojada por la eyaculación le dijo – creo que hoy vas a tener que estrenar una de tus braguitas nuevas reina – sonrieron juntas al darse cuenta que tenía razón.

Cristina se levantó y le ofreció su mano a Silvia para que la siguiera. La llevó hasta su habitación y sobre la cama reconoció la bolsa de la boutique.

-Date una ducha o aséate un poco si quieres, ese es mi baño.- Abrió una puerta y encendiendo la luz la invitó a pasar al baño – Yo mientras voy a limpiar el suelo del salón.

- Siento mucho como dejé todo.

- Será un placer tener que limpiar algo tan maravilloso.

- Gracias – Silvia no pudo evitar abrazarla y darle un beso en la cara – tu si que eres maravillosa.

Silvia se dio una ducha y cuando estaba secándose apareció Cristina en la habitación. Por instinto se tapó con la toalla su cuerpo desnudo…

-Uy esa vergüenza vuelve a aparecer?

- Un poco, ya sabes que no puedo evitarlo.

- No te preocupes, ya verás como poco a poco irás superando eso y cuenta con mi ayuda para lo que necesites.

Tenía la ropa sobre la cama y tuvo que salir del baño con la toalla, se encontró con Cristina que se estaba desabrochando el nudo de la bata. Sin darse ni cuenta se quedó mirando como se la quitaba quedándose con un precioso pijama de dos piezas también de raso a juego con la bata. Se miraban una a la otra

-Voy a pasar un momento por la tienda. Te importa si me cambio aquí?

- No – la verdad es que por primera vez Silvia sintió curiosidad por el cuerpo de aquella mujer. – Cámbiate aquí por favor.

Se quedaron en silencio. Silvia de pie con la toalla ocultando su cuerpo. Mirándose. Esa mujer se quitó la parte de arriba quedando sus pechos desnudos. Eran un poquito más pequeños que los de Silvia lo que les permitía a pesar de la edad seguir manteniéndose totalmente firmes. Silvia se fijó en sus pezones oscuros y con la areola grande. Eran grandes aquellos pezones. Le atraía mirar aquellos pechos. Aquella mujer no apartó la mirada de la joven cuando se quitó la parte de abajo del conjunto. Era como si deseara escudriñar la mente de aquella chica que estaba observando su desnudez.

Silvia se fijó en el pubis liso y libre de molestos vellos, las dos lo llevaban igual. Se fijó que el sexo de Cristina era algo más oscuro que el de ella que era mas rosadito. Sentía que le gustaba mirar a esa mujer desnuda. Ante su perplejidad pensó que era una mujer muy sexy y sensual. La mirada de esa mujer sobre ella le provocaba sensaciones agradables.

Algo le empujaba a mostrar su desnudez a esa mujer y con lentitud se quitó la toalla. Se estaban mirando desnudas. Ambas miraban con admiración y curiosidad el cuerpo de la otra.

-Eres hermosa Silvia

- Tu también lo eres.

Se vistieron con mucha calma sin dejar de mirarse. Las dos deseaban prolongar ese instante de observación mutua de sus cuerpos.

Cuando Cristina iba a ponerse el sujetador, Silvia sintió como tristeza de pensar que la imagen de aquellos pechos iba a desaparecer y superando su vergüenza le dijo.

-Espera Cristina!!

La mujer vio como esa joven iba hacia ella apurada y sin decirle nada la abrazó. La abrazó fuerte pegando sus pechos desnudos contra los de ella. Cristina pudo sentir la necesidad de aquella chica por sentir sus tetas juntas y se quedó abrazada a ella sintiendo como los pechos de ambas se tocaban entre sí. Sentía sus pezones muy duros, demasiado y feliz sentía que a los pezones de Silvia les pasaba lo mismo.

Los llantos de la bebé las hicieron volver en si. Silvia al separarse de ella volvió a besar su mejilla y le pidió perdón por tener que ir a atender a su pequeña.

Regresó a la habitación con la niña en brazos, ya calmada al estar con su madre y vio que Cristina ya se había vestido. Está se ofreció a coger a la niña mientras ella se terminaba de vestir. A Silvia le gustaba mucho la complicidad que tenía con esa mujer y como la miraba con cariño. Ya vestida de todo se acercó a Cristina y al oído le dijo.

-Para la semana que viene si quieres vengo otro día – se ruborizó un poco al decírselo – vale?

- Me encantaría cariño. Cuando quieras puedes venir.

- Ahora nos tenemos que ir esta pequeña y yo.

- Yo también bajaré un momento a la tienda.

Bajaron juntas y en el portal se despidieron. Al separarse y emprender camino en diferentes direcciones las dos iban sonriendo y sorprendidas por todo lo ocurrido.

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