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El jefe de su marido

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Llegó al portal de su casa y como cada mañana, abrió el buzón con ese temor que tiene la gente que sufre de problemas económicos ante la idea de encontrarse un nuevo recibo que no podría afrontar. Se puso nerviosa al ver una carta del banco.

Cuando subió a casa acostó a su hija en la cuna y se fue a la cocina a abrir la carta. Era lo que se temía, el banco le anunciaba que si no efectuaba los pagos atrasados se verían obligados a embargar la nómina de su marido. Se sentía agobiada, sin saber que hacer. Pensaba en su marido que desde hacía meses tenía que trabajar todo el día y aun así no llegaban a fin de mes y las deudas se acumulaban.

Silvia y Mateo eran un matrimonio normal como otro cualquiera. Llevaban cinco años casados y tenían una hija de ocho meses. Eran felices con su vida sencilla, pero todo había cambiado cuando ella se quedó embarazada y la habían despedido ilegalmente y la empresa de su marido había cerrado y tuvo que buscarse un nuevo trabajo con menos sueldo, por lo que se veía obligado a hacer horas extras para compensarlo.

Silvia sentía que todas esas circunstancias habían influido en su matrimonio y ahora discutían más e incluso el sexo se había convertido en algo esporádico. Cuando todo iba bien, tenían sexo a diario y ahora en aquellos meses se había convertido en algo esporádico. Ella eso lo llevaba fatal y a menudo tenía que recurrir a la masturbación para saciar sus ganas de mujer que a sus treinta y tres años siempre había sido muy activa sexualmente.

Por la noche cuando llegó Mateo de trabajar, prefirió no decirle nada de la carta del banco al ver que estaba agotado y muy nervioso por la incertidumbre de si le renovarían el contrato que le terminaba en un mes.

-Buenos días. Me puede pasar con el señor Gómez? –ante la desesperación de no saber que hacer había decidido llamar al jefe de su marido.

-Un momento señorita. Estaba en una reunión hace un momento.

Su marido y ella ya habían discutido alguna vez sobre eso de llamar a su jefe. Había sido hacia dos meses y ella había llamado para pedir un anticipo para pagar un recibo de la luz por miedo a que se la cortaran. Mientras esperaba al teléfono recordaba lo furioso que se había puesto su marido aquel día.

-Es que no entiendes que mi jefe es un viejo prepotente y que odia que lo molesten por estas cosas? –Mateo estaba muy enfadado.

-Si llamé es porque no tenía otra solución –estaban discutiendo acaloradamente– Que querías que nos cortaran la luz? Tú y yo podremos pasar sin luz aunque no creo, pero lo hice por nuestra hija. Recuerda que tenemos una hija de seis meses.

-Lo sé. Claro que lo recuerdo, pero me da miedo que mi jefe se enfade y no me renueve el contrato.

Aquella vez el señor Gómez había accedido a darle ese anticipo. Recordó la vergüenza de tener que ir a las oficinas a recoger el dinero y lo mucho que le había impuesto el jefe de Mateo. Calculó que debía de tener unos sesenta y muchos años por su pelo y barba de vellos muy blancos y como bien decía su marido se notaba que era un hombre prepotente y de carácter fuerte. Su voz y su aspecto a pesar de estar vestido con elegancia intimidaban mucho.

-Quién es? –la voz del señor Gómez sonó al otro lado del teléfono. Por su tono parecía enfadado y enseguida pensó si había sido una buena decisión llamarlo.

-Ho… hola. Buenos días –Silvia se sentía intimidada hablando con ese señor– Soy Silvia la mujer de mateo… -Silvia le contó lo que le sucedía y enseguida fue interrumpida por ese hombre.

-Mira ahora estoy muy ocupado. La dirección que figura aquí es la misma donde vivís?

-Si. ¿Por qué?

-Me pasaré por ahí después de comer y hablaremos con calma. ¿Estarás en casa?

-Si –Silvia se asustó con la idea de que Mateo se enterara que su jefe había estado en casa.– Pero por favor, que mi marido no sepa que le he llamado.

-Tranquila. No le diré nada.

-Gracias.

Al colgar el teléfono Silvia se puso nerviosa ante la posibilidad de que su marido pudiese comer en casa y llegara su jefe estado él allí.

-Hola cariño, ha pasado algo? –Mateo se extrañó de que su mujer lo llamase a esa hora.

-No cielo. Te echaba de menos y me apetecía escucharte –Silvia se sentía fatal al estar mintiendo por primera vez a su amado esposo– Que tal va la mañana?

-Bien cariño, aunque estamos a tope de trabajo. Hoy mi jefe ha venido con un humor de perros.

-Bueno entonces no te molesto más. ¿Vendrás a comer a casa cielo?

-Sabes que me encantaría, pero hoy será imposible.

-No te preocupes amor, por la noche nos vemos. Te quiero mucho.

-Yo también te quiero cariño.

Silvia se pasó el resto de la mañana nerviosa, se sentía fatal por haber mentido a su marido y no sabía si la conversación que tendría con el señor Gómez les sería de ayuda. Apenas comió pues ni apetito tenía con ese nudo en el estómago de los nervios. La niña se acababa de dormir cuando sonó el timbre del portal.

-Soy yo Silvia –era el jefe de su marido.

-Suba por favor.

Solo verlo en la puerta de su casa se sintió intimidada, nerviosa. Lo mandó pasar y en el salón le ofreció un café que él aceptó gustosamente. Él la miró de arriba abajo cuando se fue a la cocina. Pensó que aquella falda hasta las rodillas le quedaba muy bien, era una joven muy guapa y sencilla y pensó que su empleado tenía mucha suerte de tener una mujer como aquella.

Silvia se sentó al lado de ese hombre y le volvió a contar todo lo que les estaba pasando. Le habló de la carta del banco, de su miedo porque no le renovara el contrato, de sus problemas para afrontar todos los gastos y poder comprar las cosas de la niña.

-Mira te voy a ser sincero –ante la sorpresa de Silvia, ese hombre apoyó una mano sobre su pierna para hablarle y ella por temor a que ese hombre se enfadara se quedó quieta.– Me gustaría ayudarte, pero yo que gano a cambio?

-Mi marido trabaja todo el día para usted.

-Lo sé, pero hay otros empleados muy buenos y tendré que despedir a dos.

-Uno será mi marido?

-Aún no lo sé Silvia –la mano de ese hombre comenzó a acariciar muy lentamente la pierna de ella.– Dime, si te ayudo yo que gano a cambio?

-No lo sé señor Gómez –ella estaba asustada y avergonzada pensando lo que ese hombre estaba insinuando.

-Mira, llevo cuatro años viudo. Si te ayudo tú me ayudarás a mi?

-Que tengo que hacer? –la necesidad económica estaba hablando por ella.

-Quítate la falda Silvia.

El mundo se derrumbó en ese instante para ella. Hacer lo que ese señor le pedía era su única solución y a la vez era humillarse como mujer y humillar a su amado esposo. Se levantó del sofá y avergonzada se desabrochó el cierre de la falda y la dejó caer al suelo. Él la observaba con atención y Silvia sintió como ese señor miraba sus bragas. Con un gesto ese señor le hizo saber que deseaba que se sentara de nuevo a su lado y ella le obedeció.

-Le renovará el contrato a mi marido?

-Eso dependerá de ti Silvia.

Para Silvia todo sucedió como una pesadilla que jamás había pensado tener. Pensaba en su hija, en su marido, cuando la mano de ese señor empezó a acariciar sus muslos. Cuando esa mano intrusa comenzó a acariciar sus bragas ella solo podía mirar a la puerta de la habitación donde su bebé dormía plácidamente ignorante de lo que su madre estaba permitiendo a ese hombre hacerle. Silvia se tapó la cara cuando esa mano se introdujo por dentro de la tela. Era repugnante esa mano tan diferente a la de su marido, una mano de piel arrugada y dedos grandes que le estaba manoseando su zona íntima de una manera grosera.

Se asustó y avergonzó al sentir que esa mano le estaba tocando de una manera que le comenzaba a dar placer. Deseaba parar aquello porque se negaba a sentir placer con otro hombre que no fuera su marido. Silvia se tapó la boca con la mano cuando sintió que esos dedos extraños le estaban estimulando el clítoris. Sintió el botón del placer atrapado entre los dedos pulgar e índice de ese hombre y su cuerpo empezó a temblar al alcanzar el orgasmo.

Silvia se quedó tumbada en el sofá temblando y escuchó como ese hombre se levantaba.

-Te dejo una tarjeta con mi número personal. Piensa lo que te dije y me llamas. ¿Vale?

-Vale –Silvia estaba desconcertada– por favor que mi marido no sepa que hablé con usted.

-Tranquila. Nunca sabrá nada.

Escuchó la puerta de casa al irse ese hombre y llorando se fue al cuarto donde dormía su hija y la cogió para abrazarla.

(Continuará)

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