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El pasajero oscuro (Parte II)

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Pasaron 5 años. Mis instintos más oscuros seguían vivos. Y me avergonzaba de ellos. En otras 4 ocasiones repetí la estrategia. Viaje lejos a un lugar aislado, y convencer, mejor dicho, corromper a una chica inocente con dinero. Y cada vez que lo hice me dije que sería la última. Tenía miedo de que saliese algo mal. Pero sobre todo tenía miedo de que mi mente se acostumbrase a que eso era normal.

En mi otra vida, la oficial, progresaba, ascendí en la empresa, tenía éxito. Pero cada año que pasaba, me sentía más vacío por dentro. Acababa de cumplir 33 años, no tenía novia, pero tenía un demonio dentro que amenazaba con devorarme. Decidí acabar con ello.

Para sorpresa de propios y extraños, dejé mi trabajo, y con el buen dinero que había ahorrado durante años me mudé a las afueras de Alicante con la intención de empezar un negocio de consultoría por mi cuenta.

No fue una decisión de un día para otro. Llevaba tiempo pensándolo. Tenía el conocimiento, la experiencia y los contactos. La costa levantina era una zona que amaba y me tranquilizaba desde pequeño, cuando iba allí cada verano con mi familia. Pensé que un ambiente más relajado, familiar y alejado de las presiones que tenía en Madrid me ayudaría a calmar mi pasajero oscuro. Y así fue durante los primeros meses.

Alquilé una casa pequeña, con un piso bajo y un piso superior con dormitorio y baño, suficiente para mí. Estaba cerca de la costa, tenía un pequeño jardín trasero. La zona era muy bonita, de casas blancas con espacio y naturaleza alrededor.

Comencé a trabajar en mi negocio. No necesitaba oficina, trabajaba desde casa y cuando necesitaba visitar un cliente, normalmente en Madrid o Barcelona, cogía el coche y estaba en unas horas allí.

Pronto conocí a Ana, una chica de allí un par de años más joven que yo, con la que empecé a salir. Parecía que todo iba como esperaba.

En la casa siguiente a la mía vivía una pareja de alemanes. Calculaba que él, de nombre Hans, tendría unos 45 años, y ella, de nombre Kim, unos 37 años. Tenían una hija de 10 años. Me invitaron a su casa cuando me fui a presentar al vecindario uno de los primeros días. Él tenía un fuerte acento alemán, pero ella sonaba muy española. Posteriormente me enteré de que su padre era español y su madre alemana. Había crecido en España y a los 18 años se fue a Alemania a trabajar. Allí conoció a Hans, y solo hacía unos años que se mudaron a España.

Kim era la imagen clásica de mujer alemana. Medía unos 1.70, cabello color rubio trigo, ondulado llegando hasta más allá de los hombros, ojos azules oscuros, cara de facciones ligeramente duras pero atractiva. Algo ancha de hombros, cadera fuerte pero no grande, y aunque para estar absolutamente seguro hay que ver a una mujer en bikini, pero por lo que se adivinaba, de tetas bastante grandes. Piernas voluminosas, fuertes, lo típico del norte de Europa. No era el perfil de una modelo de lencería, pero era una mujer muy atractiva, mundana. Físicamente era lo contrario a Ana, ella delgada de cara delicada, pechos algo pequeños, piernas largas y delgadas.

Kim además estaba en una edad muy bonita. Tenía los suficientes años como para intuir madurez en su rostro y figura, pero sin haber llegado todavía al momento de decadencia de la belleza. Tuvo además su hija joven y su cuerpo no sufrió. El clima mediterráneo bronceador le daba un punto de belleza añadido a su rostro germánico. Se les veía una familia feliz, estable, asentada, que disfrutaba de la tranquilidad que la vida da en ese lugar. Les tuve envidia desde el principio. Eran la imagen de lo que yo se supone que debía ser, de lo que mi familia esperaba que yo fuese, y que mi yo interior me estaba negando.

Quizá por ello me volqué en mi relación con Ana. Se pasaba la mitad del tiempo en mi casa, a los 6 meses de haber llegado allí se podía decir que se había mudado conmigo. Como muchas mujeres rondando los 30, Ana estaba deseando formar una familia pronto, y se le notaba. Alguna vez incluso durante los primeros meses, sacó ligeramente el tema. Yo sonreía, le di esperanzas. Pero por dentro me preguntaba si esto era de verdad lo que yo quería, o más bien lo que se supone que debía hacer.

El instinto maternal que se había despertado en Ana se plasmó en una relación muy estrecha con la hija de los vecinos. Venía cada fin de semana a nuestra casa a cocinar con Ana, o a ver una película. Se caían bien las dos.

Algo dentro de mí se empezó a preocupar. Las veía juntas y me daba la sensación de que en un periodo de 6 meses había de repente formado una familia. En un año había pasado de corromper chicas desconocidas a compartir casa felizmente con “mujer e hija”. Mi voz interior me preguntaba cada vez más insistentemente qué coño estaba haciendo. Y poco a poco empecé a cambiar mi comportamiento.

Durante los siguientes meses empecé a comportarme de forma más seca con Ana. Mis ojos volvieron a abrirse al exterior. Y vieron a Kim.

Kim solía venir a recoger a su hija a nuestra casa. Obviamente mis ojos se habían fijado antes en ella, pero hasta ese momento mi mente no. Y a veces solo hace falta un pequeño empujón.

La hija de Kim había pasado toda la tarde del sábado en la cocina con Ana, cocinando dulces. Medio tumbado en el sofá mientras veía una serie, vi por la ventana cuando Kim llegó para recogerla. Llevaba unos vaqueros gris oscuro algo ajustados y una camiseta blanca de manga corta. Ana abrió la puerta, Kim me saludó casualmente y se quedó hablando un rato con Ana. La camiseta no era de escote pero se le amoldaba muy bien al cuerpo, y le lucían unas tetas de escándalo. Mientras fingía que seguía viendo la serie, la miraba de reojo, no podía distraer mi mente de sus tetas, mientras ella seguía hablando animadamente con Ana. Mi polla no tardó en darse cuenta y como si tuviese vida propia empezó a empalmarse. Tuve que cambiar de posición para ocultar mi erección. De vez en cuando se reían mientras hablaban haciendo que sus tetas botaran ligeramente. No podía más. Me levanté y fui arriba, despidiéndome desde lejos mientras subía. Desde mi dormitorio observé por la ventana cuando Kim y su hija se fueron. No despegué la mirada de su culo apretado en esos vaqueros. Caminaba de forma natural contorneando la cadera. Esos detalles que no ves hasta que te fijas en ellos. Era demasiado. Me fui al baño y me casqué una paja como hacía tiempo no hacía. En los casi 8 meses que llevaba con Ana, no había tenido tal sentimiento de lujuria hacia ella. Mi mente se había follado varias veces a Kim en segundos.

No había vuelta atrás, se había despertado la bestia dormida. Una bestia sobre la que no tenía control.

Al trabajar desde casa, había visto por la ventana alguna vez que después de dejar a su hija en el colegio, Kim salía a correr. Afición que compartíamos, yo salía a correr por las tardes, y me ejercitaba en casa a mediodía.

Cuando llegaron a España, Kim encontró trabajo rápido en Alicante debido a que hablaba español y alemán. Mientras Hans, arquitecto de profesión, daba forma a su empresa, Kim trabajó. Al año de llegar, el negocio de Hans despegó, encontró un nicho en reforma de interiores entre la abundante comunidad extranjera de la zona, y Kim decidió dejar de trabajar para dedicarse a su hija y la casa.

Mi rutina matinal incorporó una nueva actividad. Observar desde el dormitorio de arriba, sigilosamente, a Kim mientras salía a correr. Usaba leggings deportivos ajustados a su potente culo. Sus piernas voluminosas y fuertes se marcaban perfectamente. Las camisetas deportivas eran normalmente ajustadas y apretaban sus tremendas tetas. Estaba en forma. En mi clasificación particular, Kim había pasado de ser la poco interesante aunque atractiva vecina madre de familia, a la tremenda mujer objeto de mis más bajos deseos. El pasajero oscuro había pasado al asiento conductor, me guiaba y me empujaba salvajemente hacia Kim.

Mi relación con Hans y Kim hasta ese momento no había sido muy cercana. Con Hans no había feeling, no congeniamos. De hecho, me acabó cayendo ligeramente mal. Había conocido alemanes en el pasado que me caían bien, pero Hans no era uno de ellos. Tenía ese aire de superioridad moral que algunos en aquellas latitudes se gastan. Creo que el sentimiento era mutuo. Aunque al principio teníamos un trato algo más cordial, ahora había quedado en un simple saludo cuando nos veíamos.

Personalmente empecé a cobrarme una pequeña venganza. Cuando nos saludábamos pensaba en la cantidad de pajas que me estaba haciendo con su mujer en mente. Con Kim me llevaba algo mejor, alguna vez incluso habíamos charlado al borde del camino de la entrada de su casa. Aunque poco más, ella tenía su vida y yo la mía. Era una mujer sencilla, que había cumplido ya sus aspiraciones en la vida, formar una familia, tener su pequeña y bonita casa en la costa, y dedicar su tiempo a cuidar el jardín, a su hija, a su marido.

Ana se dio cuenta rápido de mi cambio y se sentía cada vez más desplazada. Acabamos discutiendo. No entendía cómo mi actitud había cambiado tan radicalmente en tan poco tiempo, y me lo echó todo en cara. Tenía razón, pero me molestó enormemente que me lo dijese. La dejé, no necesitaba a una niñata en mi vida tocándome los huevos. No se lo tomó muy bien, claro.

El mundo perfecto que artificialmente me había construido durante 10 meses se desmoronó. Volví a la casilla de salida, y estaba frustrado, cabreado. Odiaba a todos y me odiaba a mí mismo.

El primer sábado tras la ruptura, a mediodía, sonó el timbre de la puerta. Era la hija de los vecinos que venía a por Ana. Le dije que no estaba y la acompañé a su casa. Eran 10 segundos andando y realmente no hacía falta que fuese con ella, pero quería ver un poco a Kim. Simplemente por alegrarme la vista en un momento jodido. Me condujo por un pasillo lateral que daba directamente al pequeño jardín trasero de la casa. Abrió una puerta de madera y entró. Yo me quedé en el marco de la puerta, paralizado. No estaba preparado para la imagen que vi. Kim estaba sola trabajando en el jardín. Era primeros de julio, con bastante calor. Llevaba puestos unos shorts que no llegaban al medio muslo y una camiseta de verano oscura sin tirantes con un generoso escote. Llevaba una bandana estrecha en la cabeza para sujetarse el pelo, lo que le daba un toque juvenil. Estaba de rodillas a unos 5 metros de mí, trabajando con una pequeña pala en la tierra. En esa posición el escote dejaba ver sus tetas por completo, solo mantenidas por un sujetador blanco que a duras penas conseguía contenerlas. Dejó su actividad por un instante y levantó la mirada levemente. Petrificado como estaba con mis ojos fijos en sus tetas, no pude reaccionar a tiempo para apartar mi mirada. Pensé que me había pillado. Sin embargo, en lugar de levantar por completo la mirada y dejar de trabajar, volvió a su actividad una vez se percató que era yo trayendo a su hija de vuelta.

-¡Hola! ¿Qué tal? –dijo sin mirarme mientras cavaba un agujero– ¿Vais a salir?

Preferí no decirle que Ana y yo habíamos roto.

Estaba hipnotizado por sus tetas, que con el movimiento al cavar se balanceaban en el sujetador.

- No, Ana no está hoy en casa. No soy buen cocinero así que me temo no puedo ayudarla – dije señalando a su hija.

Kim se irguió y sonriéndome me dijo que no pasaba nada, dándome las gracias por traerla de vuelta. Me estaba poniendo cachondísimo, así que decidí despedirme rápido y dar media vuelta.

Alucino con estas mujeres, sobre todo cuando ya se aproximan a los 40, que piensan que están fuera del mercado y que nadie se fija en ellas. Kim no era una mujer que buscase atención. No me había provocado, simplemente no se le había ni pasado por la cabeza que esa escena resultase atractiva a alguien. Y menos al vecino de unos 5 años menor con pareja estable.

La escena me había provocado de tal manera, que a día de hoy es la vez que más cerca he estado de correrme sin contacto. Se me quedará grabada por años.

Si tenía alguna duda de si quería follármela, ahora se había disipado. Pero cómo…

Recuerdo haber pensado hace años que toda persona tenía un precio. Kim no lo tenía, al menos económico. Y era mi vecina. Y estaba casada. Y tenía una hija. ¿Y lo más importante, me había vuelto tan loco de intentarlo?

Pasé toda la tarde y día siguiente con la imagen en la cabeza. No me la podía quitar. Por otro lado, Ana no daba señales de vida. Tampoco las buscaba yo, pero llevaba casi una semana sin saber de ella. No parecía que buscase una reconciliación.

Aunque me había dicho a mí mismo que no la necesitaba, de repente me sentí solo. Había destruido en muy poco lo que llevaba meses construyendo. En este estado de ánimo resultaba más fácil intentar algo estúpido, desesperado, rayando lo absurdo. Y eso hice.

El domingo por la noche, con sigilo, eché una carta sin abrir dirigida a mí en el buzón de los vecinos, que estaba en la pared de la entrada. El lunes por la mañana me quedé mirando por la ventana de mi dormitorio. Kim salió a correr como cada mañana, volvió, miró en su buzón y encontró la carta dirigida a mí. Y en ese momento bajé rápidamente. Me quité la camiseta y vestido solo con unos pantalones cortos de deporte y con el móvil en la mano, abrí la puerta y salí apresuradamente mirando distraídamente el móvil.

Era absurdo, era demencial…pero me daba igual.

En ese momento llegaba Kim para dejar la carta en mi buzón y nos chocamos. Obviamente con intención por mi parte. Me daba igual si parecía una situación forzada.

Kim volvía de correr en esa calurosa mañana de julio, sudorosa. Pude sentir por un momento sus tetas contra mí. Como sorprendida por la situación, se quedó mirando por medio segundo mi cuerpo. Yo estaba bastante en forma, y me pareció ver algo en sus ojos según me miraba. Es lo que buscaba. Salió de su mini trance para con una risa nerviosa disculparse y explicar que venía a dejar una carta para mí que por equivocación estaba en su buzón. Yo, más preparado para la situación, la sonreí ampliamente disculpándome también, agradeciéndola. Se despidió rápidamente con una sonrisa otra vez nerviosa y se fue hacia su casa.

Me quedé fingiendo que leía la carta, pero lo que esperaba era cazar una mirada suya hacia mí.

Salió a la calle. No miró. Entró por el corto camino frontal de su casa. No miró.

-¡Vamos! –pensé– échame una mirada, solo un milisegundo. ¡Dame una señal!

Abrió la puerta de su casa, y justo antes de entrar giró su cabeza hacia donde yo estaba para mirarme por un breve momento. Estaba casi fuera de mi campo de visión, pero logré verlo mientras seguía fingiendo leer la carta. ¡Ahí estaba mi señal! Algo se acababa de despertar en Kim.

A pesar de probablemente considerarse fuera del mercado, era una mujer todavía joven, casada con Hans, unos 10 años mayor, y por las apariencias no parecían una pareja sexualmente activa. No todo el mundo tiene un precio, pero toda persona joven tiene una necesidad. Puede que yo hubiese encontrado la de Kim. La había provocado, ella había picado.

Pero tenía que actuar rápido mientras durase el efecto. Me había lanzado completamente al vacío sin importarme las consecuencias. Se me había metido en la cabeza una obsesión y no iba a parar. Estaba dolido, había dejado el mando de mis acciones a mis instintos más oscuros, y quería hacer daño. Quería hacer daño a Ana por no haberme entendido, quería hacer daño a Hans simplemente por hacerle daño, y quería hacer daño a Kim por tener la vida perfecta que yo no podía tener.

Al día siguiente por la mañana salí a correr al mismo tiempo que Kim salía. Me saludó, pero la noté algo más fría, quizá sorprendida de verme salir a correr a esas horas, quizá recordando el día anterior. Tenía que atacar, era un todo o nada. No iba a tener más oportunidades en el futuro. La saludé sonriendo y la pregunté si podía ir con ella por si conocía un recorrido diferente al que solía hacer yo. Se quedó medio segundo callada, como extrañada, pero finalmente respondió con un titubeante sí. Supongo que le resultaba extraño que de repente quisiera correr con ella, por la mañana, justo el día después de ese incidente.

Pero mi ventaja era triple. Llevaba casi un año viviendo allí sin darle ningún motivo de sospecha. No sabía que había roto con Ana, por lo que pensaba que tenía una relación estable. Por último, tenía una gran capacidad de convicción y de llevar situaciones aparentemente difíciles con total naturalidad. Al fin y al cabo, eso era parte de mi trabajo y era muy bueno en ello.

En nuestra vuelta saqué varios temas de conversación para que Kim poco a poco se fuese sintiendo más cómoda. Su hija estaba yendo por las mañanas a una pequeña academia de verano de alemán. Hans pasaba todo el día fuera trabajando, por lo que ella tenía todo el día para ella... me confesó inocentemente que tenía una vida algo aburrida. Lo que me confirmaba que no era oro todo lo que relucía, y que su vida sola con Hans no era muy excitante.

Mientras corríamos me fijaba en ella sin que se diese cuenta. Llevaba unos leggings ajustados negros que le hacían un culo alucinante. Se le notaban unas piernas fuertes. Esta vez llevaba una camiseta deportiva blanca algo suelta que cubría a duras penas por debajo del ombligo, que quedaba ligeramente a la vista de vez en cuando con el movimiento. Se traslucía debajo de la camiseta un sujetador deportivo azul oscuro.

Al final de nuestro recorrido casi llegando a casa le dije que tenía material de boxeo y si quería practicar un poco en el jardín, necesitaba a alguien para practicar. Como dije, iba a todo o nada. No me respondió de inmediato, se quedó otra vez cortada. Esta vez me la había jugado bastante. Daba la impresión de que su cabeza era un caos ahora mismo, claramente se encontraba incómoda, pero no se atrevía a decirlo. Me quedaba claro que Kim empezaba a dudar si existía alguna doble intención en mi comportamiento. Antes de que respondiese la intenté disuadir de esa idea. La mentí diciendo que si no tenía tiempo no importaba, en veinte minutos llegaba Ana y podía entrenar con ella.

Esto la reconfortó. Si Ana llegaba en tan poco tiempo, no había posibilidad de que mis intenciones fuesen malignas. Y además ahora ella era dueña de la decisión, o eso creía.

-No, no. Vamos. Me viene bien también a mí practicar, y no te vas a quedar frío esperando a que llegue Ana –dijo con una sonrisa y una tranquilidad renovada en su voz y cara.

Entramos en mi casa, cogí dos pares de guantes y salimos al jardín trasero. Estaba vallado, por lo que no nos podía ver nadie. Empezamos practicando, yo golpeaba y ella paraba, e íbamos rotando. Le metí caña a los ejercicios, iba con intensidad. Durante la vuelta corriendo íbamos de lado, pero ahora tenía a Kim de frente. Respirando fuertemente por la intensidad de los ejercicios, sudando. Su atractiva cara a escasos 50 cm.

Ataqué. En su turno de golpear le dije que estaba colocando mal las manos y cuerpo. Traté de explicarla cómo desde mi posición. Aunque lo estuviese haciendo medianamente bien, le dije que tenía que colocar el cuerpo de forma diferente.

-¿Pero cómo? –me dijo ya algo desesperada.

Le dije que se quitase los guantes, y sin preguntarla me acerqué a ella y me coloqué detrás, puse mi mano sobre su muslo a mitad de camino entre rodilla y cadera, colocando mis dedos extendidos en la cara interior de su pierna. Se quedó paralizada, callada. Tiré de su pierna ligeramente hacia atrás con la mano. Me incorporé y agarré su brazo para levantarlo y extenderlo hacia adelante. Me acerqué y puse mi pecho en su espalda, mi cara cerca de su hombro y eché mis piernas hacia adelante para rozar las suyas, mientras la explicaba suavemente cómo debía lanzar el brazo hacia adelante y movía su cuerpo con el mío ejecutando el giro.

Notaba su respiración agitada, su cuerpo empezó a temblar, pero no dijo nada. Kim no emitió ningún sonido.

No era momento de dudar. Acerqué mi cara a la suya y la susurré al oído si lo había entendido, para inmediatamente después empezar a besarla en el cuello mientras subía mi mano por su sudado brazo acariciándolo suavemente. En este momento pegué mi cuerpo aún más al suyo y arrimé mi polla contra su culo. Kim finalmente reaccionó al sentirla, se derritió y emitió un suspiro enorme. Temblaba como un trozo de gelatina, emitía un suspiro cada vez que respiraba, pero no decía nada. Se había quedado en shock. Seguí besándola el cuello y la oreja, empecé a restregar mi polla por su culo. Y pasé a hacer algo que llevaba deseando meses, algo con lo que había fantaseado incontables veces. La rodeé primero con los brazos poniendo las dos manos en su cintura, las subí lentamente tocando su vientre metiéndolas por debajo de la camiseta, hasta que me topé con la parte inferior de su top deportivo. Y las subí, hasta tocar sus tetas por encima del top. Las apreté mientras empujé mi polla aún más contra su culo y la besaba el cuello. Estaba básicamente empalada por mí. En el momento en que agarré sus tetas, por primera vez consiguió articular un “no” aunque no muy fuerte ni convincente. Aunque el tacto de un sujetador deportivo es algo duro, fue una explosión de sexualidad liberada el poder estar agarrándolas. El top cubría sus tetas por completo, y me estaba muriendo de ganas por tocar sus tetas desnudas.

De momento Kim había sido un juguete a mi disposición, nula o poca oposición, ya fuese por el shock en el que su cuerpo estaba o porque en su interior deseaba lo que estaba ocurriendo. O por las dos cosas.

Sin embargo un destello de oposición despertó en ella. Levantó un brazo para intentar apartar mi boca de su cuello, y con el otro intentó despegar mis manos de sus tetas. Sin demasiada fuerza ni intensidad, todo sea dicho. Consiguió lanzar un pequeño susurro entre los suspiros que seguía emitiendo.

-Para por favor, esto está mal. Estoy casada. Tengo una hija.

Sonó más bien como un pequeño lloriqueo, un medio lamento no muy convincente. El tono de su voz, su débil oposición, su respiración. Sonaba como si estuviese luchando una batalla interna donde su corazón y su cuerpo le pedían dejarse llevar, y una parte lejana y profunda de su mente intentaba oponerse. Y su corazón estaba ganando.

Tenía que ayudarla a decantar la balanza. Bajé mi mano derecha hacia su entrepierna. Por encima de los leggings ajustados no me costó encontrar su coño y me concentré en el clítoris, que empecé a estimular con mis dedos. A pesar de haber ropa entre mis dedos y su coño, noté el calor que desprendía. En el momento en que mi mano alcanzó su entrepierna, Kim lanzó un pequeño gemido roto, sus piernas temblaron y por un segundo dejaron de sostener su cuerpo. Tuve que sostenerla hasta que sus piernas se recompusieron.

Era la señal de rendición. Su cuerpo había sacado la bandera blanca. Vía libre.

Con el camino ya despejado, decidí soltar su teta izquierda y dirigí mi mano hacia su mejilla para girar su cara hacia mí. Me abalancé sobre su boca. Mis labios tocaron los suyos. Kim tenía unos labios naturales ligeramente gruesos, y besarlos fue sorprendentemente agradable. Sentí un sabor ligeramente salado, proveniente del sudor de ambos tras los ejercicios que habíamos realizado.

La besé con pasión desde el primer momento. Conocía esta sensación, un impulso interior de lujuria, alimentado por la certeza de estar haciendo algo prohibido. El pasajero oscuro me empujaba, me llevaba a un éxtasis impulsivo. Kim era mi indefensa presa y no la iba a soltar. Seguí besándola desatadamente, mi mano izquierda volvió a colocarse sobre su teta izquierda, esta vez sobre la camiseta, restregaba mi polla por su culo.

Dejé de acariciar su coño para subir mi mano derecha buscando el elástico de sus leggings. Lo levanté y metí mi mano dentro para encontrarme lo que parecía al tacto ropa interior deportiva. La separé también de su cuerpo con los dedos y metí mi mano dentro. Sentí poco pelo, como de una semana. Y llegué a su coño. Como había intuido ya, estaba chorreando líquido. Dirigí mis dedos a su clítoris y comencé a tocarlo intensamente. Kim volvió a derretirse soltando un nuevo gemido mientras la seguía besando. Tenía ganas de bajarle los leggings y ropa interior, bajarme mi pantalón y boxers, y meterla ya la polla hasta el fondo ahí mismo en el jardín. Aceleré el ritmo de mis dedos contra su clítoris y Kim empezó a soltar gemidos algo más altos. Aunque estaba seguro de que nadie nos podía oír, pero era algo arriesgado seguir allí.

Kim estaba a punto de correrse, lo notaba. Aunque no con tanta intensidad como lo hacía yo, pero me estaba besando también a mí. Entonces dejó de mover los labios, abrió la boca profusamente, se encogió ligeramente y su cuerpo entero empezó a sacudirse, sus piernas temblando fuertemente. Llevó su mano derecha por encima de la que yo tenía en su coño, sujetándola con fuerza. Su otra mano la puso sobre la que agarraba su teta con fuerza. Intentó ahogar un grito de placer, aunque solo parcialmente. Sus piernas se intentaban cerrar atrapando mi mano entre ellas. Sentí cómo se corrió en mi mano.

La saqué, giré su cuerpo para ponerla de frente a mí. La cogí del culo y la levanté. Se agarró de mi cuello, subió sus piernas rodeándome, comenzamos otra vez a besarnos y la llevé así en volandas dentro de casa. Me había follado a Ana un par de veces así contra una pared, pero Kim pesaba más e iba a resultar difícil en esta posición.

La bajé al suelo y la giré contra la pared. Apoyó sus manos en ella a la altura de su cara. Tenía la cara girada hacia un lado, los ojos cerrados y la boca abierta suspirando todavía por el orgasmo que acababa de tener.

Las piernas ligeramente abiertas y el culo ligeramente inclinado hacia afuera parecían querer dar la bienvenida a mi polla cuanto antes. Mi polla iba por delante de mi mente y ya me empujaba hacia Kim.

Cogí los extremos de los leggings a la altura de la cintura y tiré hacia abajo hasta por debajo de las rodillas. Primera visión clara que tenía de su culo, y no decepcionó. Culo poderoso, fuerte, firme, marca alemana. Se notaban los músculos de las fuertes piernas, genética y ejercicio diario. Me quité las zapatillas con los pies, me bajé apresuradamente pantalón y boxers, la polla firme, dura, enorme, a reventar. Hacía más de un año que no la sentía así, desde la última vez que dejé a mi pasajero oscuro tomar el timón. Nunca se me puso así con Ana.

Le bajé las sexy bragas deportivas también hasta donde estaban sus leggings. Kim gemía ligeramente, cara ya también apoyada de lado contra la pared, ojos cerrados. Se inclinó aún más acercando su culo hacia atrás. Parecía que estaba llamando a mi polla, suplicando que se la metiese sin decirlo explícitamente.

Puse mi mano en su cadera y cogí la base de mi polla con la otra. Por un momento se me pasó por la cabeza intentar follarme ese magnífico culo, pero pensé que no era el momento. Busqué la entrada de su coño con la punta de mi polla. Cuando la encontré, solté mi mano y la coloqué también en su cadera. Mi polla quedó sujeta en la entrada de su coño. La iba a reventar. Empecé a empujar sujetando su cadera con ambas manos. Mi polla entró muy fácilmente gracias a lo lubricada que estaba Kim. Dejó salir un grito de placer según mi polla iba entrando dentro. Tenía un coño estrecho, sentía las paredes apretar. La sensación de placer era indescriptible. Metí la polla por completo hasta que la base desapareció más allá de su culo. Sentí su culo apoyarse completamente contra mi entrepierna, sentí mi polla completamente enterrada en su cálido y mojado coño. Si esto iba a ser así, no creo que tardase en correrme. Solté mi mano derecha de su cadera y agarré con fuerza su culo, apreté con violencia. Se notaba duro, una delicia. Kim soltó un pequeño quejido de dolor, por lo que dejé de apretar tan fuerte, pero mantuve mi mano derecha ahí. Saqué mi polla más rápido hasta la punta, y volví a empujarla dentro, esta vez a mayor velocidad. Empecé un mete-saca cada vez a mayor ritmo, ayudado con la mano izquierda tirando y empujando de su cadera. Agarraba con la mano derecha su culo, llegando a golpearlo varias veces mientras me la follaba. Kim gemía ya sin pudor, ojos cerrados todavía, cara y manos apoyadas contra la pared.

-No te corras dentro por favor –Es lo único que dijo entre gemido y gemido.

Había pasado de suplicarme parar por ser mujer casada y madre, a pedirme que no me corriese dentro de ella mientras gemía placenteramente cada vez que mi polla entraba. Creo sin temor a equivocarme que mi oscura estrategia había dado resultado.

Reduje el ritmo ligeramente, aunque sin llegar a parar, para quitarme la camiseta, y quitarle a ella la suya. Ella ayudó sacándosela por la cabeza, tirándola a un lado. Solo quedaba el top deportivo azul. Mientras seguía con el lento ritmo follándomela, empecé a desabrochar los enganches del top en la espalda para desapretarlo. Era un top deportivo que había que sacar también por la cabeza. Lo empecé a levantar por la espalda, pero sus tetas lo contenían por delante. Pasé mis manos delante y cogí la parte inferior del top. De ahí lo levanté e inmediatamente sus tetas cayeron sobre mis manos. El tacto fue espectacular, grandes y suaves. Fui levantando el top hacia arriba, primero sentí la parte inferior de sus tetas para después notar sus pezones, duros y puntiagudos de lo excitados que estaban. Le pedí que se acabara de quitar el top ella misma, mis manos no se iban a despegar ya de sus tremendas tetas.

Mientras se sacaba el top por la cabeza, agarré sus tetas con ambas manos, no pude cubrirlas por completo. Qué diferencia con las de Ana. Así como estaba, con mis manos sujetando sus tetas, volví a acelerar el ritmo, follando cada vez más fuerte. Mi polla entraba y salía con velocidad en Kim. Mi entrepierna golpeaba su magnífico culo hasta empezar a resonar con cada golpe. La follada era tan brutal que Kim se golpeaba la cabeza contra la pared con cada embestida. Su melena rubia volaba al ritmo. Sus tetas se balanceaban solo sujetas por mis manos. Aun así no protestaba, solo repetía de vez en cuando entre gemidos que no me corriese dentro.

Era la única vez que iba a obedecerla en ese día. No me quedaba mucho, por lo que saqué la polla y le dije que se arrodillase.

Obediente se dio la vuelta y se arrodilló, todavía con leggings y bragas por debajo de las rodillas. Como había sentido, tenía poco pelo en el coño, quizá solo de una semana. Sus tetas, un espectáculo. No eran perfectas, y me encantaban. Grandes, de pezones color carne algo rosados, excitados. No eran unas tetas jóvenes sujetas arriba, se notaba que Kim estaba en la recta final de los 30, pero se conservaban muy bien.

Le acerqué la polla a la boca. Ella la miraba fijamente. Levantó la mirada un segundo, dirigiendo sus ojos azules a los míos, volvió a bajar la mirada, agarró mi polla con la mano y abriendo la boca se la metió dentro.

Ni madre ni mujer casada ya, parecía haber olvidado eso por completo. Ya no tenía dudas de que Kim llevaba años viviendo una vida insulsa en una jaula de oro.

Con una mano en la base de mi polla y la otra apoyada en mi muslo, Kim la engullía a gran velocidad. Yo puse ambas manos en sus hombros, a veces cambiaba una para agarrarme a su cabeza. Disfrutaba viendo sus tetas agitarse con el movimiento. Su pelo se movía con el vaivén y continuamente tenía que apartárselo de la cara con la mano. Mi polla estaba bastante lubricada ya por los flujos vaginales de Kim, y a esto había que añadir ahora la saliva que su boca estaba produciendo. Empezó a producirse un sonido como de chapoteo a medida que me iba dando una monumental mamada.

Cansada de apartarse el pelo de la cara, mientras siguió chupándomela, cogió un elástico que llevaba en la muñeca y levantando los brazos, se recogió y estiró todo el pelo hacia atrás para hacerse una coleta a la altura de la coronilla. Estos 5 segundos que tardó fueron mágicos. Sus brazos estirados hacia arriba haciéndose una coleta, sus tetas tirantes ahora también por los brazos estirados, el pelo hacia atrás dejando toda su cara a la vista, los dos bonitos azules concentrados en mi polla, y todo esto mientras seguía dándome una mamada memorable sin soltar mi polla de su boca. De repente Kim ya no era una mujer increíblemente atractiva, era la mujer más guapa con la que había estado. Me arrepentí de haberla hecho caso, ahora desearía estar follándomela y correrme dentro. Era ya tarde para eso.

El pasajero oscuro había cumplido su misión. Me encontraba eufórico. Me incliné ligeramente y bajando las manos, agarré sus tetas otra vez con fuerza. Quería gritar. Quería liberarme de mis cadenas. Quería restregar a todos por la cara lo que estaba pasando.

-¡Jódete Ana! ¡Jódete Kim! ¡Jódete Hans! ¡Jodeos todos! –grité con fuerza

Kim estaba concentrada en mi polla, ni paró. Acababa de humillarla a ella y su marido, y no reaccionó. Siguió metiéndosela hasta el fondo y sacándosela, solo descansando de vez en cuando para coger aire, momento en el que se la sacaba de la boca brevemente, quedando colgando hilos de saliva entre sus labios y la punta de mi polla.

Me iba a correr ya y había decidido hacerlo en su boca, pero entonces se me vino a la mente aquella primera vez que corrompí a una chica, Cristina se llamaba. Recordé que me corrí en su cara y tetas, quedó llena de semen. Pensé que Kim no se merecía nada menos.

Estaba otra vez chupando como una posesa, succionando con los labios y acompañando con su lengua a lo largo de mi polla. Hacía un ruido enorme al chupar, estaba dándolo todo.

Noté presión en el tronco de mi polla como contrayéndose para soltar todo y vaciar mis huevos. Con una mano cogí la mandíbula de Kim para echarla hacia atrás y con la otra la empujé su frente, pero ella hizo fuerza para no separarse de mi polla. Tuve que empujarla fuerte, conseguí que se la sacara de la boca y acabé de sacudírmela con la mano.

Kim salió de su trance para mirarme con sorpresa.

-¡Qué pasa! –dijo con tono molesto.

No le dio tiempo a decir más. Un chorro enorme salió disparado y le cayó dentro de la boca que se encontraba a escasos centímetros de mi polla. Giró la cabeza rápidamente y el siguiente chorro le dio en la mejilla. Me estaba corriendo como hacía años no me corría, me apretaban los huevos, mi polla estaba disparando violentamente. Le cayeron chorros enormes de semen en el cuello, pecho, teta izquierda. Los siguientes ya más débiles le gotearon en los muslos desnudos.

En un par de horas Kim tenía que ir a recoger a su hija de la academia como una buena madre. Luego tenía que cuidar su jardín, algo más tarde llegaría su marido al que le daría un beso de bienvenida como todos los días. Pero ahora mismo estaba de rodillas desnuda frente a mí, cubierta de semen de arriba abajo. Una gota blanquecina se deslizaba a gran velocidad desde su cuello por el canalillo entre las tetas llegando al ombligo. No era la única, tenía semen deslizándose desde varias partes por su cuerpo.

También tenía todavía semen en la boca, no quería tragárselo, pero no lo escupía tampoco. Se puede decir que estaba flipando ahora mismo. En su mente debía estar pensando cómo había acabado así. Tenía una familia perfecta, una vida resuelta y tranquila. Probablemente con el calentón ya bajando, su mente estaba recobrando el control y no le gustaba lo que estaba viendo.

-Que te jodan Kim –pensé otra vez.

Me agaché y cogí mi camiseta que estaba en el suelo, y con desprecio se la tiré a la cara. Cayó y quedó encima de sus muslos.

-Límpiate y lárgate –dije

Se me quedó mirando con sus ojos azules abiertos como platos, sin comprender lo que estaba pasando. Me quedé mirándola fijamente unos segundos. Agachó entonces la cabeza para recoger la camiseta, se limpió el cuerpo y cara y escupió el semen de la boca en ella, la dejó a un lado.

-No la dejes aquí, llévatela –la dije fríamente.

Me miró de forma incrédula otra vez, pero obedeció. Se puso de pie, subiéndose bragas y leggings que todavía estaban por debajo de las rodillas. Se puso su camiseta y se llevó el top y mi camiseta en la mano. Se fue de mi casa con la mirada perdida, confundida. No dijo nada.

En el peor de los casos, si Kim confesaba a su marido lo que había pasado, acababa de arruinarle a ella y su familia la vida. Y como daño colateral me había ganado un conflicto con los vecinos.

En el mejor de los casos, si Kim se lo callaba, le acababa de causar un trauma secreto que duraría años.

En cualquier caso era un cabrón despiadado e insensible. Era un sádico. Y finalmente había decidido aceptarlo.

Sí, era todo eso, y no iba a luchar más contra ello a partir de ahora.

Que te jodan Kim.

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