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El probador de ropa

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Son las rebajas.

Llevamos dos semanas esperando a que la marabunta de gente disminuya.

Aprovechamos que el día es soleado, de playa.

Iremos después de comer, se supone que la gente estará allí toda la tarde.

Por la mañana hemos ido a la playa. Este año, por fin, han coincidido todos los días de vacaciones y tenemos una pequeña competición a ver quién se pone moreno más rápido.

Yo me estoy duchando y ella está peinando su larga melena enfrente del espejo.

Hemos comprado comida para no tener que recoger después.

El velux, abierto, deja pasar los rayos del sol y estos caen sobre ella haciendo que parezca una estrella bajo el foco de un teatro.

Yo, bajo el agua fría de la ducha no soy capaz de relajar mi entrepierna. Nunca me canso de disfrutar ese cuerpo perfecto.

Pero voy a esperar a después de comer. A cuando estemos en la tienda. Si todo va bien, será nuestra segunda vez. Ya sabemos donde las empleadas no controlan el acceso a los probadores.

Para más aliciente, me dijo que se quiere comprar dos conjuntos de ropa interior. Y pensar que acabo de disfrutar de su visión sobre la arena, en bikini, y no es nada diferente, me hace gracia.

Pero da mucho morbo la sensación esa de que te puedan pillar in fraganti.

Por suerte, lo que habíamos pensado, sucede. Somos muy pocas las personas que estamos en el centro comercial a las cuatro de la tarde de un sábado de verano.

No sucedió nada en el baño, y comimos tranquilamente un pollo asado con patatas.

Escogemos varios conjuntos. Yo le hago saber mi interés en saber cómo le quedan puestos pegándome a ella por detrás.

Nota mi excitación y no duda en hacerme sentir peor. O mejor, según se mire.

Con media docena de ellos, nos dirigimos a los probadores, que están al final de la tienda, y donde no hay nadie.

Contamos cuatro empleadas, las cuales están afanadas colocando y reponiendo textil por las estanterías y perchas.

El probador en esquina siempre es más amplio.

Entramos y ella corre la cortina.

Yo la ayudo poniendo mis manos sobre sus caderas y tomando el cordón que cierra su short de deporte. Lo desato y deslizo mis dedos por debajo del encaje del tanga que la cubre.

Se inclina un poco hacia atrás y huelo su cabello. Sus manos agarran mis nalgas y se frota sutilmente con mi pelvis.

La giro de una vez, y antes de que sus manos puedan hacer nada, la tomo por ellas, la empujo contra la pared de las perchas y comienzo a besarla y dejarla sin aire.

Le quito la goma que recoge su cola de caballo y con ella, la sujeto por las muñecas a una de las perchas.

Bajo su short y su tanga a la vez.

Sus ojos encendidos y su lengua paseando por los labios hacen que mi corto pantalón quede apenas bajado. También la ropa interior fue abajo y a la vez con ellos.

Me hundo en ella sin demora tras poner sus piernas alrededor de mi cintura, haciendo que la ridícula pared que separa unos probadores de otros, vibre. Su respiración agitada me vuelve loco. Le gusta hacerme saber que disfruta, pero aquí, no.

Oímos pisadas cerca. Bajo el ímpetu y sin dejar de hacerla disfrutar, escuchamos los dos. Alguien deja algo cerca y se aleja de nuevo.

Su cuerpo se arquea. Decido terminar. A pesar del aire acondicionado estamos comenzando a sudar y acabamos de ducharnos. Además, tiene que probarse la ropa aún.

Con un mordisco recíproco, contenemos nuestra explosión. Al poco, baja las piernas y le desato las manos. Con los pañuelos de papel que siempre lleva en el bolso, nos limpiamos.

Toma el primer conjunto, me sonríe y se lo pone.

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