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El profe (capítulo 4)

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Ella se sostenía fuertemente de la baranda del balcón mientras que, agachada, soportaba mis embistes. Le había recogido el vestido hasta la espalda para poderla penetrar mejor, sus nalguitas se aplastaban cuando mi cadera presionaba contra ellas para introducir mi verga en todo su esplendor. La vista de la ciudad, sus luces y el frio nocturno se acompañaban muy bien de los gemidos de Fiorella, que levantaba todo lo que podía su traserito para seguir siendo poseída.

Saqué mi humedecido falo de su interior y retrocedí un par de pasos. Ella seguía agachada ofreciéndome su enrojecida cola, su vagina aún abierta goteaba sus jugos, más arriba sus nalgas escondían su pequeño ojete, hacia abajo sus blancas piernas se veían aún más sensuales gracias a los altos zapatos de tacón que vestía. En la calle, mucho más abajo, se escuchaba el sonido de los carros y la gente al pasar. Ella volteó un poco para poder verme, de seguro preguntándose porqué no la seguía montando. Una ráfaga de viento le levantó el cabello y pude verle la cara, estaba sonrosada, con las mejillas encendidas y con un poco de saliva cayéndole de los labios entreabiertos; pero sobre todo tenía los ojos llenos de lujuria y deseo. Cogí mi verga con una mano y con la otra le separé una nalga para volverla a taladrar, pero ¿cómo llegué a este momento? ¿Cómo terminé domando a la formidable Fiorella Bravo?

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El lunes por la mañana había poco tráfico, por lo que la ruta hacia la universidad la hice relativamente rápido. Las afueras del centro de estudio ya bullían de actividad, jóvenes iban de aquí hacia allá, muchos en grupo bromeaban mientras compartían tareas o simplemente se entretenían antes de dirigirse a clase. Compré dos cafés con crema, un par de empanadas y caminé sin prisa al salón de docentes, quería charlar con Fiorella, aclararle que lo que había visto en mi bolsa era para que lo usara en otra persona, no en mí mismo.

El salón de docentes era espacioso, y pocas veces solía estar lleno, cada uno tenía su pequeño casillero y un escritorio modular, el mío tenía lo necesario para desarrollar mi trabajo, a mi costado estaba el de Fiorella, que tenía sus detalles, algunos folders y un par de pequeños peluches con cosas de damas, también un diminuto masetero con un cactus al que llamaba “puntitas”.

Pensaba invitarle el café y empanada, charlar un rato y tal vez pedirle unos consejos. Gracias a los últimos eventos me sentía de nuevo vivo, quería cuidarme, hacer ejercicio, divertirme y conocer cosas nuevas. Al margen del desliz con mi exesposa, había tenido un fin de semana espectacular… de pronto llegó un mensaje de texto a mi celular, era de Fiorella, un texto breve:

- «Dirás que ella se te acercó a contarte que yo tenía mi blusa manchada, solo eso»

Me quedé mirando el celular, muy confundido, llevé mis manos al móvil para escribirle una respuesta, pero una voz de catacumba me llamó por mi nombre. Era la decana de la facultad de derecho, que en ese momento ingresaba al salón de docentes y se aproximaba a mi escritorio, vestía un elegante conjunto hecho a la medida, era una mujer ya de edad, nervuda y, pese a mis esfuerzos, alguien que me odiaba.

— ¿Señor De la Rosa sería tan amable de venir a mi oficina? —me dijo con un tono frío, como si proviniese del inframundo.

— Decana tengo clase en diez minutos.

— Venga inmediatamente — dijo, saliendo sin esperar mi respuesta.

Ella caminaba rápido, cuando salí del aula yo estaba sumamente preocupado, mi mente bullía de ideas. Esa mujer era en parte la responsable de que yo hubiese ingresado a dictar clases, por recomendación de mi exesposa, pero también se había convertido en mi inquisidora luego de mi divorcio. Cada detalle, cada desliz, todo, era observado por ella, manteniéndome en constante jaque, seguramente por encargo de mi exesposa, quien gozaría de verme privado también de mi trabajo de docente.

La oficina de la decana era amplia, contaba con una antesala y unos pequeños sillones en los que encontré sentados a Daniela y a Fiorella, ambas con cara muy seria. Daniela vestía un polo ceñido color azul, que marcaba muy bien sus curvas, con su jean también ceñido, se le veía como siempre espectacular, pero su vista estaba perdida; por otro lado, Fiorella tenía su típica blusa blanca que amenazaba con reventar, con un pantalón de vestir plomo, se le veía elegante, pero reconocí cierta súplica en su mirada, yo me encontraba desconcertado. Estando ya todos juntos la decana empezó a hablar.

—Lo que diré es algo serio, y advierto que se adoptarán las medidas disciplinarias de acuerdo con el reglamento ético interno. Hablaré con ustedes por separado, y mi testigo será la Dra. Fiorella Bravo —dicho esto hizo una pausa dramática— pase el Dr. De la Rosa con la Dra. Bravo.

Ingresamos a su oficina y la decana se limitó a voltear el monitor de su computador, se veía un video en pausa. Le dio a reproducir e inmediatamente me reconocí, era la clase del viernes, mi última clase, desde el alto ángulo de la cámara me miraba mientras en la imagen acomodaba mi material de clases, guardaba mis cosas y volteaba, allí apoyada contra el marco de la puerta, apenas visible había una persona, que yo sabía bien que se trataba de Daniela. Nos acercábamos, charlábamos y, gracias al ángulo de la cámara que apuntaba sobre todo a la pizarra y apenas cubría la parte posterior, parecía que nos acercábamos más de lo necesario. Yo sabía muy bien que ella me había dado en ese momento un pequeño beso, pero eso no llegaba a apreciarse en la cámara.

—¿Puede reconocer a las personas de la imagen? —me dijo mi inquisidora.

—Si, ese soy yo, estoy alistando mi material, y la otra persona que se hace presente es Daniela Fernández, una de mis estudiantes y que ahora está sentada fuera de esta oficina —intenté sonar despreocupado.

—Y ¿puede usted decirme qué hace usted con ella cuando se le acerca de esta manera?

—Solo hablamos.

—Veo que hablan muy juntos, tal vez demasiado.

Entonces encajé lo que Fiorella me quiso decir el mensaje de texto de hace unos momentos.

—Me quería decir algo bochornoso, eso es todo.

—y ¿qué cosa era eso que le quería decir?

—Me contó que a la Dra. Bravo se le había manchado su blusa, me pidió que se lo dijera, al parecer a ella le daba vergüenza.

La decana se quedó un momento quieta, como ordenando sus ideas.

—¿Sabe que mantener una relación afectiva con un o una estudiante está prohibido?

—Lo sé, y no tiene por qué preocuparse por ello, además levantar falsas acusaciones o intimidar al personal también afecta sus derechos, lo que encuentro más indignante es que este interrogatorio se esté practicando sin habérseme explicado antes los motivos, sin permitirme defenderme.

La decana sonrió en demasía, era una imagen tétrica.

—Pero Doctor… esto solo es un conversatorio… ¿alguien lo ha acusado de algo? Oh que mal entendido. Por favor diríjase a su clase, no lo interrumpo más —terminó, sonriendo con malicia.

Me levanté y salí de la oficina, le lancé una rápida mirada a Daniela, guiñándole un ojo, esperaba que la bruja no la intimidase demasiado. Cogí mis cosas y me dirigí al salón, dicté mis clases sin mayor problema, cuando ya terminaba la jordana retorné al salón de docentes, y encontré a Fiorella allí sentada, había otros docentes ocupados en sus deberes, así que ingresé en silencio rumbo a mi escritorio.

—Antes de que me digas nada quiero que cojas tus cosas y me esperes en el restaurante de las lágrimas —me dijo casi en susurros, mientras tecleaba en su laptop, pareciendo ocupada.

Me dirigí a mi casillero, tomé mis cosas e hice hora, el café con la empanada que le había dejado en el escritorio seguían intactos. Salí del salón intentando parecer despreocupado, caminé lento, no había visto a Daniela y me apenaba haberla metido en este tipo de problemas.

El restaurante de las lágrimas era un pequeño local donde servían almuerzos a buen precio, no estaba cerca de la universidad, pero la agradable comida a bajo costo valía es esfuerzo de alejarse un poco de más. Con Fiorella lo llamábamos así pues cuando ambos tuvimos problemas coincidimos en el lugar, y por alguna razón confiamos nuestras penas y amarguras al otro, derramando algunas lágrimas en las largas conversaciones.

Llegué allí con mi auto, busqué una mesa distante y la ocupé, pidiendo algo de comer y beber. Esperé por casi media hora, sin poder poner mi mente en orden, pensando en qué otro trabajo podría conseguir, y en las pésimas referencias que daría de mí el haberme metido con mi estudiante. Por fin el sonido de tacones y la aparición en la puerta de Fiorella me aceleró el corazón. Ella saludó con amabilidad al personal de servicio y se acercó a la mesa, dando miradas cautelosas alrededor.

— Pues admito que me equivoqué, no eres gay después de todo —me dijo a modo de saludo.

— ¿Qué pasó con la decana? —le pregunté, sin ocultar mi preocupación.

— Tranquilo, no se tragó el cuento de mi blusa, pero por lo menos no tiene algo sólido para acusarte, tu “querida” estudiante hizo bien su papel, hasta te imitó indignándose —dijo.

— Ya veo, gracias por el mensaje, pensaste rápido en una solución.

— Carlos no estás viendo todo el panorama, no me gusta meterme en problemas de este tipo, ¿has estado con cara de enamorado por “esa” chica? ¿Sabes que no está bien?

Lo pensé un momento, era cierto que no estaba bien, y sí estaba enamorado, ilusionado cuanto menos de esa joven que me había sacado de mi pozo de autocompasión.

— Has acertado, pero tal vez no estoy enamorado, pero si encaprichado, no sé bien cómo explicarlo.

— Imagino que ya te la cogiste, no te culpo, pero tampoco lo justifico. ¿lo que compraste el sábado era para ella?

— No, era para otra dama —le confesé la verdad, no quería mentirle a mi amiga.

Me miró por un buen rato, llegó su comida y ella la empezó a consumir en silencio con la mirada en su plato. Mientras ella comía me dediqué a observarla, era una bella mujer, su cara era redondita, bien proporcionada, sus largas pestañas acentuaban los ojos tristones que ahora parecían perdidos en decidir si lo que había hecho estaba bien o mal. Su labio superior era un poco más grande que el inferior, lo que le daba cierto aire de ser una gata relamiéndose, además tenía una forma lenta de llevar el tenedor a su boca, abrirla, envolver el cubierto y luego dejarlo limpio, muy sensualmente. Su pálida piel tenía el tono necesario de color para que pareciese siempre maquillada con rubor. Un fino cuello conectaba con hombros cansados por el peso de su enorme busto. Aún daba de lactar a su bebé, por lo que, llenos de leche, sus senos abarcaban por completo su blusa blanca, cuyos botones podrían dejarse vencer en cualquier momento. Ella era un tanto bajita, sus piernas parecían delgadas, y su trasero lo justo para llenar el pantalón, sin forzarlo. Era como si la mayor parte de sus curvas estuviesen en sus pechos. Grandes y jugosos pechos. Bellos y redondos pechos…

— Ahora uso unos absorbentes, para evitar volver a derramar… ya sabes.

El comentario me sacó de mi ensoñación, ahora ella daba el último bocado de su comida y me miraba con determinación.

— Te diré qué haremos —me hablo con decisión— me debes un favor, un gran favor, y justo ahora necesito de tu ayuda.

— Claro, lo que quieras.

Me contó de ciertos problemas que había tenido. Ella tenía otro trabajo además de ser docente, y ese estudio de abogados al que pertenecía haría una fiesta de gala por el aniversario del negocio. El padre de su hijo se pavonearía con su nueva pareja, y ella necesitaba quien la acompañe a la reunión. Desde luego que, agradecido por su apoyo y amistad, acepté acompañarla.

Durante la semana estuve distanciado de Daniela, intercambiamos miradas, pero casi no hablamos. La miraba con deseo, esperando que el tiempo nos permita volver a intimar. Llegó el sábado, me acicalé lo mejor que pude, mientras me bañaba me afeité bien los alrededores de mi falo (ya era una costumbre en mi), me vestí lo mejor que pude, con buenos aditamentos, reloj, zapatos, una esclava de plata y botones a juego. Dejé el carro, pues pensaba tomar, en cambio contraté un vehículo con chofer para recoger a mi amiga y, por esta noche, pareja de fiesta.

Ella vivía en la casa de su madre, en parte por su separación, y también porque le ayudaba cuidando a su hijo. La esperé en la puerta, como suele ser costumbre de un varón hacia una dama, hasta que salió. Estaba espectacular, tenía un vestido color perla, con encajes en el pecho, dejando traslucir su agraciado tamaño, la falda circular suelta le llegaba por encima de la rodilla, bailaba con cada movimiento que ella daba. Tenía la cantidad exacta de maquillaje, con los labios brillosos, que daban ganas de besarla. El mayor descubrimiento fueron sus piernas, bellas y contorneadas, del color del marfil.

—Que puntual mi chambelán —me dijo sonriendo.

—Por aquí mi princesa —le contesté, también sonriendo, ayudándola a subir al vehículo.

Charlamos y bromeamos mientras nos llevaban al lugar del evento. Era extraño verla así, tan suelta, tan sonriente, su risa era contagiosa, y tenía energía de sobra para hacerme olvidar cualquier problema de la vida. Cuando llegamos ya había oscurecido un poco. El evento se desarrollaba en el salón de un hotel de prestigio. Todo se veía muy elegante, nos chequeamos e ingresamos a la mesa asignada, ella saludaba a todo el que se le cruzaba, y no se me pasó que diversas parejas le lanzaban miradas de extrañeza, como si hubiesen esperado que ella no fuese.

—Aquí nos toca —me señalo una mesa para tres parejas, ella caminaba enfrente mío, jalándome de la mano con delicadeza. Yo le iba lanzando miradas a tu trasero, que con la falda suelta no se distinguía, pero sí dejaba a la vista a sus delicados muslos y pantorrillas, muy apetecibles desde mi perspectiva.

Nos acomodamos y continuamos haciendo bromas de todo tipo, contando nuestras anécdotas del trabajo, ella me presentó a los demás integrantes de la mesa y pronto hicimos buenas migas.

Sirvieron la cena, cerdo al horno con puré y ensalada, muy agradable. Mientras cenábamos el maestro ceremonia pidió la atención de todos por un momento. Anunciaron que presentarían al nuevo socio del estudio.

—El nuevo socio de nuestro prestigioso estudio es… ¡Hernán Miranda! —dijo el presentador.

Fiorella dejó caer su tenedor. No era para menos, pues el recién nombrado era su expareja, y ahora su probable jefe.

— Ese bastardo, como está con la hija del dueño era lo que se podía esperar.

— No te lo tomes personal —dijo uno de sus compañeros de mesa.

Un sujeto salió al centro del escenario, era un tipo relativamente bajito, de quijada cuadrada y con una notoria calva prematura. Desde mi punto de vista su cabeza parecía un codo. A su lado tenía a una dama por lo menos diez años más joven, muy esbelta y con la cara algo plastificada, seguramente por operaciones estéticas. El tipo dio un discurso de agradecimiento, para luego brindar y dirigirse a su asiento, durante todo ese tiempo tomé de la mano a mi amiga, le presioné un poco los dedos, para que se fijara en mí. Ella apretaba con su manita su copa de vino, que amenazaba con romperse en cualquier momento. Sus ojos estaban enrojecidos, así que, conociéndola, le dije lo que ella me aconsejó tiempo atrás.

— No les des el gusto mi princesa.

— No lo haré Chambelán —me contestó frotándose los ojos—, mejor brindemos por otra cosa, brinda por algo de mí que te guste.

— Brindo por tus… —me quedé pensando— por tus ojitos de muñeca —le dije por fin, generando una sonrisa de su parte.

— Gracias, yo brindo por tu cabello, natural y abundante —lo que era una indirecta hacia su ex.

— Bueno ¿gracias? —le contesté, para luego ambos ponernos a reír.

Continuamos con la cena, pronto un orquestín amenizó la noche y salimos a bailar, no éramos muy buenos, pero nos divertimos. Abusamos de los cocteles y pronto nos encontramos lanzándonos piropos. Casi siempre parábamos agarrados de la mano, salíamos a bailar así, y así mismo regresábamos a nuestra mesa. En uno de esos retornos ella se frenó en seco.

— Hola Fiorella, gracias por venir a mi fiesta —le dijo el nuevo socio, su ex, que nos esperaba sentado en nuestros asientos, en la mesa junto a su novia.

— Estos son nuestros lugares, te agradecería no agriar mi noche, además la reunión es por el aniversario del estudio, no por tu reciente nombramiento.

— Como sea, es mi noche y la de nadie más —le contestó autoritario— ¿y este quién es? —dijo señalándome.

— Soy el señor Peluquín Peluquillo, vendo pelucas y también me dedico a tratamientos capilares, le puedo dar una tarjeta si gusta —le contesté muy sonriente.

Ante mi respuesta él se puso de pie como un resorte, mientras que yo me paré frente a Fiorella, sosteniéndole la mirada al sujeto, enderezándome cuan alto era. La diferencia de tamaños y presencias era notable, así que él cedió, tomó de la mano a su pareja y se alejó del lugar.

— Gracias… señor peluquín —me dijo Fiorella sentándose.

La mesa entera estalló en carcajadas, que no pasaron desapercibidas. Me había convertido en el héroe de la noche.

Brindamos y empezamos un juego de toqueteos bajo la mesa, discretos en un principio, luego más atrevidos. La falda suelta de ella me daba libertad de acción, ella, con las mejillas encendidas se dejaba acariciar. Por su parte descansaba su mano sobre mi paquete, que bajo el pantalón estaba erecto. Me lo frotaba y apretaba un poco cada cierto tiempo.

Le había acercado la silla a mi lado, para cruzarle mi brazo sobre los hombros, de vez en cuando simulaba ver la hora para levantar la mano y rozarle los abultados pechos.

— ¿Sabes qué se me antoja? —le pregunté.

— ¿Qué cosa desea mi chambelán?

— Un vaso de leche fresca, ¿sabes dónde podré encontrar una vaquita para obtenerla?

Sonrió y movió un poco los pechos a los lados, haciendo que se bamboleen.

— Sigue portándote bien chambelán y creo que podrás ordeñar a una vaquita muy pronto.

— Tal vez podamos ordeñarnos mutuamente —le contesté, a lo que ella abrió mucho los ojos. Tal vez me había pasado de la raya. Pero ella no se incomodó, sino que se mordió el labio, imaginando lo que le estaba ofreciendo.

La noche ya estaba avanzada y quedaban pocas parejas en el salón, me pidió que la acompañara al baño, ella entro, la esperé, al salir me sonrió y caminando hacia mí me besó, un beso algo tímido, pero un beso, al fin y al cabo, la tomé del brazo y retornamos a nuestra mesa.

Continuamos con nuestros juegos, yo moría por darle una buena probada a sus tetas, y ella ya parecía dispuesta a permitirme poseerla, así que saqué el móvil con la finalidad de llamar el carro para que nos lleve de vuelta a su casa o a la mía, pero ella me tomó del brazo.

— No podemos ir a mi casa…

— Entonces vamos a mi departamento ¿qué dices?

— No… es muy pronto para ir a tu casa.

— ¿Entonces qué haremos princesa?

— Te tengo una sorpresa —dijo poniéndose muy roja mientras intentaba sonreír.

Me llevó de la mano fuera del salón, luego, por otra puerta volvimos a ingresar al hotel.

— Tengo una reserva para esta noche —le dijo al recepcionista, dándole sus datos.

— Claro, habitación especial, quinto piso, número quinientos tres —le contestó el trabajador, dándome una tarjeta mientras me guiñaba el ojo y me señalaba el ascensor.

La tomé de la cintura e ingresamos al ascensor, cuando la puerta se cerró me abalancé hacia ella, le besé el cuello y manoseé sus nalgas, ella me abrazó y levantó la carita buscando mi boca. Nos besamos con pasión, ella tocaba con urgencia mi cuerpo, sintiéndome por encima de la ropa. Yo le levanté la falda suelta que vestía y toqué sus glúteos, tenía una tanga con encaje, muy seductora tanto a la vista como al tacto. Su culito estaba helado, era redondito y con las nalgas un poco separadas; una belleza. Todo era frenético, bajé mi cara y la hundí en sus tetas, bastas, redondas, infladas por la lactancia, con su blanca piel que dejaba traslucir venitas por la presión que debían soportar. Le tiré un poco del cuello del vestido y saltó libre uno de sus pechos, los pezones rozados estaban erectos, lo rodeé con la boca y sorbí gustoso, brotando un chorro de leche caliente. Ella gimió de manera muy sonora, le di un pequeño mordisco extasiado, entonces sonó una campanita y se abrió el ascensor.

Agitados la tomé de la mano y empezamos a recorrer velozmente el pasillo, que estaba desierto. La tercera puerta era la indicada, volteé a mirarla y ella seguía sonrosada, con la boca entreabierta y un seno al aire, se me abalanzó y me besó nuevamente, yo introduje mi lengua en su boca, aún con el sabor de sus senos, mientras le acariciaba la espalda. Tanteé en mi bolsillo hasta que cogí la tarjeta y la puse sobre el lector de la puerta, esta se abrió, permitiéndonos tener más intimidad.

El cuarto era muy amplio, con una gran cama tamaño King, una mampara de acceso a un balcón, una mini sala y lo mejor, un sillón tántrico. Ella ya había planeado tener una noche de pasión, y yo estaba totalmente dispuesto a cumplir sus fantasías.

Le di la vuelta y la empujé hacia la pared, ella obediente se quedó quieta dándome la espalda, con las manos en la pared, expectante. Le recogí el cabello, soplándole en la oreja y lamiendo su cuello, adelanté mis manos y liberé su otra ubre, las tomé en mis manos, que no llegaban a abarcar sus redondeces, pues eran pesadas, imponentes; me deleité estrujándolas un poco, sintiendo humedecerse mis manos por la leche que se le escapaba. Mientras tanto lamía su cuello, bajé a su espalda y le empecé a bajar el cierre del vestido, pero me detuve, se le veía tan perfecta así, por lo que decidí dejarla como una princesa. Le fui dando besos sobre la tela, solté sus tetas y me puse de cuclillas, levantándole la falta para verle el culito, que con su tanga con encajes y sus nalgas separadas me dejó sin aire. Le di un sonoro beso en un glúteo, luego un leve mordisco en el otro, le quebré un poco la cintura y lamí sobre la tela su vulva y culito. Ella respiraba agitada, con pequeños gemidos. Con cuidado le hice a un lado la tela y le metí la lengua en la vagina. Ella estaba muy húmeda; al sentir mis caricias se agacho un poco más para permitirme explorar a mi gusto.

Jugué con ella, bajé con mis caricias y roces hasta sus muslos, solo para volver a subir y lamerle hasta el alma. Ella arañaba la pared, suspirando y gimiendo con libertad. Me paré y abrí mi bragueta, momento en el que ella frenó su respiración. Hice a un lado mi ropa interior y saqué mi verga, con huevos y todo.

— Ábrete el culito —le dije.

Ella apoyó la cabeza en la pared y con ambas manos se separó los cachetes, todo ello sin sacarse la ropa interior. Yo acerqué mi poronga y se la froté por las nalgas, le rocé la cabeza por ambos muslos, y finalmente coloqué la cabeza en la entrada de su vagina. Ella permanecía muy quieta, casi inmóvil.

— ¿quieres que te la meta?

— Si quiero, métela por favor —me contestó con la voz entrecortada.

Le introduje lentamente la verga, haciéndole sentir cada trozo de mi masculinidad, cuando entró en su totalidad me paré por completo y la dejé a ella de puntitas, intentando mantener el equilibrio mientras la llenaba con mi nabo. Seguía separando con sus manos su culito, así que le tomé ambas manos y empecé un agradable mete y saca. Ella era como una muñequita, se dejaba hacer, aguantaba bien mis embistes, sus pechos se apretaban contra la pared cuando la fuerza era excesiva, pero sus gemidos me invitaban a continuar.

— ¡Que rico! —me dijo, entre jadeos.

Ese comentario me animó a hacer una locura. Sin dejar el ritmo del mete y saca la empecé a hacer caminar, dándole su bombeada a cada paso que daba, llegamos a la mampara de vidrio y la apreté contra el cristal, abriendo la puerta. El aire frio nos llegó de golpe y nos puso la piel de gallina. Saqué mi verga y vi que salía vapor. La acerqué al borde del balcón y la hice agarrarlo y agacharse, ofreciéndome la cola. Ella había reducido sus gemidos, tal vez por vergüenza o por temor a que alguien nos viese, pero solo se vive una vez, así que le di una nalgada.

— ¿está rico? —le pregunté mientras le cacheteaba el culo.

— Si…

— ¿Si qué? —le volví a preguntar, dándole otra sonora nalgada.

— Si está rico.

— ¡Sigue! —le ordené, penetrándola con rudeza.

— ¡Está rico! ¡está rico! ¡rico!...

Aceleré el ritmo, viendo sus nalguitas enrojecidas. Al abrigo de la noche se escuchaban algunos autos pasar, muy poca gente deambulando, y el rítmico sonido de mi cadera chocando conta sus glúteos.

No quería acabar rápido, así que salí de ella y retrocedí un par de pasos, ella se quedó quiera un rato, y volteó un poco para verme. Estaba preciosa, babeando un poco, con el cabello algo alborotado, con sus grandes tetas colgando, aún con su vestido, zaparos y tanga puestos.

Cogí mi verga con mi mano y la sacudí un poco, para calmar mis ansias, pero ella lo tomó como una invitación y acercó su mano, agarrándome el pedazo y, agachándose rápido, se lo llevó a la boca. Se puso de cuclillas y me empezó a dar una mamada de lujo. Su boquita era muy curiosa, su carnoso labio superior parecía envolver mi verga. Ella salivaba muchísimo, mi falo estaba húmedo y ella seguía humedeciéndolo aún más, tenía una gran capacidad para soportar metérselo hasta la garganta, lo que le generaba pequeñas arcadas, pero a mí me dejaba viendo estrellas, demostrando que no era una mamona sin experiencia. Me alerté, pues sentí mis huevos contarse, señal de que me corría, intenté alejarla y sacársela, pero ella se aferró a mí espalda y se metió toda mi verga hasta el cuello, haciendo que me corra dentro de su boca, expulsando de golpe grandes borbotones de mi leche. Ella como toda una campeona tragó sin dejar de mamar, con sonoros “glups glups glups”. Cuando la tomó toda sacó mi verga y la siguió lamiendo. Yo me agarré la pija y le di unos cuantos golpes en la cara, cosa que le sacó una carcajada.

— ¡Dios! ¿me estás castigando o premiando?

— Ambas cosas mi tetona amiga.

Ella se paró y, juntando sus pechos con las manos me ofreció algo de tomar, yo le lamí las tetas y me puse a chupárselas. Así, lactando, la acerqué a la cama y la tendí en ella. Le chupé los senos por buen rato, sacándole por fin el vestido, liberando un cuerpo fino. No se llegaban a distinguir consecuencias de su embarazo, por lo contrario, yo la veía muy hermosa, Cuando le solté los pechos ella se subió encima de mí, se acomodó mi pinga entre las nalgas, ajustando la cabeza en la entrada de su vagina. Yo seguía duro así que la dejé montarse. De un sentón se la metió toda, empezando a dar saltos; pequeños al principio, más fuertes y enérgicos después. Resultó ser más atlética de lo que parecía, se sacaba y metía todo mi falo en su extensión. El grosor parecía gustarle mucho y llenarla, lo espectacular era que sus tetotas rebotaban triunfantes, como dos balones dando botes, haciendo volar gotitas de leche materna. Ella me arañaba el pecho mientras gemía al ser penetrada. Yo tenía mis manos en su culito, nalgueándola y apoyándola para que no se zafe de mi falo. Levanté la cara y le volví a atrapar los senos en mi boca, se los mordía, tiraba de uno y le sacaba lo que podría, luego cambiaba al otro. Ella abrió mucho la boca y soltó un sonoro gemido, dejándose caer, siendo penetrada del todo, teniendo un potente orgasmo.

Se acurrucó en mi pecho, recibiendo unas cuantas caricias, aún con mi poronga en su interior. De pronto se dejó caer de lado y le dijo que me sentara en el borde de la cama.

— Aún no te he ordeñado como debe ser, verás lo que una mujer de verdad puede hacer, no esa mocosa con la que te has estado metiendo —me dijo.

Yo le sonreí, ella estaba celosa de Daniela. Le hice caso sentándome en el borde, con las piernas un poco separadas. Ella puso su boca sobre mi verga, sin llegar a tocarla la abrió y sacó la lengua, dejando caer saliva como un pequeño chorrito, mojando mi aún endurecido falo. Luego tomó sus tetas con las manos y las juntó, dejando al medio mi pinga, con sumo cuidado las levantó y bajó, humedeciendo el centro con su saliva, haciéndome una rusa. Sus tetas eran muy suaves, y con lo mojado que estaba todo se resbalaba con facilidad, causándome muchas sensaciones placenteras. Lo mejor de todo es que, mientras hacía todo eso, ella me miraba, captando cada gesto de placer que yo hacía. Ella bajó un poco su cabeza y le dio una sorbida a mi verga, cogiendo la cabeza y jugando alrededor con su lengua, para luego volver a ponerse a cierta distancia, salivando. Todo ello mientras seguía pajeándome con las tetas.

Quién diría que mi amiga Fiorella podía ser tan sensual, pícara y golosa. Me venció el placer y me corrí, lanzando fuertes chorros de leche al aire, a su cara, a sus tetas. Ella siguió pajeándome con una gran sonrisa en la cara, triunfante por su logro. Se relamió lo que quedaba de leche y, cuando nos calmamos me jaló hacia la ducha. Nos duchamos juntos en una gran tina. Nos aseamos y secamos, yendo a la cama. Entre caricias la hice dormir. Decidí que al amanecer seguiríamos con nuestros juegos. Ese sillón tántrico no se quedaría sin ser usado, ¡no señor!

Me despertó el timbre de mi celular, Fiorella aún dormía plácidamente, en la pantalla se leía “Daniela Bombón”. Contesté y escuché la voz de mi ángel:

— Hola profe, necesito verlo urgente…

(10,00)