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El profe (capítulo 5. Final)

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Que sean casi las cinco de la mañana y recibas un mensaje de “necesito verte urgente” es algo que no puede pasarse por alto, menos aun viniendo de mi pequeña y hermosa Danelita. Aunque la cabeza me martilleaba por lo poco que había dormido y mi verga aún estaba con esa sensación de haber sido complacida me senté y decidí que llamaría a mi bombón para saber qué ocurría. Sentí algo extraño en la espalda, como un escalofrío, así que volteé y me topé con los ojos semiabiertos de Fiorella, que me miraba, definitivamente me miraba. Sentía que adivinaba que estaba a punto de marcharme.

—Lo siento, tengo que hacer una llamada —le dije.

—Está bien, solo no hagas mucha bulla —me contestó, un tanto fría. Tal vez había llegado a leer el nombre de la remitente de los mensajes en el celular.

Me paré, aún desnudo caminé al balcón, mi falo se balanceaba de lado a lado con cada paso así que busqué una toalla limpia y me cubrí de la cintura hacia abajo. Abrí el balcón y el frío aire nocturno terminó de hacerme despertar. Cerré la mampara de vidrio, pues realmente no quería incomodar a Fiorella. En la calle pocos vehículos transitaban por el lugar, siendo lo normal por lo temprano que era. Marqué el número de Daniela y esperé. Timbró varias veces, pero ella no contestó, esperé un momento y volví a hacerlo, sin resultado nuevamente. Decidí mandarle un mensaje. Un tanto incómodo escribí:

—¿Dónde Estás? ¿Qué Pasó?

Esperé un par de minutos, sintiendo como la piel se me ponía como de gallina (o gallo) por el frío cortante. Seguramente en unas horas estaría con gripe por mi descuido de no abrigarme. No había respuesta de su parte y empezaba a incomodarme. Voltee para volver a la cama, besaría a Fiorella y succionaría sus grandes pechos para entrar en calor, si ella se sentía dispuesta podríamos por fin usar ese extraño sillón tántrico que aguardaba en una esquina de la habitación. Y el celular timbró, ella me estaba llamando, le contesté de inmediato.

—Lo siento profe, no sabía a quién acudir —me dijo Danielita con voz entrecortada, y ella notoriamente estaba llorando, eso me hizo perder toda la molestia que recién sentía por la hora y el frio.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

—Lo siento profe, por favor ayúdeme —sonaba realmente deshecha por el llanto.

—Danielita, bebé, dime dónde estás e iré a verte.

—Estoy sentada fuera de su departamento, no quería causarle problemas.

—Bien espérame allí, no te vayas a mover, iré enseguida.

—Lo esperaré, gracias profe —dijo, con algo de hipo de quien no se puede controlar por la tristeza, y luego colgó.

Escucharla así me puso alerta, sentía la urgencia de ir, en taxi estaría a unos veinte minutos de viaje. Pedí un vehículo por aplicación y me salió que en tres minutos me recogerían.

Entré como un torbellino a la habitación y empecé a vestirme, saltando sobre un pie logré ponerme la ropa interior y calzarme el pantalón, luego las demás prendas, todo ello sin percatarme que Fiorella estaba sentada en la cama mirándome fijamente sin articular palabra alguna. En la penumbra sus grandes ojos brillaban, como si de un felino se tratase, la escasa luz acentuaba su silueta, perfilando aún más sus sobresalientes tetas.

—Te vas… —me dijo.

—Lo siento Fiorella, tengo una emergencia —le contesté, evitando entrar en detalles.

—Y esa emergencia se llama Daniela Fernández, ¿o no es así? —comentó con frialdad, retomando su carácter avasallador de siempre. Era mi amiga, pero también era una mujer implacable y muy independiente con la que había tenido un excelente sexo. Todo ello me hizo sentir culpable, pues ella merecía algo mejor.

—Lo siento, nuestra fiesta y lo que vino después fue fantástico, pero ha pasado algo, no sé bien qué y ella me necesita —le dije, evitando su mirada.

Se quedó un breve tiempo en silencio, justo cuando yo terminaba de vestirme y alistar mis pocas pertenencias sueltas ella se levantó y avanzó hacia mí. Pensé que querría agredirme, pero en vez de eso tomó una de mis manos y la llevó a su enorme seno, y con la otra me agarró la verga por encima del pantalón.

—Ahora tú también eres mío —me dijo, casi como un susurro, apretando un poco mi pedazo, para soltarlo y volver a la cama—solo recuerda eso.

—Lo recordaré —le dije, saliendo de la habitación.

El viaje de retorno resultó sumamente rápido, pues las calles estaban aún poco transitadas, descendí del vehículo e ingresé a mi condominio, subiendo las gradas, en la oscuridad la encontré, sentada en el piso, encorvada, prácticamente abrazando sus rodillas mientras sollozaba. El verla así me partió corazón. Tenía puesto un vestido enterizo muy pequeño, con brillos y encajes, similar al que tenía puesto el primer día que salimos. Al estar así sus piernas quedaban a la vista casi en su totalidad. Me agaché y le toqué un brazo, que estaba sumamente frío.

—Ven, entremos —le dije, tomándola de ambos brazos para facilitar que se levantara. Ella temblaba y mantenía la cabeza gacha, pero hizo caso y me acompañó.

La hice sentarse en el sillón de siempre, y raudo puse agua a hervir mientras tomaba una manta y volvía para cubrirla, abrigándola con un abrazo, ella se movió en el sillón y acomodó su cabeza en mi muslo, así que le empecé a acariciar el cabello.

—Cuéntame qué ha pasado —le sugerí.

—Gracias por recibirme —me dijo, sin agregar nada más.

—¿Acaso no confías en mí? —pregunté, pues seguía intrigado por el motivo de su llanto, de todo lo que pudiera estar pasándole.

—Es que, él me pegó, y esta vez se pasó de la raya —dijo, rompiendo en llanto— me hizo doler mucho, me golpeó con su puño y luego me pateó, me insultó y me botó de su casa, me hizo sentir basura —dicho esto ella se rindió a la tristeza y lloró descontrolada.

Solo atiné a seguirla acariciando, a susurrarle que ya estaba segura, que no tenga miedo, pues allí nadie más le haría daño. Poco a poco el calor y mis palabras hicieron mella y la calmaron. Me levanté un instante y le preparé café, con unos bocaditos que guardaba. Mientras me hablaba había logrado distinguir que ella había bebido y eso no ayudaba a que se calmara, pero tal vez el café si lo lograse.

Encendí una lámpara y le puse las cosas en la mesa de centro, acercándosela para que pudiese tomar y comer con comodidad. Con cuidado la destapé e hice sentarse. Allí pude ver su mejilla enrojecida, testigo del golpe que le habían propinado esa misma noche.

Mi parte de abogado emergió.

—Vamos a la comisaría, tenemos que denunciarlo, un médico te evaluará y debes contar todo lo que ha ocurrido, te ayudaré a ordenar tus ideas y así podrás hacer justicia con ese canalla.

Ella cerró los ojos y volvió a ponerse a llorar.

—No puedo hacer eso, él o sus amigos me harían daño, y dependo totalmente de él —me contestó.

—Ahora estás conmigo, yo te cuidaré, pero algo tenemos que hacer —le dije muy serio, pues no deseaba que todo ello quedase impune, en tanto que ella negaba con la cabeza, dejando caer aún más lágrimas.

—Te contaré algo para que entiendas mi problema.

Y me contó muchas cosas de su vida, de malos tratos, de cómo escapó de casa cuando ese joven la enamoró y le prometió ayudarla a estudiar, con un buen inicio, con ciertos lujos, algunas veces él se ponía violento, pues no siempre sus “negocios” le salían bien, ella no entendía, hasta que entendió. Tenía por novio a un traficante de sustancias tóxicas, mejor dicho, el abastecedor, los pequeños vendedores le compraban a él, y él compraba a alguien más grande.

Daniela no era ninguna tonta, y sabía que estudiaba derecho por recomendación del novio para que lo ayudase ante problemas que pudiesen surgir, pero no esperaba que poco a poco él se hiciera más lejano, más violento y desconfiado. Lo peor había sido cuando él volvió de un viaje, no la encontró y uno de sus “amigos” le dijo que pudo verla salir de cierto departamento.

A veces uno goza sin saber de los problemas de los demás. Por ello me prometí ayudarla.

—Tranquila bebé, ya verás como todo se solucionará.

—Gracias profe, de verdad gracias.

Y allí, con la manta medio caída, mientras ella sorbía un poco de café y se llevaba una galleta a sus carnosos labios, con mucho cuidado de no hacerle daño me acerqué y besé su mejilla, besé sus lágrimas y sus ojos pues no quería que siguiera llorando. Ella no lo merecía.

Volteó y me besó, nuestras lenguas se juntaron, con el sabor a café y whisky de la noche reciente.

Quise quitarle el vestido, pero ella me detuvo la mano, levantándose con cuidado se arrodilló en el piso frente a mí mientras que con sus manos me abría el pantalón, mi verga ya había tomado vida, así que sacarla no le fue difícil. Se agachó y empezó a mamarla, la dejé hacerlo mientras mi cabeza bullía de ideas. Le contraría una solución al problema, aunque tuviese que molestar a viejas amistades, o a nuevas amistades, muy nuevas amistades en realidad. En mi mente ya iba articulando cómo todo se resolvería, mientras mi falo recibía caricias de mi pequeña a la que protegería, prometiéndome que nadie más la volvería a hacer llorar.

Ella estaba entregada a ensalivar mi pinga, se la sacaba, lamia los lados, abajo, y volvía a metérsela, en una de esas tomé mi verga y le di sus pequeños golpecitos en la cara. Ya había parado de llorar, y el contacto con mi virilidad la hizo sonreír.

La levanté, pues quería penetrarla, y cansarla para hacerla dormir tranquila, nuevamente intenté levantarle el vestido, pero ella me detuvo. En cambio, se giró dándome la espalda y levantó la falda lo suficiente para que sus nalgas quedasen libres, así se fue sentando y se ensartó solita, soltando un gritito de placer en el proceso.

Yo no tuve mucho que hacer, pues ella apoyándose en mis muslos subía y bajada el culito metiéndose entera la verga, saltando y volviendo a caer. Sentía que ella llevaba la fuerza de sus piernas al límite, y así, de salto en salto, viendo como ella con ese juvenil y hermoso cuerpo se ensartaba solo, hizo que me viniera en abundancia.

Se quedó muy quieta, respirando con dificultad, echándose hacia atrás. Yo la recibí en un tierno abrazo. Ahora estaba caliente y llenita, le tocaba dormir. Ya más tarde le contaría mi plan.

Poco a poco le saqué mi falo, sintiendo como mi leche se iba derramando. Normalmente me gustaba echar mi corrida encima de mi pareja, pero esta vez ella había hecho el trabajo sola, y se había ganado su premio. Así que, sin dejar de abrazarla la llevé a la cama, y acostándola de lado la hice dormir, mejor dicho, ambos nos quedamos dormidos. Con lo último de mis fuerzas logré cubrirnos con una manta, quedando finalmente abrazados.

Cuando desperté estaba solo en la cama, la cabeza me martillaba un poco, y sentía algo de flema en mi interior, seguramente los primeros síntomas de una fea gripe bien merecida. Escuché el sonido del agua correr, seguramente Daniela se estaba duchando. Me senté en la cama y, luego de estirarme un poco, me encaminé a la ducha, para bañarme junto a ella.

El baño estaba lleno de vapor, así que ingresé y cerré la puerta para evitar que el calor escapase. Al abrir la mampara para ingresar a la ducha ella soltó un gritito y tomó la toalla tapándose. Me sentí extrañado, ella nunca había sentido vergüenza conmigo. Como la toalla estaba empapándose cerré la llave y el agua caliente dejó de caer. Nos quedamos parados, mirándonos mientras el vapor se iba disipando. Ella miraba al piso, recordé su mejilla enrojecida y con cuidado la tomé del mentón y le levanté la carita.

El hematoma en su mejilla era notorio, entre rojo y morado. Le tomé las manos y se las besé, ella cerró los ojos y dejó que le quitase la toalla. Su perfecto cuerpo tenía varias marcas, le habían jaloneado y arañado uno de sus brazos, pero la peor marca era un grande y feo moretón en sus costillas, poco más debajo de su ceno derecho.

Lágrimas caían por sus mejillas y yo solo atiné a abrazarla y volver a abrir la ducha. Junto al agua caliente nos quedamos por buen rato, hasta que me hablo.

—Tengo hambre —dijo.

—Bien, vamos bebé.

Salimos y nos secamos, parecía más calmada, así que calenté algo de arroz mientras ella, vistiendo uno de mis polos que le valían como pijama, preparó leche con miel.

—Estas algo agripado ¿no? —me preguntó.

—Si, tú también —le dije, tocándole la punta de la nariz, ella también parecía afectada por el frío de la noche, ante el gesto me sonrió.

—Sé que no debería molestarte, pero no sabía qué hacer.

—Estoy feliz de que hayas venido conmigo.

Desayunamos en silencio, nos mirábamos y agradecíamos el espacio para pensar. Cuando terminamos volvimos a meternos a la cama y charlamos un tiempo, de cosas insulsas, hasta que quise abordar el tema nuevamente.

—En serio, deberíamos ir y denunciarlo.

—Por agresión a una mujer, ¿cuánto tiempo le darían?

—Podría lograrse una pena de tres años —le contesté, nuevamente en modo profesional.

—¿Y el peor escenario?

—Con tu declaración y el examen médico recibirá una pena no menor a un año.

—Saldría y algo peor sucedería, no puedo arriesgarme de esa forma, compréndelo.

Entendía, había sido agredida y se requería algo más grave. Ella acomodó su cabeza en mi tórax y yo le fui acariciando la espalda mientras la abrazaba. Gracias a la diferencia de tamaños y a que solo vestía mi polo-pijama, podía llegar a levantar un poco la tela y frotarle las nalguitas, que aún estaban frías al tacto. Ella pasaba sus dedos por mis piernas, subiendo y bajando, apenas rozando mis bellos. Mi mente volaba buscando una solución que me parecía haber pensado ya, pero tenerla así me distraía. Peor aún, ahora ya no frotaba mis piernas, sino que directamente agarraba mi verga por encima de los ligeros pantalones cortos que llevaba puestos. Le separé las nalgas y con mi dedo medio, estirándome aún más, llegué a palparle el ojete, ella se sobresaltó un poco, pero por mi espejo la vi sonreír. Su culito era hermoso, un asterisco perfecto y bien cerradito entre dos voluptuosas y redondas nalgas morochas, mientras se lo palpaba, moviendo mi dedo por encima sin hacerlo entrar, acariciándole la colita, recordé mi encuentro con Angy, la forma en la que la dominé y como la empalé haciéndola saltar en el aire dándole un magnífico sexo anal. Pero para eso aún faltaba trabajar mucho el culito de Daniela, si es que no quería traumarla o hacerle daño.

Daniela se agachó, facilitándome la tarea de manosearla, primero se echó sobre mi barriga y levantó el elástico del short, haciendo que mi verga ya hinchada salga de él. Yo humedecí mi dedo medio y volví a acariciarle la colita, ella tomó el tronco acercándose la cabeza de mi verga, dándole ligeros besos. Me masturbaba mientras le iba dando lengüetazos como si de una paleta se tratase. Hice algo de presión y sentí como parte de mi dedo hacía que su colita ceda un poco, pero eso la puso tensa y apretó las nalgas. Para relajarla levanté un poco la cadera, metiéndole la cabeza en a la boca, al poco rato volvió a relajarse, concentrándose en mamar, recordándome una foto de un hámster comiendo una banana. No quise asustarla, así que no le metí mucho el dedo, solo lo movía un poco, a los lados y hacia fuera. Por fin parecía que su colita no oponía resistencia, pero definitivamente meterle la verga no era una opción, por lo menos aún no.

Quería probar algo nuevo, así que sin quitarle el juguete de la boca la tomé de la cadera y la levanté, girándole las piernas hacia mí cara, quedando mi cabeza entre sus rodillas, las mismas que estaban flexionadas y dejaban su conchita a la altura de mi boca. Ella al estar de cabeza ya no solo mamaba la puntita, sino que se veía forzada a tener que comerse la verga hasta la garganta, pero lejos de amilanarse se dedicaba de lleno en eso, como si de un biberón se tratase. Le separé un poco las piernas y acerqué la cara a su conchita, estaba húmeda y bien depilada, como solía llevarla ella. Mi pequeña era tan ligera y flexible que sin problemas acomodé mi lengua y le di una buena lamida de abajo hacia arriba, haciéndola soltar un gemino ahogado por tener ella la boca llena. Al ser tan sensible la lamí solo con la punta de la lengua, casi rozándola, besaba sus muslos, nalgas, le ensalivé el culito y le acomodé el dedo pulgar, así mientras lamía sus labios y bordeaba el clítoris le iba introduciendo el dedo en el ojete. Ella al estar sintiendo tantas cosas a la vez dejó que le abriera el culito, y como premio, después de estar bordeando sin tocarlo, le lamí ese pequeño botón sobresaliente arrancándole un pulso que le hizo mover todo el cuerpo, no me detuve, sino que la empecé a atacar con fuerza, lamía ya no suavemente, sino que le sorbía, lamía y frotaba con toda mi boca y besaba haciendo vacío su conchita. Danielita movía las caderas acompañando cada caricia, ya mi pulgar la penetraba sin oposición, salía y entraba en tanto su mente en blanco, con la boca muy llena, se dejaba llevar por el placer. Sentí mi verga hincharse aún más, y por ello le metí todo el dedo en el culito, junto a mi lengua que entró en su vagina, haciéndola soltar un enorme calambre mientras se venía. Me mordió un poco la pinga, llevándome al clímax, soltando borbotones de leche directo a su garganta, que de alguna manera se los tomó mientras subía y bajaba la cabeza para ir tragando, dejándome finalmente reluciente, no habiendo derramado ni una gota de leche. Estuvimos quietos un momento, hasta que sentí como, palpitando, poco a poco mi falo, muy agotado se fue decayendo. Con cuidado la bajé de costado y ella se levantó como un resorte, empezando a toser por haber estado aguantando la respiración tanto tiempo. Yo no me había dado cuenta de que casi se había atragantado con la leche. Cuando se calmó tenía los ojos muy rojos, pero reía por la fuerte y placentera experiencia. También empecé a reírme debido a que un poco de semen le colgaba de la nariz, pues hasta por allí se le había salido.

Nos quedamos rendidos en la cama, ella se sonó los “mocos” y caímos en una ligera siesta para recuperarnos. Luego le conté mi plan, le pedí detalles vitales e hice una llamada.

Con el corazón latiéndome a mil abrí la puerta e ingresé al local. Era un restaurante – café de barrio, no lujoso, ni llamativo. Caminé decidido hacia el tipejo, que solía reunirse con sus amigos en ese espacio poco transitado, él no era el típico villano de teleserie, sino que era un flacucho atrevido pero muy hábil y escurridizo, y yo solo necesitaba hacerlo salir de ahí, y ganar algo de tiempo. Solo eso.

En la quinta mesa estaba él, mirando su celular, siempre de cara hacia la puerta, buen lugar para cosas ilegales. Avancé hacia él y lo encaré.

—Así que te gusta golpear mujeres ¿no? Idiota —le dije, con tono amenazador, casi gritándole.

—¿Qué pinche pendejo? ¿Eres el padre de Daniela? ¡mejor lárgate abuelo! —respondió, poniéndose de pie, mirando hacia los lados, comprobando que estaba solo.

—Intenta golpear también a este abuelo, escuálido marica —lo reté, tirándole su silla al suelo.

—¿Cuál escuálido? —me dijo, empujándome— ¿Cuál marica? Te voy a partir la cara pendejo —seguía empujándome.

—Ramiro ¿necesitas ayuda? —se paró un sujeto saliendo en su ayuda.

—Eso confirma que eres un marica hijoeputa —dije retrocediendo, sin alejarme tanto como para desanimarlo, avanzó un par de pasos hacia mí, pero se detuvo.

—¡naa! ¡di lo que quieras abuelo! ¡solo lárgate que estoy ocupado! —sentenció, girándose a buscar su silla nuevamente.

Pensé rápido en qué podía hacer, no debía darle el primer golpe, pero tampoco quería que se me escapara la oportunidad de armar un alboroto y poder cumplir mi cometido, y se me ocurrió lo que a cualquier hombre le dolería.

—¡Por eso Daniela dice que la tienes chiquita! ¡ahora todo tiene sentido amiguito! —no fue necesario anda más, echó a correr hacia mí, y tuve que salir esquivando cuanto golpe pude hacia la calle.

Afuera lo encaré, pero tras él había un par de sujetos que no sabían si entrometerse o no. Debieron haber decidido esperar a ver como se desenvolvía la pelea, así que se quedaron al margen.

Y la cosa no fue tan bien, pues él era tan flaco cono nervudo y muy rápido, le conecté dos golpes que lo hicieron trastabillar, pero también yo recibí lo mío, y en mayor medida fueron golpes bien dados; entonces, vi cómo se encendían las luces de un determinado carro, recibí un fuerte golpe en el pómulo y lejos de alejarme lo abracé por la cintura, lo presioné cuanto pude para evitar que se soltara. Se sorprendió al principio, pero cuando escuchó las sirenas acercarse pareció desesperarse. Y yo no lo solté, pese a los codazos y rodillazos que recibía, por mucho que insultase, aguanté, sintiendo fuego en mi abdomen, igualmente me obligué a mantener la fuerza de mis brazos. Sus amigos se esfumaron del lugar dejándolo solo hasta que llegaron los policías y lo tuvieron bien agarrado, allí me permití liberar a mi presa.

—¡Mierda! ¡Llamen a un médico! —dijo el policía de más rango, al ver que mi camisa estaba manchada de sangre, y que de mi costado colgaba un puñal.

Las cosas fueron como coser y cantar, como ya había coordinado con uno de los fiscales que conocí al compartir mesa en la cena de Fiorella Bravo, llevaron al innombrable a la comisaría, donde horas antes habían capturado a uno de sus compradores que tan solo al verlo ingresar lo identificó y pidió colaborar contra él a cambio de beneficios penitenciarios. Además, la policía al ver su registro y antecedentes se sorprendieron por hallar que ya tenía una orden de captura en proceso. Con todo ello nos deshicimos del buen hombre por muchos años, lo malo es que yo acabé en un hospital, con muchos puntos de sutura, semanas de descanso y sin poder hacer esfuerzos excesivos.

Curioso fue que en las noticias aparecí como un héroe de las calles, con un video que mostraba el preciso momento en que me apuñalaban, pero aun así no soltaba al delincuente ese. hasta me hicieron un reportaje y todo. Lamentablemente en mi trabajo la decana logró poner en contra a varios padres y decidieron no renovar mi contrato.

La policía, que no contaba con el tema mediático, me había recomendado mudarme por un tiempo, así que al ya no estar atado al trabajo puse en venta mi departamento y me mudé a una ciudad costera vecina, donde planeé poner un estudio jurídico y dictar clases en una universidad a la que ya me habían recomendado, la misma a la que cierta estudiante se había transferido, por casualidades de la vida.

—¡Lanza! —le dije, viéndola como saltaba y hacía volar la pelota hacia mí, que apenas pude parar y menos devolver.

—Profe es muy malo en esto —me dijo Daniela riendo a carcajadas. Estaba vestida con un bikini de dos piezas, jodidamente sensual, color rojo, al agacharse a recoger la pelota la tanga se le metía entre sus preciosas nalgas bronceadas.

—¿Me puedo unir? —ambos volteamos y saludamos a Angy, que venía a visitarnos al nuevo departamento frente al mar.

—Claro, ayúdame contra esta pequeña deportista —le dije a Angy mientras Daniela le sacaba la lengua. Ambos le dimos un beso como bienvenida, ella también estaba sabrosa, aunque su bañador era un top con un short, este le caía a pelo por su fino cuerpo y sus glúteos alargados. Al saltar y darle el golpe a la pelota sus pechos rebotaron con gracia, haciendo que comience a salivar.

Pasamos un día genial, reímos y los cócteles no faltaron, pues hacía bastante calor, ellas cuchicheaban y yo las dejaba, pues, aunque se comunicaban constantemente por celular, siempre había algo nuevo que contarse.

Me encaminé al mar, que estaba un tanto tranquilo, el agua fría se sintió revitalizadora y al poco tiempo los tres nos bañábamos muy gustosos, aprovechaba cada instante para manosear a Daniela, que ya era mi pareja hecha y derecha, y ella jaloneaba a Angy, jugando un poco tosco, llegando al extremo se hacerle saltar una teta de su top, lo que yo festejé y nos hizo reír a todos. Angy regresó a la sombrilla, a tenderse un momento, quedándome solo con Daniela, a la que le comí la boca de un profundo beso. ¿Podía ser la vida más perfecta?

Regresamos y ella se tendió en la arena boca abajo junto a Angy, y siguieron cuchicheando. Yo leí un poco un librito que llevaba conmigo para no interrumpirlas, pero lejos de leer les miraba a ambas el culito, de Daniela no me podía aburrir, pues al estar echada con los pulgares hacia adentro sus gruesas piernas y sus nalgotas quedaban para un poster de mecánico, dignas de una foto. Por su lado Angy, de piel más clara y más delgada emitía sensualidad, su short mojado estaba pegado a la piel, permitiéndome ver esas nalguitas como cola de avispa, delicadas, y en medio imaginar ese ojete al que había llenado hasta decir basta. Mi verga ya estaba hinchada, y a punto de sobresalir de mis pantalones cortos.

Había atardecido un poco, y ellas se levantaron.

—¿Estás lista? —le dijo Angy a Daniela.

—¡Si! ¡lo lograré! —le contestó Danielita, levantando los puños.

—¿Qué cosa? ¿de qué hablan? —les pregunté, con genuina curiosidad.

—Lo siento Profe, ¡Es un secreto! —me contestó Angy, mientras mi pequeña hacía la mueca de llevarse un dedo a los labios y soplar, pero terminó chupándose el dedo, sin dejar de mirarme, haciéndome dar ganar enormes de atragantarla.

—Vamos a ir al departamento —me dijo Danielita, muy coqueta.

—Bien, vamos —les dije, levantándome.

—¡Noo! —me dijeron al unísono.

—Tenemos que hacer algo, cuando lo llamemos viene ¿sí? —sentenció Angy y ambas se marcharon, dejándome con la verga hinchada y desilusionada. Por lo menos podría ver sus colitas moviéndose a los lados mientras avanzaban por la arena.

Me senté y continué con mi lectura, sin realmente poder concentrarme. Miré el mar y a una que otra belleza pasar, pero no podía dejar de pensar qué estarían haciendo sin mí. ¿Estarían teniendo sexo sin mí? ¡Diablos señoritas!

Pasó casi una hora. Ya estaba aburrido con el libro sobre la cara empezando a conciliar un ligero sueño cuando timbró mi celular.

—¡Profe ya venga! —me dijo Angy, y no necesité más.

—¡Allá voy China! —le contesté, colgando.

Caminé rápido, tenía que recorrer la extensión de la arena, luego un pequeño malecón e ingresar a la avenida para bordear un edificio de departamentos y subir al mío, que estaba en el quinto nivel. Llegué en un santiamén, y cuando quise ingresar la llave en la cerradura salió Angy, pidiéndome que me gire, tapándome los ojos con las manos.

—Es una sorpresa, no lo vaya a malograr —me ordenó.

—Bien… bien, guíame.

Sentí que giramos e ingresamos al departamento, al ser más alto que ella se veía forzada a levantar los brazos, por lo que sus pechos se presionaban contra mi espalda, en un tacto exquisito.

—Bien, cierre los ojos y ábralos cuando yo le diga, ¡no haga trampa! —volvió a hablar Angy.

—Okey

Unos pasitos, un poco de sonido y risitas nerviosas.

—¡Bien ábralos!

Abrí los ojos y las vi a las dos, habían acomodado mi fiel sillón en medio de la sala y Daniela estaba en perrito, con la colita hacia mí, y en su ojete tenía metido un consolador de mediano tamaño, sus nalgas brillaban por estar bañadas en aceite y lubricante, Angy le dio una nalgada y le abrió los cachetes.

—¡Feliz Cumpleaños Profe! —dijeron ambas al unísono.

Vamos, la vida sí que puede ser más perfecta. Angy me dio una rápida mamada mientras rociaba lubricante en mi pinga, y Danielita, notoriamente nerviosa se metía y sacaba el consolador preparándose para lo que le venía.

Me acomodé tras ella y le saqué con lentitud el consolador, era metálico y liso, muy curioso. De inmediato el anito de mi bombón empezó a cerrarse. Dejé a un lado el consolador y me subí en el sillón poniendo mis piernas separadas, listo para montarla. Con mis manos me apoyé en su cadera y empecé a bajar flexionando las piernas. Angy tenía cogida mi verga y apuntó la cabeza a la colita de su amiga.

Mi poronga estaba repleta de sangre, y por el momento parecía incluso aún más grande de lo normal, al llegar a ponerse sobre el asterisco de Daniela ambos nos quedamos quietos, y de pronto, bajo una ligera presión su culito cedió y la puntita le entró. Ella pujó un poco y su culito se contrajo, pero Angy fue hacia su cara la empezó a besar, relajándola con caricias y susurros, por lo que continué con la penetración. Y de poco en poco, con poco y casi nada de fuerza fui entrando en ella, hasta que la penetré por completo, tanto así que la base de mis huevos estuvieron cómodamente colocados entre su ojete y vagina. Ella arañaba un poco el sillón, yo sentía como toda mi verga estaba siendo presionada por su virginal culito, le acaricié las nalguitas y empecé a besar la espalda y cuello, mientras Angy hacía lo suyo. De forma casi imperceptible se la saque un poco y la volvía clavar, ella pujó y luego aflojó, lo volví a hacer, tomé una de sus manos la llevé entre sus piernas, justo hacia su vagina, incitando a que se tocara. Angy la besaba, yo la masturbaba y mi verga poco a poco la penetraba, salía y volvía a entrar. Y así seguimos hasta que sentí que ella acompañaba el ritmo moviendo el culito, sus dejos se había relajado y parecía presionar menos mi falo. La levanté un poco y la besé, mientras me atrevía a sacar más y volver a metérsela entera, ella gimió y siguió jugando con su mano. Angy sonrió triunfante y se acercó a besarme también, luego se acomodó con mucha agilidad bajo ella y le empezó a darle sexo oral.

Y ya más sueltos, mientras Danielita gemía y yo la montaba por el culito, agradecí cada cosa buena y mala que me había sucedido en la vida, cada pelea, cada tropiezo, pues la vida al fin y al cabo es hermosa, sea como sea que la veas.

Se la metí hasta el fondo, y me corrí como los dioses, mi pinga palpitó soltando abundantes chorros de leche en el mejor regalo de cumpleaños de mi vida.

Salí de ella con cuidado, pues la leche rebalsaba de su, hasta hace poco, virginal culito. Ella se levantó con cuidado y se fue corriendo al baño, pero se detuvo en seco y regresó, me dio un beso y me susurró:

—Todo estuvo muy rico profe.

FIN

(9,40)