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El sofá de la señorita R

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Uno de estos días, cuando fantaseo con la Señorita R, la imaginé sentada en el sofá sin poder dejar de mirarle a los ojos, con las mejillas ardiendo por la excitación. Totalmente desnuda solo tapada con una mantita de esas que se ponen en el sofá.

Me arrodillé delante de ella y con un gesto hice que se moviera más hacia el borde del sofá, quedando ligeramente tumbada. Y comencé con el ritual.

Bajé hasta sus pies y saque mi lengua. Comencé a lamer la cuidadosa punta de sus pies, cosa que odia, así que estuve poco tiempo. Estirando sus piernas, ella se dejó hacer. Fui ascendiendo hasta llegar a la zona del pie que quedaba expuesta a la vista entre la mantita; sin guardar mi lengua ni un instante recorrí su empeine dejando un rastro de saliva por donde pasaba. Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda al notar por primera vez el contacto de aquella húmeda y dulce tortura en su piel. Sentí aquella suave piel en mi lengua y el sabor de alguna crema en mis papilas gustativas, sin duda alguna leche corporal que ella había utilizado tras la depilación para dejarse la piel más suave.

Llegué al tobillo y tomándola por éste, subió por la espinilla, aunque ya no me limitaba a recorrerla con la lengua, pues alternaba los lametones con húmedos besos, dejando que la cara interna de mi labio inferior también recorriera la piel. Llegando a la rodilla, donde le planté un enorme beso y me detuve.

Me acomodé en el suelo, con mi cabeza justo a la altura del vientre de ella y fije su vista en su deseado sexo. Tapando mi cabeza con la manta y rodeando mi cabeza con sus muslos, muy despacio, disfrutando del instante, separó las piernas de ellas, descubriendo el tesoro que se escondía entre sus muslos, ansioso, ávido de ella, revelando el misterio igual que cuando se abre el telón de un teatro en el día de un estreno.

Gozaba con la visión de la entrada al paraíso que se mostraba delante de mí. Los labios de su sexo se abrieron mágicamente, dejando entrever su clítoris, la entrada de su vagina cuando ella separó sus piernas completamente. Estaba ya mojada, húmeda, pero nada a cómo iba a estar cuando pasara mi lengua por él. Acerqué mi cara a la puerta del cielo y, cerrando los ojos, aspiró profundamente por la nariz. Su olfato se inundó de aromas de la Señorita R. Primero me llegó el suave y dulzón a jabón. Sin duda ella se había preparado para la ocasión lavándose a fondo. Pero el jabón no lograba ocultar todos los aromas que aquella caja guardaba.

Un aroma más agrio, como a brisa marina, a salitre y puerto de mar embarrancó en mi hocico. Ese era el olor de la mujer, el que ansiaba sentir, el que guardaría para siempre y con el que la recordaría durante el resto de su vida. Jugué a con mi lengua, notando como ella se excitaba más, como, aún sin articular palabra, me estaba rogando que iniciara el sexo oral. Esto le gustó, porque ella, al excitarse, comenzó a segregar más fluidos, que a su vez aumentaron el olor y saturaron mi nariz de aromas. El aroma de la mujer era lo único que percibía.

Ella dirigió sus manos a mi nuca, enredando sus dedos entre mis cabellos. Yo respondí con dulces besos en su ombligo y vientre, algunos apenas un roce, otros húmedos, aumentando su cadencia a medida que iba descendiendo, hasta llegar a las puertas de sus labios externos.

Con ambas manos separe suavemente los labios vaginales, recibiendo un gemido de aprobación por parte de ella. Quedó así toda su rajita expuesta a mi voluntad, situación que le excitaba enormemente. Mirándola fijamente a los ojos, para estudiar y disfrutar de su reacción, acerqué mi boca con la lengua fuera y rocé el clítoris. Fue apenas una caricia, casi como un soplido, como el roce de pluma o una gota de agua. Pero ella lo sintió como si la rozaran con un hierro ardiente. Un nuevo roce, igualmente suave, hizo que ella arqueara su espalda como si hubiera recibido un calambre. Otro roce, y otro más, suaves, nada más que utilizando la punta de la lengua. Ella lanzó un gemido, inundado de sensaciones, trataba de organizarlas en su mente. El clítoris tenía un sabor salado, no excesivamente fuerte.

Tras esta primera aproximación saque totalmente la lengua de mi boca y con un fuerte lametón, igual que un perro, hice que ella diera un respingo ante el brusco cambio de ritmo. Mi lengua se volvió loca sobre el clítoris, lamiendo en círculos, unas veces dura, otras suaves, rozando con la punta, apretando, lamiendo, apenas tocando o aplastándolo. Saboreaba aquel bombón de pequeño tamaño con las diferentes partes de mi lengua, notando a veces un sabor más agrio, otras más salado, algunas incluso dulce y afrutado.

Mantuve este juego durante unos minutos, hasta que estuve seguro de haber recorrido el clítoris con cada zona de mi lengua y notar que ella pedía algo más. Entonces le di un beso y, sin retirar los labios, succioné, absorbiendo el clítoris con fuerza perfectamente medida. Ella lanzó un sonoro suspiro cuando el placer llegó desbordado desde su entrepierna. Sin dejar que el clítoris se escapara de mi boca, mi lengua jugaba con él dentro de mi boca, estimulándolo a la vez con mis labios.

Cuando la respiración de la Señorita R se aceleró me detuve de nuevo. Dirigí mi boca a la entrada de su sexo y con avidez, como un hambriento ante su primer bocado, abriendo la boca, intenté "comerme" aquel delicioso manjar que se presentaba ante mí. Mientras mi boca abierta cubría todo el exterior, la lengua lamía de arriba a abajo, recorriendo los labios, forzando a que se abrieran. Cuando ella notó la lengua pasando en la entrada de su seo, no pudo reprimir que se le escapara un “SI” profundo.

Y ese "SI" se transformó en un grito de gusto cuando yo, al fin, introduje mi lengua en aquella cavidad que me atraía como un imán. En principio sólo la punta, pero luego, sacando mi lengua todo lo que podía, intente penetrarla con ella. El sabor era mucho más intenso que en los labios externos o en el clítoris. Era sabor a mujer en toda su intensidad. Los flujos, entre ácidos y salados, el aroma, mucho más intenso... todo era más exageradamente notorio. Mi lengua luchaba por entrar más y más profundamente, intentando lamer el interior de su vagina. Separando los labios con mis manos, en un intento de abrir aún más aquel estrecho conducto, para llegar con mi lengua más y más adentro, para poder lamer hasta el último milímetro de su interior.

Y ella, retorciéndose de gusto, me atraía con ambas manos hacia ella, ayudándome en su intento de penetrarla oralmente, aplastando mi cara, empapada en sus jugos, contra sus labios. Yo saboreaba, sacando su lengua hasta que casi me dolía para instantes después retirarla y saborear en mi boca aquella amalgama de gustos.

Ambos aceleramos los movimientos, yo haciendo que la lengua entrara cada vez más profunda y violentamente, ella atrayéndome hacia sí y gimiendo cada vez más fuerte y alto.

Y llegó lo que ambos esperábamos. Ella sintió como el placer aumentaba y aumentaba, con un remolino de sensaciones que, brotando de su vientre, recorrían su cuerpo como ríos de lava. Recibí en mi boca una dulce descarga de jugos de ella, el mejor y más caro cáliz que un hombre puede comprar. Ella estaba con los muslos rociada en aquellos líquidos, derramaba su ser para que yo disfrutara del caldo de la vida que me ofrecía, con un sabor único y distinto a cualquier otro.

Mire de arriba a abajo a aquella mujer. Subí con mi lengua por su abdomen, sus pechos, su cuello, y acabamos saboreando los dos sus fluidos.

Espero que les gustare mi relato, y recordarles que los comentarios y valoraciones son gratis y ayudan a seguir escribiendo.

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