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En busca del paraíso

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La plaza de toros estaba llena de hombres con pantalones vaqueros ajustados y camisas a cuadros. Yo no paraba de repasar de arriba abajo a todos con sus vergas apretaditas y abultadas bajo el pantalón. De pronto mi mirada se cruzó con un desconocido de 1.70 o 1.75 metros de estatura, de labios gruesos cubiertos por un bigote alborotado y una verga que se marcaba sobre su pantalón. Ni siquiera sabía de dónde venía ni como se llamaba, lo único que sabía era que mi vagina lo pedía a gritos húmedos. Después de que juegan la mitad de los toros hacen una pausa para que caporales, jinetes y espectadores vayan a darle gracias al Santo patrono del pueblo por un año más de fiesta y luego regresan a seguir la jugada.

Mientras todos estaban elevando sus oraciones y agradecimientos al cielo, yo corrí a mi casa a prepararme para ir en busca del paraíso. Busqué mi tanga roja de encaje y mi brasier que hacía juego con la tanga. Me puse loción en las tetas, incluso me rocié las nalgas y la tanga, me solté el cabello y me regresé dispuesta a lo que se viniera. Para mi buena suerte, allí estaba aquel hombre misterioso buscando desesperado con la mirada algo entre la multitud, hasta que me puse frente a él a propósito para que me encontrara y así lo hizo. Noté la calma que le dio verme y siguió en lo suyo mientras me regalaba una miradita de vez en cuando, que hacía que mi vagina suspirara y se enloqueciera más.

Cuando todas las jugadas de toros acabaron, el desconocido y yo nos miramos y me hizo una pequeña señal con los ojos que yo entendí perfecto, por lo que estuve atenta y lo seguí cuando se empezó a mover. Yo iba caminando algunos metros atrás de él, siguiéndolo entre la gente. Se alejó de la plaza de toros y se metió a un estacionamiento. Yo entré detrás de él sin dudarlo y vi que estaba parado a medio camino. Me tomó de la mano y me llevó a una camioneta. Nos subimos a los asientos de atrás y se quitó la camisa. Tenía la espalda ancha y los brazos fuertes y velludos. Me quité la ropa y las botas y él también. Su verga era muy gorda, aunque no tan larga, era más bien un pito chaparrito y gordito.

En la camioneta no había mucho espacio, pero nos las ingeniamos; yo acostada con las piernas abiertas y dobladas y él hincado en medio. Primero me empezó a meter los dedos y después se puso una gota de saliva en la cabeza de su verga y sin más, me la dejó caer completa. Sentí como me penetró súper ajustada. Apenas y cabía en mi panocha de tan gorda que la tenía. Sentía sus huevos golpeando mi culo, que también ya estaba caliente. Después de estar cogiendo rico durante un buen tiempo, sin avisarme me sacó su verga, me jaló de los cabellos y me puso en cuatro, como una perra. Sentí que una gota de saliva cayó en mi culo y luego talló la cabeza de su verga contra él para calentarlo más. Me escupió el culo un par de veces más hasta que por fin pudo metérmela. Sentí como si el culo se me hubiera desgarrado, pero al mismo tiempo sentía mucho placer así que no me quejé. Me estuvo dando bien duro por unos 10 minutos mientras me jalaba el cabello y me golpeaba las nalgas sin piedad, hasta que se vino dentro. Mi culo quedó como una dona glaseada y su leche me escurría entre las nalgas.

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