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En casa sola

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Ese día tenía mi práctica. Se daba la coincidencia que el liceo donde la realizaba se encontraba de camino a la casa de mi pololita de ese entonces; una compañera de universidad. Muchas veces salí a encontrarme con ella para hablar, regalonear o simplemente estar juntos y hasta por ahí no más porque su mamá nunca nos dejaba culear, aunque a veces calladitos lo hacíamos igual.

La noche anterior María Paz se había enfermado y no iría a la universidad. Desde el momento en que me lo dijo, supe que la tarde del día siguiente, a la hora de almuerzo más o menos, me iba a mandar un culeón de aquellos, aunque no se lo hice saber a ella para que se lo tomara de sorpresa, puesto que le dije que no la iría a molestar si ella se encontraba así de enferma. Pero todo era una mentira, esa clase de mentiras buenas que ayudan a mantener la magia y la tensión en la pareja.

Salí de mis deberes académicos y caminaba rápido en dirección a su casa. En muchas ocasiones tuve que disimular mi erección, lo único que pensaba era en sexo, vagina, humedad, culo, tetas, oral, cumshot y todas las cosas porno que quería hacer con ella.

Voy llegando, miro la hora: las 12:37. Buena hora si mi suegrita sale a las 18 de la pega. Eran cinco horas y algo más en que mi amorcito me haría acabar las veces que yo quisiera.

Tomo mi celular y la llamo.

—Hola mi amor, ¿Cómo está?

—Holi. Enfermita aún, ya no me duele tanto la cabeza como anoche, pero aún estoy delicada.

—¿Quiére que le vaya a hacer nanai?

—No es necesario mi amor, vaya a clases mejor, me pasas los apuntes.

—No quiero. Ven a abrirme que estoy afuera. Le pedimos a la Fran que nos grabe la clase.

—¿En serio?

No es necesario que describa todo lo que hacen las parejas en su romántica cortesía, con ella era todo muy normal; lo que sí, es que éramos una pareja de mucha contención emocional, hablábamos mucho de nuestras vidas, de nuestras penas, angustias, hastío, odiábamos al mundo y su sistema. María Paz ha sido la relación más sana que he tenido. Todo con ella se hacía con la más absoluta rigurosidad racional y emocional. A excepción del sexo, ahí todo era locura.

—Sabí que tuve la tincá que ibas a venir.

—Já, ¿Por qué?

—Porque sabía que ibas a deducir que mi mamá no iba a estar y podríamos culear tranquilo.

—No. Yo vine porque me preocupé por tí.

—Aaahh sale pa' allá frescolín, a mí no me engañas, te conozco mosco.

—Bueno, piensa lo que quieras, yo vine a cuidarte un ratito porque estaba preocupado.

—Aah jajá... ¿Pa' qué? ¿Acaso no querí?

—Bueno, siempre voy a querer.

—Aah jajá... ¿No veí?

Con su carita hinchadita y lagañosa del sueño, aún con su aliento mañanero, María Paz me la chupaba en el sillón de su casa, era algo incómodo pero no importaba nada en absoluto. Su piyama de niña buena me llamaba su atención, todo el morbo me llenaba de imágenes calientes en mi cabeza. Cuando se la metía toda a la boca le apretaba con fuerza el culo, semi escondido por un sexy calzón rosado, como me gusta. De momento, metía un dedo en su vagina, el calor y la humedad de su interior me prendía. Ella me responde con sutiles gemidos. Todo lo sabía ella, mi putita guarra, que me gusta el porno y que eso la calentaba.

—¿Vamos a la pieza?—me pregunta en un pequeño lapsus para seguir con su mamada.

—Vamos.

María Paz en cuatro, cola empinada, calzón pal' lado y la gloria. Pico metido, día bendecido. Lo mantengo adentro y hago pequeños movimientos circulares con mi cadera. María Paz gime y gime. La aprieto, empujo, no se la saco en ningún momento. Empujo y empujo más fuerte hasta sentir una presión en mi pico que me produce un pequeño dolor. Se la saco. Ella sigue gimiendo, con el rostro apoyado en su almohada, entregada toda para mí con su húmedo sexo que le palpitaba. La tengo durísima. La vista de ese monumento era todo lo que pedía. "Mi chicle de fresa" le decía yo por el color de su escondido tesoro.

Le di media vuelta. Quería ver su rostro, sus ojos cansados, sus pómulos claros ruborizados en el acto. María Paz, pequeña gatita de 1,54 de estatura, rubia culoncita, de hermoso coño depilado.

Mete y saca, mete y saca a paso lento. Se la meto entera y se la saco, se la meto entera y se la saco, así muchas veces. Por cada metida un gemido, por cada sacada otro y así. Se la meto fuerte y aplico velocidad, solo por un par de segundos y me detengo. Se lo hago como quiero y ella solo asiente con su cabeza; con la boca abierta y el pelo alborotado.

Hora de chupar vagina. Como se debe. A cualquier hombre le da gusto lamer un pinkpussy, sobre todo de tu pareja. Le paso lengua por los bordes, retumbo mis labios en su centro de placer: su clítoris, durito como poroto. María Paz en éxtasis, le meto dedito, le meto dos. Sus piernas tiemblan. Orgasmo. Humedad. Le soplo gélido en la entrepierna y ella se estremece, su cuerpo recorre la cama en contorciones. Ya no gime, grita de placer.

Le meto dedos y le pido que gima bien rico para que me la pare, de solo decirlo, mi pene se levanta en un par de segundos. Le aplico velocidad a mi mano y cuando siento venir el segundo orgasmo, rápidamente se la meto duro a toda velocidad. Ella grita, el calor de su sexo aumenta y la lubricación también. Ella fuera de sí mueve su cabeza de un lado a otro. Yo la observo fijamente mientras se la meto bien duro. Le digo "te amo" y ella me corresponde.

Me sentía pleno, la situación la manejaba yo y la tenía controlada. Mi pene respondía perfecto y la calentura me sobraba. María Paz, en cambio, ya estaba más que lista, lo único que hacía era balbucear palabras cortadas para que yo me viniera. Eso me mantenía caliente. Yo sigo dándole martillo y apretaba su cintura con mis manos, mientras ella me envuelve con sus hermosas piernas.

—Me meo, me meo.

—Dale, que rico.

—Me meo mi amor, me voy a hacer pipí.

La mezcla de su ardiente líquido y las contracciones de su vagina producían en mí una sensación de cosquilleo en el pene. Estaba a punto de venirme pero decidí contenerme. Ese día quería un orgasmo de aquellos. Mi pene durísimo seguía luchando con las paredes vaginales de mi petisa rubia, que, con sus ojos cerrados, exhalaba por la boca disfrutando de su tercer o cuarto orgasmo.

—¿Todavía no te vení?

—No.

—¿Estás bien?

—Más que bien, ¿Y tú?

—¿Qué creí?

Con una pequeña sonrisa, con sus ojos cansados y el rostro colorado, me responde ella con mi verga en su interior.

Mi pene hundido en un charco de humedad. Mucho líquido se desparrama por el cobertor de la cama. La beso; su boca, su cuello, su oído, sentía el aroma de su perfume frutal. Sus pechos redondos como dos pequeñas manzanas, mordía. Sus axilas desprendían un sutil aroma natural y desodorante femenino. Todos mis fetiches, María Paz me los cumplía.

Ahora ella se decide a dominar el encuentro. Me trepa, se sube encima, me besa el cuello con su boca de felina en celo, me muerde y marca su territorio. El calor y la humedad de su vagina choca con mi pene que ahora yace algo más flácido. Su boca recorre mi abdomen hasta llegar al caminito.

—¿Y esta cosita? No, no, no, a usted le falta llorar un poquito.

María Paz le hablaba a mi pene. Ella sabe que esas cosas me la ponen dura y así fue. Ella conmigo tenía el gusto de parármela con su boca desde su estado natural hasta la erección completa y esa no fue la excepción. Muy rápidamente se me paró con el calor y el aliento de su boca. Su respiración la podía sentir tibia en mi pubis.

Se la sacó completamente y me regaló una sonrisa con carita de malota. Mucha saliva escurrió de su boca y me escupió.

—Tiene sabor a mí.

Me masturbó un rato mientras se dedeaba. Cuando la tuve lo suficientemente dura, le pedí que me montara y así lo hizo. Acostado veía como esa pequeña y jugosa totita me escondía el pico. Lo hacía lento, a su manera. A pesar de sus cortos 20 años ella tenía experiencia en el sexo. Lo supe desde la primera vez que estuvimos juntos.

—Dale fuerte.

Ella acató.

—¿Así?—me preguntaba.

—¡Más rápido! Dale.

—¿Así? ¿Así querí?—me decía mientras me saltaba con violencia.

—Así mi amor, dale que me vas a hacer venir.

—¿Te vas a venir?—me pregunta entre jadeos y un tono de actriz porno.

—Sí, dale.

María Paz saltaba arriba mío a una velocidad infernal. La mejor en su estilo, experta en twerking y movimiento de caderas; experta en pararme el pico con su culo en cualquier parte, en la disco o en la calle, no importaba, a ella le encantaba mostrar su poderío sexual conmigo.

Su vagina nuevamente explotó en lluvia. Chapoteo. María Paz seguía en movimientos más leves pero igual de ricos. Ya no aguantaba más, era hora.

—Mi amor ya.

—¿Te vienes ya?

—Sí.

—En la boca me la vas a dar.

María Paz desprende de un salto su vagina de mi pene y se acomoda a chupármelo como una verdadera puta. Su cabeza hacía círculos y yo seguía su ritmo tomándola del pelo. No aguanté ni diez segundos y me vine en su boca. Grité de placer mientras veía su blanca cola moviéndose de un lado a otro como una perrita. Todo esto mientras ella seguía arrancándome las últimas gotas de leche. Hacía sonidos y apretaba mi glande con su paladar, lo que me causaba un pequeño dolor placentero. Como en cámara lenta vi salir de su boca mi pene enrojecido; un fino hilo de saliva se desprendió de mi ya blanda cabeza y su labio. María Paz me miraba con la boca cerrada, me hace muecas, me sonríe con mi semen en su boca. Levantó levemente su cabeza, vista al techo y tragó como generalmente lo hacía.

—Desayuno de proteínas. Rico.

Mi voluntad se detuvo. Ya no podía hacer nada más. Solo le respondí con una suave caricia en su rostro de mujer bella. Cerré los ojos y me dormí. Tiempo quedaba todavía.

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