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Entre cortinas con el hijo de los nuevos vecinos

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Ya llevaba un tiempo viviendo sola en un complejo departamental en las afueras de la metrópoli, un poco acongojada, pero ciertamente más cómoda, desde que me hubiese separado de mi novio casi cinco meses atrás. 

A su vez, habrían pasado unos dos meses que mis vecinos habrían emigrado a otros terrenos, dejando abandonada la casa de enfrente colindante a la mía.

Acostumbrada a la privacidad que me ofrecía el aislamiento en aquel rincón del vecindario, me asomaba tranquila por mi venta. Era una bella tarde soleada, acaba de regresar del trabajo, cuando observaba a una familia desde la ventana de mi dormitorio arribando justamente a aquella casa, cuales seguramente se convertirían en mis nuevos vecinos.

Era una pareja clásica con dos hijos; una pequeña quien no debía tener más de tres años y un adolecente de unos veinte años. Y ya saben, me he quedado embobada mirando el laborioso y extenuante trabajo que conlleva descargar las cajas, muebles y de más domésticos, que, cuando se mira sin tener que hacerlo, resulta ser pecaminosamente satisfactorio.

A primera vista

Un día llegaba tarde del trabajo, era ya de noche. Debían ser cerca de las once cuando entraba a mi recamara muerta de cansancio, apenas encendí la luz, me saqué los zapatos altos y comencé a desvestirme. Me quité el abrigo y me desabotoné la blusa hasta quitármela, enseguida me bajé la cremallera de mi falda dejando que se deslizara hasta desembocar en mis desnudos pies, cuando me percaté de que mis cortinas estaban completamente abiertas. Entonces me detuve y me acerqué a la ventana para cerrar los telares.

Esa fue la primera vez que lo pillé. Se trataba del hijo mayor de los vecinos, quienes habían terminado de asentarse en su nuevo hogar semanas atrás. Dejando su sala en la parte izquierda de la casa en la planta baja, junto con la cocina. Un estudio en el segundo piso y a la derecha del mismo, la recamara del muchacho, quien me espiaba desde su ventana, atónito ante el espontaneo espectáculo que le habría expuesto inconscientemente.

Me dio un mucho coraje, de inmediato le cerré las cortinas del show llena de enfado, lamentando con impotencia mi estúpido descuido. Aunque no le habría mostrado más que mi torso aún con mi sostén puesto, me sentía colérica por el simple hecho de haberme exhibido sin saberlo.

Me sentía acosada, ahora me pasaba las tardes en penumbras, con las cortinas cerradas la mayor parte del tiempo. Sin embargo, aún lo veía, sí, a aquel adolescente. No lo sé, algo en él me atraía. Un poco por su apariencia, era bastante guapo, pero también por su forma de ser. Parecía un chico responsable, siempre cuidaba de su hermana pequeña y cuando no estaba estudiando se la pasaba ayudando a su madre en las labores de la casa.

Eso me hizo pensar mucho en mi exnovio y lo inmaduro que era, también provoco que me juzgara a mí misma, pasando la mayor parte del tiempo jugando videojuegos. No podía creer que un chico de apenas veinte, fuese más responsable que mi anterior novio, más que el tipo que presumía de títulos y galardones en escuelas de paga, supuestamente en puestos importantes de grandes empresas. Irresponsable, mujeriego y mentiroso, es lo que era.

Pensaba en lo que sería de aquel joven muchacho al crecer, mientras le veía desde mi cocina asando la comida en la estufa, espiándole hasta el otro lado de la acera en su casa conviviendo con su papá, quien era un hombre muy serio, de porte estricto, seguramente de ahí la actitud sumisa de su hijo.

No fue sino hasta días después cuando lo vería nuevamente. Era un domingo, único día en el que descansaba y podía despertarme tarde. Sin embargo, en aquella ocasión separaba los parpados por eso de las siete de la mañana, cuando normalmente lo hacía ya casi tocando las once.

El sol aún no terminaba de posarse sobre el tejado de la casa vecina y yo ya me disponía a iniciar mi día, con toda la apática actitud que un domingo pudiese ofrecer. Me vestí la parte de arriba del pijama, pues suelo dormir solo con el pequeño short del conjunto, y abrí las cortinas de mi recamara para ahorrarme el bombillo con la luz de la mañana.

Con toda normalidad miré el piso del vecino. Ahí estaba el joven, igualmente con su ropa de dormir. Recordé mi involuntario exhibicionismo al casi desvestirme frente a él, pero no le presté mayor importancia y rápidamente continué con mis deberes matutinos para no arruinarme la mañana yo sola con malos recuerdos.

Así, arreglé mi recamara, aseando solo un poco la sala y la cocina en el primer piso, pues me paso la mayor parte del tiempo arriba, en el cuarto de entretenimiento contiguo a mi recamara, donde me dispuse a pasar la aspiradora entre el sofá y el love seat frente a la tv.

Al terminar, regresé a mi alcoba para cambiarme de ropa. Me puse frente a mi closet, el cual quedaba a un lado de la ventana, y ahí, mientras buscaba ropa cómoda que vestirme, no pude evitar espiar un poco a la casa de al lado discretamente.

En uno de esos vistazos apareció el hijo de los vecinos en su habitación. Parecía que regresaba de bañarse, tan solo se cubría su cuerpo desnudo con una toalla enrollada en su cintura. Y no pude quitarle la vista. No le había mirado con atención, sin duda es un chico muy guapo. Tenía un buen cuerpo, no era demasiado musculoso pero se le macaba el abdomen aún desde lejos, y tenía un rostro hermoso e inocente. Era de tez blanca, cabello lacio un poco largo, castaño claro y unos bonitos ojos claros.

No hace falta decir que me cautivó el chico, no pude evitarlo. Quería apartar la mirada, pero en ese momento el tío se despojaba de su toalla, quedando completamente desnudo, dejándome ver toda su polla que, aunque aún flácida se veía pulcra y suculenta.

Seguramente lo había hecho adrede, no lo sé, pero me gustó, mucho. No es lo mismo ver a una persona desnuda de primeras, como si fuese tu pareja. El verlo desde lejos, en modo espía, resulta muy excitante. Aquel desinhibido momento hacía que mi ritmo cardiaco aumentase como si estuviese por cometer un delito. Sentía que me faltaba el aire. Quería dejar de ver, y no parecer una pervertida, pero no podía despegar la mirada de aquel joven adolecente andando en pelotas antes de vestirse, espiando su espalda, sus redondas nalgas, sus piernas y claro, su miembro balanceándose cual trompa de elefante.

Fue una experiencia muy intensa, pese a la brevedad de la misma. Hasta ese día creía que el voyerismo era una actividad exclusiva de gente perdida y depravada. No podía creer que me llegase a gustar y excitarme tanto.

Juego de dos

Desde ese día cambié mucho. Creo que había encontrado una faceta en mi sexualidad que no conocía. Me había enamorado de aquella complicidad a distancia no escrita que nos libraba de cualquier compromiso, y que sin embargo nos daría vía libre para experimentar y jugar con nuestros cuerpos y miradas entre cortinas.

Días pasaron desde ese encuentro que tanto anhelaba repetir, pero era muy complicado coincidir en horarios, solo tenía oportunidad en domingo y días festivos, por desgracia no suelo ser de esas mujeres que madrugan muy temprano.

Sin embargo, todo cambió en una tarde entre semana. Era un día soleado y muy hermoso, perfecto pasa salir a correr un poco como tanto disfruto hacerlo. Así que me puse mis licras deportivas, una blusa delgada, los zapatos para correr y salí a dar una vuelta en el boscoso paraje alrededor del vecindario.

Un par de horas más tarde regresé a casa un poco cansada pero no lo suficiente como para no hacer un poco de yoga para terminar de relajar mi cuerpo. Entonces puse mi tapete en la estancia principal en la segunda planta, justo detrás del centro de entretenimiento y comencé con los estiramientos y posturas clásicas de la disciplina.

En esas estaba cuando sentí una mirada. De reojo miré a la casa de enfrente y enseguida me percaté que el vecino conversaba con su hijo en la sala de estudio. Le mostraba unos documentos y gráficas en su ordenador de escritorio, seguramente de su trabajo, quizá comenzando a formarle un hábito del negocio que algún día le heredaría.

Sin embargo el monitor no era lo único que observaban mis vecinos. Bien sabía que ambos desviaban la mirada a mí. Me incomodó un poco pero no lo suficiente como para detenerme o cerrar las cortinas, el día era muy hermoso y no le negaría la entrada a mi hogar, aunque estuviese acompañado de miradas indiscretas.

Tampoco era para tanto, es decir, estaba justo enfrente de ellos haciendo mi rutina, con todos los ademanes y ajetreos que conlleva. Era natural que le arrebátese la mirada a cualquiera aunque fuese solo por un instante. Vestida en esa holgada blusa rosa que dejaría ver mis senos debajo, aprisionados en mi sujetador deportivo color lila, y mis ajustadas mallas del mismo color metiéndose entre mis muslos y mis nalgas por los movimientos que realizaba.

No pasó a mayores, aunque sé que ambos, padre e hijo, disfrutaron de aquella pequeña obra teatral.

Todo subiría al siguiente nivel un par de semanas más tarde cuando llegaba un poco más temprano del trabajo. Ese día había salido de las oficinas a una conferencia en un lugar cerca de donde vivo, la cual, por fortuna, habría terminado pronto, dándome más tiempo de llegar a casa.

De inmediato me dirigí a mi recamara con toda intención de ponerme el pijama. Me acerqué a la ventana para cerrar las cortinas, pero me detuve. No puede evitar espiar un poco, estaba toda la familia; el padre estaba en el estudio, concentrado en su ordenador, a la mamá se le podía ver en la sala en el piso de abajo jugado con su hija quien corría de arriba abajo molestando a su padre insistentemente, aunque a él no parecía molestarle. Y el hijo, aquel muchacho estaba en su alcoba, perdido en su ordenador portátil anotando con desesperación en su cuaderno.

Me quede un rato mirando embelesada con la hogareña escena, hasta recobrar la motricidad de mi cuerpo para reanudar mi cometido inicial. Entonces, me acerqué a mi guarda ropa y de él saqué mi ropa de dormir tirándola sobre mi cama sin cuidado alguno. Ahí me posé frente a ella y comencé a desvestirme. Me quité el saco y lo colgué sobre el respaldo de una silla cerca de la puerta, enseguida me saqué la delgada blusa de tirantes que vestía debajo y no me resistí a mirar por la ventana.

Ahí caché mi vecino y fiel confidente espiando tras su cortina. El muy ingenuo debía creer que no se veía, pero su silueta se delineaba perfectamente entre los pliegas de la tela colgante recorrida a la izquierda de su ventana.

Estaba fastidiada, me sentía harta de tener que lidiar con los vecinos, suplicando por un poco de privacidad. Ese era el momento para cerrar el telón, pero al acercarme a mi ventana, algo me detuvo. Ya con la cortina en la mano, me percaté que el chico se estaba zanjando el pene como depravado. Era obvio, sus ajetreos lo delataban.

Primero me dio un poco de asco, creía que se trataba de un tipo con serios problemas, pero enseguida recordé que yo misma también le había espiado. Y no supe que pensar.

Dejé la cortina entrecerrada y regrese a mi armario. Estaba confundida, tenía sentimientos encontrados que trataba de comprender, mirando discretamente la larga polla del vecino siendo complacida por todo lo largo con su mano izquierda, ahora fuera de su escondite de telas.

Frente a mi espejo, comencé a peinarme mi larga cabellera, recordando la escena donde le veía desnudo, recreando aquellos sentimientos que me embriagaron al no poderle quitar los ojos de encima. Y ahí lo comprendí todo.

Se trataba de ese amor a distancia, de esa fruta prohibida, del pecado convertido en placer, alejándose un poco de lo correcto para desinhibirse y darse ese gusto culposo de mirar, como yo misma lo hacía ese día en que arribaron, viendo como desempacaban sin que se percataran de mi presencia, solo que ahora, tomaba un sentido más erótico, sensual y voyerista.

Y de nuevo me dejé seducir por la excitación del momento. Sin saberlo, ya estaba enredada y me había acongojado con aquel sentimiento mutuo de espiar y ser observada. Me encanta esa sensación de ser querida, amada y sobre todo deseada con lujuria y perversión a distancia. Me hace sentirme más sensual y femenina. Me empodera tener el control absoluto de la situación y poder excitar a placer.

Entonces caminé cerca de la ventana, fingiendo distracción, acomodando mi cabello en una coleta, Ahí, sin voltear a ver, me llevé las manos a la espalda y me desabroché mi sostén. Enseguida lo dejé caer desnudando mi torso y exponiendo mis senos balanceándose a la intemperie y a ese chico, a ese afortunado muchacho quien espiaba mal escondido desde su cuarto, masturbándose con el espectáculo, delatado por el inequívoco movimiento de sus cortinas, al paso de su mano estrujando su miembro excitado por mí. Gracias a mí.

Show de medianoche

Era adicta ya a esa sensación, me hacía sentir realmente bien, me enaltecía el ego, y sin duda me excitaba mucho. Tanto, que llegué a tocarme en la noche, fantaseando con las miradas del joven y guapo vecino, hasta hacerme venir en mi cama imaginando su pene eyaculando al verme exhibiéndome para él. Realmente me encanta seducir de esa manera.

En otras ocasiones me dejé ver a través de la ventana. De hecho lo hacía cada vez que podía, siempre con discreción y en medida de lo posible con recato, buscando no verme tan obvia ni descarada, alimentando el roll de voyerista.

Casi siempre lo hacía al regresar del trabajo y cambiarme de ropa, pero a veces también lo hacía en las mañanas después de bañarme, o en aquellas rutinas de yoga aún enfrente de su padre. A ambos les gustaba verme, y a mí me gustaba que me vieran. Sabía cuánto lo gozaban, ahora que también conocía esos sentimientos de perversión. Ahora comprendía lo sumamente adictivo que era observar, y lo irresistiblemente excitante que debía hacerlo con una chica como yo.

Por ello me dedicaba a alentar aquellas sensaciones, vistiendo con mis conjuntos deportivos más entallados, que realzaban mis atributos, algunas veces incluso sin ropa interior, para despertar las fantasías más oscuras y perversas de mis vecinos, a quienes les exhibía mis pezones erectos bajo mis blusas, mis nalgas entalladas y mi depilada vagina marcando raya en mis leggings.

En una ocasión, salía de bañarme muy temprano en un día lluvioso y nublado. Entonces me atreví a quitarme la toalla y pasarme desde el baño hasta mi recamara, por todo el cuarto de entretenimiento frente al ventanal de dos por dos y medio metros, que les dejaría a mis vecinos la vista clara para admirarme de cuerpo entero.

No sé si me habrían visto, las ventanas estaban un poco empañadas por el contraste de temperaturas, pero segura estoy de haber visto al más joven un par de veces espiándome desde su escondite favorito tras las cortinas de su recamara. Se levantaba desde muy temprano solo para verme. Eso me gustaba mucho, y se lo agradecía dejándole verme mientras me vestía y arreglaba antes de salir al trabajo.

Sin censura

Finalmente en una de esas noches de ocio, me encontraba jugando con la consola de videojuegos que había dejado mi ex novio, sentada frente a la pantalla a las afueras de mi recamara. Eran ya como las once, pero era sábado y las partidas en línea se ponían buenas.

Entonces noté movimientos detrás de la cortina en el cuarto del vecino. Sonreí sabiendo de quién se trataba. No había mucho que ver, vestía ropa cómoda y holgada, no tenía planeado nada, pero el saber que estaba ahí, espiando, me haría cambiar de idea.

En un principio solo lo ignoraba, tampoco se trataba de hacerlo diario ni de complacerlo todo el tiempo, pero pronto no me resistí, era mi adicción. Casi sin pensarlo me acomodé de tal manera que pudiese verme mejor; subiendo mis pies al sillón y recostándome en torno a su ventana.

Seguía jugando, pero entre partida y partida me le insinuaba jugueteando con mi blusa delgada y suelta, como si estuviese a punto de rebelarle mis senos en cualquier momento. Hasta que lo hice. Siendo la única prenda que vestía en la parte superior, justamente en medio de una partida, al calor del momento, en un brusco movimiento, mi blusa se deslizó por uno de mis hombros dejado al descubierto uno de mis senos, debelando mi pezón rosado claro.

Me di cuenta enseguida, pero no le presté atención al detalle, ya me habría visto el torso desnudo en otras ocasiones, aunque seguramente no tan claramente ni por tanto tiempo como ahora, aunado a la forma tan descuidada y espontanea en que se había presentado el momento. Seguramente le daría más material y tiempo para complacerse con la visión que su bella y exhibicionista vecina le presentaba frente a su ventana.

-Eso es cariño. ¿Te gusta? Demuéstramelo complaciéndote para mí. –Poco a poco, aquel chico comenzaba a robarme la atención. Imaginaba como estaría gozando de la vista, de mi cuerpo, de mis senos desprotegidos asomándose entre el holgado escote de mi blusa, mientras intentaba concentrarme por matar y sobrevivir un poco más en la partida virtual. Cuando otro enemigo aparecía, y la confrontación se daba, aguerrida e intensa; intentado encestarle un disparo, evitando su ofensa, esquivando sus balas, saltando y apuntando. Mi corazón bombeaba con fuerza, la adrenalina fluía y finalmente lo derroté. Salía vencedora de aquel mano a mano, y lo festejé con efusión, lo grité a todo pulmón, levanté las manos en señal de victoria y entonces, llena de felicidad y éxtasis, me saqué la blusa de un veloz movimiento, quedando en topless con los pechos al aire, antes de retomar la calma y continuar la partida.

Estaba vuelta loca, sentía mi cuerpo desfallecer ante la excitación del momento. Mis redondas y libres tetas se me endurecían aprisionadas por el helado frío al ser expuestas. Temblaba y sudaba pese a la poca ropa que vestía. Continuaba mi camino hacia la victoria, mientras sentía los ojos de mi vecino sobre mi cuerpo, deleitándose con mis pechos ahora balanceándose elegantemente con toda explicites, como esperando a una traviesa mano para que jugasen con ellas, probando su textura, su suavidad y cuán calientes estaban. –Seguro que te encantaría ¿no? ¿Quieres palparme los senos? Suavemente y sin prisa, como me gusta. Con ambas manos. Pruébalas, su textura, su temperatura. Recorre tus dedos delicadamente alrededor de mi pezón rosado y pellízcalo, solo un poco.

Sin darme cuenta, ya me estaba excitando al imaginar todo lo que debía estar sintiendo el vecino al verme, recordando lo que yo sentía al verlo, desnudo, sus duras nalgas blancas y su largo falo endurecido siendo estrujado al verme, satisfaciendo sus bajos instintos con mi cuerpo, demostrándome de esa manera cuanto lo excitaba y cuanto me deseaba.

Al final de esa misma partida, me sentía diferente, nerviosa, ansiosa, quería continuar con el juego, pero no el virtual sino el real, el juego de miradas, ese que tanto nos gustaba, sacando a flor de piel nuestros fetiches reprimidos. Entonces me despeiné el cabello, me acomodé plácidamente, me abrí de piernas, y mientras esperaba ingresar a un nuevo duelo me masajeaba un poco mi clítoris sobre mi ropa interior y mi pantalón deportivo con todo placer, intentando apaciguar mis nervios alterados y de paso exhibirme para mi vecino.

Sabía que el chico me estaba viendo escondido tras su cortina. No lo podía ver, pero los movimientos lo delataban. Comenzaba la nueva partida, y los disparos, y corría, me escondía, pero yo ya no estaba concentrada, por lo que morí casi enseguida. Y ahí me rendí por completo.

Estaba realmente caliente; sudaba y temblaba de excitación. Entonces dejé el mando por un momento, me puse de pie, estiré mis brazos relajando mi cuerpo, suspiré profundamente, y de un solo movimiento me bajé el pantalón con todo y bragas para terminar de desnudarme por completo antes de regresar a mi asiento.

Enseguida me abrí de piernas con todo descaro directo hacía la ventana del chico y comencé a tocarme. Ya no aguantaba un minuto más, me había puesto bien caliente. Me llevé las manos a mi vagina y la encontré receptiva, mojada y ardiente como una buena taza de café por las mañanas desbordando su tibio contenido esgrimida para darle un buen sorbo sabroso.

Lentamente me perdía en mis caricias. Pese a la distancia, me sentía entregada a él. Era suya y aquel espectáculo era todo para él. Era nuestro íntimo y privado secreto. Sabía que le encantaba, podía imaginármelo zanjándose con fuerza su miembro de adolecente precoz, gozando como nunca en su vida al ver una mujer como yo, desnuda, masturbándose al otro lado de la ventana.

Y eso me encantaba. Es la mejor sensación de todas. Sentirse deseada, anhelada y dueña de todos sus impúdicos pensamientos sexuales, me provoca a raudales, haciendo que se me estremezca todo el cuerpo. –Disfrútame cariño. Gózame como su fuese la única mujer en tu vida. Complácete mirando mi cuerpo; mis pies enrojecidos por el calor en mi cuerpo, mis piernas blancas entumecidas por el impulso orgásmico congregándose en medio de ellas. Sé cuánto te excitan mis senos en forma de gota, balanceándose libres pero firmes, endurecidos por todo ese placer dentro de mi cuerpo.

Agradecida, me acariciaba con seducción toda la piel de mi cuerpo, expresándole toda mi fogosidad con sensuales movimientos, relamiéndome los labios, exhalando excitantes gemidos sin censura, mostrándole explícitamente toda mi conchita mojada para que pudiese contemplar lo ardiente y mojada que estaba. –Seguro que te gustaría probarla. Beber de mi dulce contenido acuoso emanando de mi depilada vagina. Saboréalo. Es todo para ti.

Me encantan sus miradas, casi podía palparlas sobre mi cuerpo, sabía cuánto me deseaba follar en ese instante, seguramente fantaseando con ponerme las manos encima, tocarme, estimularme, besarme, saborearme, masturbarme, meterme los dedos en mi mojado coño y beber de los néctares mi vagina para después penetrarme duro y profundo, sin piedad, ahí, en ese mismo sillón, en el que me retorcía de placer a punto de hacerme venir.

Él me veía, lo sabía, se estaría complaciendo, viendo a su vez como mis dedos me complacían, entrando y saliendo con desdén en mi rosada y apretada conchita, empapada mis tibios fluidos íntimos. Extasiado con lo que sus ojos se apresuraban a captar en su memoria con desesperación, mientras su mano amiga juguetea con mi clítoris, estrujándolo entre espasmos que me excitaban más y más. –Sí, sí. Gózame, imagina que me tienes y hazme tuya. Complácete con mi cuerpo, sírvete a placer y déjame complacerte. Imagina que tu mano es la mía y estimúlame hasta hacerme venir. Sí, sí, así cariño. Estrújate tu largo pene, claro y pulcro hasta hacerlo estallar para mí.

Enloquecía fantaseando con mi vecino, provocándome un placer insoportable, enaltecida con mis caricias y las miradas voyeristas de mi vecino, expresándome a distancia todo lo que me quería, y cuánto realmente me deseaba. Entonces, de pronto, finalmente me arrancaba el profundo orgasmo que tanto añoraba, llevándome al cielo, arqueando mi espalda, gritando con fogosidad y pasión, expresándole a mi vecino todo lo que disfrutaba. Así como festejaba las victorias en el videojuego, mientras sentía mi vagina viniéndose espasmódicamente, escurriendo toda mi trasparente eyaculación entre mis dedos en cada espasmo de mis músculos internos expulsando todo mi blanquecina y tibia lechita. Toda para él.

Entonces lo miré. Le clavé firmemente mis delineados ojos cafés y le sonreí. Mirando como gozaba al verme terminar, disfrutando de su propio orgasmo en ese mismo instante, haciéndose eyacular a su largo pene hinchado, secretando todo su contenido hasta hacerlo caer al suelo de su alcoba.

–Así. Disfrútalo, soy toda tuya. Aquí estoy para ti. Mírame. Concéntrate en mis ojos cafés brillantes. Todo está bien. Suéltalo, relájate y hazte venir pensando en mí. Imagina mi cuerpo desnudo y escúrrelo donde más te guste. En mis pies rositas, en mis torneadas piernas, en mi colita, en mi mojado y recién exprimido coño brillando con mi propio orgasmo, en mi abdomen plano, en mis tetas calientes y suaves, en mis pezones rodados, mi cuello, mis mejillas o en mi boca. Mmm. Me encanta. Ese semen se ve delicioso.

Finalmente le giñé el ojo con extrema seducción y le dediqué un coqueto beso a la distancia, relamiéndome mis jugos embarrados en mis dedos, limpiando con mi lengua el espeso contenido de mi vagina fresco entre mis uñas largas. Sin parar de reír, disfrutando de mi impúdica travesura, de mi mejor victoria magistral de la vida real, cual pasaría impunemente por la casa de mis vecinos.

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Te agradezco por haber llegado hasta aquí.

Me encantaría que me confesaras tus exhibiciones.

Dime en qué parte de mi cuerpo te habrías venido.

No olvides calificar.

Te deseo Felices Fantasías.

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