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Esclavo de mis vecinas: Pilar y Mónica

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Mi nombre es Ángel. Tengo 47 años y mi historia es esta:

Hace cuatro años que compré el piso donde vivo ahora, y enseguida me relacioné bien, con mis vecinos de al lado. Juan y Pilar. Tenían una hija de 18 años que se llama Mónica, enseguida noté buen ambiente y muchos sábados y domingos, me pasaba a su casa a ver el fútbol.

Pero al año, aproximadamente, conocí a Natacha, una mujer extraordinaria, que vive en el centro de Madrid, y después de estar un tiempo conociéndonos, decidí irme a vivir con ella... Por lo que pudiera pasar, el piso ni lo vendí, ni lo alquilé... Muy de tarde en tarde iba, para darle una vuelta y adecentarlo un poco, y volvía con Natacha, donde ejercía una relación con ella de Ama-Esclavo, pero muy light, muy suave... Natacha no era apenas dominante, si le gustaba que yo barriera, que fregase su piso, que le hiciera la comida, la cena, que se la sirviera... Pero a la hora de mandar y dar órdenes, le costaba mucho...

Yo estuve 14 meses con ella, queriendo ser su esclavo, pero no pudo ser. Nos unían algunas cosas, como sus pies, pues le gustaba mucho que le diera masajes en los pies, y a mí me apasionaba podérselos besar, podérselos lamer... Natacha tiene unos pies encantadores y era una gozada podérselos atender.

Pero más allá de poder estar a sus pies, y de realizar las labores domésticas, no teníamos una relación pasional, todo empezaba a ser monótono y frío.

A los 14 meses, rompimos nuestra relación Natacha y yo, quedamos como amigos, pero yo volví a mi casa de Móstoles (Madrid).

Una vez en mi casa, empecé a hacer una vida normal, y una noche que fui a tirar la basura, me encuentro con mi vecina Pilar, nos saludamos, empezamos a hablar... Le pregunto por Juan y me dice, que hacía 5 meses que se separaron. Yo me quedé helado, pues parecían un matrimonio ejemplar... Pero Pilar me contó, que hacía tiempo que Juan estaba enrollado con otra mujer... Y al final se fue con la otra.

Yo le conté también lo que me pasó con Natacha, y Pilar me dijo: “Joder que tía más rara. Yo tengo un hombre así, que me friega, me cocina, me da masajes en los pies... Y vamos, ése no se me va, hasta el último suspiro”. El caso es que a partir de ese día Pilar y yo, empezamos a vernos. Mónica su hija, ya había cumplido los 19 años, estaba muy bonita, aunque yo la veía siempre como muy seria, poco simpática.

Un día se lo comenté a Pilar y me dijo, que su hija era así, que siempre fue muy antipática y muy seca, con la gente. Me dijo que estaba preocupada con ella, pues no tenía amigas como otras chicas... Que tan solo salía con una tal Raquel, porque la manejaba a su antojo, pero que no la veía como otras chicas con su grupo de amigas... En fin, no sé, no sé cómo acabará esto, me decía Pilar amargamente.

Sabiendo Pilar que yo era sumiso y que me gustaban los pies de las mujeres... No tardó mucho en llevarme a su terreno, y mandarme hacer pequeños recados... Un día tirarle la basura, otro día irle a comprar al mercado, otro día limpiarle el coche, ayudarle a recoger la cocina... Y poco a poco me fue sometiendo a su voluntad.

Una noche viendo que Pilar sí tenía carácter, y podíamos congeniar bien, le propuse servirle de esclavo, para lo que ella quisiera, y me dijo que sí, pero que tenía que hablarlo con Mónica también, para que luego no echase nada en cara... Si la cosa no salía bien.

Ellas lo hablaron y por lo visto me dijo Pilar, que a Mónica le encantó la idea. Que le comentó: Que bien, así le podré mandar a Ángel, que me haga la cama, que me planche la ropa, que se encargue de limpiar mi calzado... etc. etc.

Luego yo hablé con Pilar, para saber cómo tendría que tratarles en calidad de esclavo. Y Pilar me dijo: “Pues a partir de ahora, nos trataras de usted, a mí me llamarás: señora Pilar. A Mónica; señorita Mónica. Y eso sí, te arrodillarás siempre delante de nosotras. Cada vez que te llamemos o cada vez que tengas que estar en nuestra presencia... Siempre arrodillado”. Yo acepté. Y en ese mismo instante ya me arrodillé ante Pilar.

Mi vida obviamente cambió por completo, pues una vez fuera de mi trabajo, Pilar y Mónica dirigen mi mundo. Pilar poco a poco me ha ido enseñando a colocar las cosas a su gusto, me manda mucho limpiar, sobre todo la cocina. Me enseñó el manejo de su lavadora y yo la pongo normalmente, cuando ella me lo ordena, tiendo la ropa, plancho lo más normal... Y me voy defendiendo. Al principio me costó un poco adaptarme, sobre todo a estar de rodillas ante ellas, muchas veces se me olvidaba y Pilar a base de bofetadas, me fue poniendo en mi sitio.

Pero contra todo pronóstico, Mónica ha sido, quién de verdad más hizo que cambiase mi vida. Ella, con tan solo 19 años, me ha hecho llorar de impotencia y me ha humillado como yo jamás podía imaginar... Recuerdo que una noche, nada más entrar ella en su casa, se sienta, para que yo le descalce sus deportivas y le calce sus zapatillas de andar por casa, luego mientras ella se lava las manos, yo le voy sirviendo la cena... Pero esa noche había pizza y la señorita Mónica me dijo que iba a cenar en el sofá del salón, para ver la tele. Yo se lo coloqué todo en una bandeja, la pizza ya partida, su refresco, sus cubiertos, sus servilletas... Y cuando vi que ya estaba sentada en el sofá, me acerco con la bandeja, me arrodillo para dársela, y veo que Mónica no la coge y yo sosteniendo la bandeja arrodillado tuve que estar, hasta que la señorita Mónica terminó. No es que pesase mucho la bandeja, pero cuando pasaron los primeros 5 minutos, al estar arrodillado y con los brazos extendidos, los brazos empezaron a dolerme y no fue agradable estar así 15 o 20 minutos.

Otro día, no se me olvidará, era un sábado por la mañana, sobre la 12, Mónica estaba desayunando en el salón y al terminar me llama para recoger su desayuno y me dice: “Ahora mientras me ducho y me arreglo, quiero que limpies mis deportivas blancas, y las quiero impecables, quiero ver mi cara en las zapatillas, con eso te digo todo...”. Yo le digo: “Si, señorita Mónica, como usted ordene”. Me puse a limpiar sus deportivas, se las dejé impecables, como ella me ordenó. Y cuando salió del baño ya arreglada y se vistió, me llama desde su cuarto y me dice:

-¿Me has limpiado ya las zapatillas?

-Sí señorita Mónica. -Contesto yo arrodillado ante ella.

Mónica, sentada sobre su cama me ordena enseñárselas. Yo voy corriendo a por sus zapatillas, me arrodillo ante Mónica para entregárselas. Ella las examina.

Y me dice:

-¿Dónde está mi cara...? Yo no la veo...

Yo me quedo alucinado y le digo:

-Es que su cara no la va a ver nunca ahí, es una zapatilla, no es un espejo, señorita Mónica.

Ella me da 6 o 7 bofetadas a cual más fuerte, se levanta y me dice:

-Te voy a demostrar que sí se puede ver mi cara en mis zapatillas... -Y coge una foto suya pequeña, tipo carnet, la introduce dentro de su zapatilla, y me la enseña. Luego me pregunta:- ¿Se ve mi cara o no se ve?

Yo le digo que sí, le pido perdón una y otra y otra vez y Mónica me dice:

-Tranquilo Angelito, tranquilo, ya que por las buenas no me quieres obedecer, tendrá que ser por las malas.

Coge una de sus zapatillas de andar por casa, me ordena poner las manos atrás, y darle las gracias, por cada zapatillazo que ella me dé en la cara. Y me dio 19, uno por cada año suyo. Sé que no me pegó muy fuerte, pero sí me dolió bastante su castigo, pues no lo esperaba. Y encima me dio muchas veces en el lado izquierdo, dejándomelo bien colorado. Cada vez que me daba un zapatillazo, yo le decía: “Gracias señorita Mónica”. Y así 19 veces.

Yo creí, que con eso ya había terminado, pero Mónica me ordena coger un bolígrafo y apuntar en un papel: "No volveré a desobedecer a mi Ama, Dueña y Excelentísima Señorita Mónica". Y me dijo:

-Lo quiero copiado a mano, 500 veces. Que se lea bien y numerada cada frase... ¿Entendido?

-Sí, señorita Mónica.

Cuando llegó su madre, que había ido a casa de una amiga, y me vio la cara roja, me preguntó... Yo le conté lo que había pasado y Pilar me dijo:

-Esta hija mía, creo que va a disfrutar mucho contigo. -Y se fue a felicitar a su hija, por cómo me castigó.

Cuando Mónica cumplió los 20 años, su madre le regaló una fusta para castigarme y desde entonces, temo sus castigos con la fusta, pues para mí, son bastante dolorosos. Gracias a Dios, Mónica lo que más utiliza para castigarme es su mano, pues le gusta darme bofetadas y zapatillazos en la cara... Esos son sus castigos más cotidianos. También gusta de mandarme copiar frases 200 veces o 500 veces. Hace poco me castigó ordenándome copiar una frase 2.000 veces. Tardé 5 horas en copiársela. Y menos mal, que era una frase corta, pues la mano ya no me respondía al final.

Pero si me ha hecho llorar de impotencia y de dolor un par de veces, pues cuando coge la fusta, como esté enfadada es tremenda.

(7,50)