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¡Fin del confinamiento!

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Como fue mi regreso a la normalidad cotidiana, después de la vacuna contra la pandemia de Covid-19.

¡Otra vez a disfrutar completamente de la vida! Ya cumplimos un mes de que nos vacunaron y pudimos continuar con nuestras rutinas amorosas.

El asunto es que todo volvió a la normalidad y aprendimos que éramos felices y ahora vamos a disfrutarlo con mayor intensidad.

El viernes me dijo Saúl que el lunes tenía una reunión presencial en la Universidad pues les presentarían formalmente a la nueva jefa de la división de ingeniería. “Es buen momento para que Eduardo venga a darme su amor, ¡lo extraño mucho!”, me dije y le envié un Whatsapp advirtiéndole que no hiciera compromiso en la mañana del lunes. Cuando supe los datos de la hora y el tiempo de la junta se los envié para señalar que le hablaría cuando Saúl saliera, como en los viejos tiempos en los que todos mis amores extramaritales eran furtivos, eso le ponía emoción y suspenso a la relación. Como respuesta al juego, me envió un sticker de un embozado estilo espía y reí de la ocurrencia.

El lunes, diez minutos después que salió Saúl, le marqué a Eduardo. “Ya se fue, te espero” le dije. “Sí ya vi que salió hace rato, ahorita mismo estoy allí, mi mujer”, dijo y yo contesté con un “Te amo” antes de colgar. Así pasaba antes, él llegaba y yo metía a los niños en el estudio donde les prendía la televisión y les pedía que no me interrumpieran y que, si necesitaban algo, tocaran el timbre de servicio. Ahora nada de niños, ningún reclamo por mis relaciones con mis amores extra, pero la travesura seguía.

Lo recibí en el negligé que no me quité desde que me levanté, pero seguramente Saúl sospechó por qué pues al despedirse, metió sus manos para acariciar mis tetas al tiempo que me daba un beso riquísimo. “Te portas bien”, dijo con doble sentido al despedirse. “Sí, claro”, le contesté pensando en que sí lo haría lo mejor que pudiera, ¡mi ansiedad me pedía calmarme en los brazos de mi otro amor!

En cuanto cerré la puerta de acceso, Eduardo hizo lo mismo que había hecho Saúl: me magreó las tetas mientras me besaba con pasión y yo le empecé a desabotonar la camisa. De pie, a mitad de la sala, las manos de Eduardo me acariciaban completamente y yo seguía con la tarea de encuerarlo, desde la gorra hasta los zapatos, hice mi tarea velozmente, estaba sumamente ansiosa de mamarle la verga. Al tenerlo desnudo con el palo inhiesto, me agaché a consumar mi deseo, en el viaje, mi negligé fue subiendo pues mi macho lo había tomado desde abajo y me lo sacó completamente. Mi boca creció para alojar hasta la garganta esa belleza que me ha cautivado cuarenta años y que he ordeñado de múltiples maneras, principalmente con la vagina y la boca. ¡Cuántos litros me he servido de esa fuente…!

El presemen que escurría estaba delicioso, metí en la boca, una por una, las hermosas bolas que le cuelgan, mordí el escroto y temblaba de amor, pero antes de que pudiera extraer la miel, Eduardo me hizo erguirme, me tomó de las nalgas y en cuanto yo lo abracé del cuello dándole un beso para que probara el sabor sublime que yo había saboreado, él me cargó y sin miramientos me penetró hasta el fondo. Su pene resbaló en mi vagina encharcada, me movió varias veces y sentí el primer orgasmo, él no suspendió los movimientos y así, ensartada, haciéndome el amor entre mis quejidos de placer, caminó conmigo en vilo hasta la cama que no quise ni sacudir para apreciar el aroma de los dos machos de este día. Sin sacar la verga me acostó y luego sentí su cuerpo encima. ¡Qué delicia! él seguía jugando conmigo, haciéndome venir una y otra vez hasta que quedé quieta de cansancio.

Se separó de mí y se puso a lamer mis pezones, su lengua fue bajando, la metió en mi ombligo y continuó lamiendo la cicatriz que me dejó una cesárea, obviamente me acordé de Saúl, quien hace eso, pero años antes de mi operación Saúl recorría el camino de vellos que nacía en mi ombligo que, como río, continuaba cada vez más caudaloso hasta desembocar en la mata de mi triángulo. Ahora el recorrido es en la cicatriz que eliminó a la línea de vellos.

Ya instalada su boca en mi vagina, chupó y sorbió labios y clítoris que me hicieron sentir las piernas dormidas por el tren de orgasmos, Eduardo saboreaba con mucho deleite los jugos que le estaba prodigando por su trabajo. Entreabrí los ojos y vi su miembro crecidísimo, ¡él no se había venido aún! Se acostó a mi lado besándome el rostro sus manos jugaban con mis tetas que se habían desparramado hacia los costados: las tomaba llevándolas hacia el centro de mi pecho y luego las soltaba para verlas caer.

–Ya están todas aguadas y caídas, mi amor. ¿Te acuerdas cuando las mamaste por primera vez? –le pregunté, más como una nostalgia compartida que por verificar sus recuerdos.

–Sí, mi mujer, siempre se han caído, ¡pero de buenas! –contestó de la misma forma que aquella primera vez vez que me las alabó (y me las mamo, ¡claro!), pues le dije entonces que ya estaban algo caídas. ¡Pero ahora! Más masivas y con los pezones apuntando directamente al piso…

Su respuesta, al igual que las de Saúl y mis otros burros lecheros, son de amor, de eso no me cabe duda. Dormité un poco entre sus caricias y mi letargo de felicidad.

Más tarde me desperté y me acomodé en un 69. “No me vayas a sacar el semen ahorita, ese quiero dártelo adentro. Después, si quieres y quedó algo, me ordeñas con tu boquita, mi mujer”. ‘Mi mujer’ escuché y recordé que así quedó el mote que él me daba pues en una ocasión que me exigía que me divorciara de Saúl, argumentó “Él es tu esposo y sólo están unidos por el papel, en cambio tú eres mi mujer pues no hay quien te haga sentir el amor así”. Recordaba esas palabras y lo seguía mamando, pero también me felicitaba de no haberme divorciado: todos me hacen sentir feliz; cada uno a su manera o con sus virtudes. Eduardo tiene el pene más grande que los demás y lo mueve muy bien dentro de mí…

En esa posición estuvimos como media hora, yo cambiaba el ritmo cada vez que sentía que se le hinchaba, tanto de jaladas y lamidas como del lugar específico donde las hacía, para no hacerlo eyacular y recibía las caricias de sus labios, lengua, dedos y nariz sintiéndome en el Nirvana. De repente, ¡me dejó sin chupón! Ja, ja, ja, no me había puesto alerta en hacer el cambio de ritmo y ya mero se viene en mi boca. Me dejó acostada boca arriba e, hincándose en la cama, me puso de “armas al hombro” ¡Otra vez, de una sola estocada me penetró! lo sentí como una lanza de fuego penetrando hasta el útero. Se inclinó hacia mí y descansé mis piernas en sus brazos, metió las manos bajo mi espalda y me jaló de los hombros hacia él. Yo estaba completamente doblada, pero feliz, sintiendo el jaloneo en los hombros y los golpes de su pubis en mis nalgas, ninguna mejor onomatopeya del “chaca-chaca” que escuchar cómo me penetraba mi hombre agitado al fornicarme. “¡Vente, mi amor!” le dije al sentir más crecido su miembro próximo a explotar ¡Dale a tu mujer todo el amor que nos debe la pinche pandemia! ¡Lléname el útero de tu amor!, le gritaba mientras los dos nos veníamos. “¡Nada mejor que hacer el amor contigo, ninguna puede exprimirme tanto!”, contestó antes de zafar sus brazos para que yo abriera completamente las piernas y él pudiera acostarse sobre mí, resoplando y sudando lo tuve hasta que ya no podía yo respirar bien y giré mi cuerpo para que él cayera en la cama.

Dormimos un buen rato. Al despertarse, Eduardo se preocupó por saber la hora. “Aún falta para que llegue mi marido, hay tiempo para que me des más de tu cariño. Ten un poco del mío”, le dije ofreciéndole un pezón en sus labios. Abrió enormemente la boca y succionó estrujándome la teta entre sus dos manos. Después le pedí que se quedara acostado boca arriba. Le chupé el falo, haciéndole caricias en los testículos y dándole jalones rítmicos en el mástil. Cuando todo estuvo firme, lustroso y mojado, me lo fui ensartando con lentitud en la vagina, para disfrutarlo. Al sentir que mis nalgas estaban sobre sus huevos, comencé a mecerme, primero con suavidad, fui aumentando el ritmo, hasta que llegué a los sentones y me vine riquísimo.

Me acosté de cucharita hacia él, pero Eduardo tomó una de mis piernas y la levantó para meterme su vergota que seguía tan firme como yo la había usado.

–¡Qué bien que tomaste tu pastillita azul! –le dije al sentir que me trataba como una marioneta.

–Eso fue anoche, a mi esposa debo tenerla contenta, se lo merece. Pero después de dos palos con ella, los besitos de “buenas noches” y “buenos días”, no ha de quedar nada de ellas.

–¡Pues sí queda mucho del fármaco en tu cuerpo! –dije al estar empalada como muñeca de plástico con una rodilla sobre la cama, una pierna en el cuello de Eduardo y colgada de una mano sostenida por Eduardo y el puño de la otra descansando en la cama temerosa de que me soltara.

–¡Tú eres el mejor excitante, la golfa más rica del mundo! –me decía y se movía con mucho vigor.

–¡Mi mujer está que se cae de buena! ¡Es toda una golfa! –dijo al estar soltando un chorro tras otro de semen en mi vagina. Esa expresión es para mí la muestra de felicidad que le estoy dando a Eduardo.

Pero también recordé cómo hacía feliz a Roberto, el primer cuerno que le puse a Saúl y comencé a llorar por saber que ya no lo volveré a tener entre mis piernas diciéndome “te amo, Tita, mi putita…” al terminar de eyacular en mí.

–¿Qué tienes, no te gusta? ¿Te molestó que te llamara golfa? –preguntó preocupado de haberme lastimado.

–¡Me fascina, mi amor! –le contesté abrazándolo más fuerte y callé la razón de mis lágrimas– No me molesta que me digan puta cuando me hacen el amor y están felices, o de coger, como dice Saúl. ¡Los amo y me hace feliz que me amen y sean felices al estar conmigo! –concluí y me puse a besarle la cara y luego me fui a limpiarle el pene para saborear lo que aún quedara de semen.

Cuando terminé de saborear el amor, sonó el teléfono fijo. Pensé “¿Dónde habré dejado el celular?”. Contesté y era Saúl quien me decía que llegaba en menos de una hora.

–Era Saúl, que ya viene para acá –explique.

–Que cortés es en avisar… ¿Él sabía que nos veríamos? –preguntó Eduardo intrigado.

–Ahora que lo dices, tal vez sospechó algo y supongo que por eso habló, para no llegar de improviso.

–Bueno, fue hermoso volver a estar contigo. Me voy feliz y vacío de amor, ¡te lo dejé todo! –me dijo sacudiendo sus huevos en la mano y les di un beso.

Después que Eduardo se fue, me volví a poner el negligé. Busqué el móvil y vi que no tenía llamadas perdidas, y entendí que Saúl habló directamente al teléfono de la casa como primera opción para avisarme que ya venía. “Seguramente quería saber si me encontraba en casa”, pensé y se lo dije cuando llegó.

–¿Creíste que andaba en algún otro lado y por eso llamaste a casa en lugar de hablarme al móvil? –pregunté suspicazmente para hacerle ver que me sentía vigilada.

–No, Nena, era el teléfono que te quedaba más cerca de la cama –contestó dejándome perpleja.

–¿Cómo sabías que me encontraba en la cama? –pregunté sospechando algo.

–Porque lo estaba viendo. Además, ya habían terminado dos veces –precisó y supe que ahora, no sólo era en casa donde podía ver las cámaras, también lo podía hacer vía remota.

Dicho esto, me quitó el negligé y se fue sobre una de mis tetas la cual aprisionó con su boca y, sin soltarla, se comenzó a desvestir. ¡Supe que estaba calentísimo y yo terminé desvistiéndolo! Me cargó y me llevó a la cama donde me lanzó y se fue de boca en mi pepa. “¡Eres una puta, Nena! ¡Sabes a puta muy cogida, riquísimo!” dijo después de chuparme y se puso a cogerme enfebrecidamente. “¡Dime qué te gustó más de la cogida con Eduardo, puta!”, gritaba, entre otras cosas y yo se las respondía también a gritos, contagiada de su fiebre, hasta que nos vinimos. Entonces lo solté del abrazo que le daba con las cuatro extremidades y descansamos yertos, con la cara hacia arriba y los brazos en cruz… ¡Sublime cogida que me dio! Superó en mucho a lo que acababa de tener con Eduardo, en la misma cama llena de sudor, lefa y vellos de los tres. Bueno, no sé si lo superó, porque casi siempre, la última me parece la mejor, sea del amor que sea…

Aunque digan que una imagen vale más que mil palabras, a Saúl le gusta que le cuente y con sus preguntas “me saca toda la sopa”, y me entero de cosas nuevas de mí misma cuando se las contesto sin pensarlas, porque estoy bien ensartada disfrutando el momento. Aunque no es su área de desarrollo, Saúl es un analista consumado, a muchos les ha hecho ver las verdades propias que se ocultaban a sí mismos. En verdad, duele y se siente placer: en el orgasmo se juntan la Pulsión de Vida y la Pulsión de Muerte y Saúl lo hace para superar lo que alguno de mis amantes me acaba de hacer sentir. Cuando me coge (así dice él) termino siendo feliz, aunque sepa que soy su juguete…

Me colocó en el video la escena donde Eduardo y yo estamos viniéndonos: Eduardo está tenso y tiene una de mis piernas sobre el hombro, se nota cómo la aprieta y su boca se contrae en un gesto y yo grito “Todo, mi amor, dame todo” No necesito contarles la cara de puta que tengo porque también me estoy viniendo.

–Allí te está surtiendo leche y tú soltando litros de jugos, ¡mira cómo se te sale el atole de la pepa! Es en verdad una imagen clásica del arte pornográfico dijo extasiado y se puso a lamerme la entrepierna– ¡Qué rico es lamerte las verijas chorreadas, mi Nena puta! Apenas me salgo de casa y metes a uno de tus amantes, como siempre –señaló Saúl, mirando la pantalla y se le volvió a parar la verga.

–Él lo necesitaba, yo también, soy misericordiosa, él también lo fue contigo, se vino muchísimo y tú lo disfrutaste también, tomándote el atole de amor que hicimos y luego batiéndolo con gusto –le contesté.

–A ver si le sobró algo de amor para Adriana, quien seguramente sabe que vino a verte y lo va a encuerar en cuanto llegue a su casa.

–Sí que venías caliente por habernos monitoreado –le dije jalándole el pito– y yo que pensé que era porque tu nueva jefa te trató bien.

–Sí, me puse muy caliente y no se me bajaba, lo notó mi exalumna, quien es la nueva jefa, y me dijo “¿puedo ayudarte con ese deseo?” “Ahora no, ya habrá oportunidad, debo ir a casa”, le dije y ella insistió: “Uno rapidito, no seas malo, ya me mojé de estar acariciándote esto…” dijo y le echó seguro al cubículo, me sacó la verga, le dio dos chupetones mientras se bajaba los calzones y se sentó a cabalgar hasta que se vino.

–¿Y tú, te viniste mucho? –le pregunté enojada por los celos.

–Nada, quería disfrutar este momento contigo, en los rescoldos de tu fuego con Eduardo, ¡también los extrañaba, Nena…!

–¡Pues te hubieras salido sin cogértela!

– Ya sabes que soy tan magnánimo como tú, Nena, ella lo necesitaba…

Como ven, todo vuelve a la normalidad, hasta mis celos por las amiguitas y las exalumnas, a veces 30 años menores que mi marido. Aun así, ¡Viva la vida!

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