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Final feliz (o no)

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Desde pequeño, desde que vivía con mis padres. Todos los sábados por la mañana, a las 9 en punto era despertado para ayudar a limpiar la casa. Era una chorrada, 1 hora a lo sumo pero tenía que hacerse en ese justo momento. Cada vez que me levantaba me juraba a mí mismo que cuando fuese un ente independiente limpiaría cuando me diese la gana. Y así fue, durante un breve espacio de tiempo la suciedad y el desorden dominaron felizmente en mi vida.

Pero llego ella. Es guapa, lista, dulce, me hace reír y no sé aún por qué razón extraña le gusto. Pero entre todas las virtudes tiene un gran inconveniente, tiene la manía de limpiar a todas horas.

De nuevo me veo trasladado a mi juventud, madrugando para frotar, con ese ruido de aspiradora que tanto odio. Ella parece no darse cuenta de mi profundo sufrimiento y me manipula llevándome de un sitio a otro de la casa con la fregona, el trapo y reprendiéndome por no limpiar el baño con una gran sonrisa en mi cara.

Pero este sábado iba a ser distinto. Desperté con la firme determinación de que hoy no iba a limpiar los cristales, de que no me doblaría a quitar el polvo de los rodapiés, que no retorcería la fregona, en fin de que hoy sería un guarrillo.

Al principio la gané remoloneando en la cama y no haciendo de los toques alarma que me hacía mi pareja. Cuando vi que lo estiraba demasiado y que se avecinaba bronca me levanté y me dirigí a la cocina para desayunar. Me tomé mi tiempo, para cuando terminamos eran las once de la mañana.

-Venga, hay que ir limpiarlo todo antes de ir a comer a casa de mi madre, así que levanta el culo de la silla.

Yo me levanto y la sigo dócilmente hasta la habitación. La ventana ya está abierta y el aire fresco de la mañana despeja un poco mi cabeza.

-Saca las sábanas limpias que hay que cambiarlas. –ordenó ella mientras coge el edredón para sacudirlo.

Yo, me dirijo al armario y saco las sábanas limpias y dejándolas encima de la cama me largo al baño aprovechando que ella está de espaldas.

-Pero ¿Qué haces? ¿A dónde coño vas? Vuelve aquí ahora mismo. –me grita con las sábanas en la mano.

Yo la ignoro y me pongo a afeitarme. Cuando vuelvo a la habitación ella me está esperando con la sábana bajera en la mano, y con cara de disgusto. Yo ensayo una sonrisa inocente intentando que se relaje y no se enfade demasiado. El truco está en mantener el nivel de cabreo bajo y hacer que todo sea casual.

Me pongo al otro lado de la cama dispuesto a ayudarla a hacer la cama. Ella me lanza la sábana y yo la agarro sólo durante un instante para luego soltarla haciendo que el tejido vuelva revotado y arrugado a las manos de ella.

-Deja de hacer el tonto.

Yo sonrió pícaramente Ella resopla y pone morros, sabe que va ser una mañana dura.

-Cómo lo sueltes esta vez verás tú.

Yo sin decir nada recojo la sábana fingiendo estirarla para encajarla en mi esquina, tiro de ella con fuerza consiguiendo que se le escape de las manos y quedando esta vez la sabana arrugada en mi lado.

Si las miradas matasen, en estos momentos me estaría friendo el cerebelo como su amado Darth Vader, pero yo la ignoro y haciendo un leve gesto de contrariedad, vuelvo a coger la sábana. Esta vez se la lanzo yo a ella pero se me escapa, y voy a darle en la cara con ella.

Ahora es cuando empieza lo divertido. Arruga esos exquisitos labios y me grita diciéndome que ya está bien, que deje de hacer el jilipollas. Yo no la hago ni caso y me dedico a hacerle cosquillas intentando que sonría. Gano el duelo y en pocos segundos está apretando los labios para no sonreír. El resultado es una media sonrisa y unos morritos que me ponen a cien.

Finalmente la sábana bajera está colocada. Mientras ella va a por la otra sábana, yo finjo quitar imaginarias motas de polvo de la sábana ya colocada.

-¿Qué tal por ahí?

-Cuelga –respondo escuetamente

-Ya lo sé que cuelga idiota, –responde –te pregunto si cuelga mucho.

-No sé, no he visto como está por ahí. –digo con toda la lógica del mundo.

Ella me ignora (voy ganando) y coloca la sábana sin hacerme más preguntas, yo la estiro por mi lado y me quedo quieto de pie viendo como ella la remete por su lado debajo del colchón.

-Mete la sábana por debajo del colchón, ¿Que tengo que decírtelo todo?

Obedezco y la meto de cualquier manera, ella lo ve y apartándome con un empujón lo hace ella misma agachándose y mostrando todo el esplendor de su trasero.

Cuando se da la vuelta, me pilla observándola y pone los ojos en blanco y va por el edredón.

-Una pregunta ¿Por qué, si tenemos edredón, ponemos sábana?

-Para no mancharlo –responde ella soplándose el flequillo.

-Tenemos tres fundas para el edredón, sigo sin ver cuál es la diferencia entre lavar las sábanas y lavar el edredón.

-La diferencia es que lo digo yo y punto. –responde ella lanzándome el edredón.

Esta vez pasa de darme indicaciones. Cuando se pone de mi lado y se da la vuelta satisfecha por el trabajo realizado, la empujo con un leve golpe de mi barriga y desequilibrada cae sobre la cama arrugando el edredón.

Se levanta como un resorte y con la bata entreabierta pone cara de enfadado. Yo la abrazo divertido y espero a que se calme. Con rapidez meto mis manos dentro de la bata tocando su piel desnuda y provocándole un escalofrío.

-Cabrón tienes las manos frías –es lo único que logra decir antes de que le tape la boca con un beso.

Sin dejar de besarla recorro su espalda con mis manos, continúo por sus hombros y sus brazos aprovechando para quitarle la bata y dejarla totalmente desnuda a excepción de un minúsculo tanga que tanto me gusta.

El aire fresco que entra por la ventana acaricia su cuerpo poniéndole la carne de gallina y endureciéndole los pezones. La abrazo de nuevo y la beso mientras sus pezones se clavan en mi torso.

Un nuevo empujón y ella se deja caer sobre la cama sin ningún gesto de lucha. Aparto su pelo y le beso la oreja, la mandíbula, el cuello y sus hombros hasta llegar a sus pechos. Los recorro con la lengua, los chupo y los mordisqueo con suavidad arrancándole los primeros gemidos.

Mis manos acarician con suavidad el interior de sus piernas.

Mi boca va bajando poco a poco por su vientre, le beso el ombligo haciéndole cosquillas y acabo en sus piernas. Le beso los muslos que cuelgan del borde de la cama y me arrodillo separándole las piernas con suavidad. Aparto el tanga y acerco mi boca a su sexo. Ella responde con un respingo apretando mi cabeza entre sus piernas. Su sexo se hincha y enrojece casi instantáneamente al contacto con mi lengua. Con mi mano tiro de la piel con suavidad dejando su clítoris a la vista, lo chupo y lo golpeo con mi lengua, ella gime y abre las piernas instintivamente para hacer su sexo más accesible para mí.

Me levanto y me quito la ropa, ella observa con detenimiento mi erección sin decir nada. Me inclino y le levanto las piernas para quitarle el tanga. Le beso los pies mientras meto mi miembro entre sus muslos. Gime y mueve sus piernas con suavidad acariciándome el miembro con sus muslos y excitándome aún más.

Sin previo aviso separo sus piernas y penetro en su sexo sediento y húmedo de un solo golpe hasta el fondo. Ella gime y me rodea con sus piernas. Durante unos segundos no lo muevo disfrutando del calor de su sexo y de la hermosura de su cuerpo desnudo. Poco a poco mis caderas empiezan a moverse lentamente en su interior. Mi miembro entra y sale casi por completo con cada movimiento, dejando solo el capullo dentro y volviendo a entrar hasta que mis huevos hacen de tope, cada vez un poco más rápido. Ella gime y me pide más, me abraza y clava sus uñas en mi espalda.

A punto de correrme saco mi miembro duro y venoso y cogiéndola por las piernas le doy la vuelta y tiro de ella hasta que su culo está en el borde de la cama otra vez. Acaricio su espalda y la beso dejando que mi pene roce su culo y sus piernas. Poco a poco voy bajando con mi lengua por el hueco de su columna hasta su culo. No puedo evitar morderlo con fuerza, blanco y redondo. Ella grita de dolor y me insulta pero al instante lo está moviendo y agitando sensualmente para incitarme. Le pego otro mordisco y separo los cachetes para tener una visión de su sexo caliente y rebosante de jugos que me atraen con su aroma como el néctar de una flor. Primero los pruebo con la punta de la lengua, luego los chupo ruidosa y golosamente. Aparto mi cara y acaricio sus labios hipersensibles con mis dedos, ella gime y se revuelve, yo adelanto los dedos, sujeto su clítoris entre ellos y lo masajeo consiguiendo que se le escape un grito. Sin darle cuartel la penetro con dos de mis dedos tan hondo y tan rápido de lo que soy capaz. Con cada empujón ella levanta la cabeza y ambos podemos ver su expresión de placer en el reflejo del espejo del armario.

Unos segundos después se corre, su cuerpo se pone rígido y mis dedos notan como su vagina vibra y se inunda de fluidos pero yo apenas me doy cuenta disfrutando de la visión de sus mejillas sonrosadas y un gesto de profundo placer en su cara con los ojos cerrados y sus pequeños dientes blancos mordiéndose el labio inferior.

Excitado por la imagen reflejada del espejo la vuelvo a penetrar, ella me recibe separando las piernas y bajando el torso. Me vuelvo loco y agarrándola por la cintura la embisto con violencia.

Ella gime y me insulta volviendo la cabeza para mirarme a los ojos mientras nos corremos los dos prácticamente a la vez. Incapaz de parar de golpe sigo penetrándola con mi miembro aún dura alargando su orgasmo.

Aún estamos sobre la cama tumbados y jadeantes cuando llaman al teléfono.

Es el suegro, sabía que llamaría, aunque lo esperaba un pelín más tarde:

-Hola, Carlos ¿Qué tal? –respondo al teléfono con la respiración aún acelerada.

-Bien, algo aburrido. ¿Qué tal si vamos a tomar un vermut antes de comer?

-Por mi perfecto –respondo con una sonrisa de oreja a oreja. –Nos vestimos y estamos ahí en veinte minutos.

-¿Se puede saber qué coño hacéis desnudos a las doce del mediodía? No me lo digas, prefiero no saberlo. –Dice mi suegro -De acuerdo, en media hora en el bar de la esquina.

Me levanto y me dirijo al baño. Antes de entrar, me giro y veo el cuerpo desnudo de ella sudoroso y espléndido, enmarcada en un cuadro de ropa de cama sucia y arrugada. Yo sonrío y ella me contesta con una peineta:

-¡Que te den! En cuanto volvamos te voy a hacer limpiar toda la casa con el cepillo de dientes. Y no voy a volver a chupártela en tres semanas. –grita mientras yo tarareo una canción en la ducha y simulo que no la oigo.

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