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Food & Sperm para mi chica

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Hace tres años me animé a hacer un curso de inglés. En clase intimé con mi compañera de pupitre. Se llama Vanesa y tiene 28 años. Mide 1,60 m y es muy delgada, casi escuálida. Lleva el pelo corto teñido de varios colores con un sexy flequillo y por el cuerpo le vi bastantes tatuajes de temática gótica.

Yo, aunque le sacaba veinte años, le caí bien e hicimos buenas ligas.

Al saber yo más inglés que ella (Vanesa en sus tiempos de estudiante había escogido francés), se apoyaba en mí para salir de algunos apuros con la lengua de Shakespeare. De vocabulario, ortografía y gramática inglesa Vanesa andaba muy floja. Fue la excusa perfecta para arrimarme más a ella.

Tomando unos cafés en uno de los descansos de la clase me comentó que en sus redes sociales solía colgar videos en dónde exponía su opinión sobre cine, cómics, literatura y música. Al comprobar que a mí también me interesaban esos temas (que no era el típico hombre que solo habla de fútbol y coches), pues se animó a invitarme a ir a su casa y ver cómo grababa una de sus sesiones.

Una semana después de su invitación, al salir del curso, me ofrecí a llevarla a su apartamento y ya de camino, que me enseñara su estudio de grabación. Ella aceptó encantada.

Aquella tarde, Vanesa iba vestida con ropa sport: blusa blanca, pantalón vaquero muy ajustado marcando cachas y muslos, y tenis. En otras ocasiones va más en plan vampiresa.

Ya en el interior de su apartamento, Vanesa se prepara para servirme una cerveza. Para ella se sirve una copa de anís. En una de las mesillas del salón observo que hay un ejemplar de “El Ser y la Nada” de Jean-Paul Sartre y otro ejemplar de “El Segundo Sexo” de Simone de Beauvoir.

–Son mis filósofos preferidos. Me encantan sus obras y sus estilos de vida. Eran una pareja abierta en dónde no había sitio para celos y reproches. Mi interés por el Existencialismo fue el motivo de apuntarme en francés en Secundaria. Quería irme a vivir a París –comentó Vanesa.

–¿Vives sola?

–Ahora sí. Hace tres semanas que rompimos mi pareja y yo. Mi café con leche ya no sabe igual.

–¿Y eso?

–Yo siempre grabo mis videos con un capuchino al lado. Entre reseña y reseña cultural le voy pegando unos sorbos.

–Claro, y el tomarlo en soledad le da un sabor más amargo, ¿no? –digo, ingenuamente.

–No es eso. Lo que pasa es que la leche condensada la sacaba de los testículos de mi novio y ahora tengo que buscar a otro productor de lácteos para mi capuchino, ¿querrás serlo tú?

Yo me quedé de piedra, no sabía qué contestar. Una vez superados los primeros segundos de estupefacción reacciono diciendo:

–La verdad es que llevo siete días sin masturbarme. Debo tener una buena carga de esperma en la recámara. Así que, si quieres aprovecharla y que la vacíe en una taza, yo por mí encantado.

–Así habla un Macho Ibérico Progresista. Siempre dispuesto a servir a una dama –suelta con desparpajo Vanesa y se echa unas risas.

Pues manos a la obra. Vanesa saca de la alacena un platito, una taza y una cucharilla, las coloca en la mesa y me ordena que desenfunde la verga.

Yo me pongo de pie junto a ella con el rabo más tieso que un mástil y Vanesa comienza a masturbármelo.

Me hace un buen ordeño. Me estruja el rabo, de dentro hacia afuera, apretando fuerte el glande en la zona uretral. Le pega unas buenas sacudidas. De vez en cuando le suelta un gargajo para lubricarlo y que fluya mejor la manuela. Yo me fijo en su cara de chica eficiente y hábil en su trabajo. Estaba concentrada.

A los diez minutos empiezo a notar un cosquilleo en el capullo. La pongo sobre aviso. Vanesa apunta la polla hacia el interior de la taza y comienzo a eyacular.

La cantidad de esperma que vacié me sorprendió hasta a mí. Nunca había estado tanto tiempo sin correrme y cuando lo hago, tampoco me fijo demasiado en la cantidad que expulso. Pero ahora, al hacerlo en el interior de la taza pues…

–Vaya cantidad de leche condensada que me has regalado, mi amor. ¡Qué chorros de esperma tan exquisitos! Muchas gracias cariño –decía Vanesa, mientras seguía exprimiendo el nabo, hasta comprobar que ya no salían más gotas.

Después hizo un café y lo vació en la taza. Con la cucharilla iba removiendo el líquido, mezclando el café con mi semen. Esperó a que enfriara algo. Mientras tanto me fue enseñando su estudio de grabación.

–Voy a grabar una reseña sobre música clásica mientras sorbo el capuchino que me preparé gracias a tus huevos. Si te apetece, dentro de un rato te la cascas sobre estas magdalenas y cuando estén bien glaseadas con tu crema, me las acercas y me las como de merienda. ¡Qué majo eres Jonathan! ¡Vamos a ser muy buenos amigos! –me soltó, la muy guarra.

Efectivamente, comenzó a soltar su perorata frente a una cámara que tenía colocada en un trípode. Ella estaba sentada y solo se le veía la parte de arriba. En la parte de abajo, para ponerme más cachondo y conseguir sus objetivos, estaba en bragas y con descalzas.

Comenzó a hablar de “El Clave Bien Temperado” de Johann Sebastian Bach. El piloto de la cámara estaba en rojo. Yo estaba sentado frente a ella, detrás del objetivo de la cámara, escuchándole dar sus opiniones. Su cadencia de voz, su tonalidad y ademanes corporales me comenzaron a poner morcillona la polla. También ayudó el verla sorber el café, y el decir a la cámara:

–Uhhh, ¡Qué rico capuchino me preparó mi chico! El cambio de marca de leche ha sido para mejor. Este productor es de mayor calidad –y me guiñó un ojo.

Yo me despeloté por completo y comencé a pelármela delante de las magdalenas. Le daba fuertes tirones al rabo. Observaba su carita de niña traviesa. Sus guiños cómplices al saber cosas que sus seguidores desconocían, como por ejemplo, que había un tío cascándosela detrás de cámara. De repente me dice socarronamente:

–¿Ya está la merienda preparada, cariño? Tráeme unas magdalenas glaseadas para acompañar al café, por favor.

Yo me zurraba con garra la sardina para correrme antes de que Vanesa terminara el capuchino. Ella seguía hablando de los Preludios y Fugas de la obra que estaba comentando de Bach.

Por fin, me corro sobre las dos magdalenas que había sobre un plato. Riego con ocho chorros aquel manjar. Le quedaron glaseadas a su gusto, por la cara de satisfacción que puso. Le acerqué el plato con cuidado de no salir en plano. Vanesa se zampó las dos magdalenas en seis bocados. Con el último cacho rebañó el plato recogiendo los restos de mi cuajada.

–¡Qué rico, mi amor! Mañana más, ¿sí? --era una pregunta retórica, conocía la respuesta.

Aprovechando que estaba en bragas, me colé por debajo de la mesa. Mientras ella seguía hablando de Bach y sus Preludios, yo le obsequié con un preludio de los míos.

A los pocos minutos comenzó a jadear y a perder el ritmo de la narración. ¡Mis lengüetazos no fallan! Son sumamente eficaces para hacer perder el hilo de cualquier conversación, lectura o visión de película a cualquier hembra que aún respire!

Su chocho lubricaba como una fuente. Yo me tragaba sus caldos de la cosecha del 92 a gusto. Eran puro cava catalán. De repente soltó unos berridos y me dijo:

–Méteme bien la lengua dentro del coño. Chupetéame y mordisquéame el botoncito. ¡Me estoy corriendo en tu cara, cabrón!

Cuando acabé la sesión de comida de almeja, mi polla ya estaba otra vez en posición de firmes. Le dije a Vanesa que se acostara sobre la mesa boca abajo. Abrió un poco las piernas para darme acceso a su chumino, y una vez mi falo se introdujo dentro de él, volvió a cerrarlas. Mi folleteo notaba el frote de sus cachas y muslos. Vanesa estaba tan caliente que enlazó otro orgasmo, chillando como una zorra salida. Yo seguí dándole caña, pero en una ocasión mi verga se salió del coño. Continué. Ella me hacía una paja con sus muslos. Los apretaba para provocarme un orgasmo. Cogió la taza de café vacía y la llevó a su entrepierna. Metió mi capullo en el interior de la taza. Me comentó:

–Fóllame las nalgas y los muslos. ¿Te dan placer mis carnes? Córrete en la taza. Quiero hacerme otro capuchino con tu esperma y glasear otras dos magdalenas.

La muy puta iba a engordar cuatro o cinco kilos con tanto Food & Sperm que iba a probar en mi compañía.

Me corro y ella se cerciora de que todos los chorros caigan dentro del habitáculo de cerámica.

El video lo tuvo que editar cortando algunas escenas que podrían escandalizar a sus patrocinadores. Es una chica seria que habla de cultura para más de un millón de seguidores. No sé qué habrá hecho con las partes no editadas.

Estuvimos liados unos dos meses. Pero enseguida se cansó de probar la misma marca de leche condensada y me cambió por otro productor.

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