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Fuiste infiel y te agarraron, ahora vas a cagar fuego
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Tiempo de lectura: 17 minutos

Laura, a sus treinta y cinco está apetecible; la combinación de una buena genética con un moderado pero perseverante cuidado del cuerpo, ha dado como resultado que atraiga a cualquier hombre que no prefiera los hombres. A eso hay que sumar una exquisita femineidad, delicadeza en los movimientos y destacable aptitud para socializar.

Leopoldo, su esposo, arriba por diez años es poseedor de una viril apostura y algo retraído en comparación con su mujer, lo cual se evidencia en el tiempo que ambos dedican a reuniones, llamadas telefónicas, intercambio de mensajes, etc.

El pasar del matrimonio es muy bueno; el cargo jerárquico de ella en una empresa le reporta buenos ingresos que solventan con creces sus necesidades personales, pues quien cubre los gastos del hogar es él cuyo desahogo económico es sensiblemente mayor, ya que además de tener un estudio jurídico junto a dos socios amigos de la adolescencia, heredó de sus padres la casa que habitan y un hotel.

Entre las cosas que contribuyeron esa sana convivencia estaba el respeto de las relaciones personales anteriores a la unión. A ninguno se le ocurría pensar que la vida de cada uno había comenzado en el momento del matrimonio, por lo cual ambos cultivaban esos lazos que enriquecen y ayudan a prevenir el tedio producto de la rutina, eso sí, respetando la prioridad siempre en favor del cónyuge.

Una cierta inquietud lo asaltó al marido cuando tomó conciencia de que los tiempos compartidos en el hogar habían disminuido en cantidad y calidad afectiva. Es sabido que cuando los cambios son lentos pero sin pausa resultan imperceptibles en el día a día, hasta que de un momento a otro se toma conciencia de que la variación producida es enorme respecto de algún tiempo atrás.

Cuando te enseñan la técnica para la solución de problemas dicen que lo primero es averiguar la causa, y el método comienza por contestar una pregunta simple «Qué pasa ahora que, antes del problema, no pasaba». La tarea de evocación y búsqueda no le costó mucho luego de ubicar el momento en que la intimidad empezó a declinar. Lo cambiante era la cantidad de tiempo fuera de casa y eso en las dos facetas, laboral y social.

Siendo un tipo metódico y poco amigo de estimaciones al boleo, tomó papel y lápiz para hacer simples sumas. El resultado dio que a las amigas antes le dedicaba tres horas y actualmente siete; referente al trabajo las cantidades dieron cuarenta antes, y ahora cuarenta y tres, siempre por semana.

Si las amigas seguían siendo las mismas es muy difícil que las costumbres hubieran cambiado tanto, entonces ¿qué había cambiado en el trabajo? Pregunta sencilla de fácil respuesta pues ella lo había contado en su momento, el jefe era uno nuevo.

Siguiendo el sabio dicho «Zapatero a tus zapatos» ni se le ocurrió oficiar de investigador, para eso también había especialistas, así que contrató los servicios de una agencia cuyo dueño conocía. El encargue fue buscar si entre jefe y subordinada había algún vínculo más allá de lo estrictamente laboral y, en caso afirmativo reunir todos los datos posibles acerca de la relación.

En cuatro días estaban los primeros resultados. Los dos implicados tenían la misma edad, él casado, dos hijos, muy buena pinta y fama de mujeriego. Algo pagado de sí mismo, el buen nombre de sus conquistas le importaba menos que tirarse un pedo, y por tanto no disimulaba sus escarceos en el trabajo, a tal punto que varios estaban al tanto de quien era la que se abría de piernas; por otro lado había un registro fotográfico de la pareja ingresando a un hotel por horas una noche en que, teóricamente, tenía reunión de amigas; además estimaban que esta situación se daba desde un mes y medio atrás.

Dos días después de recibir las pruebas de la infidelidad de Laura, y habiendo pasado la crisis del dolor, se reunió nuevamente con Julio, el titular de la agencia, para ampliar la tarea encomendada.

– “Esto le va a salir muy caro doctor, vamos a tener que hacer intervenir a varios y comprar algunas voluntades para obtener buenos resultados”.

– “Asegurada la reserva, la plata no es problema. Con vos puedo hablar tranquilamente. Si la muy cara venganza puede oficiar de escalera para salir del pozo en que me encuentro, y así tratar de rehacer mi vida, el dinero estará perfectamente gastado”.

– “No hay problema, lo voy a hacer de manera que usted quede ampliamente satisfecho”.

Días más tarde, estando Laura en el negocio de su amiga Beatriz entró un joven apuesto, vestido a la moda pero sobrio y elegante. Esperando ser atendido miró a la mujer, que también esperaba, e hizo un manifiesto y detallado recorrido de su anatomía, al punto que cuando le toco registrar las nalgas hizo un paso al costado para tener mejor enfoque. Estaba terminando el escaneo cuando la dueña se acercó.

– “Hola, te puedo ayudar en algo?”

– “Seguro que sí señora, al pasar vi la vidriera y recordé la pasión de mi hermana por la lencería de calidad y, como en una semana será su cumpleaños, pensé buscar aquí el obsequio”.

– “Por favor, no me tratés de usted, mi nombre es Beatriz”.

– “Gracias, yo soy Rómulo”.

– “Perfecto, tengo una buena variedad, cuáles son las medidas?”

– “Ahí me encontrás desnudo, no tengo idea”.

Entonces recorrió con la vista el salón, señalando a la amiga visitante.

– “Es como la señorita”.

– “Señora”.

– “Quien lo diría, si es por la expresión facial y la lozanía de la piel se podría pensar que recién salió de la adolescencia”.

– “Esa exageración es producto de tu galantería, esperemos que el marido no se entere”.

– “Al contrario, mejor que se entere y la cuide bastante pues seguro que muchos quisiéramos robársela”.

– “Vos también?”

– “Ahora que la miro con detenimiento, yo el primero”.

– “Laura, por favor acércate, acá Rómulo quiere llevar un conjunto y no sabe las medidas pero dice que su hermana es como vos, ¿cuáles son las tuyas?”

– “Te las diré al oído porque no hay que divulgar intimidades”.

– “Perdón, no los presenté, Rómulo, esta señora es mi amiga Laura, y tampoco la trates de usted”.

Mientras Beatriz buscaba muestras siguió el diálogo.

– “Laura, un gran placer”

– “Siempre mirás así a las mujeres?

– “No siempre, en estos tiempos en que las mujeres tratan de ser iguales a los hombres, solo miro a aquellas que siendo lindas derraman femineidad, sin que ello les impida tener una personalidad bien afirmada. Gracias por ayudarme con las medidas, y tenés razón en no divulgarlas pues podés estar alimentando la imaginación de un desconocido que podría ser un violador serial”.

– “No lo parecés”.

– “Y no lo soy, pero ante una curva pronunciada hasta el más equilibrado vuelca”.

– “Gracias por lo que me toca”.

– “Por nada eh. . .”.

– “Qué ibas a decir?”

– “Es que casi descarrilo en la curva con algo inconveniente, sobre todo si recién nos conocemos”.

– “Por favor no me dejés con la intriga, te juro que escucharé sin enojarme”.

– “De todos modos si te sintieras molesta tendrías razón, pues en cierto modo es un atrevimiento y más siendo casada. Te iba a decir que en lugar de que te toquen las palabras preferiría que lo hicieran mis manos y, ya que el vuelco es inevitable, mi sueño sería que en lugar decir las medidas, hicieras de modelo”.

En eso llegó Beatriz con varios conjuntos para elegir que desplegó sobre el mostrador.

– “De qué hablaban?”

– “Le contaba de la buena calidad de tus prendas”.

Los conjuntos presentados eran preciosos, en una gama que iba de los muy sugerentes a los recatados, y en la elección el comprador pidió el parecer de ambas, agregando que el principal beneficiado sería su cuñado pues, sabía por su hermana, que le encantaba verla con esa única vestimenta. Seleccionada la compra, profundizó el galanteo.

– “Laura, de todos estos, cuál sería de tu gusto?”

– “Este”.

Y señaló uno que cubría muy bien tanto adelante como atrás pero, en el sector de la entrepierna, era transparente. Cuando la interrogada tomó conciencia de que estaba haciendo partícipe de una intimidad al recién conocido ya era tarde. La sonrisa del varón, mirándola y mordiendo su labio inferior, fue más que elocuente.

Días después, un sábado, estaba Rómulo tomando un café en el patio de comidas del centro de compras donde había adquirido el regalo para su hermana, cuando le llama la atención una pareja que se sentaba unas mesas más allá. Encontrando en ellos algo familiar prestó atención cayendo en cuenta que la mujer era Laura; cuando se sentaron ella quedó en cuarto de perfil respecto de él, mientras su acompañante lo hacía casi dándole la espalda.

Naturalmente centro su vista sobre ella y, cuando las miradas se encontraron, la saludó sonriendo con una leve inclinación de cabeza, siendo correspondido de la misma manera después de constatar que el acompañante miraba su celular.

Los siguientes minutos fueron de intercambio de gestos de agrado, ostensibles en el varón y velados en la mujer hasta que ella se levantó dirigiéndose al sector de baños. El perseguidor hizo lo mismo para encontrarla en el pasillo.

– “Me estás siguiendo?”

– “Eso desearía pero no sé dónde vivís ni donde trabajás, así que debo rogar que la suerte nos reúna como ahora. En este papelito está mi teléfono, por favor, de vez en cuando un saludo”.

– “El que está conmigo es mi esposo, ni se te ocurra acercarte”.

– “No veo por qué, soy incapaz de hacer algo que te perjudique”.

– “De acuerdo con tus intenciones, pero vos no me mirás, sino que me comés con los ojos, y eso se nota”.

– “Perdón, pero no lo puedo evitar, me tenés trastornado, he perdido los papeles con vos. Un pedido especial y casi inocente; ese vestido te cubre demasiado arriba y abajo, cuando vuelvas a sentarte, me darías el gusto inmenso de subirlo apenas arriba de las rodillas?”

– “Estás loco”.

– “Sí, loco por vos”.

– “Me voy, no puedo demorarme más”.

– “Te ruego, no olvides mi pedido”.

Lo habitual en la señora de Leopoldo es usar vestidos sueltos, con reducido escote y bajando un palmo de las rodillas. No necesita exhibir su cuerpo para cautivar, esa tarea está a cargo de sus bellas facciones y el contraste entre la delgadez del físico, sus pechos medianos y las firmes nalgas que, insinuándose bajo la tela, hacen volver las miradas sobre su femenino y elegante andar.

Vueltos cada uno a su mesa el macho siguió con la vista clavada en el objeto de sus deseos, mientras la hembra deseada trataba de seguir la charla del marido sin poder sustraerse al placer de saberse observada y así, cada vez que cruzaban las miradas recibía gestos rogando que elevara el ruedo.

Y tanto va el cántaro a la fuente… que bajó la mano y lentamente corrió la prenda hasta más arriba de las rodillas, todo sin dejar de prestar atención al acompañante. Permaneció así unos instantes y miró al destinatario de la muestra, para encontrar su cara sonriente mordiéndose los labios y pidiendo abrir los muslos que se mostraban firmemente apretados.

Entre avergonzada y arrepentida con rápido movimiento volvió la tela a su lugar mostrando cara de contrariedad. Cuando nuevamente miró al mirón percibió el gesto lastimero reiterando su deseo. Solicitud, y negación con la cabeza, ocuparon algunos minutos hasta que la perseverante insistencia tuvo su premio, y el Lobo se comió a Caperucita porque ella quería ser comida, de manera que moviéndose en la silla se ubicó bien de frente bajando la mano mientras hablaba con su compañero. Esa fue la señal para que Rómulo alistara la cámara del celular y enfocara con el zoom.

Como si fuera algo ensayado el registro de imágenes comenzó al aparecer las rodillas y siguió hasta que los muslos, después de mostrar en su nacimiento la transparencia de la bombacha durante un ratito, se cerraron lentamente para volver a ocultarse bajo el vestido. El último gesto visto por ella fue leerle los labios diciendo «Precioso, gracias».

Esa tarde Laura no pudo sustraerse a la tentación de enviarle un mensaje.

– “Me alegro que te haya gustado”.

En seguida se encendieron las señales celestes de lectura, pero la respuesta se hizo esperar un poco. Llegó mostrando dos textos y dos imágenes.

La primera escritura decía <Esta noche, al acostarme, esperaré el sueño mirando esta preciosidad>, y a continuación la foto de ella, abierta de piernas mostrando la parte transparente de la bombacha ubicada en la unión de los muslos, mientras su cara estaba vuelta dándole frente a su esposo.

El segundo texto agregaba «Pero mientras miro esa delicia me daré el gusto en soledad», y más abajo la imagen de él, tirado en la cama, mirando el teléfono que sostenía en la mano izquierda mientras la derecha empuñaba el tronco de una majestuosa poronga que se alzaba desde la deprendida bragueta.

– “Por Dios, no vuelvas a enviarme algo así, es muy peligroso y ya borro todo”.

Y lo borró, pero después de ir al baño y pajearse como una poseída, mirando con ansias la pija del galán

El viernes siguiente tocó reunión con amigas, programa frecuente que consistía en cena y después tragos en alguna discoteca; poco antes de salir llegó un mensaje «Lo que daría porque fueras soltera y así tenerte para mí toda la noche de este viernes»; la respuesta fue rápida «Por más que fuera soltera no podría, con mis amigas cenamos en El Rancho y después tomaremos algo en Cronopios»; la contestación fue corta «Gracias por el dato».

Cuatro amigas, cómodamente ubicadas en sillones semicirculares alrededor de una mesa ratona, vieron acercarse por un costado al apuesto joven que, en una ojeada con gesto de sorpresa, paró.

– “Beatriz, Laura, qué coincidencia”.

Acercándose para saludar a ambas con una beso en la mejilla les contó que había venido con dos amigos los cuales estaban ya emparejados y, para matar el aburrimiento pensaba repetir su consumición. Aceptado el ofrecimiento de invitarlas con algo siguió camino a la barra para volver haciendo equilibrio con las cinco copas. Consecuencia lógica de las bebidas ofrecidas fue que las damas le hicieran lugar entre ellas, ubicándose en medio de las dos conocidas.

Después de agradecerles la ayuda en la compra les contó que el regalo había sido muy bien recibido así que pensaba repetirlo cuando fuera la oportunidad. El peso de la charla lo llevaba Beatriz por lo cual el caballero giraba más la cabeza hacia la derecha, aunque sin desatender a Laura sentada a su izquierda. Esta llevaba el habitual vestido holgado, liviano y a media pierna, teniendo sobre la falda una camperita por si refrescaba a la hora de irse.

El hacerle espacio en el asiento hizo que estuvieran casi pegados y así Rómulo, mientras hablaba con la dueña de la lencería, recorría suavemente con el dorso de la mano izquierda el muslo cuya piel conocía por la fotografía, pero ahora el tacto era quien se encargaba de la sensación aunque hubiera ropa de por medio.

Igual que en el café la insistencia logró su cometido. La hembra deseosa, simulando acomodarse, corrió el vuelo del vestido para que no fuera apretado al sentarse. El macho al darse cuenta la miró agradeciéndole con una sonrisa y mientras su cabeza giraba hacia el otro lado la mano se internaba bajo la tela y hacía contacto con la piel, provocando un estremecimiento en ella, que ubicó la campera disimulando el movimiento invasivo.

Evidentemente el deseo de ambos había entrado en espiral ascendente pero debían ser cuidadosos, así que lentamente progresó la mano varonil hacia la cara interna de los muslos para encaminarse a la unión y ahí, comenzar la primera incursión en ese nido ajeno.

El progreso de las caricias hizo que el flujo aumentara su caudal y tentara al invasor a saborear ese líquido espeso. Para ello volvió la cara hacia Laura y, sacando la mano, se llevó los dedos a la boca. La expresión de quien no puede creer lo que ven sus ojos dominaba la cara de la hembra que, estupefacta, contemplaba esos labios que alternaban palabras con lamidas.

Saciado el saboreo la mano volvió a la cueva, cuyo sabor había probado, hasta que las uñas femeninas se clavaron en el antebrazo que había tenido apretado durante el ingreso de los dedos. Fue la señal para que el varón decidiera avanzar de otra manera.

– “Laura, querés bailar conmigo?”

Al ver que asentía sin hablar tomó una de sus manos para llevarla a la pista donde la abrazó y, a paso de baile la fue llevando a la otra punta; habiendo comprobado que la multitud de bailarines los ocultaban de la vista de las amigas la apretó desde las nalgas para besarla con urgencia, cosa que ella no solo acepto sino que colaboró decididamente. Sin necesidad de palabras esta mujercita mostraba su claudicación, indicando que, carnalmente, tenía un nuevo dueño.

– “Ahora, lo que viste en foto, está al alcance tu mano, agarralo con ganas como si fuera tu tabla de salvación, como si tu felicidad dependiera de su dureza”.

– “No, aquí no”.

– “Mejor que lo hagás porque de lo contrario, aquí en la pista te voy a clavar como si fueras una mariposa. Así preciosa, recorré con dulzura ese tronco que palpita por taponar tu conchita”.

– “Yo también lo deseo pero aquí no podemos”.

– “Es verdad, de hacerlo nos echarían, pero así, de pie y bailando vas a acabar como una burra”.

Y pasando del dicho al hecho se ubicó de espaldas a la pared, lentamente le subió el ruedo del vestido y metió la mano bajo la bombacha por segunda vez. Los que bailaban solo podían observar a un hombre hablando al oído de una mujer, que miraba la decoración del muro de en frente.

– “Así putita, gemí tranquila con mis dedos adentro que nadie te va a escuchar”.

– “No sigás que me voy a caer”.

– “No tengás miedo, yo te sostengo”.

Y así fue, de no ser por los brazos masculinos su último gemido y estertor la hubieran encontrado sentada en suelo.

Repuesta de la corrida y con la voluntad anulada fue llevada a un sillón desocupado en uno de los rincones, pero en seguida cambiaron por otro que dejaban libre y daba la espalda al sector destinado al baile. Al sentarse, arremango el vestido y se estremeció cuando la piel de sus piernas hicieron contacto con la fría superficie.

Nuevamente la boca de la infiel fue visitada por la movediza lengua del conquistador que, en seguida, la invitó a saborear algo más.

– “Ahora tesoro, buscá lo que estás deseando comer para luego beber su jugo”.

Como una autómata bajo el cierre de la bragueta, sacó el miembro duro y, mirándolo embelesada se lo llevó a la boca. Mientras ella sorbía con deleite él entrando por atrás alternaba caricias y entradas en culito y conchita. La lubricación delantera facilitaba el ingreso en el anillo estriado.

– “Mi amor, ahora no hay tiempo, pero la próxima este anito no se salva”.

Mientras las caricias renovaban su excitación a pasos agigantados empezó a sentir la tensión en el cuerpo del varón junto a un sonido gutural que anunciaban la próxima corrida, concretada en las palpitaciones de la pija escupiendo leche.

Tragadas las emisiones fue levantada como si fuera una muñeca y en lo que dura un parpadeo se encontró a caballo de los muslos de Rómulo, con el vestido en la cintura, la bombacha corrida y su vagina ocupada por el palo que antes tenía en la boca.

– “Ahora preciosa no hay que permitir que se ablande, removelo dentro tuyo que vas a acabar de nuevo”.

Una mano frotando el clítoris y la otra oprimiendo por turnos las tetas lograron su cometido y esta vez sí quedó hecha una piltrafa abrazada y con el miembro todavía duro en su interior. Al recuperarse, horcajada y chupando la lengua del que la había sometido se sinceró.

– “Querido mío, nunca había gozado tanto en tan poco tiempo, te amo”.

– “Vamos preciosa te tengo que devolver a tus amigas o se extrañaran del lapso que llevamos alejados”.

Llegaron al sillón que habían dejado cuarenta minutos atrás, ella con paso vacilante y gesto de cansancio, cosa que preocupó a Beatriz.

– “Parecés agotada, te sentís bien?”

– “Sí, creo que se juntaron la bebida con una bajada de presión”.

– “Bueno chicas, les devuelvo la amiga, ha sido un placer, que sigan bien”.

Ya sin la presencia de Rómulo, acercándose y en voz baja, Beatriz le habló a Laura.

– “Mi sugerencia es que tengas cuidado con este muchacho, puede traerte algún dolor de cabeza”.

Mientras hacía la seña de asentimiento pensaba, qué diría si supiera que todavía tengo en la boca algunos grumos de su semen.

El lunes siguiente llegó un mensaje al teléfono de Laura «Cuando puedas llamame, necesito tu ayuda». Como estaba en el trabajo no adoptó precaución alguna para cumplir el pedido.

– “Recibí tu mensaje”.

– “Gracias por contestar, necesito el punto de vista de una mujer. La empresa me va a pagar el alquiler de un departamento pequeño pero cómodo y, en la elección hay cosas que a los hombres se nos escapan. El miércoles a la tarde tengo que ver uno a estrenar pues el edificio se terminó hace poco. No nos llevaría más de una hora y, de paso podemos tomar un café, me podrás acompañar?

– “De acuerdo, a qué hora”.

– “A las dieciocho en la esquina de Ayacucho y Maipú”

– “Perfecto, nos vemos”.

El miércoles llegó del trabajo a las quince, hora habitual, comieron y luego de una pequeña sobremesa, el esposo se tiró un rato a descansar; al despertarse alrededor de las cinco de la tarde vio que ella se estaba arreglando.

– “Estás por salir?”

– “Sí, Juana anda algo deprimida y me pidió que fuéramos a tomar un café. No me digas que te has vuelto controlador”.

– “De ninguna manera, eso sería contradecirme, pues a lo largo de los años hemos acordado y respetado la propia autonomía, además ningún control sirve ya que esa atadura artificial transforma en obligación lo que debiera ser voluntaria y jubilosa unión”.

– “Si querés me quedo”.

– “Para nada, yo deseo que en pleno uso de tu libertad hagas todo aquello que contribuya a tu felicidad”.

Ante esas palabras se sintió una mierda; él preocupado por su felicidad y ella preparándose minuciosamente para gozar la infidelidad. Así, con cierto sentimiento de culpa, fue al encuentro de quien la había hecho gozar como una perra en la discoteca.

En la esquina donde habían acordado él la esperaba con su elegancia habitual y sonriente. Para disimular se besaron en la mejilla, aunque la lengua del varón saliera un poco para recorrer esa porción de piel.

– “Loco”.

– “Es verdad, estoy enloquecido con el recuerdo de esa boca, que ahora solo me rozó la cara, pero días atrás hambrienta me comió la pija y sedienta bebió mi leche”.

– “Por favor no me recordés eso que todavía no entiendo cómo pude hacerlo. Hace un rato Leopoldo me despidió diciendo que deseaba mi felicidad en lo que sea que haga. Me siento una basura”.

Pocos metros caminaron hasta la entrada donde los esperaba un señor que les franquearía el ingreso. Rómulo la presento como su novia que lo ayudaría a elegir el nidito de amor. El rubor, que empezó a insinuarse en la cara de la aludida, aumentó súbitamente cuando cayó en cuenta de la alianza que lucía en el anular izquierdo.

El departamento tenía dormitorio, baño y cocina comedor amplios y luminosos haciéndolo atrayente. Mientras la pareja miraba el aparato proveedor del agua caliente el hombre que los acompañaba recibió aviso de que otras personas querían ver un departamento más grande ubicado en un piso superior.

Rómulo le dijo que atendiera tranquilo mientras ellos pensaban sobre los muebles y adornos que necesitarían comprar y, mientras hablaba separaba con una mano las nalgas de Laura haciendo que el orificio del ano fuera presionado por algún dedo invasor. La hembra manoseada disimuló como pudo, aunque complacida por dentro, y apenas se escuchó el ruido de la puerta cerrándose se volvió hacia quien hurgaba sus posaderas para recriminarle el atrevimiento pero no pudo, su boca fue tapada por los labios del que la acariciaba y que parecía tener más de dos manos; sentía que simultáneamente le tocaban los pechos retorciendo los pezones, dos dedos se introducían en la vulva, algo entraba en su culo y una última le recorría la espalda buscando la cremallera.

Al bajar el cierre trasero y hacer caer la prenda al suelo quedó en corpiño y bombacha con las manos tapando la cara y la cabeza gacha por la vergüenza, pues la luminosidad natural permitía que cada parte del cuerpo fuera apreciada con nitidez. Los pezones tratando de perforar las copas y la tela transparente de la entrepierna mostraba el vello púbico mojado por el flujo y cayendo lacio.

– “Me pueden ver a través de la ventana”.

– “Me encantaría que alguien pueda apreciar la belleza de la hembra que comparte placeres conmigo”.

Y tomándola de la mano la llevó frente a la puerta de vidrio corrediza que daba al balcón haciéndola arrodillar, para luego extraer el miembro y acercárselo a los labios.

– “Por lo que más quieras, no me hagás esto”.

– “En este momento lo que más quiero es tu boca devorando mi pija que hace rato viene erguida esperándote”

Increíblemente obediente lamió, chupó y se pasó por la cara el glande baboso en un gesto de atracción insalvable.

– “Qué lástima tener tan poco tiempo disponible, hubiera querido que me alcance para distribuir semen en boca, vagina y culito, pero tendré que conformarme con entrar un poco en cada uno y eyacular en el último”.

– “No por favor, va a regresar el encargado”.

– “No te preocupés mi cielo lo haremos rápido, ahora toca conchita, vení acá, así mi vida, medio cuerpo afuera de la ventana, ahora girá un poquito el torso para que pueda ver el movimiento de tus tetas al ritmo de los empujones con que te clavo”.

– “Por favor no me hagás eso, alguien que me conozca puede, de casualidad, verme”.

– “No te preocupés hermosura, ni tu madre reconocería en esta puta a la señora del doctor que no muestra las rodillas y mucho menos el canal que divide los pechos”.

– “Realmente sos malo conmigo, te aprovechas de mi debilidad, con vos sí soy una puta pero no lo puedo remediar. ¡Ay madre santa, me viene, me corro, quédate dentro un poquito, dame tiempo a terminar!”

Cuando terminó el orgasmo, agarrada al marco de la ventana fue bajando hasta el piso donde quedó sentada en la falda de Rómulo que le acariciaba la cara.

– “Veo que gozaste bien mi cielo, ahora un minuto de descanso y hacemos la última etapa, acostate con la colita para arriba y mientras te relajás lubrico bien el conducto que me va a recibir”.

Cumpliendo con el aviso hecho en la discoteca había llevado un pote con vaselina líquida. La laxitud de Laura facilitó la apertura del ano para verter el líquido y hacerlo correr por las paredes.

– “Por favor poné cuidado para no lastimarme”.

– “Desde luego mi amor, voy a hacer todo lo posible para que no te represente un sufrimiento. Vos simplemente aflojá al máximo todo tu cuerpo, hace de cuenta que en lugar de recibir vas a evacuar”

Buena alumna resultó, el ingreso fue apenas resistido y sobrepasado el primer tramo el resto fue fácil. Para ella resulto una sensación desconocida pero su buena disposición para la entrega hizo tolerable la incomodidad. El macho, con experiencia en el tema apeló en seguida al frotamiento de la vulva para que el placer opacara la molestia y diez estocadas fueron suficientes para regar con leche el recto.

– “Menos mal que no me rompiste, pues mi marido se hubiera dado cuenta”.

– “Espero que al llegar no te toque, porque va a encontrar grumos que nada tienen que ver con lo que habitualmente sale. Arreglémonos que apenas llegue el encargado nos vamos”.

Al día siguiente Julio lo llamó a Leopoldo.

– “Hola doctor, lo llamo porque creo que, para conseguir el objetivo, lo que tenemos es suficiente. Estimo que prolongar la actividad es gastar tiempo y dinero sin por ello modificar el resultado. Tendrá algo de tiempo para ver lo obtenido?

– “Desde luego, podrás venir al estudio?”

– “En media hora estoy”.

Reunidos en el despacho conectaron la memoria portátil a la computadora y vieron lo filmado en la discoteca y después en el departamento vacío. Coincidiendo ambos en dar por concluida la actividad de reunir pruebas, acordaron empezar la etapa final.

Sesenta días pasaron desde aquel encuentro fortuito en la lencería de Beatriz, fecha presente en la memoria de la adúltera que temprano, sentada orinando, antes de salir para el trabajo, mandó el mensaje aludiendo a la conmemoración.

– “Mi amor, gracias por estos dos meses de afecto entrañable, dicho en sentido literal, pues mis entrañas añoran tu presencia”.

La ausencia de las dos tildes celestes indicando haber sido leído no apareció mientras estuvo en casa y tampoco al ocupar su escritorio en la oficina. El «Día de la Dulzura» es un invento de los comerciantes para aumentar sus ventas, y las masas aborregadas siguen esos dictados de la moda para no sentirse marginadas. Por eso a nadie le extrañó que, próximos al festejo, esa mañana, apenas empezada la jornada, llegara una caja conteniendo tantas bolsas como empleados, exhibiendo nombre y apellido del destinatario con un deseo de feliz día y atribuyendo el envío al Directorio.

Los más ansiosos abrieron rápidamente, dándose con una pequeña caja de bombones, que empezaron a saborear aplaudiendo tan exquisita iniciativa hasta que un empleado, que miraba fijamente la pantalla, frenó el festejo preguntando.

– “Alguien abrió el pen drive que está en el fondo de la bolsita?”

La que contestó fue Laura.

– “En la mía están solo los bombones”.

El que había hecho la pregunta la miró con una expresión que decía, «es lógico», y volvió la vista a las imágenes que desfilaban, dándose cuenta que la jefa de división se aproximaba.

– “No creo que te convenga mirar esto”.

– “¡Santo cielo!”

Y se vio a sí misma, mirando la cámara con la cara descompuesta y un rictus de dolor-placer ante las acometidas de Rómulo que, teniéndola en cuatro, sepultaba una semejante poronga en su culo. Su paso tambaleante hacia la mesa de trabajo, tapándose la cara, fue interrumpido por la voz de una compañera diciéndole que el subgerente la requería con urgencia. Pálida, llamó a la puerta.

– “Pasá puta, no te imaginaba tan fotogénica y además una consumada actriz, esto explica el poco tiempo disponible para mí en los últimos dos meses. Ahora vas sentir lo que acarrea una traición, pues lo que en este momento están viendo tus compañeros me voy a encargar de que llegue hasta los barrenderos de la cuadra”.

– “Y vos sos el indicado para hablar de traición, basura”.

La salida del despacho fue seguida de un sonoro portazo, dirigiéndose a juntar sus cosas y abandonar el edificio. Ya en la calle, abrumada por lo sucedido, lo llamó a su marido preguntándole si podía buscarla.

– “No querida, lo lamento, estoy en casa rumiando mi desgracia”.

– “¡Qué pasó!”

– “Cuando llegues te lo cuento”.

Al entrar al comedor y ver a Leopoldo frente a la portátil, con la caja de bombones al costado, comprendió dolorosamente que había tocado fondo.

Y como las malas noticias vuelan, antes del anochecer el grupo de amigas ya estaba al tanto, algo que se hizo evidente cuando ninguna contestó sus intentos de comunicación. Las personas que caen en desgracia son ayudadas cuando son inculpables respecto del motivo de su situación. Cuando el calvario fue una elaboración personal, el entorno escapa como de un apestado. Rómulo, que le había prometido amor eterno, que había lamentado conocerla ya casada, a quien acompañó para elegir el futuro nido de amor, ni siquiera abrió los mensajes.

La mañana siguiente se formalizó el pedido de divorcio y dentro de la semana se acordó con el juez la manutención hasta la sentencia.

El día después de la hecatombe producida por el contenido de la bolsita, llegó al mostrador del empleado de seguridad del edificio el joven que dejaba los cuadernillos de ofertas semanales de algún supermercado. Esta vez se trataba de un comercio próximo a inaugurar. Como el muchacho ya era conocido, después de recibirle algunos, lo dejó entrar para distribuir en oficinas de los pisos superiores; cuando salía le preguntó.

– “La tapa muestra buenas ofertas, ¿sabés cuándo inaugura?”

– “Ni idea, seguramente adentro dirá, me los entregó un señor que no conocía”.

El guardia separó cuatro ejemplares para su familia y siguió con la tarea. Media hora después sonó su teléfono.

– “Te habla Horacio, de la compañía Serfin, entregaste las propagandas del supermercado?”

– “No señor, aquel que desea retira, nosotros no entregamos”.

– “Te quedan algunas?”

– “No señor, otras veces permanecen toda la mañana, pero hoy a los quince minutos ya habían desaparecido”.

– “La puta madre, perdón, se me escapó”.

Intrigado, el empleado tomó uno de los cuadernillos y, abriéndolo, entendió todo. La hoja del medio estaba ocupada por fotografías del subgerente que recién había llamado, en plena y variada actividad sexual con la jefa de división que le dependía.

Naturalmente ninguno de los ejemplares guardados fue recibido por su familia, dejó uno para él y los otros a distribuir entre sus compañeros.

Como era de esperar a la secretaria del gerente general le faltaron piernas para hacerle conocer a su jefe el contenido del folleto, haciendo hincapié en la imagen que mostraba al hombre apoyando las nalgas en el escritorio y, entre sus piernas abiertas, a la mujer de rodillas con una buena porción del miembro en la boca. Era el momento, largamente esperado, para vengarse de las insinuaciones repugnantes que había recibido del engreído hijo de puta.

Y así la desaparición de la adúltera fue seguida, un día después, por la del galán que se ufanaba de usarla.

Finalizada la tarea hubo una última reunión entre Leopoldo y Julio, pues éste quería entregarle las constancias que habían quedado en su poder para que el cliente dispusiera de ellas según su parecer.

– “Julio, quiero agradecerte lo bien que has manejado este asunto que excedía mis fuerzas, además tenemos que arreglar cuentas, seguramente te debo algo”.

– “No doctor, de lo que usted me adelantó, sobró plata y mucha”.

– “Entonces voy a necesitar otro servicio, de lo que quedó hacés dos partes, una para vos y otra para Rómulo, cuya excelente actuación debo reconocer, aunque para mí fuera un dolor espantoso”.

Ahora a remontar la cuesta.

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