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Historias de hospital (II)

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Recuerdo con claridad ese día porqué me desperté con un apretón en una nalga. Aquel calor de los mil demonios me hacía dormir lo más ligera posible y esa noche me había puesto una licra tipo cachetero de color azul y una camisilla blanca. Se me veían la mitad de las nalgas.

Mi esposo me apretó una nalga y para cuando tomé conciencia de la mañana ya tenía su lengua dentro del culo, cosa común entre nosotros. Podíamos pasar largos minutos mamando culo antes de proceder al acto. A él le gustaba, a mí también. Me quitó el cachetero y me puso en cuatro para follarme así. Se vino adentro.

–Buenos días mi amor –me dijo sonriendo.

–Buenos días mi amor –dije sonriendo. Nada mejor que empezar el día con un polvo.

Recuerdo ese día además porque fue el día en que se declararon la pandemia por el Covid–19 oficialmente. La gente empezaba a morir y en el hospital reinaba el miedo. Nadie sabía si era vulnerable o no. Al ser personal médico estábamos obviamente expuestos al contagio aún con todos los cuidados posibles. La instrucción fue permanecer en el hospital hasta nueva orden. Nadie se quejó, nadie quería llevar el virus a casa.

Organizamos unas camillas para descansar por turnos en un recinto alejado de las urgencias y los pacientes. La situación era dramática.

–Amor no puedo volver a casa aún… podría contagiarte – Le dije a mi esposo al tercer día.

––Pero tú estás bien

Puedo ser portadora

–¿Cuándo volverás?

–No lo sé.

Al final del cuarto día una enfermera, compañera cercana, cayó enferma. Murió al sexto día. Aquello nos golpeó muy fuerte. Me derrumbé. No quería llamar a mi esposo para no preocuparlo más. Fui hasta la habitación en la que dormíamos y en un rincón me solté a llorar.

Mi pena encontró un consuelo cuando sentí un brazo rodeándome. No me importaba quien era, compartíamos el dolor y le abracé. Cuando levanté la vista me encontré Jhon, un médico internista, yo diría que guapo y agradable, y por cuya cara también corrían lágrimas ante la terrible eventualidad.

El personal médico era mi familia por aquellos días, compartíamos los éxitos de un paciente salvado y el dolor de cada muerto que se apilaba en las estadísticas. Hice especial conexión con Jhon, tal vez por haber compartido aquel momento. Hablábamos de todo, al principio cosas generales del trabajo, días después cosas más íntimas, de nuestras familias más que nada.

El día 15 de todo aquello coincidimos en un descanso a las 2 am.

–No puedo dormir, me cuesta mucho – Me dijo.

–Que tonto, yo sí me duermo fácil jejeje –bromeé.

–Nunca había visto tantos muertos juntos

–Lo sé yo tampoco

–Y me hace falta salir de acá… vivir la vida normal

–Totalmente…¿Qué es lo que más extrañas?

–mmmm comer algo rico, en un restaurante jejeje

–Sí, yo también

–Y a mi esposa… me hace falta follar

Hubo un silencio… pero era verdad.

–Si, yo también tengo muchas ganas de follar –dije.

Me di la vuelta y me dormí por el par de horas que tenía disponibles para ello. Al día siguiente vi a Jhon más de lo normal, parecía que hacía un esfuerzo por cruzarse conmigo. Eso me agradó. En aquella situación cualquier buena energía era un bálsamo. Y no lo voy a negar, necesitaba follar.

Me metí al baño y traté de masturbarme pero me sentí ridícula, gente muriendo o padeciendo a pocos metros y yo tratando de satisfacer aquel placer fisiológico. Lo dejé y volví al trabajo. Al día 20 nos reunieron a todo el personal médico.

–Entendemos el sacrificio que esto implica, no hay mucho que podamos hacer para mejorar la situación. Pero creemos que es importante liberar la mente para poder seguir cumpliendo con la labor –Dijo el director de la clínica.

El plan era que, en grupos, íbamos a tener un día de descanso en un hotel de la ciudad, comida, comodidad, relajamiento por un rato. Me tocó de segunda junto con otros tres compañeros, dos enfermeras y… casualmente, Jhon.

Salimos del hospital a las 8 am. Subimos a un carro. Jenny iba adelante, Matilde, Jhon y yo atrás. Yo iba en la mitad. Mi pierna rozaba con la de Jhon, sentía una energía intensa allí. Lo primero que hicimos al llegar al hotel fue desayunar delicioso. Después, Jenny y Matilde decidieron que querían descansar, así que se fueron a sus habitaciones y no las vimos más hasta el día siguiente a las 8 am cuando nos recogieron para volver al hospital.

–Me voy a tomar una copa –Me dijo.

–Suena bien… te acompaño

Pedimos una botella de vino que pagamos de nuestro bolsillo y nos sentamos en una mesa junto a la piscina. Después de dos copas ya el vino hacía efecto.

–¿Recuerdas lo que dijiste que extrañabas? –Me dijo.

–No recuerdo la verdad

–Comer en un buen restaurante… y follar

–ohhh si jajaja… normal, las necesidades

–Llevamos 22 días acá… ¿Cuántos polvos te has perdido?

–jajaja wow… no sé… a ver… unos… 22 jajaja! – mentí, no follaba tanto.

–jajaja chica

–¿Qué? ¿Cuántos te has perdido tú?

–mmmm unos 8

–O sea que te follas a tu esposa cada tres días…

–Eso sería… estadísticamente correcto

Pedimos otra botella de vino.

–No hemos visto las habitaciones… ¿vamos a verlas? –Me dijo. No soy ilusa… sabía que buscaba… yo quería.

Tomamos el ascensor hasta el séptimo piso. Caminamos por un largo pasillo hasta mi habitación, la 720. Metí la llave en la cerradura y abrí. La luz me nubló la vista. Mi habitación tenía un enorme balcón que daba a las montañas de la ciudad. Fui directo al balcón y aferrándome de la baranda respiré hondo y dejé salir todo lo pesado de aquellos días.

–Tu esposo debe extrañar mucho ese culo –Me dijo, yo me hice la que no oí.

–¿Qué?

–Que tienes un cuerpo muy bonito

–¿Es una tremenda suerte que nos haya tocado el descanso juntos no?

–No es suerte, conozco al tipo que organizaba los grupos y le di un dinero para que me pusiera contigo

–¡Bandido! jajaja

–Culpable soy

–¿Y acaso qué esperas que pase?

Se acercó a mí y me clavó un beso fuerte. Mi boca terminó abriéndose para dejar entrar su lengua. Entramos a la habitación, cerramos la ventana, servimos otro par de copas y yo me quité la ropa para quedar en ropa interior. Mi culito firme rebotaba mientras caminaba por ahí jugueteando, él me miraba tomando de su copa.

–¿Y qué es lo que más extrañas de follar? – le pregunté.

–Bueno… mi esposa es muy buena chupándomela ¿Que extrañas tú?

–Mi esposo tiene esta costumbre de… mamarme el culo

Fui hasta él, me puse de rodillas, le bajé su pantalón de médico y empecé a chupársela. Pedimos otra botella de vino. No había prisa, eran como unas vacaciones, se la chupé por largos minutos. Me llevó a la cama y me puso en cuatro gentilmente, corrió mi tanga y separando mis nalgas introdujo su lengua en mi ano y empezó a juguetear allí.

Se puso de pie y su verga tiesa se posó entre mis piernas, con la mano la dirigió a buscar mi coño y me penetró. Después de 22 días aquello fue glorioso.

–Aaaah ufff –grité.

Sus bolas chocaban contra mi una y otra vez.

–Tienes un culito muy perfecto –Me dijo.

–Hago ejercicio papi

–Tu esposo es un afortunado

–El afortunado eres tú

Me di la vuelta y caí de espaldas en la cama, abrí y alcé mis piernas y le ofrecí mi coño, peludo para entonces. Él tampoco estaba depilado, nadie lo estaba. Me besaba mientras me penetraba el coño.

–¿Te gusta por detrás? – Me preguntó.

–Ufff sí, pero espera

Me conocía, sabía cómo me dolía y cómo no. Me puse de ladito y me levanté la nalga. Jhon escupió su mano y embadurnó su falo. Con cara de sevicia puso su aparato sobre mi asterisco y empujó. Yo era una experta en aquello, mi esposo tenía un fetiche. Esa verga se deslizó como un cuerpo en un tobogán y me la hundió hasta la base.

Se hicieron las 11 de la mañana y ya estábamos algo ebrios. Caímos rendidos y me desperté como a las 3 de la tarde.

–¿Qué quieres? –me dijo.

–comida, más vino, y follar más

Debido al ajetreo en el hospital había ocasiones en las que simplemente no le contestaba a mi esposo. No le había contado sobre aquel “permiso” así que ignoré sus mensajes como si estuviera ocupada. No fue el caso de Jhon. Su teléfono sonó.

–Es mi esposa –dijo.

–Contesta… yo me quedo calladita

–Calladita pero no quieta, empecé a chupársela.

–Hola Amoooor –dijo.

–Est to to y, des cansando en el cu cu cuarto –dijo mientras yo le mamaba las bolas.

–Te te a amo, ahora te te llamo

Dormimos juntos. Las habitaciones de las otras chicas quedaban en otro piso, nunca fue un problema. Al día siguiente nos echamos un rapidito en la mañana y bajamos a desayunar. A las 8 estábamos en la puerta del hotel junto a Jenny y Matilde tomando el auto de vuelta al infierno.

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