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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (34)

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Para dos propuestas. ¿La misma traición?

—Pero… ¡Jueputa vida la mía! ¿De qué mierdas estás hablando ahora?

Enojado, estrella el culo tallado del vaso contra la colcha, manchando a la inocente. Amenazante se eleva un goterón pero cae para seguir formando parte de su fondo. Se esparcen gotas en el ambiente superando la redonda boca abierta y éstas, en su corta trayectoria elíptica, no alcanzan a divisar que en nuestro descontento horizonte, este lunes comienza a clarear. Abatidas son recibidas por la tela, absorbidas ya forman parte del acolchado edredón y… ¡La tregua se rompe!

Se sienta al borde de la cama y me desaíra al darme la espalda. Estrepitosamente coloca el vaso con su coctel sin terminar sobre la mesita de noche, y a dos manos, –sin soltar el cigarrillo que ha sido otra víctima al mojarse– se toma la cabeza.

¡Ya sabía yo, que de eso tan bueno no dan tanto! Me sorprende Mariana con esta nueva revelación, pero más me irrita reconocer que por cobarde y por idiota, dejé pasar por alto esta inesperada información. Puede que no sea tan relevante pero es que… ¡Mierda!

— ¿Y entonces de cual mujer estás hablando? ¿No te bastó con seducir a tu amiguita? ¿O es que de verdad se te cruzaron los cables, y te quedó gustando tanto que ya no le haces asco a nada ni a nadie, y no desaprovechas cualquier oportunidad para ponerte a «arepear»? —Sin mirarla la acribillo con mis inquietudes y algo de sarcasmo.

— ¡No te voy mentir! Aunque me vi sorprendida en su momento, tú y yo lo gozamos al final. Pero para darle a las cosas su justa medida, cielo, no fui yo quien lo buscó. El destino lo quiso y Eduardo intervino otra vez. —Aclara sin que pueda poder observar la verdad o el conformismo en su mirada, aunque la tonalidad neutra de su voz a mis espaldas, no ha cambiado. Permanece plana, sin emocionados sobresaltos.

— ¿Acaso otra vez te obligó? —Le hago la pregunta, más me quedo pensativo pues… ¿De cuál disfrute habla?

—Eso creyó él. ¡Así me lo tomé yo! Pero con el transcurrir de los días, tras varias conversaciones personales y otras telefónicas, aproveché su altanero mandato para conocerla mejor, traspasar los muros de su fuerte personalidad y comprender sus pensamientos revolucionarios, deshilachando sus mordaces comentarios en las redes sociales, y conociendo con antifaces de encaje, su oculto y nocturno mundo sin la soberbia acostumbrada, en un terreno prohibido para toda la comunidad de fans que virtualmente la idolatraban. —Camilo gira su torso arrugando la tela y su cuello lentamente se tensa hacia su derecha para mirarme de soslayo.

—Mariana, das tantos giros a tus explicaciones, que ya tienes patinando mis entendederas. No sé si lo que pretendes es que pierda el hilo. ¿Podrías ir al meollo de la cuestión?

—A ver te lo explico, cielo. Al iniciar nuestra semana laboral, tú con esa nueva rutina, desplazándote a las afueras de la ciudad, sin que me hubieras compartido todavía las razones para tu nuevo lugar de trabajo, y yo con todos mis sentidos en alerta, pues al encender el móvil empresarial, José Ignacio me había puesto cardiaca con tantos mensajes escritos y notas de voz, rogándome que le llamara y pidiendo que le respondiera algo, tan siquiera por WhatsApp…

— ¿Qué quería acaso?

—Hummm… ¿Pues qué crees? Saber cuándo nos podríamos ver de nuevo y concluir… Lo que iniciamos. Y adicional a ello, un mensaje de K-Mena y otro de Diana, preguntándome cada una por lo mismo. ¡Qué cómo me había ido en el viaje de vuelta y que tal estaba de salud! Al parecer a las dos no se les ocurrió que me hubiese encontrado con él y que el regreso lo hiciéramos en compañía. Por lo visto Eduardo no les compartió la información.

— ¡Por supuesto! Estaban confabulados. Eso era de esperarse. ¡Todo un detalle de tu ángel guardián!

—No señor. No fue así, mi vida. Nacho, hasta donde pude comprobar, desconoció el «rollito» en el que estaba envuelta, a pesar de que por su culpa y mi descuido, fue que terminé bajo el yugo de Eduardo. Y hablando de ese estúpido, por su gestión administrativa nos vimos muy temprano reunidos con él para tratar el tema de los negocios pendientes, y los inconvenientes para cerrar las ventas. Fue cuando nos propuso intercambiar entre nosotros, las carpetas de los clientes con los que a pesar de verles algún potencial, aún no lográbamos hacer «clic» con ellos y concretar los negocios.

—José Ignacio se opuso, pregonando que él no tenía ese tipo de inconvenientes de acercamiento, y que su cartera de clientes era además de privada, sagrada para él. Carlos como buen lacayo, intentó apoyarlo, pero bastó un golpe de mano sobre la mesa y una mirada acusadora de Eduardo, complementada con cuatro palabras enclaustradas entre signos de interrogación, para hacerlo agachar la cabeza: ¿Cómo van tus ventas?

—Yo, realmente no creía tener complicaciones de feeling con ninguno de los míos. De hecho mi preocupación para aquella semana, era visitar al padre del abogado a mitad de semana y finiquitar ese negocio, atendiendo algunas inquietudes que el magistrado deseaba manifestarme en privado. El caso, cielo, es que terminamos la reunión con la promesa de revisar las carpetas con nuestros mejores prospectos para en la tarde, reunirnos y elegir con cual compañero intercambiarlos.

—Antes del almuerzo, como siempre me llamaste al móvil privado y tuve que escabullirme hacia el décimo piso, para plantarme disimulada junto a la máquina expendedora, y hablar tranquilamente contigo, utilizando mi acostumbrado cappuccino como coartada. Volvimos a tratarnos como antes, tan cariñosos como siempre. Emocionado me hablaste de la sorpresa que te tuve la noche anterior, clavada entre mis nalgas, y te juro que me hiciste humedecer la entrepierna y calentar mis orejas, coloreando con los apasionados recuerdos mis mejillas.

—Y tras informarme de que no estabas en las oficinas y almorzarías por fuera, alcancé a escuchar de trasfondo la voz de tu asistente que te llamaba de manera urgente. —Camilo, se deshace en el cenicero de su pucho emparamado en tequila y naranjada, para encenderse uno nuevo y mirarme de reojo, con ganas de refutarme.

—Lo sé, lo sé. –Reculo antes que él intervenga. – Entre tú y ella no ocurrió nada, pero tal vez debido a mis andanzas, la juzgaba mal a ella y me la imaginaba detrás de ti intentando ser indispensable y ganando tu confianza, para a la menor oportunidad, echarte el guante. En su rostro nace una artera sonrisa que no me aclara nada.

—Bueno a lo que iba. Al acercarme a mi escritorio, pude escuchar una acalorada conversación entre Diana, sentada detrás del suyo, y una espigada mujer que dé pie, le reclamaba por algo. ¿Recuerdas a Diana haberla visto triste o demasiado seria alguna vez? –Camilo niega con la cabeza y encoge los hombros. – ¡Exacto! Y en esa ocasión estaba lívida, bastante sorprendida por la reacción de aquella emperifollada señora.

—Apenas estaba rodeando la mesa de mi escritorio para sentarme en la silla y organizar mi agenda semanal, cuando su voz retumbó tras de mí, sorteando la mediana altura de los cristales que separaban los cubículos de todo el piso.

— ¡Oye tú!... Sí, tú… ¡Blanca Nieves! Deseo comprar una de las casas en el condominio de Peñalisa, pero quiero que tú me la vendas, ya que esta muchachita, al parecer, desconoce lo que ofrece y propone lo que no puede cumplir. ¿Crees que serás capaz de complacerme?

—Y en fracciones de segundo la tuve frente a mí, con Diana sentada todavía en su escritorio, iracunda, –roja como un tomate– abandonándola. Y Eduardo a lo lejos, aparentemente calmo bajo el umbral de su acristalada puerta, suspicazmente risueño nos observaba.

—Retirándose los lentes de sol, extendió sobre la mesa su brazo con la mano abierta, y al estrechársela pude sentir la suave tibieza de su piel, en los breves segundos que con delicada firmeza, nos mantuvimos balanceándolas en el aire.

— ¡María del Pilar De La Ossa! Mucho gusto. —Se me presentó. ¿Sabes de quien te hablo?

—Sí, por supuesto. ¡La Pili! Despistado o recién nacido, el que diga que no la conoce. Es una lástima ver como está ahora. Su vida en las díscolas noches o el trajín de la fama, con sus obvios excesos no la han tratado bien. ¡Con lo bella que fue! Tan deseada por todos y envidiada por muchas. Detestable activista para algunos moralistas, e inmamable instigadora contra el gobierno y los políticos de derecha, para otros.

— ¡Pues dentro de los despistados yo, mi vida! Me conoces bien. –Camilo irónicamente, expulsa una gran humareda por boca y nariz. – Poco de noticieros y cero de telenovelas o programas de famosos. No sabía quién era ella.

— ¡Hola! Encantada de conocerla. Mi nombre es Melissa López y para mí será un placer atenderla. Siéntese por favor y no se preocupe, que de aquí no se va a marchar sin hacerse acreedora a la casa de sus sueños. ¿Desea tomar algo? ¿Un té caliente o alguna bebida fría mejor? —Un ofrecimiento algo apresurado, todo con el fin de aplacar su mal genio.

—No sonrió, pero se acomodó la abertura de su maxi falda de piel de cordero, –desdentando algunos centímetros más la cremallera– y cruzó con elegancia, el torneado muslo sobre el otro, acaramelados los dos bajo la elasticidad de sus pantimedias. Luego miró de manera despectiva a la pobre Diana, a la vez que igualmente lo hice yo, pero sonriéndole cómplice y guiñándole un ojo.

— ¡Una infusión de frutos rojos si es posible, Blanca Nieves! A ver si así logro espantar este maldito ardor estomacal que me causó tu estúpida compañera. —Me respondió algo ronca, acortando nuestra distanciada presentación, pero alertando mi prevención.

— ¡De eso no tenemos aquí! —Le dije algo apenada, pero obsequiándole una sonrisa sin demostrarle intimidación.

— ¡Vaya! Empezamos mal, Blanca Nieves. —Me contestó haciendo un mohín de moderado disgusto con la boca, y con sus ochos delgados dedos por el frente, –los pulgares mientras tanto apoyándose en el revés– simulando tocar las teclas blancas y negras de un piano imaginario, sobre la piel blanca de su importada cartera de diseñador francés, en contravía con el brillante «mora en leche» en sus uñas decoradas, salvo el perlado gris, de los dos medios.

—Me puse inmediatamente en pie, –casi en cámara lenta– procurando no ser brusca, pero aun así no pude evitar incomodarla.

—Aquí no, pero en la cafetería del siguiente piso se lo puedo conseguir, además de un poco de privacidad. –Le hablé con suavidad. – ¿Vamos? Así de paso charlamos y me detalla lo que necesita, y que mi compañera no le pudo satisfacer.

—Delicada acomodó con los dedos la vistosa pañoleta de seda sobre su cabeza, formando una amplía visera sobre la frente cubriendo completamente su cabellera. Se levantó de la silla y muda miró con cautela su alrededor. Se posicionó justo a mi lado derecho y echamos a andar hacia los elevadores, dejando tras de nosotras boquiabiertos a los presentes, incluido Eduardo, rompiendo el incómodo silencio presente en el ambiente. Las gafas oscuras ocultaron los tonos bronce, salpicados de nácares en sus grandes párpados sobre sus ojos grises, a pesar de estar dentro de las oficinas y que aquella mañana de octubre, recuerdo opaca y fría.

—Disculpe usted, –le dije mientras le hacíamos guardia a la llegada del ascensor en el corredor– pero… ¿Dónde nos hemos visto antes?

— ¿Tan rápido me olvidó? Soy la mujer que se entrevistó con la tonta esa, en La Candelaria y que usted casi me desgasta la cara con tanta miradera. Al parecer esa tarde oficiaba de guardaespaldas y la aguardaba sentada en la barra del restaurante. Nos tropezamos cuando yo buscaba el baño de mujeres. ¿No lo recuerda?

—Ahhh… ¡Ya! –Dejé de mirarla para concentrarme en un mensaje que me había enviado Diana. – ¡Pero a mí me parece que era usted la más interesada en contar el número de pecas en mi nariz! —Le respondí mientras terminaba de leer.

—Ella inclinó la cabeza y bajándose un poco la montura de sus lentes de sol me observó con detenimiento, y luego frunciendo el ceño me dijo…

— ¡Pero usted no tiene nada ahí! —Me sonreí y le respondí…

—Y usted tampoco tenía los ojos tan grises esa tarde, cuando desde su mesa no cesaba de mirarme cada vez que levantaba la copa de cristal y el nivel de su sangría mermaba, en lugar de estar concentrada escuchando la información que la «tontis» de mi compañera les suministraba. Por cierto, María del Pilar... ¿Dejó en remojo las lentillas de color azul por no estar urgida de vigilar a su marido?

—Se abrieron las puertas del elevador y las de su boca por la risa, y a pesar de no subir con más de dos o tres personas, ella cruzándose de brazos se arrinconó al fondo, y al verme en el espejo posterior sonriendo detrás de ella, siguió haciéndolo hasta que sonó la campanita del elevador indicando la llegada al décimo piso.

—Entonces las dos, La Pili y tú, se reconocieron enseguida y se… ¿Se gustaron desde esa ocasión? ¿Es lo que me quieres decir? —Y tras acusarme, Camilo agota de un sorbo lo poco que había sobrevivido del coctel, tras el choque contra el edredón y como una fiera enjaulada, camina de una pared a la otra pero sin salirse de la franja delimitada por el borde derecho, –a medias destendida la colcha de la cama– y el otro muro beige, desprovisto de cuadros, tan desnudo como lo estamos mi marido y yo, debajo de estas batas de baño.

—A ver cielo, –imitándolo, bebo del mío y le confirmo– por supuesto que era ella, pero sabes cómo soy de despistada y no la reconocí de inmediato. ¡Mi retentiva no se activa, si no oprimo antes el botón de mi interés! Y no fue una atracción inminente como sugieres. Al menos no lo fue para mí. Tenía para ese entonces, muchas otras cosas en la cabeza por las cuales preocuparme y demostrarme interesada.

—Ajá, por supuesto. ¡Entre ellas tu familia! Yo siempre tan equivocado. ¿Y que pretendía conseguir la famosa estrellita?

—Cuando las puertas del elevador se abrieron, me apresuré para salir de primeras. Demostrándole tranquilidad y aplomo, me dirigí a la cafetería con aquella mujer caminando a mi lado, empequeñeciéndome con su elevada estatura pues me sacaba media cabeza de ventaja, a pesar de que yo ese día calzaba mis zapatos de plataforma separándome del suelo unos ocho centímetros, y María del Pilar, unas estilizadas sandalias muy cómodas con tacón kitten.

—Sentadas a la mesa, con ella en frente de mí, la adulé sincera mientras esperábamos a que nos atendieran, diciéndole que me parecía muy sonoro su nombre de pila. « ¡Me encanta el tuyo por lo cadencioso!», me respondió. Adornó su halago con una nacarada sonrisa que precedió a dos dedos de su mano derecha, que retiraron por la charnela sus costosas gafas italianas y doblaron las patillas doradas con esmero, escudándolas entre las murallas de sus escuálidas manos.

—Ya soplando nuestras bebidas calientes para descongelar el frio de la mañana y su engreída actitud, –a ella la infusión de frutos rojos y un cappuccino con caramelo para mí– antes que nada me pidió disculpas, recordándome el sitio donde aquella tarde visualmente nos cruzamos. Tras el primer sorbo se dejó calentar por sus justificadas quejas, acerca de la poca información suministrada por Diana, para que se le aceptara como garantía bancaria para el préstamo, una propiedad rural en cercanías a su Villa de Leyva del alma. ¡Una herencia familiar!

El espacio entre la cama y la pared, se colma del volumen de su cuerpo y de la niebla de tabaco que deja tras sus pasos, mientras que yo le sigo contando.

—Y por supuesto, en segundo lugar, que la casa que le había gustado por la claridad de su ubicación, ya no estaba disponible para ella y su pareja, pues casualmente era la esquinera que yo le había vendido a la señora Margarita. Cierto fue que Diana no le había realizado el seguimiento respectivo a la solicitud de financiación y mucho menos le había sugerido algún anticipo para separar antes que nadie, aquella casa. Realmente por ojos, boca y todos los poros, La Pili me expresaba toda su molestia, despreocupada totalmente porque con su altanería y otras expresiones malsonantes, terminaran por disgustarme.

— ¿Pero sabes, cielo? Me impresionó. ¡Qué mujer tan interesante, por Dios! En su rostro, –ciertamente un tanto ajado– prevalecía, sin embargo, una belleza natural, para nada impuesta. Y en la frialdad de sus ojos de plenilunio, el esplendor de la sabiduría e inquietantes, las sombras de sus misterios.

—Por supuesto que también atrajo mi atención, la madura mirada angelical que con seguridad habría endiablado a los «pintosos» galanes de sus épocas actorales, a la par de sus noveleras y románticas seguidoras en el nocturno horario estelar, y que fascinó con sus punzantes entrevistas, a los fieles espectadores del noticiero que antecedía a la ficticias tragedias suyas en la telenovela, muchos de ellos a escondidas de sus mujeres, deseando acariciar para sí, el espectacular cuerpo de la otrora reina de belleza tras las abombadas pantallas de sus televisores… ¡Esa preciosidad antes de los veinte, en ella permanecía indemne en su madurez de diva!

¿Cielo? ¡Qué lógica puedo encontrar para explicarle a mi razón lo que este corazón siente cada vez que ella pronuncia con su voz cariñosa ese sustantivo! Me eleva de emoción hasta más allá de la esfera celeste, y es entonces cuando recuerdo como solía desbordarme de felicidad cuando también me decía « ¡Mi vida!», y lograba que renaciera dentro de mí una sensación que inexplicablemente, todavía persiste. ¿Amor? ¿A pesar de estar escuchando los antecedentes a su nueva traición? ¡Mierda! Y es que desde el precioso añil de sus ojos, descendiendo hasta el rosado paraíso encarnado de sus labios, se me hace terrenalmente inevitable… ¿Odiarla?, ¡No! ¿Repudiarla? Por supuesto. ¡Qué hijueputa encrucijada en la que esta mujer me ha metido!

Cansado de recorrer descalzo el mismo angosto espacio, Camilo deserta hacia el escritorio, abandonando allí sobre la bandeja, su vaso de cristal con el ínfimo nivel de tequila y jugo de naranja que le quedaba. Le veo huir hasta las puertas-ventanas, entreabriéndolas un poco y estirando sus brazos para encarcelar entre sus dedos, el marco de aluminio. Divisa con seguridad el alboreado horizonte con la paleta de tonos vivos y resplandecientes, de una bruñida calidez más los rojizos suaves, rayando el ya no tan oscuro azul de esta hora dorada, sin conseguir que su figura a contraluz, como hermosa y masculina postal, me aparte de los recuerdos.

—Y los delineados labios de un rosa no tan pálido, se le fruncieron. Los repasó con la lengua y pronto se adelgazaron en una sonrisa, llamativos y efusivos. Ante mí con su sensual abrir y cerrar, actuaron como una «Venus atrapamoscas» apresando toda mi atención, –y estas palabras mías, a la de los marrones ojitos de mi esposo– tal cual como a muchos hombres y algunas mujeres, que soñaban con tenerlos muy de cerca para besarlos y venerarle la boca con «piquitos» y mordiscos, para desde allí mimarle otras partes de su preciosa figura de reinado novembrino, celebrado en Cartagena de Indias.

—Con La Pili ya relajada, regresamos al noveno piso, esta vez lado a lado descendiendo por las escaleras. Garbosa, se me adelantó por el pasillo y caminó por delante de mí, –silenciando nuevamente con su omnipresencia las carcajadas de José Ignacio burlándose por lo sucedido junto a Carlos, y el sollozo contenido de Diana, apaciguado en un reconfortante abrazo de K-Mena– buscando la ruta hacia la silla frente a mi escritorio, desatendiéndose de todo a su alrededor.

—Al darme la espalda pude observar bajo la correa ancha de su corta cazadora de piel, justo en el central pespunte doble de la entallada falda, lo que me pareció la sombra de un delgado tronco, ascendiendo por el centro de su derriere sin alcanzar la pretina, pues las arrugas en las que se transformó más arribita, se le expandían en crecientes curvas, de a dos y hasta tres sobre cada nalga, tal si fuesen las acongojadas ramas de un árbol, deshojadas por el otoño de sus años.

—Crucé por detrás suyo, –mientras deshacía bajo la quijada el nudo de su pañoleta, retirándola de su leonina cabellera– para acercarme hasta el cubículo que ocupaba Diana y pedirle que me entregara toda la documentación que tuviera a mano del negocio con La Pili y su pareja. De mala gana sacó la carpeta de su archivador y me la entregó.

—Tranquilízate amiguis. –Le susurré. – Como sea, sacaré adelante este negocio, lo apuntaré como mío pero la comisión seguirá siendo completamente tuya. ¡Te lo prometo! —Y Camilo ya en el balcón, se decide a enfrentar de nuevo a la madrugadora y salina brisa, socorrido tan solo por el aroma del tabaco y el humo de su cigarrillo, en una batalla desigual.

—Regresé a mi escritorio y me senté frente a María del Pilar, para revisar en el computador los planos digitalizados buscando alguna casa disponible con una ubicación similar, aunque la cuantía variara. Igualmente analicé los números de sus finanzas y los de su pareja, simulando los pagos mensuales según variaba en la fórmula de Excel, los montos de las cuotas iniciales. Y se los presenté.

— ¡No hizo buena cara! Se sorprendió mucho al leer la cifra de la casa tipo «B» que estaba apartada por un cliente de Carlos, más aún no había obtenido del banco la respuesta final. Me persigné mentalmente y me lancé al abismo de las posibilidades, apostando por ganarle con la aprobación del crédito. Por video se la enseñé y junto a mi tarjeta de presentación, le extendí el número de cuenta de la constructora y la referencia para que consignara el dinero y se la pudiese apartar.

— ¡Quiero verla antes junto a mi marido! Puede que a Bruno no le agrade. —Me hizo la advertencia muy decidida. Pero mi vida, yo le respondí segura…

—El señor Guimarães es extranjero. No tiene propiedades a su nombre y desgraciadamente no soporta bien los ingresos. Y usted ha presentado varias moras con algunos créditos. Me voy a esforzar por sacar adelante su negocio, pero necesito que confíe en mí. ¡El que no arriesga un huevo no saca un pollo! Por lo tanto le sugiero que apenas salga de aquí, realicé la consignación, me la envíe escaneada y luego sí se comunique con él para darle la sorpresa. Y… Hummm. —Revisé frente a ella mi agenda y le comenté…

—Mañana martes no puedo viajar a Peñalisa. El miércoles tengo otra reunión impostergable con otro cliente. Sería el jueves por la tarde o el viernes muy temprano porque el sábado y el domingo se los dedicaré a mi familia. Ya tiene mi número. Avíseme usted, cuándo tendrá tiempo disponible para mí.

— ¡Ya veremos Blanca Nieves, ya veremos! —Y se acercó para besarme en la mejilla, despidiéndose.

—Como guste y cuando quiera, ¡Bruja Malvada! —Le respondí sonriéndole, y ella para nada ofendida, se sonrió divertida.

—Pero hasta donde entiendo, Eduardo no tuvo nada que ver. Esa diva fue quien de antemano te escogió. Y por la emoción con la que has descrito ese encuentro… –Camilo se da media vuelta y protesta. – ¡Eso a ti te gustó! ¿Dónde carajos estuvo la obligación?

—En su imaginación, cielo. ¡Se la incrusté en su puta cabeza! Cuando después del almuerzo y tras haber hablado contigo, extrañada nuevamente por no verte junto a los demás en el comedor, nos reunió en su oficina para implementar su nuevo plan de acción, ufanado por tener la razón, soportando su idea en el episodio de la mañana. Carlos intercambió dos de sus negocios en los apartamentos de interés social, por una carpeta de un reacio cliente de Peñalisa con K-Mena. Yo le entregué a Diana un negocio casi hecho de otra de las casas tipo «D», las más pequeñas pero las más apetecidas por su accesible valor, ubicadas al fondo del condominio campestre.

—Decidí quedarme a solas con Eduardo unos minutos más, para pedirle que me acompañara a la reunión con el magistrado en la Corte Suprema, actuando ante él como si estuviese preocupada por las «raras» intenciones que percibí en su invitación. ¡Lo embauqué con premeditación!

Al parecer, a Camilo no le satisface mi explicación, pues sacude su melena con la mano derecha y decide regresar a la cama. Me sorprende al sentarse exactamente al extremo de donde estoy recostada, alejado de mi cuerpo mirándome a los ojos con detenimiento pero con su rodilla desnuda cercana a mis pies e inalterable mi voz, exponiéndole con claridad los hechos.

—A ver cielo, ya sabes cómo era Eduardo de entrometido con mis negocios, y más cuando se percataba de que alguno de los clientes era una figura importante de la sociedad. Entonces se lanzaba de cabeza para involucrarse, hacerse notar e intentar pescar en rio revuelto. Pues con el magistrado Christopher Archbold, sucedió exactamente así, y más cuando a la entrada de la sala de ventas se formó un revuelo cuando llegaron ellos en tres camionetas blindadas buscando a las malas, espacio suficiente para parquear. Eduardo esperanzado en lucir su gerencial sonrisa de bienvenida, intentó acercarse a la segunda Toyota para presentársele a la familia, pero un miembro de la guardia de seguridad lo detuvo y le preguntó exclusivamente por mí. Así que durante la tarde de aquel sábado, el pobre se quedó con las ganas de figurar.

— ¿Recuerdas que te conté que el magistrado Archbold y yo hablamos a solas mientras esperábamos a que su esposa y su hijo el abogado, –que no le soltaba la mano a su novia para nada– recorrían emocionados las instalaciones del gimnasio?

—Ajá, por supuesto. ¿Y qué quería él de ti?

—Pues bien, en esa charla el magistrado me puso al tanto de la situación sentimental de su hijo Kevin, informándome que su muchacho estaba tremendamente enamorado de aquella morena sanandresana, desde sus épocas de colegio en las islas, y que si bien su nuera no era una «peladita» desagradable, sí que procedía de una familia humilde y no le aportaría nada al prometedor futuro de su hijo como abogado en la capital, y que él, siendo ya un reconocido magistrado, aspiraba a presidir la Corte Constitucional, pero para ello debía rodearse de personas que impulsaran su carrera, para unos años después, aspirar a ser fiscal general de la nación.

—Por lo tanto ese apoyo político solo se lo ofrecía un senador, que casualmente tenía una hija soltera trabajando ya para una entidad del gobierno, y que mantenía cierto interés sentimental en su hijo, –tras estudiar juntos en la universidad– pero ante los ojos y el corazón de mi joven cliente, ella pasaba desapercibida.

La mano derecha de mi esposo alcanza su quijada y oculta la boca. La comprime bajo la succión que genera su palma y sus dedos, pulgar e índice, sellan ambas fosas nasales brevemente. Medita lo que acabo de decirle.

—Por sugerencia de ese senador, –extiendo mi relato– llegó a plantearse la posibilidad de unir lazos familiares y por ahí derecho, estrechar los vínculos políticos necesarios para ir escalando posiciones. En resumen, el pretendía que su hijo desistiera de su idea de casarse y terminara con su noviazgo adolescente, para iniciar uno nuevo con la hija del senador.

— ¿Y tú que tenías que ver con todo eso?

—Es lo que tenía que ir a averiguar a su oficina, pues estando en Peñalisa esa tarde, no tuvo el tiempo necesario para aclarármelo, pues uno de sus guardaespaldas, el que tomaba apuntes, se acercó para decirle algo al oído antes de alcanzarle un teléfono satelital, interrumpiéndonos. Al despedirse de mí, en frente de su esposa Isabel, de su hijo Kevin y de su nuera, me pidió verlo en Bogotá para informarme de la decisión final. Como me lo había anticipado su hijo, las decisiones importantes las tomaba exclusivamente él.

— ¿El clásico padre de familia imponente? —Teoriza Camilo.

—Pues efectivamente has dado en el clavo, cielo. El magistrado Christopher Archbold, –decido hacerle una detallada descripción– es un hombre que por su arcaica educación y su alta posición social y política, quiere tenerlo todo controlado. Intimidadora corpulencia gracias a sus casi dos metros de estatura, a pesar de sus cincuenta y tantos años, no estaba ni demasiado gordo ni fofo, pero obviamente poseía un volumen inocultable en su estómago, bajo la tela blanca de su camiseta deportiva. No había perdido mucho cabello, pero sí tenía las entradas de su frente algo despejadas del ensortijado pelo entrecano, que no intentaba ocultar para nada por el paso de sus años. « ¡Me hace ver más sabio!». —Puntualizó una vez que se lo pregunté.

—Para rematar, mantenía una barba completamente blanca, más no tan tupida, recorriéndole el rostro desde una patilla hasta la otra, otorgándole un aspecto bastante benevolente. Sus manos grandes, con dedos gruesos y uñas tan perfectamente pulidas, que me pareció aquella tarde que hubiese llegado directamente del salón de su manicurista. Voz sumamente grave y pausada, metódica tardanza para responder. « ¡Mejor pensar antes que hablar!». —Me enseñó la primera vez que lo apure a contestarme.

—Pesado, muy lento al andar y bastante ancho de espalda. Tal vez por ello camina ligeramente encorvado, incluso un poco más cuando lo hace cogido de gancho a su frágil señora. Ella por el contrario, su esposa Isabel, parecía una muñeca a su lado. Rubia, delgada y andar estilizado. Aunque no era baja, al lado de su esposo parecía poca cosa. Sus enclenques gestos y el tenue hilo de voz ayudaban a dar esa sensación. Aparentemente es una buena mujer, pero demasiado pusilánime.

—Como el magistrado lo había presupuestado, tras terminar de recorrer las habitaciones de la segunda planta, con todo el sequito de guardaespaldas tras nosotros, me solicitó hacer un recorrido por los alrededores para observar mejor las zonas comunales y las piscinas, las canchas de tenis y por supuesto el campo de golf. Los escoltas, por su parte, anotando las preocupaciones por la seguridad del lugar.

—Preciso allí, en frente de las dos palmas de la entrada, nos cruzamos con Nacho, dirigiéndome una de sus infaltables miradas conquistadoras, y tras su sonrisa, saludándonos con cortesía, ingresaban tras él dos mujeres de mediana edad, posibles clientes para esa casa. Intentó apoyar su mano sobre mi hombro al dejar pasar primero a esas señoras, pero fue la tela Chambray de la blusa que cercaba el seno izquierdo de la novia del abogado, el que recibió el atropello de sus dedos. Nacho se disculpó, mirándola con pena y respeto frente a mí y la chica sonrojada le sonrió e intentó decir algo, pero la mano zurda de su novio la jaló hacia adelante, apresurado por seguirle los pasos a su padre.

—Nos subimos al carrito de golf, y a pesar de tener seis puestos, el magistrado se sentó al lado mío, dejando en los posteriores a su mujer y al jefe de seguridad, en los últimos asientos a la nuera y a su hijo. Sus otros dos guardaespaldas, trotando a nuestro lado, como si fuésemos a sufrir algún atentado. Eso me asustó un poco y tal vez llegué a exteriorizarlo pues mientras conducía hacia la zona social, el magistrado sin atisbo de pena, colocó su mano sobre mi muslo derecho para calmarme. Y esa misma mano, instantes después lo abandonó al señalar el camino hacia el gimnasio.

— ¿Y le gusto lo que vio? —Me pregunta Camilo levantándose de nuevo.

— ¿Te refieres a la casa y los alrededores? ¿O a mí? —Le contra pregunto.

Camilo se muere de ganas por saber. Tal vez intuye que con ese magistrado también tuve cuentos. Pero se muerde la lengua y no me responde.

—No demostró fascinación por el diseño de la casa para su hijo, menos demostró asombro con el paisajismo y las comodidades de la agrupación. Tampoco se asustó por el valor, cuando su hijo le comentó que le pareció desde un principio una buena compra. Supongo que esa visita fue más una obligación paternal para satisfacer los sueños de su hijo, que un codiciado paseo familiar para cotizar viviendas y adquirir una casa donde ver crecer y disfrutar a sus futuros nietos. ¡Y pasó de mí, si es lo que en verdad quieres saber!

Se sonríe levemente al verse descubierto y con suavidad toma mi vaso a la vez que me pregunta:

— ¿Te apetece otro coctel? Porque a mí sí me falta sentir el ardor del primer trago de tequila. —Y en su pestañeo incesante percibo el grado de inquietud que lo atosiga, más ahora escucho como suspira al darse vuelta, y comprendo que mi respuesta lo tranquiliza. ¡Por ahora!

—Tendida la trampa, –sigo contándole y extiendo por completo mis piernas y cierros los ojos para concentrarme– finalicé la tarde laboral recogiendo mis cosas en calma, pero rodeada por Diana y K-Mena, con Carlos y José Ignacio al acecho.

—A ver Meli, párale bolas a lo que te voy a decir. Esa es una vieja pedante, arribista y súper creída. Se cree la vaca que más caga. Piensa ella que por ser famosa, todo el mundo debe rendirle pleitesía y tirársele a los pies para lamérselos. En serio, Meli. ¡Es más fastidiosa que un grano en el culo! —Me dijo Diana sin reírse pero poniéndome al tanto de la situación sin dejarme salir de mi cubículo.

— ¿Famosa? ¿Acaso de quien se trata? —Expresé con inocencia mi ignorancia en temas de farándula.

—Pues La Pili, chikis. ¿En qué mundo vives? —Intervino K-Mena.

—Una ex reina de belleza, actriz por conveniencia, presentadora de televisión por cari bonita y pseudo-periodista por vocación filosófica. ¡La Diva de Divas! —Me actualizó José Ignacio.

— ¡Uy sí! Y con comentarios hirientes, si se da cuenta de que vistes mal, hueles a un perfume que no le agrada, o si tienes una uña mal pintada. Una «caca» de mujer en decadencia, y ella sin embargo se cree el centro del universo. No te vayas a dejar de ella Meli, y no te preocupes si tienes que mandarla a la mierda, porque le gusta presumir de intelectual ante las cámaras y dominar a su público, pero yo creo que debe ser de esas viejas frustradas que son todo lo contrario cuando los focos de la farándula no la alumbran. —Me lo recalcó Diana, tomándome del brazo para finalmente dirigirnos hacia los elevadores.

—Estaba estresada y me moría de ganas por llegar a nuestra casa para descansar el cuerpo y mi mente, pero tan pronto como se abrieron las puertas del elevador, casi tropiezo con Sergio, que sin avisarle a K-Mena, había decidido ir a buscarla a la constructora. Al verme me saludó primero y luego a los demás. Por ultimo lo hizo con su novia. Asumí de inmediato que estaban enojados. Sergio se me acercó y nervioso me invitó un café, en la cafetería de la esquina.

—Es que no me entiendes, Bebé. –Escuché a K-Mena quejarse bajo con Sergio, mientras Diana hablaba por teléfono con su madre. – ¡Bueno, sí! Tal vez un poco, pero es que también tengo derecho a ir cambiando. —Le replicó ella, esta vez en un tono ligeramente más grave y alto, en respuesta a un preocupado comentario de Sergio, que no pude escuchar bien.

—Tanto Diana como Carlos y José Ignacio al escucharlo se auto invitaron, y aunque percibí un mohín de fastidio en Sergio finalmente todos nos dirigimos hacia allí. Tuve tiempo de escribirte un mensaje, comentándote que me tardaría un poco más, de inmediato recibí tu llamada y te respondí, sintiéndome intimidada por tenerlo tan cerca.

— ¡Ok! Pues a veces pienso que prefieres quedarte a encender veladoras y vestir santos en la iglesia antes que intentar ser más... ¡Amoroso conmigo! —Le escuché a K-Mena decirle a Sergio, cuando terminamos nuestra llamada, y le vi soltarle la mano enfadada y girándose hacía mí, me inmiscuyó en sus conversaciones.

—Tú qué opinas, Chikis. —Me preguntó ella integrándome en su conversación, sin que yo lo quisiera.

—Flaquis, ni yo ni cualquiera debería meterse en la relación de ustedes dos. Pero ya que me lo preguntas, creo que la pareja ha de ir avanzando en la relación para madurarla y conocerse mejor antes de dar el salto definitivo al matrimonio. Convivir juntos puede llegar a ser algo complicado si desconocemos en su totalidad los pensamientos y las costumbres de nuestra pareja. Una cosa es de novios y otra muy distinta de casados.

—K-Mena sonrió, iluminándosele el semblante. Sergio por el contrario continuó con su postura parca y José Ignacio continuaba escribiendo mensajes en su móvil. Dentro de mi bolso podía escuchar las notificaciones que llegaban al mío y el codo de Diana me punzaba las costillas diciéndome: «Meli preciosa, ¡Te está sonando el celular!».

— ¿Sí? —Respondí haciéndome la desentendida, aunque una corazonada me alertaba de quien podría tratarse.

—Lo tomé y ojeé la pantalla del móvil, para darme cuenta de que efectivamente era él quien me escribía. «Humm… ¡Es un cliente! Que cansón. ¡Las horas que son y quiere saber cómo van las cosas con su estudio de financiación!» —Hablé en tono alto para que me escucharan, sobre todo él, y así, sin mirarlo, me levanté y salí del local para poder hablar con tranquilidad.

—Que inoportuno. —Opina Camilo, consiguiendo que abra mis ojos y sorprenderme al verle de pie, ofreciéndome un nuevo coctel.

—A ver José Ignacio, ¿Te estas enloqueciendo? ¡Ubícate! ¿Cómo se te ocurre proponerme esas cosas? ¿Acaso no sabes qué día es hoy? —Le reclamé tan pronto como tomó mi llamada.

— ¿Hoy? ¡Jajaja! Ojala sea mi día de suerte y más tarde me alegres la noche, aceptando mi invitación a un motelito que conozco arribita en la montaña, para hacerte cositas ricas.

—Ayyy, por favor Nacho, no seas tan ridículo.

— ¡Pero es que me dejaste a medias! Todo por tus putos afanes de ir a verte con el idiota de tu esposo.

—Mira José Ignacio, ponle pausa a ese video de una buena vez. Si hubiese imaginado que serias tan fastidioso no te hubiera dado a oler ni un pedo mío. Y vete enterando cuál es tu lugar en mi vida. Mi esposo y mi hijo son lo primero, mi familia lo más importante que me rodea, mis amistades son fundamentales y mis antojos los dejo para después. ¿Ok? Mi marido es imprescindible para mi bienestar y el de mi hijo, por ello se ha ganado el primer lugar en mi corazón. Y tu pues… Eso, un capricho nada más. ¿Comprendido? ¿O te lo explico con plastilina?

—Pero es que me gustas mucho y la calle esta dura. ¡Jejeje! Creo que me estoy enamorando. —Entremezcladas sus palabras con la música de fondo y el ruido de voces dentro del local, lo escuché reírse, pero sus palabras las pude escuchar con mayor nitidez y cierto eco al final.

—Es en serio bizcocho. Y mira como es la vida… Mírame Meli. —Y me fijé que al igual que yo, ya se encontraba a dos metros de distancia de mí, fuera del local. Y se sonrió cuando mi mirada conecto con la suya.

—Estoy encantado contigo, Meli. Eres muy distinta a la mujer que imaginé y por eso me gustas más. Me atrae esa versión tuya, la que mantienes escondida, de la que menos yo esperaba recibir órdenes y de la que no estaba buscando que me domara. Me haces sentir distinto cuando estas a mi lado. ¡Yo que culpita tengo!

—Procuré olvidarme de esa conversación y evadir una rara sensación de… ¿Temor? Sí, creo que eso fue lo que sentí, pues aunque por otra parte me empezaba a sentir vencedora, en seguida me puse nerviosa al visualizarme en un futuro embrollada con él, y enturbiando la tranquilidad de nuestra relación. Corté la llamada y el contacto visual para regresar al interior de la cafetería.

—La taza de mi café continuaba sobre la mesa, más el contenido ya estaba frio. Miré la hora en mi smartwacht y les anuncié que ya me iba. Hubo reparos ante mi afán por despedirme, pues al dia siguiente todos descansaríamos. – ¡Debo preparar la comida para mi esposo y mi hijo! La nana no trabaja mañana y debo disfrazarme de Soyla. – Graciosamente les expuse a todos. Carlos inocente, cayó.

— ¿De quién? –Me preguntó. – ¡De soy la que barre, soy la que lava, soy la que trapea y soy la que plancha! Me reí, y me marchaba dejándolos riéndose y burlándose del pobre Carlos, pero Sergio me alcanzó antes de cruzar el umbral para decirme con cara de preocupación… « ¿Te puedo llamar en un rato?» ¡Por supuesto! Le respondí, y me alejé de allí para buscar mi auto en el parking subterráneo, pero mientras caminaba, lo hice inquieta por lo que me tuviera que decir.

—Nuestro encuentro en la casa, –a la que llegamos casi al tiempo– fue una convención de abrazos bien estrechos con besos húmedos y lentos. En tu mirada un letrero de neón muy diciente se formó… « ¡Quiero comerte completica!», y en mi mente visualizándose una erótica imagen por respuesta, que mi garganta no pudo vocalizar… ¡Uy sí, mi amor, «garoseame» toda! Pues nuestras exhibiciones de afecto para nada sutiles delante de Mateo, consiguieron que celosito se metiera entre tus piernas y las mías, pero ya enredado entre mis brazos y los tuyos, nos llenó de besos y de risas, deshaciendo con su espontanea felicidad, en mi mente el agobio y en tu cuerpo el cansancio. ¿Sí lo recuerdas?

—No con claridad, pues por lo general, Mateo siempre se interponía entre tú y yo, cada vez que nos veía cariñosos. Pero creo saber a qué noche te refieres, cuando quise proponerte otra probadita por detrás, pero recibiste una llamada que enfrió mis ganas al ocupar tu tiempo en contestarla.

—Efectivamente, cielo. Cometí la estupidez de no apagar a tiempo el móvil, cuando llegué a casa. Recién terminaba de recoger los platos de la cena, contigo esperándome en la sala, cuando recibí la llamada de Sergio.

—Uhum, Sí. Recuerdo que me enseñaste la pantalla de tu celular, elevando tus hombros y haciéndome señas de que te disculpara. Subiste al estudio y te encerraste allí hasta bien tarde. ¿Y se puede saber qué quería?

—Hablarme de K-Mena y sus cambios de actitud o… ¡De pensamiento!

— ¡Es que ella esta distinta! ¿Será que conoció a alguien más y ya me quiere cambiar?

—Fueron sus primeros interrogantes, antes de que lo escuchara sollozar. Por supuesto le dije que no a lo segundo, y a lo primero le di la razón a K-Mena, diciéndole que era algo normal en una chica como ella, joven, con sueños por cumplir y que apenas había comenzando a vivir. Le insté a despreocuparse, más sin embargo por dentro me sentí culpable, obviamente; y más cuando mencionó como ella se expresaba ahora frente a los demás, sin ser grosera o altanera, pero si quería imponerse un poco y hacer valer su opinión, aunque ese poco fuera mal visto por él, y en especial por toda su familia, tan religiosa.

—Logré calmarlo un poco prometiéndole que hablaría con ella y le mantendría informado si yo observaba algún pretendiente rondándola. Y luego recibí otra llamada que puse en espera. Se trataba de la autoritaria cliente de Diana, o sea, de la famosa Pili, para comunicarme que tras consultarlo con su pareja, podrían ir al condominio el viernes por la mañana. Fue muy concreta en ese punto, pero cordial y amistosa luego, ya que incluso tuvimos tiempo para agregarnos a nuestras redes sociales. Ella a mí, en sus cuentas personales y yo a ella, en mis perfiles falsos.

—También me escribió él, José Ignacio, como tres mensajes. Pero le respondí que ni era el lugar ni el momento oportuno, y que mejor lo haríamos al otro día.

—Ok, perfecto, ahora lo entiendo. De esa forma ya no estaría yo para incomodarte. Bien planeado. ¿Y me imagino que te invitó a salir para hacer «algo»? —Con justificada razón me habla Camilo, entrecomillando con sus dedos ese algo.

¡Pero por ahora no quiero responderle! No estoy todavía preparada para causarle más dolor. Pienso que es mejor que me levante y salir al balcón para fumar. De paso, aprovecharé para echarle más alcohol a mi propia herida.

Mariana enmudece y con una álgida actitud se levanta de la cama, haciéndose con uno de sus cigarrillos y el encendedor. Acapara el cenicero y lentamente desfila, –envuelta en su bata de baño– hacia el balcón. Sin tomar asiento, lo enciende y aspira. Luego el borde de cristal contacta con sus labios y prolonga el trago de su gualda bebida.

La encorvada ceniza del fumado pucho entre mis dedos, –amenazante con formar estragos en la colcha– me obliga a levantarme con cuidado y reemprender el camino que ha tomado mi esposa, dejando la huella de mi peso, entre arrugas sobre el cobertor.

El aroma a maresía de la primera bajamar, entremezclado con el del tabaco de Mariana, me recibe a tres pasos de su espalda. Pero me detengo baldosa y media más adelante, ahora que ella al sentirme de nuevo muy cerca, sin mirar hacia atrás me habla.

— ¡Es lo que sucede al ser tan hermosa y provocativa, señorita! —Fueron sus palabras exactas, cielo. Cuando le respondí enojada al magistrado el miércoles por la mañana, delante de Eduardo, sentados los dos al otro lado de su amplio escritorio. ¡Es un completo idiota! Pensé, más por respeto al cargo de ese señor no lo expresé y terminé por tragarme mi orgullo.

—Casi dos horas nos hizo esperar en la recepción. ¿Y todo para qué? —Cercada por Camilo y el espaldar de una de las sillas, empiezo por contarle mi reunión con el Magistrado Christopher Archbold, la eminencia de las leyes y el mandamás en su familia. Este fue el comienzo del final que tanto ansia Camilo que le responda, sobre mis conversaciones con Chacho al otro día.

¿De qué me habla ahora? Para nada es la respuesta que esperaba escuchar. ¿Por qué evade responder a mi pregunta? ¿Qué mierda esconde?

— ¿Me estas tomando del pelo? Eso no tiene nada que ver con lo que te preg…

— ¡Mucho! Bastante diría yo, Camilo. —Decido interrumpirlo, a pesar de que no será por su bien.

— ¿Ahora me vas a decir que ese playboy de playa tuvo algo que ver contigo, y esa cita tan importante que tuviste con el padre del abogado?

Y Mariana se gira un cuarto de vuelta para mirarme y desperezarse como una gata, elongando los brazos, juntando en lo alto las manos por sus palmas, y haciendo equilibrio el cigarrillo en la esquina de sus labios mientras algo menos de una onza del coctel reposa sobre el barandal de madera.

—No me vi con él en mi día de descanso. Toda la mañana estuve atareada con los quehaceres en la casa. Fue un momento por la tarde, que me chateé con él, mientras almorzaba a solas y antes de tener que salir para recoger a Mateo. Luego recibí la llamada del malp… Del estúpido de Eduardo, para confirmarle que el magistrado nos recibiría muy temprano, así que nos encontraríamos en la constructora y de allí saldríamos en su automóvil para el centro de la ciudad.

— ¡Otra vez Eduardo! ¿Acaso te obligó a tener algo con ese viejo? —Y al terminar mis palabras, con Mariana en silencio, acomodando sus nalgas en el asiento, despreocupada de que la abertura de la tela de algodón me enseñe el canal de piel en medio de sus senos, a mi mente llegan las imágenes de las últimas páginas del bendito informe.

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