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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (35)

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Tus razones, las suyas y más dolor.

La bella Cartagena de Indias una noche cualquiera. Faroles iluminando de ambarino esplendor, fachadas con balcones coloniales de un barrio muy reconocido. ¡El Getsemaní! En otra instantánea, varias parejas disfrutando de un nocturno paseo. Personas todas desconocidas pero dichosas, comiendo y bebiendo, sentadas en varias mesas; otras de pie junto a ellas, esperan seguramente por un lugar libre, lado a lado en la calle empedrada bajo el amparo de parasoles con su tela de lona cruda, por sí llovían estrellas fugaces, pues en el firmamento no se vislumbraba alguna tormenta.

Románticos abrazos, besos y risas. Manos entrelazadas de varias parejas en plan de enamorados, y yo con el corazón hecho pedazos. A la derecha de la fotografía, no tan nítida la cara de un hombre alto, muy mayor y de piel sumamente morena, con una complacida sonrisa que presume la suerte o su billetera, pues una mujer joven y hermosa lo acompaña. De cabellos largos y lacios, con un vestido suelto y ligero, –de color mandarina– que cubre su armonioso cuerpo hasta los tobillos, en tanto lo abraza por la cintura.

No expresa felicidad alguna en la curvatura de sus labios, más los rizos de su ondulada melena dorada parecen querer remontarse hacia el firmamento, alentados por la brisa para alejarse, y en esa instantánea a pesar de lo lejana, sus pixeles coloreados captaron la atención de mis ojos hacia los de la muchacha. Esa forma redonda y delineada. Aquellas pestañas negras y curvas. El par de cejas, espesas y tan arqueadas. Pero sobre todo, el color de ese azul cielo, en mi noche lluviosa y fría, amplifica mis dudas.

¡Se parece a Mariana! Pensé ya adolorido, desgajándose un solitario aguacero de lágrimas, acompañado por la mirada acostumbrada a la pena ajena del barman de turno, que bajo mis indicaciones, llenaba por tercera o cuarta ocasión de tequila, la última de las tres copas.

La llovizna se mantenía incesante fuera. Lo recuerdo bien pues tenía mojadas las perneras cuando ubiqué mis nalgas sobre el taburete, y ya tan achispado como consciente, quería engañar a mi corazón embobándolo ante lo que mi razón certeramente me obligaba a reconocer. Otras fotografías en las siguientes páginas, –a pesar de verlas borrosas– afectaban mis retinas, y por medio de ellas a mi alma incrédula, la realidad de un apresurado viaje de negocios.

Entraron risueños de noche a un colonial hotel, perseguidos a distancia prudente por el fotógrafo. Salían al otro día, –en la de más abajo– otra mañana de febrero, tomados por las manos y con ropas distintas ambos, pero en ella era visible un reciente duchazo, por la caída sobre su espalda del oro de sus cabellos demasiado dóciles y húmedos, como desmayados. Yo… Yo, apenas arrancaba, creo, con el segundo trago de la quinta ronda.

En alguna de las postreras, a la distancia el sabueso los encuadraba con su cámara, y el teleobjetivo dio en el blanco de sus caras, al pasar el carruaje en el que transitaban frente a la ciudad amurallada. Inconfundible ante mis ojos, lloré. ¡Era mi Mariana!, y con torpeza alcoholizada, regué mi tercera copa ensuciando con tequila y mis lágrimas, las fotografías de su perfidia.

—Esa vez Eduardo no hizo nada. Realmente fui yo la que actué ante él como una mujer desprotegida, que ante la propuesta del magistrado, fingí un arrebato de integridad y busqué su apoyo. —De regresó a esta realidad, la escucho lejana, más sin dejar de prestarle atención. Tal vez ya no me importe. Quizá ya no que me escoce la herida como al princip…

— ¡Que idiota!, pensé, pues lo vi tan ilusionado, confiando en poder utilizarme como moneda de intercambio hacía la irracional idea del magistrado. Es verdad que lo de invitarnos a esa reunión en su casa fue una idea suya, y ese detalle lo aceleró todo, pero esos dos al final pensaron que lo hacía encantada. — ¿De qué está hablando Mariana? ¿Qué mierdas aceleró?

— ¡Imposible! –Con un gesto de resignación y debilitando adrede el tono de mi voz, para hacerles más creíble el drama, en frente de Eduardo le seguí explicando. —Cómo lo hago ahora, enfrentando a Camilo.

—Es verdad que usted, don Christopher, es un hombre acostumbrado a ganar y a tenerlo todo controlado, pero en asuntos del corazón, su parecer pierde toda autoridad. —En esas soltó un suspiro, pero tras este le escuché en su carraspeo, cierto gruñido de rabia y malestar.

—Mire señorita, –me respondió ya respirando con tranquilidad, sin levantarse de su sillón– antes que nada me gustaría aclarar que no pienso que usted sea una mujer cualquiera. Tan solo pretendo que ejerza la función de una inesperada quita novios. Necesito solamente, y aprovechando la buena impresión que le causó y lo bonita que le pareció, tan blanquita y ojiazul, –muy diferente a su nuera–, me haga el favor de rumbearse a mi hijo en frente de ella y se lo restregue en sus narices, creándole celos y muchas dudas, para ver si se disgustan lo suficiente y Kevin deja la pendejada, abriendo por fin los ojos. Por supuesto, no pretendo en ningún momento que mi hijo se encoñe de usted, ni más faltaba, pues para mi hijo ya le escogí la mujer adecuada para su futuro.

—A ver magistrado, primero que todo, soy una mujer casada y respeto a mi marido. En segundo lugar me propone que rompa una relación de muchos meses en muy corto tiempo y eso es una estupidez. A ellos dos los vi muy enamorados cuando visitaron la casa modelo. Y en tercer lugar, no necesito emputecerme para ganarme el salario a fin de mes y llevar la comida para mi casa. Tengo más clientes interesados en adquirirlas, sin tener que meterme en camisa de once varas. —Le respondí.

— ¡Jueputa! ¿¡Pero cómo así!? ¿También te chantajearon para que tuvieras relaciones sexuales con el hijo? —Alarmado interrumpe Camilo mis recuerdos, y ofuscado se levanta de la mesa para dirigirse al interior de la habitación, murmura alguna obscenidad, en la cual con seguridad estoy involucrada, pero enseguida regresa, eso sí, con los dedos de sus manos apretándose con fuerza la cabeza, y yo con la presión de los míos, aplasto dentro del cenicero la colilla.

—Tranquila jovencita, –me dijo al verme descompuesta– ya verá cómo no es para tanto. Usted sabrá cómo le hace, pero el caso es que mi hijo por «X» o por «Y», se desenamore de esa muchachita o ella de él. Acérquese a mi hijo en la reunión que ofreceremos en la casa y arrebáteselo. Se me ocurre que le eche un sonoro polvo a Kevin, real o simulado, pero eso sí jovencita, exagerado para que mi nuera, si no puede verlos, al menos los escuche y que al darse por enterada de la infidelidad de mi hijo, le forme un mayúsculo mierdero que rompa con ese estúpido compromiso.

— ¡Claro, claro! Ehh… ¿Eso sería en su habitación de soltero? O si no le incomoda… ¿Nos permitiría que «culiaramos» en la de usted y su señora, que tendrá con seguridad la cama más amplia? ¡Por favor magistrado, que locuras dice! De aceptar, apenas si haría el primer contacto para atraerlo y con suerte, conseguiría una cita a solas con su hijo, pero hasta la semana que viene. ¡Se lo aseguro!

—Muy graciosa, señora Melissa. En todo caso si no es en mi casa, usted verá cómo se las arregla para quedar con mi hijo, pero eso sí, que mi nuera se dé por enterada de esa infidelidad. A cambio, Melissa, le prometo adquirir esa casa pagando su valor total en efectivo. El cincuenta por ciento tan pronto Kevin me informe de la cancelación del matrimonio, y la otra mitad, cuando mi hijo esté por firmar las escrituras. Yo tengo el dinero a la mano, pero por el contrario usted, muchachita, no tiene muchos días para pensar en mi ofrecimiento.

—Me giré con cara de enfado mirando a Eduardo, que hasta ese momento no había intervenido en la conversación, para preguntarle…

— ¿Cómo ve esa propuesta, jefe? ¿No le parece una falta de respeto lo que me está proponiendo este señor? ¡Creo que hemos perdido la venida!—En ese momento, era Eduardo al que la expresión facial se le iluminaba ya que se sonreía con malicia, imaginando tener la sartén por el mango. ¡De nuevo!

—Tampoco es para que exageres, Melissa. –Habló con seriedad y firmeza, eso sí, más gerencial y administrativa, que paternal y protectora. – Según como lo veo yo, el magistrado Archbold solo está solicitando nuestra ayuda, a cambio de cerrar hoy mismo la compra de la casa. Ehh… ¡Con un veinticinco por ciento como anticipo! ¿O me equivoco? —Dijo dirigiéndose a él, presionando al magistrado.

—Soy un hombre de palabra, señor. ¡Será como les dije antes! Mitad y mitad. Si esta chica me cumple, obtendrá usted de inmediato lo que prometí. Y también un bono extra para los dos, por su colaboración y prudente silencio, siempre y cuando su muchacha se esmere. —Le respondió el magistrado con seriedad.

— ¡Bien pensado! –Intervine sin sobresaltarme, dejando al magistrado y a Eduardo atónitos. – Así se la quita de su camino de una buena vez, la constructora vende otra de las casas, y yo ejerzo de prepago por una pinche retribución. ¡Genial! Mancillo la honra de mi marido y ensucio mi reputación por casi nada, y ustedes dos ganan a costa de entregar mi cuerpo a su hijo. ¿No les parece desventajoso para mí? Pues a mí no me interesa su fajo de billetes. ¡Yo quiero algo más importante! —Y tanto él como Eduardo, me miraron extrañados. ¡Camilo, igualmente!

—Usted tiene algo más valioso para mí, magistrado. ¡Sus contactos! Consígame una lista de sus amigos o familiares, con los cuales pueda yo intentar hacer nuevos negocios. Hable usted con ellos de la casa tan preciosa que yo le vendí a su hijo, pues le aseguro que la maldita envidia en esos clientes referidos, me dará a ganar mucho más que el bono que tenía pensado.

—Inteligente, además de hermosa. Razón tenía Kevin al hablarme maravillas de usted, e insistir en que la recibiera cuanto antes. Muy bien, Melissa, la referiré con aquellos a quienes crea factible que les puedan interesar esas casas de descanso. ¿Pero y si no consigue nada con ellos?

— ¡Pues entonces volveré aquí a buscarlo, para que sea usted, el que me compre dos casas como mínimo! —Le contesté y me levanté del asiento, extendiéndole por encima de su escritorio, mi mano para sellar aquel nuevo negocio.

—Solo existe un problemita, o dos, para que eso suceda, magistrado. Y es que su hijo esta perdidamente enamorado de su novia, por lo tanto me llevaría mucho tiempo y esfuerzo intentar que se interese en mí. ¿Para cuándo es la boda? —Le pregunté, y él respondiéndome con cara de preocupación, me informó que la habían programado para veinte días después.

— ¡Por eso mismo! Debemos buscar otra manera para que Melissa pueda acercarse a los dos, sin que ninguno sospeche en realidad a lo que va. Necesitamos tener acceso a su agenda privada, involucrarla en su vida social, para ver en cual evento próximo ella se les pueda atravesar por el camino. —Nos dijo Eduardo, asumiendo esa causa como suya. Había caído en la trampa, tal cual como lo pensé.

—Podemos aprovechar entonces este sábado, en la comida que ofreceremos en la casa. Vamos a reunirnos las dos familias con algunos invitados especiales, unos pocos políticos importantes para mi futuro y el de mi hijo. Y vendrán otros amigos de Kevin y mi nuera. Estarán ustedes por supuesto invitados, con la excusa de hablar de la compra de esa casa, el cómo se pueda involucrar con ellos queda a su criterio.

—Por supuesto, cielo, que esa idea le encantó a Eduardo. Ya sabes cómo le gustaba a Fadia y a él, codearse con gente de la alta sociedad. —Le recuerdo a Camilo mientras alcanzo el vaso que había dejado olvidado.

—Ingénieselas para integrarse con el grupo de ellos. –Me dijo. – Pero procure que parezca un encuentro casual, y sobre todo, aproveche para rumbearse a Kevin delante de ella, y luego plántele un beso o algo así. Usted verá cómo le hace, para eso es mujer, y con seguridad sabrá darle un buen uso a esos encantos que posee. Del resto me encargaré yo y mi amigo el senador, para que mi hijo se olvide muy pronto de ella, encaminando su nueva vida y la carrera política junto a la mujer con la que sí podrá tener un futuro asegurado, y su nuevo suegro en el senado, podrá conseguirme el apoyo que requiero para ser nombrado más adelante como fiscal general de la nación. —El magistrado, utilizó en sus últimas palabras un ritmo pausado, pero cambió el timbre de su voz a uno de un tono más bajo y quejumbroso, que a mis oídos llegó como un ruego.

—Obviamente compraba tus favores, aprovechando según te dijo, la buena impresión que le habías causado a su hijo, para acercarte a él y terciaras –de una u otra manera– para que ese inoportuno noviazgo culminara para bien del futuro del abogado, y por supuesto del suyo, al igual que para ti, ya que al concretar esa venta, tanto tú y el grupo de ventas del hijo de puta de Eduardo, podrían impresionar a los miembros de la junta directiva, por los excelentes resultados. Todos tan ganadores. Yo sin saberlo, perdía aún más a la esposa que mantenía en casa el mismo amor para con su hijo y su marido, haciendo malabares peligrosos y traidores, pero siempre ocultándolos con la sonrisa amorosa y maternal de siempre.

Me esfuerzo por evitar mirarla con el enojo que estoy sintiendo, y mejor me concentro en mi puño derecho bien cerrado dentro de la otra mano, –haciéndome crujir las articulaciones más de una vez– pero sin poder acallar en mi voz, el asco y el dolor que se me escapan; y retumbando desde debajo de la mesa, se elevan hacía su atmosfera en una sola palabra que he retenido por bastante tiempo, y que me ha mortificado desde que lo descubrí, por lo que ella ahora arrepentida, se hace ver frente a mí. Mi corazón la evita, más la razón le cataloga de… ¡Puta!

— ¡Efectivamente! Esa fue la impresión que les quise brindar, cielo. No me ofendes en absoluto, –me miento– no te preocupes. Ya tenía muy claro que a pesar de tener la soga al cuello tras tantas cagadas, no debía dar pasos en falso con Fadia ni con Eduardo, pues era perentorio ganarme su confianza para poder quitármelos de encima más adelante, y por supuesto alejarlos de las agrietadas columnas de adobe con las que yo soportaba la carga de nuestra estabilidad matrimonial, y así, finalmente tu y yo viviríamos más tranquilos. En tu caso, mi vida, desarrollando en paz ese proyecto hotelero en Nuquí, y por mi parte, preparándome para asestarles el golpe final.

— ¿Cuál golpe? ¿Qué más tenías planeado, aparte de acostarte con «Raimundo y todo el mundo»? —Y ahora sí, mis ojos la buscan, observándola con desilusión.

—A la idea que en mi mente surgió tras la conversación con tu asistente en esa fiesta, tenía que ir dándole forma, esculpirla y decorarla, incrementado las cifras, superando los presupuestos, pero sobre todo, encumbrando a la estratosfera su ego.

Camilo recoge de la mesa su vaso y el mío, adentrándose en la soledad de la habitación, posicionándose frente a la bandeja y las botellas.

—La cuestión cielo, es que salí de allí a mediodía del miércoles sin ganas de almorzar y con una molesta misión en ciernes, pero con la clara intención de no entregar a nadie más mi cuerpo. —Ahora soy yo la que se levanta de la mesa para caminar hasta la esquina del balcón y hacer memoria, paso a paso.

—Hablé contigo dándote un resumen de la reunión, mientras iba sentada al lado de Eduardo. ¿Lo recuerdas? Ese estúpido conducía sin afán pero sonriente por la avenida circunvalar hacia la oficina, y entrometido para variar, confirmándote a los gritos para que escucharas bien, el optimista resultado de aquella cita de negocios junto a su diligente discípula. —Y al terminar esta última frase, Camilo se acerca con sus dos manos ocupadas por nuevos cocteles.

— ¡Muchas gracias, cielo! –Le agradezco luego de dar el primer sorbo al coctel preparado por sus manos.

—Te alegraste como de costumbre… ¡Wow! Quema. Se te pasó la mano con el tequila, mi vida.

—Ehhh… ¿Por dónde iba? Ahh sí. Pues me informaste de paso tu viaje al día siguiente para supervisar las obras realizadas en Peñalisa, junto a Elizabeth. —No se sienta, percibo y comprendo que se encuentra incómodo y por ello se aleja de mí, refugiándose en la otra esquina para beber y fumar, buscando la calma que no le otorgan mis recuerdos.

—Al llegar al noveno piso, me ocupé en revisar con mayor detenimiento la carpeta del negocio que me había «cedido» Diana, aprovechando la tranquila soledad de la tarde, ya que Carlos visitaba a un cliente y tanto las muchachas como José Ignacio, se encontraban trabajando en la sala de ventas de los apartamentos de interés social. A «La Pili» le faltaba anexar algunos soportes de sus ingresos por hacer publicidad en sus redes sociales, y a su pareja sentimental, sustentar mejor algunos otros recibidos por su trabajo de montajes y escenografías en una sala de teatro en La Candelaria.

—Para serte honesta, no veía como podría sacar adelante ese negocio, aunque me puse en contacto con el gerente del banco para pedir su colaboración en temas financieros. Por algún lado tendría que finiquitarlo y por supuesto, dos cabezas pensarían más que una. ¡Qué mejor cerebro para las finanzas que el suyo! —Y mi esposo me lanza una mirada de reprobación y estoicismo, nublada en parte por el humo de su cigarrillo.

— ¡Sí mi vida, lo sé! También me servía de su interés hacia mí para beneficio propio, pero él igualmente ganaba lo suyo, a pesar de que no cobrara en especie como quisiera, la asesoría que me brindaba.

—Ya en nuestra casa, después de revisar con Mateo sus deberes escolares, llegaste tú a la hora acostumbrada, para jugar con tu pequeño loquito un rato, y antes de cenar, con papeles de colores, tijeras de punta roma y pegante transparente a la mano, colaborarnos para armar un friso sobre un infantil safari como tema. Podría haberlo hecho yo, pero no tenía cabeza para ello ni tu disposición para recortar y pegar. —Una sonrisa se le dibuja en el rostro a mi esposo, a pesar del evidente cansancio. Mantiene muy presente esos eventos hogareños.

—Por ello los dejé solos y me aislé en la amplitud de nuestro sofá, aparentando cansancio e interés en las imágenes que proyectaba el televisor con las noticias deportivas que te gustaban, pero realmente dentro de mi mente proyectaba tretas y tramas, charlas banales para generar confianza y poses insinuantes para conseguir llamar la atención del joven abogado. Imaginariamente fácil, difícil de llevarlo a cabo en realidad.

—El cómo hacerlo se convirtió en el inesperado insomnio que antepuse aquella noche a tus ganas de abrazar la desnudez de mi cuerpo como siempre, para despedirnos sexualmente antes de tu viaje a Peñalisa, y una cefalea intensa, la mentirosa razón que expuse para no tener sexo. —Me callo y dejo de verle.

Tres niveles más abajo, por entre las palmas de los cocoteros, puedo observar que ya se encuentran dos mujeres con batas de un azul claro, arrastrando una de ellas, un carrito con escobas y traperos, bordeando la piscina. Comienzan sus labores de aseo, ordenando sillas y mesas, recogiendo envases, latas, y otros desperdicios. Y yo, refregándole en la cara a Camilo la suciedad de mis recuerdos.

—Pero tú como siempre, –me giro y le miro– colocaste mi cabeza sobre tus muslos vellosos y con suavidad, tus dedos mimaron mis sienes con la ternura de tu amor, –causándole mayor escozor a mi conciencia– adicionando la presión circular que creíste necesaria para aliviar mis quebrantos, aunque no fuese allí exactamente donde se ubicaba mi dolor. Mi lealtad, cielo, intentando imponerse se retorcía bajo las garras de mi próxima traición, por ello tus cuidados no la podían ayudar por mucho que te esforzaras.

En su boca se posa la curva del cristal y el coctel mantiene rebelde su horizontal nivel, ocultando con su mezcla naranja, lo oscuro del pequeño lunar en su labio inferior. Libremente el líquido se mece y realiza pequeñas marejadas al ser absorbido tras el primer sorbo, fluyendo hacia el cálido interior y contrastando aquel aliento suyo con la fría brisa marina de este primer día de la semana, que hace ondear los mechones sobre su frente.

Por mi parte continuo escuchándola, con mis antebrazos apoyados sobre la baranda de madera, batiendo mi alcohólica bebida, mientras Mariana se extiende en recuerdos por lo acontecido aquella noche. Su desvelo acurrucado, mientras yo dormía seguramente como siempre, en paz y con mis piernas bien estiradas a lo largo, como muerto.

—Al verte sumido en tu sueños tan profundos, me levanté sin hacer ruido caminando en puntas de pies hasta el estudio y allí tomé el móvil empresarial. Lo encendí para leer de nuevo y por última vez, las conversaciones que mantuve con él, antes de eliminarlas todas. Jamás lo hiciste, pero debía asegurarme de no dejar rastros. —A medida que surge de mi boca la confesión, doy dos pasos hasta la mesa y un corto sorbo a mi coctel, antes de tomar de la mesa un cigarrillo y el briquet con la misma mano diestra.

—No tenía razones para hacerlo. Siempre te creí honesta y leal. ¿Desconfiar de mi esposa? Nunca me diste motivos para tener que espiar tus conversaciones. —Sin levantarle la voz le respondo, a pesar de que en algún lugar de mi mente, arpía seria la palabra adecuada para enrostrársela.

Mariana sacude la cabeza después de darle otro sorbo breve a su tequila, después de fumar. Se atraganta y tose más de una vez. Se encorva y el humo forma una neblina blanca que se niega a rozar el suelo. Se eleva esquivando su rostro y por fin ella se endereza.

—Ahora si tengo tiempo y privacidad. Dime que es lo que quieres. —Fue el primer mensaje que le escribí por la tarde, sentada con las piernas cruzadas sobre la alfombra de la sala y mi espalda recostada contra la estructura baja del chaiselonge de nuestra sala. —Le descorro a Camilo, el velo de lo desconocido, haciéndolo avergonzada, tres pasos más próxima a su rincón.

—Buenas días Bizcocho. Que rico despertarme así, con un mensaje tuyo, aunque preferiría que lo hiciera tu boca a diario y directamente en mi oreja. ¡Jajaja! —Recuerdo con exactitud su respuesta, mi vida. Pero créeme que no la he olvidado porque me haya gustado su meloseria. Es todo lo contrario. Me disgustó su petulancia y vanidad de macho deseado.

—Ajá. ¡Sí claro cómo no! Ya son tardes para que sepas, y mejor aclaremos nuestra relación. ¿No te parece? —Le respondí con serenidad y la necesidad de espantar esa molesta mosca de mi alrededor.

— ¿Tanto dormí? Hummm, ¿Entonces si tenemos algo? Qué bueno que te hayas dado cuenta. ¡Más vale tarde que nunca! —Me escribió en seguida y caí en cuenta del error que acababa de cometer.

Mariana imita mi pose inclinándose un poco, y acomoda sus antebrazos sobre el madero. Voltea su rostro y sus ojos azules se clavan en los míos. Le tiembla el pulso, tambalea la ceniza. Finalmente cae al vacío. Lo que tenga para decirme le cuesta mucho, pues repentinamente deja de mirarme y su mirada rastrea el suelo, cerrando sus ojos para concentrarse. ¿Sera muy grave para mí? ¿O para ella?

— ¿En serio eso piensas? A ver Chacho, metete bien esto en tu cabeza. No somos nada porque cada uno ya es de alguien más. Tú tienes a tu Grace y yo estoy bien con… Mi marido. ¡Que te quede bien clarito! Los momentos íntimos que hemos compartido han sido simplemente, arrebatos míos. No eres la causa sino la consecuencia, así que olvídate de creer que soy una de tus inocentes presas diarias, querido. —Le contesté de inmediato y sí, para que negártelo, Camilo. Lo hice un tanto ofuscada.

— ¡Uyyy preciosa! Precisamente no sabes cuánto deseo poner mis garras encima de ese cuerpecito tuyo otra vez. Me haces arder de ganas cada que te tengo cerca y solita para mí. Hay que repetirlo más seguido… ¿Nos podríamos ver hoy? —Terminó por escribir.

— ¡Qué pesar Nachito, dejarte con las ganas, pero sucede que tengo mi agenda copada! –Me demoré unos segundos en escribirle algo más, pensando en cómo hacerle sentir prescindible y menos importante para mí.– En la ventana de la aplicación observé que me escribía, pero me apuré y fui yo la que redacté la continuación del mensaje y se lo envié antes de recibir el suyo.

—Ya sabes, primero debo dejar mi hogar como una tacita de plata para cuando llegue mi hijo del colegio, y luego sesión de embellecimiento en la peluquería, para que mi esposo al llegar de trabajar, me encuentre hermosa y deseable, listica para que me disfrute. ¡Ahh, verdad que tú no tienes esos quehaceres tan aburridos porque como te mantienes tan disponible, no disfrutas de una relación permanente con tu adorada novia, que te pueda brindar esta estabilidad!

— Jajaja, Meli. ¡El que es lindo es lindo! Ya lo sabes. Además bizcocho, tú me despertaste. Y fíjate que precisamente en este momento estoy tocándome algo bastante largo, grueso y tieso, totalmente disponible para ti. Si quieres comprobarlo, conectémonos por video y hacemos un precalentamiento matinal para ir adelantando trabajo. —Y tras esa repuesta, en seguida el tono de llamada de la aplicación me avisaba de su intención de vernos.

—No la tomé por supuesto. –Camilo con sus ojos me hace el gesto de incredulidad. – ¡Te lo juro! Y otro mensaje sin palabras pero con un montón de emojis de enojo, todos rojos, recibí de su parte indicándome su molestia. —Le respondí con una sola carita de burla y me dejó en visto por unos segundos.

— ¿Cómo se te ocurre que me voy a dejar ver así como estoy? Estás totalmente loco. Aprovecha mejor tu dura situación, y dale una alegría a tu novia. —Le escribí al ver que él no lo hacía pero seguía en línea.

—Grace en estos momentos debe estar sobrevolando el Atlántico. ¿Acaso no estás sola? Anda, no seas malita y me das el gusto de verte esa cuquita desarreglada. ¡Jajaja! —Me respondió, burlón como siempre.

—Que guache eres. Pues fíjate que no se va a poder, porque como está haciendo tanto frío la tengo bien arropadita con mi pijama térmica de vaquitas. ¡No vaya a ser que se me resfríe! Mejor levántate y te das un duchazo con agua fría para que se te baje la hinchazón. Bueno Chacho, en serio. ¿Qué quieres? —Le pregunté con ganas de concluir aquella conversación y salir efectivamente hacia el salón de belleza para acudir al dia siguiente, bien presentada a la cita con el padre del abogado.

—Me prometiste algo adicional por mi cumpleaños y me como las uñas por saber que será. —Me recorrió la espalda, de abajo hacia el cuello y los hombros, un repentino escalofrió al terminar de leer.

Camilo esta obviamente enojado, de hecho bastante emputado al conocer los pormenores de aquel intercambio de mensajes, pues me observa con ese par de iris cafés que anteriormente me reconfortaban cada mañana al despertar, más ahora en ellos observo esbozos de decepción y de… ¿Odio?

—Pensé que tenías una buena imaginación. —Le contesté.

—Tenerla la tengo, –me escribió al instante– pero me gustaría más hacerla realidad al tenerte aquí, ahora mismo de cuerpo entero. Por qué no te decides y vienes para acá, así como estas, no me importa, ya que aquí me encargaré de arrancarte ese pijama de vaquitas y saborear esas ubres que no me has dejado chupar, o pegarle mordiscos a tus ancas.

—Ya sabes que para que eso ocurra, debo estar segura de que cumplas la promesa de no meter ese pipí tuyo en cualquier ratonera. Así que pórtate bien y más adelante miramos si te mereces destapar ese regalo. —Le contesté.

— ¡Eres una mierda conmigo, bizcocho! Es que primero me tientas y luego me exiges, pero ahora no quieres dejarte ver desnuda para bajarme esta calentura mañanera.

—Pues compórtate y seré para ti, como el fuego que dices que te hago sentir. —Y enseguida decidí jugármela al todo o a la nada con él, y dejarle claras mis intenciones.

— ¿Quieres quemarte dentro mío? Entonces procura no consumirme en un solo acto. —Le escribí decidida y continué explicándole.

— ¿Deseas encenderme con tu pasión? Apaga entonces esa estúpida soberbia cuando estés frente a mí en privado, y mejor esfuérzate en hacerme vibrar y acabar, con la experiencia que se supone, has obtenido con las demás. Pero no intentes absorber todo mi tiempo porque tan solo puedo compartir contigo unos pocos instantes. ¿Te queda claro? —Podía ver en la pantalla como escribía algo, pero enseguida dejaba de hacerlo al tener que leerme primero.

—Mantendremos la distancia en frente de los demás, comportándonos como siempre. Tú seguirás siendo el conquistador altanero que todos conocen, y yo, la mujer respetable que evade tus acosos y te manda a la mierda.

—No escucharás jamás de mi boca un te amo o un mi amor cuando estemos juntos, –le escribí aclarándole– porque en mi hogar es donde lo siento y lo digo a diario. Ese derecho… Esa exclusividad le compete a mi marido, pues se ganó mi corazón hace años. En tu caso… Bueno, tú sabrás como querrás referirte a mí, pero guarda esas otras palabras para tu novia Grace, si es verdad que te importa y que existe algún sentimiento de cariño hacía ella.

—No habrá obsequios entre nosotros. No los quiero ni los necesito. No te atrevas a dejar sobre mi escritorio, ramos de flores para que se marchiten, o cajas de bombones con tarjeticas y dedicatorias con tu firma o anónimas, para que se los coman los demás. Mucho menos esperes recibir de mí otros tipos de detalles, como corbatas o gemelos dorados para los puños de tus camisas, ni estilógrafos contramarcados, que aparezcan sobre el tuyo acompañados por románticas esquelas escritas usando su tinta, y perfumadas con mi aroma.

—Para ti seré simplemente la mujer que deseas cogerte para saciar tu capricho, pero aunque yo me entregue a ratos, jamás para ti lo haré por completo. Ten presente que lo haré a mi ritmo, sin presiones de tu parte, y tus ganas se tendrán que ajustar a las mías y sobre todo a mis plazos. ¡A las mujeres nos encanta que estén pendientes de nosotras, pero nos fastidia que intenten a toda hora, estar encima de todo lo que hacemos! —Ya no escribía, pero de inmediato los dos chulitos se ponían azules, evidenciando que leía con atención.

— ¿Cariño? Existirá algo parecido al afecto, obviamente. Pues con solo el gusto por recibir una mirada de deseo, o una bonita sonrisa que me incite a algo más, no elevan mi adrenalina. Para ello me bastaría con ir «a hacer mercado de ojo» día de por medio al gimnasio más cercano.

—Pero esas muestras de afecto, de haberlas, serán privadas y no tan a menudo. Sí, José Ignacio, allá en la oficina nos comportaremos como siempre, igual de distanciados, repeliéndonos como polos iguales de dos imanes. Tú, el petulante lobo disfrazado y yo, la caperucita casada, fiel y atolondrada, que tanto te fascina fastidiar por mojigata.

— ¿Quieres tenerme para ti? Entonces, comámonos calladitos y evitémonos los inconvenientes. No me menciones con nadie, ni te atrevas a fanfarronear delante de tus amigos, mucho menos en la oficina, sobre lo poco que ya has saboreado de mí. Pues si me llegó a enterar de algo, te quedaras sin probar una pizca de todo lo que te falta por saborear. Me daré el gusto de probarte por completo y tú a mí, si no metemos a nadie más entre los dos. Seremos un par de leales infieles. ¿Te quedan claras mis reglas?

—Son muchas normas bizcocho. Y además, eso de guardarnos fidelidad se me hace comprometedor y tan aburridor, que la verdad creo que me lo voy a pensar un rato, a no ser que…

—Cerré la aplicación y apagué el teléfono, sin interesarme en leer lo demás. Si no quería aceptar mis reglas, por mi estaba bien. Sería un problema menos y me ocuparía entre tanto de mantener a K-Mena alejada de él, de una forma u otra, hasta lograr llevársela a Sergio, virgen al altar.

—El fuego se combate con fuego, y yo ardía en llamas por hacerle caer en mis brasas y así, hacerle tragar todas esas burlas y sus ofensas. Como mujer, poseía las armas para mantenerlo interesado cuando me diera la gana, pero por el momento me desentendería de eso, pues mi objetivo era al dia siguiente, concretar la venta de la casa para el abogado en la oficina de su padre el magistrado.

—En aquel momento no pensé mezclar sentimientos de afecto pues era una venganza, lo juro. En mi propia hoguera, utilizando por combustible mi vanidad y su tentación, también junto a él me quemé.

—Entonces… Si no lo amaste como dices… ¿Si se quisieron? —Mariana me voltea a ver. Para nada tiembla, –mi quijada si– pero no disimula su vergüenza y me responde con… ¿Honestidad?

—Él pensó que era algo parecido al amor lo que entre los dos surgió, pero en verdad por mi parte, sentí al comienzo un prolongado hastío por tener que simularle cariño tras todo lo que al comienzo me hizo sentir, ofendiéndome y burlándose de ti. Jamás, cielo, se me pasó por la mente que yo pudiera ser una mujer tan rencorosa. No me reconocía. —Me mira incrédulo, así que debo ser completamente honesta con él. ¡Algo de afecto pudo existir después! O tal vez lo confundí con lastima al conocer su huérfano pasado. Termino por aclararle.

—Deseaba destrozarle a mordiscos sus labios en un acto de venganza, a pesar de que tuviera que besarlo delicioso, y las transpiraciones de mi piel le infectara la suya con la ponzoña de mi odio, aunque tuviese que ser yo quien le insistiera en lamérmela al derecho y al revés. No esperé que tan pronto aceptara lamerme aquí abajo, pero al verlo metido tan sumiso entre mis piernas, di por hecho que mi desquite se estaba gestando, sin percatarme que al tenerlo arrodillado finalmente, tu vida y la mía… ¡Nuestra hermosa historia, una mañana se haría pedazos!

—No imaginé un final entre tú y él, así. Con la golpiza que le propinaste al final. Antes de eso, yo tenía en mente otra solución. Alejarme paulatinamente, mientras tomaba su lugar en la constructora como la mejor asesora comercial y cuando me confrontara por no volver a estar con él, hacerle entender destrozando su enamorado corazón, que todo lo que a oscuras le entregué y los fingidos gemidos que a sus oídos le obsequié cuando le dejaba poseer mi cuerpo, fueron simples patrañas mías, mentiroso deseo de una mujer herida; y que al abrirme de piernas, tomándome yo misma por las pantorrillas, en realidad eran las puertas de un trampa que ingenié para que de mí se enamorara, y luego de tenerlo arrinconado, lanzarlo hacía el abismo del desamor.

—Verlo destrozado sentimentalmente, primero desde el lugar seguro que tenía en nuestro hogar, y posteriormente en el trabajo al superarlo en ventas era mi mayor deseo. Sin dañarte… ¡Sin que supieras ni sufrieras con mi engaño!

Camilo se carcajea, de manera cínica. Puede que su risa esté atravesando las paredes de todas las habitaciones circundantes, despertando a los durmientes huéspedes y de paso, adelantando su sentencia. ¡No me cree!

—En serio estás loca Mariana. ¿Quieres que me trague todo tu cuento? Tu estúpida venganza destruyó nuestra familia, mis sueños y nuestro futuro. El cariño que no se entrega, nunca se recuerda, y precisamente a la fecha, mantienes muy presente todas esas conversaciones. Las pudiste haber borrado de ese aparato, –y con la punta de mi índice, le presiono su frente– pero aquí siguen muy presentes. No creo posible confundir lástima con aprecio ni sentir deseo por compasión. ¿Huérfano él? Y ahora los dos sin un nosotros, ¿Qué?

— ¡Porque fueron necesarias para continuar realizando lo que me faltaba por hacer! Por eso no las he olvidado. —Le respondo levantándole la voz, pero el enojo es conmigo misma, al pensar que tan fácil sería que confiara en mis palabras.

Con ganas de llorar, me aparto de este rincón y su lógica desconfianza, para caminar hasta la cama y al recostarme de nuevo, retomar tras ese último paso y el acomodo de la almohada bajo mi cabeza, la historia del abogado que dejé estancada.

—El jueves por la mañana, después de acompañar a Mateo y su nana hasta la parada del autobús escolar, conduje pensativa hasta la oficina, para encontrarme allí con él y enfrentarme a su decisión. No fue diferente nuestro saludo a lo acostumbrado y ese hecho me tranquilizó. Hablamos poco, pues él tenía trabajo acumulado por resolver, y yo en compañía de Eduardo, diligenciaba los contratos para tenerle listo al magistrado. Sin embargo me dijo que aceptaba y estaría siempre ahí, pendiente para cuando lo necesitara. Luego por la tarde, recibí la llamada de María del Pilar, confirmándome la hora y el lugar para visitar la casa en Peñalisa.

—Desde la comodidad de la cama, Mariana me revela más detalles de aquella semana. Deberé ingresar también a la habitación para escucharla mejor, pero creo que me sentaré mejor en el sillón de la esquina, para observarla bien y de paso, calmarme.

—Tú y yo nos comunicamos a las mismas horas, por la mañana y a medio día, pero ya por la tarde, te informé de mi viaje al condominio al dia siguiente. Te alegraste al ver la posibilidad de vernos, pero como recordaras, tus ocupaciones al otro extremo del condominio, o el horario en el que llegué con los clientes para enseñarles la casa coincidieron, y no fue posible nuestro encuentro. Antes de regresarme te llamé para avisarte, y tan desilusionado como lo estaba yo porque no pudimos ni siquiera darnos un beso y un abrazo, me informaste de una reunión en casa de tus hermanos el sábado por la noche.

—No había pensado en darte la noticia así. Quería hacerlo cuando estuviésemos juntos, pero no tuve más opción que informarte que precisamente Eduardo y yo, ya habíamos sido invitados a una cena formal en casa del cliente que habíamos visitado. Sin reprocharme nada aceptaste mi salida, pues era bueno para mí y asistiría bajo el amparo de tu amigo y mi ángel benefactor.

—La reunión la programaron en una hacienda a las afueras de la ciudad. Hasta allí llegué siguiendo al automóvil donde iban Fadia y Eduardo. Te testee avisándote que todo iba bien y me respondiste que ya estabas reunido con todos tus hermanos y Mateo jugando con sus primos. Un te amo tuyo, –inmenso como siempre– escrito en mayúsculas, y por mi parte un gif de un corazón rojo palpitante, nos despidieron esa noche, más la promesa de avisarte cuando fuera a salir para nuestra casa.

—Al parecer la alta sociedad estaba allí reunida en pleno, y ello motivó que tuviera que obsequiar sonrisas y besos en las mejillas de cada personaje que Fadia y Eduardo saludaban amigablemente o decían conocer. Sabes bien como la vanidad los consumía por socializar con las personas de alta alcurnia. Para ellos todo eran relaciones públicas. Ministros y senadores, jueces y concejales, según nos comentó el magistrado, todos ellos de diversos partidos políticos, brindando con sus vasos con whisky, acompañados por sus esposas ataviadas con glamorosos vestidos de diseñadores y con peinados rigurosamente bien lacados, congeniando sonrientes. Periodistas entrevistando a la pareja de novios y fotógrafos flasheando a todo aquello que tuviera movimiento. En fin, parecía haber asistido toda la plana mayor de la ciudad, y la familia de la novia, humilde sin alcurnia, apartados y relegados a dialogar entre ellos, pero en el otro salón.

—Por el contrario, los amigos del abogado usaban ropa cómoda, el típico «styling» de su juventud relajada. Mi labor la veía difícil de cumplir entre tanta gente. Me acerqué para saludarles y se mostraron sorprendidos al verme allí. Al parecer el magistrado no les había informado. De todas formas Kevin demostró cierta alegría y después de que me presentara con todos sus amigos, aproveché para entablar conversación con ellos apartándolos un momento de su grupo y de algunas chicas, entre ellas su hermana mayor.

—Aunque no les faltaba el dinero, tampoco les vendría mal una ayuda adicional para equipar su futura casa, así que les hablé del emprendimiento de una amiga mía, que se podría encargar de organizarles un espectacular Home Shower. Como era de esperarse, era un tema que a Kevin no le interesaba demasiado, pero a su novia por el contrario le llamó mucho la atención y logré conversar con ella por unos momentos, ofreciéndole mi desinteresada colaboración para completar el diseño interior de su futura casa.

— ¡En la ciudad, –me dijo iluminándosele los ojos cafés– viviremos en el apartamento amueblado de aquel senador, el que habla con mi suegro. —Luego se nos unieron dos amigas suyas y me la arrebataron. Regresé desanimada a donde estaban Fadia y Eduardo, pues se pasaba el tiempo y no conseguía nada.

—La aburridora reunión seguía en el salón principal, con el magistrado, Fadia y Eduardo conversando, pendientes de mis avances. En el auxiliar, otras personas ya departían con la familia de la novia y en los pasillos algunas parejas y dos grupitos de jóvenes, se distraían chateando o enseñándose unos a otros, fotografías y videos, riéndose sin parar. Kevin no se separaba de su novia para nada, y realmente yo no veía ni cómo ni cuándo le iba a poder “caer”. Pero entonces dos amigos se les acercaron y hablaron con el hijo del magistrado, proponiéndole algo. Tanto él como ella asintieron, aceptando la propuesta. Cuando se acercaron a nosotros, que hablábamos con el magistrado y su mujer, les escuché decir que se marchaban para una discoteca donde los esperaba otro grupo de la universidad, para rematar la noche bailando.

— ¡Se van a marchar! Les dije angustiada a Eduardo y Fadia. Intentaré hacer que me inviten y si lo logro, puede que consiga mi cometido esta misma noche. Yo le aviso. —Le comenté con cautela al magistrado Archbold.

—Al darme la mano, ya para despedirse, yo misma me acerqué a su mejilla para darle un beso, pero enseguida le dije al oído…

— ¡También estoy aburrida, sácame de aquí! Kevin se sonrió, más no me respondió, pero mientras le veía partir escoltado por sus amigos, un mensaje llegó al móvil empresarial. Allí el hijo del magistrado me enviaba la ubicación y entre interrogantes, seguidos por emoticonos de enojo y caritas de desagrado, me preguntaba si iría con «el vejestorio de tu jefe». ¡Ni loca! Le respondí.

—Si no te importa, me gustaría llevar a alguien más, pero guárdame el secreto pues no se trata de mi marido. —Le recalqué para ponerle sobre aviso que no era tan recta como él creía, ni mucho menos aburrida como aparentaba frente a sus padres. ¡Una cascarita para que más tarde esa noche, él se resbalara!

—Antes de continuar, cielo, me gustaría aclararte que nunca fui una de esas mujeres «quita novios», pues siempre respeté a mis amigas, y de hecho en más de alguna ocasión, aprovechando uno que otro alcoholizado descuido en alguna rumba, varios intentaron pasarse de listos conmigo. Pero supe contener aquellos intentos por conseguir conmigo, uno de esos polvos pasajeros y traicioneros. Sin embargo ante aquella eventualidad, fui yo la que lo orquestó todo, pensando y manipulando a todos. Incluso a él, pues lo necesité y así tuviera que engañarlo como lo hacía contigo, le prometí que luego de rumbear, esa noche… La culminaríamos culeando apoteósicamente en un motel. —Camilo permanece sentado, observándome con su pierna derecha montada sobre la otra, y sus manos juntas, –palma contra palma– frente a su boca.

Entre el borde de esa cama donde reposa, y la punta del dedo gordo de mi pie izquierdo, dos tabletas anchas de cerámica beige nos separan, sin embargo entre el esculpido perfil de su rostro de diosa romana, y mis fosas nasales emana una atmosfera densa, residiendo en sí misma, la tensión del momento que tal vez ella no desea revelarme, y yo al escucharla, no deseo imaginar.

—Lo sabes bien cielo, siempre he aprendido mucho de ti. Prestar atención a los mínimos detalles, para elaborar mejor un plan. Y por eso me jugué la carta que tenía escondida para no inmolarme, pero ganadora para conseguir el objetivo de separar al joven abogado de su «curiosa» prometida.

—Le escribí de inmediato a José Ignacio, diciéndole que estaba aburrida y quería ir a bailar aprovechando la invitación de unos amigos. Era la oportunidad de vernos antes de que su novia lo acaparara, y tuviese yo que ocuparme de mi hogar ese fin de semana. No me respondió el mensaje y me preocupé. Llamé a Fadia mientras seguía las indicaciones del navegador, pues al parecer el plan «A» no iba a funcionar y me tocaría implementar el plan «B», o sea el de ellos.

—Es muy simple Meli, querida. –me dijo Fadia. – Acércate a ellos y atráele utilizando la hermosura de tus ojos, tú luminosa sonrisa y las curvas de ese trasero tuyo, luego usa tu inteligencia para envolverlo en una charla íntima y con la ayuda del alcohol, lo podrás atrapar entre tus piernas. Rumbéatelo en frente de ella, provócale celos, y haz que esa peladita se desespere y termine por irse desilusionada de la discoteca. Luego de embriagarlo te lo llevas al apartamento de Eduardo, asegurándote de grabarlo todo y si quieres, tan solo simulas tener sexo con él, y esas grabaciones se las haremos llegar por la mañana a ella. De seguro que no lo perdonará, y le terminará el noviazgo.

—Aja. ¡Sí claro cómo no! Todo lo haces ver tan fácil, Fadia, porqué a ti no te toca poner ni la cara ni el culo para estas cosas. —Le respondí entre enojada y resignada. Sin embargo recibí una notificación de un mensaje entrante al teléfono empresarial, y se me alegró la noche, pero casi en seguida se me heló la sangre, pues como si tuvieses el talento de la ubicuidad, recibí la notificación de un mensaje tuyo en mi móvil personal. Tu preocupación por mi bienestar no me abandonaba manteniéndote presente sin estar. Me gustó siempre eso de ti, pero incomodaste mi mentira al tenerla que modificar.

— ¡Amor, ya te iba a llamar! –Te hablé emocionada. – Me invitaron a conocer una discoteca. Voy con mi cliente, su novia y unos amigos. No creo demorarme mucho y no he bebido casi nada. ¡En serio, mi vida! Dos copitas de champaña, nada más. Pero si no quieres que vaya, no hay problema, cielo.

—Te respondí que no había problema. –Aprovecho que Mariana suspira para manifestarle que aún lo recuerdo. – Te mencioné que me quedaría esa noche en casa de mi hermano, porque Mateo, –cansado de jugar con los primos– se había quedado profundamente dormido. También te pedí la ubicación del local por si me llegabas a necesitar. Y así, mi amorosa confianza le otorgó más viento a tus alas de libertad.

— ¡Y te la envié por supuesto! Así nos despedimos casi a la madrugada. —Me responde a la defensiva, y gira un poco su cabeza para mirarme con una expresión… ¿Dominante?

—El lugar escogido por sus amigos para rumbear estaba hasta el tope de gente. Le escribí a Kevin informándole que ya había llegado, y luego a Nacho para saber cuánto tiempo demoraría. Mientras tanto aproveché para fumar un cigarrillo, escarchar aún más mis párpados, rizar mis pestañas y delinear mis labios con un color más fuerte. Escuché su voz, llamándome a los gritos. Había llegado a la discoteca como por entre un tubo y al abrazarnos él y yo… Nos besamos en la boca al saludarnos. —Obviamente se frunce el ceño en la frente de Camilo, descruza las piernas para acomodarse diferente, se rasca la nariz con el dorso de su mano sin decir nada, pero con su mirada acusándome.

—Le comenté mientras ingresábamos, que a ese local había sido invitada por el hijo de un cliente y su novia. Él se le había escapado a su Grace, y yo le puse al tanto del permiso que me habías dado. Una pantalla gigante a la izquierda nos recibió y por las otras cuatro esquinas, elevadas varias más, retransmitían el show de una artista que ofrecía su particular versión de una canción de Madonna, en una tarima súper iluminada. Luces laser sobre ella y sus «espectaculares bailarinas», así como en toda la inmensa sala. Humo formando una neblina baja, y olores a vainilla, fresa y a sudor, todo tan mezclado y sin embargo lo podía diferenciar al caminar esquivando codazos y pisotones.

—Íbamos a dejar aquel primer nivel, atiborrado de personas rumbeando y fuimos avanzando hasta llegar a las escaleras de metal cromado, para subir hasta el tercer nivel, donde la música electrónica ya no reinaría, y por el contrario el vallenato, la música tropical y caribeña, –profesionalmente mezclados por el Dj en su tarima– dominarían las siguientes horas.

—Varios Drag Queen bailaban realizando una coreografía sensual sobre el escenario principal. Todos fueron bajando las escalinatas iluminadas, y desfilando por entre el público que los aplaudía, lanzaban besos a diestra y siniestra. Cuando uno de ellos se nos puso al frente, interrumpiéndonos el paso, saludó de mano y un fuerte abrazo a José Ignacio. Bastante alto y vestido de manera similar al vestido plateado que yo llevaba esa noche, solo que más corto y con exuberantes plumas de colores que surgían de la espalda; el escote exageradamente pronunciado, con múltiples hilos de plata que desviaban gracias a su movimiento hipnótico, las miradas indiscretas y con botas de brillante cuero blanco cubriendo sus musculosas piernas por encima de las rodillas.

— ¡Hola mujer, que bueno que hayan venido a vernos! —Me saludó con voz ronca. No lo reconocí de inmediato tras ese fabuloso vestuario y su exagerado maquillaje, pero me recordó que se trataba de Fabio, uno más del grupo de amigos de José Ignacio en su fiesta de cumpleaños y con los que realizaba piques ilegales los jueves por la noche. Antes de proseguir con su desfile, nos invitó a visitarlo más tarde en los vestuarios para tomar algo.

—En un rincón a mi derecha, vi a todo el grupo y nos acercamos con José Ignacio agarrando mi mano con la suya, un poco sudorosa. Lo presenté con el grupo y presté atención al rostro de la novia. Inicialmente asombrada al vernos, chispeante enseguida su mirada al verlo, y disimuladamente coqueta al saludarlo empinada con un beso en cámara lenta sobre su mejilla derecha. La química lo había iniciado, luego con los tragos y algo de charla mezclada con miradas disimuladas, esperaría pacientemente a que la física del roce hiciera lo demás.

—Para variar, José Ignacio se integró con facilidad al grupo, pavoneándose delante de los hombres al pasar su brazo por encima de mis hombros y apretándome más a él, causando además varios comentarios risueños y secretos entre las mujeres. Nos acomodamos en dos sofás semi circulares, para solo seis personas. Nos sentamos las mujeres y los hombres quedaron de pie. Nos sirvieron unas jarras de cerveza pero José Ignacio insistió en que los hombres tomaran algo más fuerte, y junto a otros dos varones, fueron por una botella de ron y dos de «Old Parr».

—Mientras se escuchaban interminables los vallenatos, sin que ninguno de los hombres nos sacara a bailar, las muchachas y yo nos dedicamos a charlar animadamente de cosas de la boda, la novia incluso pidió mi opinión como si fuésemos amigas de toda la vida, y los hombres a los gritos, debatían donde celebrar la despedida de soltero.

—Una de ellas al ver llegar de nuevo a José Ignacio con las botellas, me felicitó por el buen gusto que tenía, creyendo que éramos novios. Me reí. ¡Somos tan solo compañeros de trabajo y de vez en cuando nos pegamos una escapadita! Nada formal. —Les aclaré. El pobre anda de agarrón con su novia y a mí me tiene abandonada mi marido. Así que decidimos aprovechar las circunstancias. ¿Por qué lo dices? ¿Te gusta? Le pregunté.

— ¡Pero por favor! ¿A qué mujer no? –Respondió la más gordita y bajita. – ¡Cálmate serpentina que tu carnaval ya pasó! Pa´ calmar ese «bullerengue», aquí le tengo listico este «mapalé». —Intervino la hermana de la novia. Todas soltamos una risotada que logró llamar la atención de los hombres, incluidos Kevin y José Ignacio, que para rematar, me envió por los aires un beso con guiño de ojo incluido.

—El tema de los regalos paso a un segundo plano y la atención se centró en mí, para conocer por mi propia boca, un poco más del hombre que las había hechizado. ¡A todas! Así que lo más fácil estaba hecho. ¡Tan solo me restaba untarle un poco de mermelada a esa galleta salada!

—Cuándo se los presenté, advertí en ella y en todas sus amigas, la atracción que él solía ejercer en las mujeres. En sus miradas disimuladas ya había advertido la atracción, y aunque no llegué a imaginarme que podría ser tan fácil, todas esas muchachas deseando probar la misma manzana, contribuyeron a qué en especial ella, igualmente imaginara como sería morderle el gusano.

—Que era un auténtico macho alfa y un amante de primera, fue la carnada. Ya tan solo faltaba que ella cayera en la trampa del roce. La química del gusto al verlo, le hizo sentirse atraída hacia él de una manera por demás animal. Y eso lo percibió él igualmente. Acostumbrado estaba a oler a las hembras en celo a kilómetros de distancia. — ¿Me comprendes, cielo?

—Perfectamente. ¿Cómo tú, por ejemplo? —Le respondo con ironía pero Mariana continua con los ojos cerrados, recordando.

— ¡Chicas, es en serio! No les exagero cuando les digo que a Nacho es difícil que se le baje la tranca cuando sabes mantenerlo súper excitado con tus alaridos. Le encanta dominar, halar del cabello, pellizcar los pezones y palmotearte el culo a la vez que te dice vulgaridades, sin parar de culearte. ¡Ufff, nenas! Es el mejor amante que he tenido. ¿Y saben qué? Después de que se viene la primera vez, dejándote agotada y sudada, se lo miras y está como si nada. Se le mantiene esa verga todavía tiesa, y no te deja tomar siquiera un respiro, para volver a la carga. No es el típico hombre que se conforma con un solo asalto y se echa a tu lado para ponerse a roncar como un cerdo. Nacho es capaz de sacarte dos, tres, cuatro y hasta un quinto orgasmo antes de vaciarse por segunda ocasión.

— ¿Y cómo la tiene? —Se aventuró la amiga más fea en preguntar.

— ¡La tiene así de inmensa, y como mi muñeca de gruesa!- Les respondí, separando las palmas de mis manos y luego juntando pulgar contra pulgar y las yemas de mis dedos índice, mostrándoles de manera exagerada, su aparente grosor.

—Obviamente con la sola pinta de José Ignacio, no alcanzaba. Debía acercarlos, juntarlos para que él utilizara su otra gran arma en ella. La labia. De esta manera podría influir sobre esa atracción que en ella se evidenciaba y por eso, con el cuento de mis encuentros sexuales con semejante semental, la mantuve interesada y logré agrietar su intachable lealtad.

— ¡Cuándo tiramos con ganas, me hace sentir que me parte por la mitad! ¡No se alcanzan a imaginar lo que siento por allá dentro! Y mueve esas caderas delicioso igual a cuando baila, empujándome ese trozo de carne como si quisiera sacármela por la garganta. —Les aseguré, colocando en mi rostro esa sonrisa y aquella mirada que expresan la dicha que una siente en esos momentos.

—Me inventé también que por el enorme tamaño y grosor que se gastaba, no le dejaba que me la metiera por el culo, pero se lo recompensaba al hacerle lo que más le gustaba. Mamársela bien, atragantándome con ella y luego dejar que soltara toda su leche dentro de mi boca y mostrarle con lentitud como me la tomaba completica. Me acerqué bastante a ella y mirando a José Ignacio, le dije que a él eso lo volvía loco. —Miro la reacción en los ojos de mi esposo, ya que debe sospechar que lo que les conté a esas chicas, lo dije por mi real experiencia.

— ¡Nunca antes me sentí tan bien, diciendo una mentira!

Molesto le escucho su proclama, y lo cierto es que puedo reconocer la verdad en lo que me comenta, por el orgullo en el timbre de su voz y el fulgor en su mirada cuando me ha mirado.

—Supuse que con todo aquello que les contaba, las ganas de probarlo al imaginárselo, les hizo mojar los cucos y a más de una se les incrementaron las ganas de qué Nacho las invitara a bailar o… ¡A algo más! Entre esas ella, que a pesar de no querer cagarla con su novio, riéndose nerviosa no podía ocultar el anhelo irrefrenable de probar hacer algo con ese adonis criollo. Y no me equivoqué, mi vida, pero me hacía falta el empujón final.

Mariana recoge las piernas hasta juntarlas con su pecho, asegurando encorvada, con sus brazos el agarre. La tela de la bata se arruga y la blanca belleza de sus muslos reaparece ante mis ojos, admirando sus formas, rememorando su textura con las ganas desacostumbradas y aquel deseo interior que se resiste a olvidarla.

—La mano extendida acompañada de la sonrisa amplia en sus labios, más la mirada de orgulloso conquistador en sus ojos avellanas, me invitaron a levantarme y alejarnos abrazados hasta un espacio vacío en la pista a medias iluminada; con las notas del acordeón de uno de los tantos vallenatos y las voces de los hombres coreando las estrofas, le dejé rodear con sus brazos mi espalda y la cintura, y esa enamorada intimidad reclamó por la presencia de más parejas.

—Bailamos mucho. –Mi esposo me mira desde su rincón con asombro y desazón, pero le aclaro. – ¡Bailé con la mayoría! De hecho al estar cerca de la pareja de novios, nos intercambiamos durante dos vallenatos y una tanda de clásicos del tropipop, en los que aproveché para tontear con Kevin solapadamente, sin perder de vista a su novia que hablaba poco pero se dejaba apretujar sin resistencia, y se reía mucho con lo que José Ignacio le decía al oído.

—El Dj interrumpió el momento, dando comienzo a una mezcla de reggaetón y cambiamos pareja de nuevo. Dejamos de movernos nosotros, ellos continuaron ejercitando las caderas y sus pelvis.

— ¡Ven te digo algo! Le dije a José Ignacio tras darle un necesitado sorbo a la refrescante cerveza. —Me estoy aburriendo con tanta «corroncheria».

—Pues entonces a que esperamos, bizcocho. ¡Larguémonos ya! Y con algo que tengo por aquí, hago que se esfume tu aburrimiento. —Me respondió sonriente y con su varonil ego encumbrado hasta más allá del cielo raso del local. Terminó por darme un beso y hacerme agachar la cabeza para que observara cómo se acariciaba por encima del pantalón su pasional idea.

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