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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (8)

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—Y bien, ¿por dónde andábamos? —Le pregunto a Mariana, instándola a continuar con sus explicaciones, pero no me responde de inmediato. Se mantiene allí de pie mirando hacia la casa, pensativa.

— ¿Ehhh? ¿Qué dijiste? —Me contesta después de unos segundos, abriendo mucho sus ojos dándome a entender que efectivamente, Mariana se había apartado de este momento dentro de sí misma, –pensando en vaya a saber uno que cosas– más sin embargo por la expresión de su rostro algo contrariado, puedo percibir que esta disgustada, celosa… ¿Quizás?

—Melissa, te pregunté que si podíamos continuar con nuestra charla. —Nuevamente le explico y ella lleva la mirada a la muñeca de su mano, para observar con detenimiento alguna notificación en su smartwacht; acomoda gradualmente sus cabellos por detrás de la oreja, –aunque para mi está bien peinada– y en seguida dirige el azul intenso de sus ojos adónde me encuentro y me sonríe de manera controlada.

A dos manos, recoge a la altura de sus caderas la tela de su vestido colorido, alzando algunos centímetros el negro dobladillo y enseñando la blancura de sus pies, –calzados por unas elegantes sandalias con tiras en forma de «T», casi planas. – y empieza a subir de medio lado los escalones. Pasa por mi lado apenas rozándome con su brazo desnudo el costado derecho de mi pecho, pero no se detiene en el porche, por el contrario avanza hasta el interior de la cabaña abanicándose coqueta la cara y se da media vuelta para decirme…

—Hummm, pues para ser exacta, hablábamos de cómo empezaron nuestros problemas con aquellos cambios. Pero espera Camilo, dame un minuto y reviso algo. —Le contesto y lo dejó allí en el porche, bebiendo la cerveza que le entregó Maureen, mientras me dirijo hasta el sofá en la sala y tomo asiento, para revisar con calma si tengo algún mensaje o llamada perdida en mi teléfono. Me preocupa no tener noticias aún del estado de salud de mi mamá.

Al revisar la aplicación de mensajería, me da alegría ver que tengo tres de mis hermanos y uno de Naty. El de mi hermano Antonio que está en Bogotá al frente de la empresa, me informa que van a comenzar a exportar frutas a algunos países de Europa y el otro mes a Japón. Me alegra y sonrío. Pero los otros dos me desconsuelan pues Julián, mi otro hermano que se encuentra con mi madre en Dallas, me informa que el tratamiento local no ha dado buenos resultados por el avanzado estado de la enfermedad, así que lo que sigue ahora serán las quimioterapias y por supuesto que mi mamá se encuentra triste y su ánimo bastante bajo.

Eso me angustia bastante y quizás tenga que viajar pronto a verla. Ninguno de ellos sabe que me encuentro ahora en Curaçao, tratando de arreglar mí matrimonio. Así que a los dos les escribo indicándoles que los llamaré después. Quizás lo haga en la noche cuando regrese al hotel. Naty me ha escrito preocupada por la reacción de Camilo. Le explico en pocas palabras que me ha recibido bien. Hasta ahora sin gritos o groserías. Esta «sardina» ha resultado ser una buena amiga.

***

Veo a Mariana adentrarse en la penumbra del interior de la cabaña, y por la ventana de la sala observo como toma su teléfono móvil, revisándolo con detenimiento. La veo sonreír y sus dedos se desplazan ágiles sobre el teclado. Y se me revuelca el estómago de nuevo, de solo imaginar que ella haya seguido viéndose con el malparido de su amante, a pesar de las advertencias que le hice antes de volar hasta aquí.

No quiero pensar más en ello, así que mejor me daré la vuelta para no verle más la cara a Mariana y que sus gestos de alegría aparte de delatarla, me hagan sentir peor, recordándome lo ocurrido entre ellos dos. Me siento de nuevo en la mecedora y me encenderé otro cigarrillo para acompañar lo que me resta de cerveza.

— ¡Listo! —Grita Mariana a mis espaldas y escucho el taconeo de sus pasos recorriendo el trayecto desde el sofá hasta detenerse de nuevo, al costado de la mesa redonda. Le miro ahora sí la cara, y en ella no hay rastro de emoción, al contrario, solo veo un gesto de preocupación.

— ¿Qué tienes? ¿Pasó algo malo con Mateo? —Le pregunto intranquilo.

—No cielo, el niño está bien. Es solo que me han escrito mis hermanos. Lo bueno es que van a exportar algunas toneladas de fruta a Europa, no es mucho pero es un comienzo. ¿No? Pero lo otro si me preocupa, pues me ha escrito Julián para contarme como va evolucionando mi mamá, después de iniciar su tratamiento y al parecer está más avanzado de lo que pensábamos. —Me responde sinceramente compungida, y yo me siento un completo idiota por pensar tan mal de ella. Sin embargo, –pienso– que es la desconfianza y el desengaño que pesan tanto, inclinando en su contra la balanza.

—Melissa, si quieres podemos dejar las cosas así como están y tú mejor viajas para estar con ella. ¡Te necesita! —Le comento poniéndome en su lugar, pero ella se planta en frente mío con esa mirada de determinación que tanto conozco y sé que no cejará en su empeño por terminar lo que apenas estamos comenzando, relatándome desde su punto de vista, esta dolorosa historia.

—Lo único que quiero por ahora es permanecer aquí contigo, aclarando lo que nos pasó y despejando para ti, la incógnita de esos porqués que te atormentan. Luego si me marcharé contigo o sin ti, pues yo lo tengo muy claro y ya decidí. Faltas tú mi cielo, si al terminar de escucharme hallas la paz que te robé y tomas la decisión de perdonarme. Si logras entender mis motivos o condenarme por los mismos, a vivir sin ti. —Le respondo melancólica pero diáfana a mi esposo, que como siempre antepone mi tranquilidad a la suya.

—Está bien, Melissa. ¡Como quieras, quiero! Arranquemos con esto entonces. —Le sugiero y le pregunto a continuación…

— ¿Sigues con esa cerveza o cambiamos al aguardiente? —Se le dibuja una media sonrisa y sin responderme con palabras utiliza el llamativo azul de sus ojos fijos en plena conexión con los míos; bebe de su lata, lento y con calma, confirmándome así su respuesta.

A mí no me queda nada, por lo tanto me sirvo un nuevo guaro y observo como sus dedos deslizan hacia fuera de la cajetilla blanca, un cigarrillo. Antes de llevarlo a su boca, yo ya tengo listo el fuego de mi encendedor y estiro mi brazo, acercándole la llama. Aspira una sola vez y se da vuelta cerveza en mano, contoneando sus caderas. Hipnotizante y sexy, se bambolea el hilado tejido a diestra y siniestra, obligándome a descender por sus redondas nalgas y de paso, secuestrando mi mirada.

De nuevo extiende la gruesa tela, estirando aquel multicolor arco tejido, deshaciendo la comba y se acuesta de medio lado elongando sus piernas, hasta que sus pies sin sus sandalias, casi rozan la esquina; eso sí, sin importarle que al hacerlo por el declive, la falda de su vestido se le remangue y me muestre, –espontáneamente o no– la atractiva desnudez de sus piernas hasta un poco más arriba de las rodillas.

***

—Camilo tu…, con esas salidas a rumbear y las llegadas tarde a casa por culpa de tu amigo, –meciéndose suavemente, retoma la conversación– y yo al salir en compañía de Fadia, no solo al club o para arreglarnos el cabello y las uñas, como te lo contaba, sino visitando empresas de construcción, oficinas de diseño y almacenes de decoración, buscando trabajo, es que nos fuimos dejando enredar en aquella telaraña. Fue como al finalizar febrero, un año largo atrás… ¿Recuerdas?

—Si claro, pero no fueron fiestas en sí. Te lo dije. ¡Te conté más o menos como fue! Sencillamente quiso que lo acompañara a beber y hablarme orgulloso de los resultados de su equipo de ventas. Los deseos suyos por dirigir las ventas a nivel nacional. Luego insistió en que yo debía conocerlos. —Le respondo, mientras a su lado de pie y fumando, me remonto al pasado.

— ¡Buenas, buenas mi apreciado arquitecto! ¿Trabajando hasta tarde? Humm, creo que ya es hora de apagar los equipos y salir de estas cuatro paredes a respirar aires nuevos. —Estaba tan absorto trabajando en mi computadora, que no escuché cuando entró en la oficina.

— Ahhh, hola Edu. ¡Pero si apenas son las siete y media de la noche! —Le respondí observando la hora en la pantalla de mi teléfono móvil y echando hacia atrás mi espalda, estiré mis brazos a lado y lado para descansar, recogiéndolos nuevamente para con mis manos cerradas, frotarme los ojos con los nudillos.

—Tienes razón pero resulta que hoy es viernes amigo mío y tenemos una cita con un buen whiskey para este pecho tan estresado, y un par de cervezas frías para esas manos tan trabajadoras. — ¿Otra vez? Pensé de inmediato, negando con la cabeza, pero sonriéndole asombrado por su invitación.

— ¿Qué? ¡No, no, no! Creo que te equivocas Edu. Ya salimos el miércoles pasado, estuvo genial y te lo agradezco porque me despejé un poco de todo esto, pero ahora necesito terminar con las remodelaciones para poder irme a casa con Mariana y Mateo. Ha estado hoy sola en casa todo el dia y voy a llevarle una gran pizza napolitana, para ver una maratón de dibujos animados juntos con Mateo. Los tengo muy descuidados últimamente. —Tal vez no fuesen las mismas palabras pero recuerdo haberle respondido más o menos así. Sin embargo Eduardo no dio su brazo a torcer y me aclaró la situación.

— ¡Error, querido amigo! Tu esposa y la mía han salido muy temprano hoy al club. Estuvieron en el gimnasio, un rato largo en la piscina; luego sudando como yeguas en la sauna y por la tarde en su acostumbrada sesión de latonería y pintura con ese marica peluquero de cabecera que las mantiene al dia en la moda y los chismes de las famosas. ¡Ahh! Y con servicio de masaje extra, además. — ¿En serio? Le respondí algo extrañado.

—Recogieron a tu hijo en el jardín preescolar y de hecho, –dijo observando su preciado reloj Longines– deben estar ahora mismo en el centro comercial dispuestas a comer crepes. Ya sabes sus gustos. Para Fadia el de lomo árabe qué es su pasión y el de pollo peruano para Melissa. A tu pequeño Mateo, waffle de nutella y banano por supuesto. Dudo mucho que tu mujer y tu hijo tengan ganas más tarde de comer pizza. ¡Jajaja! ¿No te lo conto? ¡Camilo, por favor!… ¿No me digas que no la has llamado? —Me comentó con mucha seguridad.

—Yo puse cara de extrañeza, pues no lo sabía. De hecho recuerdo sentirme enojado pero no contigo Melissa, sino conmigo mismo por no haberte hecho ni una sola llamada en todo el dia.

Mariana me observa desde su elevado y cómodo lugar, sin decir nada. La ceniza de su cigarrillo forma un peligroso arco a punto de sucumbir y en su otra mano la lata de aluminio dorada, ocultándome su boca. Decido tomar el cenicero, igualmente mi copa de aguardiente y con solo dos pasos y medio, ya estoy de nuevo junto a ella. Con un breve toque de sus dedos, los vestigios consumidos del tabaco descansan en el platillo y mirándome antes de hablar, aparta de sus labios, la cerveza.

—No pareces hombre, Camilo. –Me sorprende y abro los ojos, pasando saliva. – ¡Jajaja, no cielo, no es lo que piensas! Es solo que… ¡Eres muy detallista! Lo recuerdas todo muy bien. Sí, así fue mi cielo. Ese viernes, al salir tú de nuestra casa, recibí un mensaje de Fadia para cuadrar la agenda de mi dia. No tenía muchas ganas la verdad, ya que me encontraba muy baja de ánimo pues mis entrevistas aun no rendían el fruto esperado. Por eso tras dejar al niño con su profesora en el jardín, le respondí el WhatsApp a Fadia para aceptarle su propuesta. Y yo tampoco te llamé porque ella me comentó que ese dia ibas a tener varias reuniones importantes con el gerente de proyectos, el supervisor y el ingeniero estructural. No te quise importunar.

—Sí, también me sorprendió eso de ti Melissa. —Le contesto, a la vez que me pongo a pensar en quién mantenía a esa mujer tan bien informada. ¿Eduardo? ¿O alguien más?

—Como sea, Melissa. Ese viernes por la noche, tuve la desgracia de que el destino lo pusiera en mi camino, sin presentir que se aparecería en el tuyo un tiempo después, para destrozar nuestro matrimonio y mi vida. —Mariana deja de mirarme, y a mi parecer ella algo avergonzada, desvía su rostro hacia la entrada de la cabaña, exactamente hacia el dintel de la puerta donde se pasea con cautela, una pequeña lagartija azulada y antes de responderme se le escapa un suspiro corto, como si ese pasado, viviera en ella muy presente.

—Uhum, sí. Recuerdo que me dijiste que esa noche entre todas las personas que te presentaron, él te había caído como una patada en tus pelotas. —Le contesto a mi esposo sin mirarlo, pues me avergüenzo ahora al recordarlo y mejor concentro mi atención en un pequeña «bombi» que temerosa, se mueve pegada en la entrada. ¡Cuánta razón tenía sobre la personalidad presuntuosa y arrogante de Chacho!

—Eduardo me dijo que en el bar de la esquina nos estaban esperando las personas que formaban su grupo de ventas y querían celebrar el que les hubiesen asignado la comercialización de la última etapa en el condominio de Peñalisa. Y fue cuando te llamé para avisarte que me demoraría un poco y tú no pusiste problema, de hecho en el tono de tu voz te sentí alegre y bastante relajada.

—Lo que sucedió cariño, es que Fadia durante la cena me dio esperanzas de una oportunidad laboral, pero que debía esperar unos días más a que se confirmara la vacante y que para la fecha de tu cumpleaños ya tendría esa noticia para ti como regalo. No me dijo nada más, dejándome intrigada pero feliz y prometiéndole que no te contaría nada hasta que fuese una realidad. Así que pensé que tú tenías derecho a distraerte esa noche. Yo ya lo estaba, aunque estuviera loca por compartirlo contigo. No te quise molestar. —Camilo asiente con su cabeza, observándome. Y bebiendo de su copa me responde con un intrigante…

— ¡Hummm, ya veo! ¿Por qué no me di cuenta de eso antes?

***

Se me ha terminado la cerveza, así que con cuidado hago un primer intento por sentarme, solo que no lo logro al mecerse bastante la hamaca por el movimiento y siento que me voy a ir de para atrás. ¡Doy un grito! Mi corazón se acelera y palpita muy rápido, como las vertiginosas pulsaciones del comienzo de la canción que se escucha ahora. «Bad Guy» de Billie Eilish, que no me transmite mucho, pero por lo visto para Naty si, ya que esa chica es su artista preferida. Me gusta más «Ocean Eyes», la verdad algo influenciada por el color de mis ojos.

Camilo extiende caballeroso su mano y la tomo con firmeza. ¡Pufff! Suspiro aliviada al sentir la fortaleza de su agarre, varonil su tacto y la inconfundible tibieza de la piel, con la seguridad que me ha transmitido siempre. Un repentino escalofrió me recorre la espalda hasta alojarse en mi nuca, erizando los poros de la piel y los vellos en mis antebrazos. Pienso que es debido a la angustia mía, de que quizás no lo pueda recuperar al terminar con esta conversación. Como quisiera poder cobijarme en sus brazos… ¡Te extraño tanto, mi amor!

—Gracias, casi me caigo. ¡Jajaja! –Le digo sonriente, afirmando mis pies sobre el tablado. – Voy a buscar otra cerveza… ¿Quieres una? —Le pregunto a mi marido y él asiente cerrando sus ojitos cafés, liberando como en cámara lenta, –tal vez Camilo tampoco lo desee– su mano de la mía.

—Bueno pues sabes que sí. ¡Te lo agradezco! Mojemos la palabra y de paso, calmemos esta sed. —Le respondo, admirando de nuevo sus curvas y la elegancia de sus pasos al caminar. ¡Parece flotar!

— ¡Pufff, que calor Dios mío! Estoy desacostumbrada. —Dice Mariana, resoplando y entregándome una lata fría de cerveza. En seguida la destapo con agilidad, para devolvérsela y tomo la que tiene en su otra mano para mí. Ella me sonríe agradecida.

— Muchas gracias, Cielo. – ¡Siempre atento e igual de bello! – Pero sigue contándome, y entonces esa noche… ¿Te sacó a la fuerza o cómo fue? —Le insto para conocer más detalles de aquel encuentro, aunque tuerza su boca en un claro gesto de disgusto. Como ha sido siempre, desde que el destino les hizo coincidir.

—No para nada, solo hizo el amague de llamarte para pedir tu permiso, como si me diese miedo hablar contigo y avisarte de los nuevos planes. Finalmente, te marqué al móvil y ya. No pusiste reparos y finalmente salimos del edificio, caminando hacia ese bar.

—Al dar el segundo sorbo a mi cerveza, se acercó a la barra un hombre joven vestido con un traje de paño todo de negro. Camisa de algodón con doble puño, sedosa corbata con un pisa corbata cromado y mocasines con punta de charol. A ese tipo lo había visto minutos antes cuando llegamos con Eduardo al lugar. Estaba sentado en una mesa cercana a la entrada del bar, acompañado por dos mujeres y otro hombre. Lo que me llamó la atención fue la manera en que estaba sentado. Al revés, con las piernas abiertas y los codos sobre el espaldar, entrecruzando los dedos y riéndose por algo.

— ¡Sí, es muy de su estilo! Siempre haciéndose notar y dándoselas de importante. —Me comenta Mariana, y es lo que no logro comprender. ¿Por qué con un tipo como ese?

***

— ¡Y qué, viejo Eduard! Pensé que ya no vendrías. ¿Finalmente te dio permiso tu mujercita? ¡Jajaja! —Le habló a mi amigo colocando su mano sobre el hombro, con un dejo en su voz que me pareció muy burlón. Eduardo no se molestó para nada con ese saludo chancero, y sonriente le contestó…

—Muy gracioso José Ignacio, pero creo que te estás pasando de chistoso y se te olvida que así no se le habla a un jefe. —Le respondió simulando seriedad, retirándole la mano con un movimiento hacia atrás de su hombro.

—Nah, nah. De eso nada. ¿Se te olvida que ya no estamos en la oficina? Tú mismo nos dijiste que aquí fuera, todos somos exactamente iguales. Las formalidades se quedan atrás encerradas entre esas cuatro paredes, porque aquí solo venimos a disfrutar de una sana amistad. ¡Amigos para lo bueno y lo malo! Ese es tu lema. ¿O me equivoco? —Y ambos rieron, dejándome pensativo y bastante mosqueado con la actitud tan desinhibida entre ellos dos.

—El tal José Ignacio se giró un cuarto de vuelta y me miró de arriba para abajo, sin borrar de su boca esa sospechosa sonrisa, pasándose la mano diestra por el lateral desvanecido de su cabellos negros, para preguntarle a Eduardo sin mirarlo… — ¿Y este quién es?

—Es el arquitecto Camilo García, quien se está encargando de terminar la construcción de las casas campestres del condominio en Peñalisa. ¡Y además es mi mejor amigo! Nos conocemos desde hace tiempo, cuando trabajamos como asesores de seguros, pero luego emprendimos caminos diferentes en otras actividades. Camilo con sus diseños arquitectónicos y yo en lo comercial. —Le respondió Eduardo, echándome su brazo derecho sobre mis hombros, apretándome hacia él con fortaleza, para terminar dándome una palmada en el centro de la espalda.

—Mucho gusto, soy Camilo. —Respondí tras aquella concisa presentación. Le estiré mi mano y me la tomó, dándome un fuerte apretón, que duró unos segundos mientras subíamos y bajamos los antebrazos, en una fastidiosa sincronía.

—Pues arquitecto, encantado de conocerlo. Soy José Ignacio, pero mis amigos me dicen Nacho. Y por supuesto que usted también puede llamarme así. Bienvenido al grupo de los vagos de la constructora. ¡Vagos pero triunfadores! Jajaja. —Recalcó finalmente, carcajeándose y soltándome la mano.

—Bueno vamos a sentarnos en la mesa, que aquí solo se esconden los solitarios «cachoneados» y demás perdedores, para ahogar sus penas en el alcohol. ¡Margaritaaa! –Le gritó a una empleada que se encontraba tras la barra sirviendo unas bebidas. —Bizcocho, necesito otra mesa y dos sillas para mis amigos. ¿Qué van a tomar ustedes dos? Nos preguntó.

—Yo otro amarillito y para Camilo, una cerveza fría. Le respondió Eduardo. —Nahh, no vamos a empezar la noche con remilgos. ¡Margaritaaa!... Una botella de ron y la jarra de Coca Cola. Ahh y suficientes rodajas de limón. —Nunca le pidió el favor ni le dio las gracias a la joven mesera, yo por el contrario le sonreí y deslicé sobre la superficie de la barra, el envase de mi cerveza vacío y bajo el, un billete de veinte mil pesos como propina.

***

—Uhum, y conociste esa noche a los demás. A Elizabeth, a Diana y a Carlos. ¿No es así? ¿Qué te parecieron de entrada? —Le pregunto, aunque quizás para Camilo ellos no eran tan importantes, solo unas personas más a las cuales yo conocería un tiempo después.

—Pues Elizabeth me cayó muy bien. –Le respondo, recordando lo mejor posible esa noche. – Es una mujer muy inteligente y objetiva, además de hermosa. Tiene un gran parecido a Grace Kelly, con su peinado estilo «años cincuenta», pero con el cabello de color cenizo aunque con los mismos flecos ondulados. ¿No te parece? Es refinada, elegante y maneja muy bien los gestos y sus posturas al hablar; para que la atención de quienes la escuchan, no se distraigan con sus otros encantos aunque siempre se vista tan recatada. En eso se asemejaba mucho a ti. —Le puntualizo a Mariana, que me observa pensativa y pendiente de cada palabra que he dicho sobre Liz.

—Digamos que no se destaca por tener un humor estridente, al contrario que Diana, pero conoce bien como destacarse argumentando con bastante ingenio sus ideas y sobre todo es muy buena trabajadora. Cuando tiene que pararse en la raya, lo hace con decisión. Sobre todo cuando tu querido amigo, intentaba sobrepasarse con ella, a pesar de saber que ella estaba recién casada. Ella no cayó en la tentación, como tú. —Mariana se coloca cerca de la hamaca, me mira y me contesta… ¡Aha! Y… ¿Cómo estas tan seguro de eso?

— ¿Sabes Melissa? Me precio de tener una buena intuición y con respecto a Liz, esa noche pude ver en ella a una mujer que sabía hacerse respetar y que sin pasar por odiosa, repelía los constantes avances, entre palabras y abrazos disimulados, que tu amante varias veces intentó sin darse por vencido. —Me contesta Camilo con un tonito que me sonó a reproche. Y me quedo pensando en esa comparación y en… ¿Liz?

— ¡No es mi amante! —Le respondo contrariada y herida, pues el hecho de que me lo esté restregando me hace sentir más culpable, pero no creo que sea el camino indicado para llevar a buen término mi postura de mujer arrepentida, infiel pero engañada y sobre todo, de puta pero obligada.

—Tranquilízate Melissa, no ha sido mi intención herirte o incomodarte. Solo estoy recordando como pasaron las cosas y además que como lo pediste, estoy en plan de amigo confidente y he dejado a un lado el papel de esposo traicionado. Así te hablaría yo, si solo hubieras sido amiga mía y pidieras mi consejo. —Mariana asiente pero en sus ojos observo algo de humedad, visos diversos de rabia, tristeza o angustia… ¿Dolor?

— ¡Okey, como digas! Pero quiero que entiendas que me molesta que hundas tu dedo en la llaga, pues también he sufrido con todo esto, aunque no te lo creas. Y sobre todo, te recuerdo que estamos hablando de una época en la que yo no lo conocía. Tiene un nombre y se llama José Ignacio. Es más, para tu información no he vuelto a verlo. —Le explico, no tanto para justificar mis faltas, pero si para darle a mi esposo un poco de tranquilidad.

— ¿Estas segura de eso? —Me pregunta y de inmediato niego con la cabeza. He venido hasta aquí para ser lo más sincera posible y la manera en que me interroga me hace pensar que sabe algo. ¿Pero cómo? ¿Quién?...

—Camilo, solo lo vi una vez más después de aquello. Cuando te marchaste sin decir ni una sola palabra, te busqué por todas partes y al no hallarte, tuve que hacer de tripas corazón y comunicarme con el hijueputa de Eduardo. No sabía nada de ti, pero me comentó que a Jose Ignacio lo habían hospitalizado y sí, fui a verlo preocupada. Después de todo lo que paso entre ambos, me sentí en la obligación de ir a visitarlo. Te juro que no tenía otra intención. —Mi marido no deja de observarme y nerviosa esquivo su mirada para encenderme otro cigarrillo. Camilo me imita y prende uno de los suyos.

—Claro, claro… ¡Pobrecito! Y se puede saber que le pasó. —Responde expulsando a parte de su falso interés, una humareda gris por la nariz.

—Pues casi no me habló. No quería verme por allí y solo logré sacarle unas pocas palabras. Me contó que había tenido un accidente en la motocicleta y poco más. Se había dislocado el codo, y la mano derecha la tenía inmovilizada desde arriba de la muñeca. Varios hematomas en la cara alrededor de los ojos y la boca. Ahh, y el tabique de la nariz roto. No me demoré, en serio. De hecho, él mismo me dijo que no quería volver a verme en su puta vida. ¡Tal cual! Y te juro que sentí alivio. No he vuelto a saber nada de él ni me interesa. —Mi esposo se da la vuelta para mirar hacia la casa, pero alcanzo a ver como se le dibuja una sonrisa de satisfacción.

— ¡Hummm!… Huele delicioso. Kayra ya debe tener listo el almuerzo. ¿Quieres que nos sirva en el comedor de la casa, o mejor aquí, en el nuestro? —Le pregunto y al girarme, sin querer al mover mi pie, la piso justo de medio lado.

— ¡Ayyy! Ouchh. Me pisaste. ¡Juepu!… —No culmino la grosera palabra por respeto a Camilo, tapándome la boca con mi mano, pero preciso me ha pisado en el dedo chiquito, –el que más duele– haciéndome brincar del dolor, dejando caer al piso el cigarrillo.

—Lo siento, en verdad. Perdóname. No me di cuenta que estabas detrás de mí y tan cerca. ¡Déjame ayudarte! —Y tomo a Mariana por el antebrazo y con ella dando saltitos en un solo pie, le acompaño hasta el interior de la cabaña y en el sofá le ayudo a sentarse.

—Ufff, ayayay. ¡Flaco, pero pesas más que mi conciencia! jajaja. —Le digo cerrando con fuerza los ojos, arrugando la nariz y con esa risita estúpida que me causan las punzadas en mi dedito, mientras mi esposo con su rostro de preocupación, se arrodilla ante mí y me frota con sus manos, mi empeine y los dedos de mi pie.

—Lo siento Mari… ¡Melissa! Fue sin querer, lo juro. ¿Te duele mucho? —Le pregunto mientras le acaricio el pie y de paso me recreo en la curvatura blanca de su pantorrilla y en la redonda cima de su rodilla. Por supuesto que repaso la tentación de su muslo descubierto hasta la cintura y… Nada más.

— ¡Un pocototote, pero ya pasara! Sigue, por favor… sigue sobándome. —Le respondo y sin pudor alguno, levanto mi pierna un poco más, corriendo hasta mi cintura el ruedo de la falda, dejándole a mi esposo una clara visión de la desnudez de mi pierna, de manera inocente, claro está.

Y me pongo a pensar en los golpes que nos da la vida, pero este en especial, aunque duela y me haga ver estrellitas, me encanta. ¡Camilo me está acariciando!... Después de tantos meses de añorarlo.

— ¿Te pongo hielo? No quiero que se te amorate. ¿O alguna cremita de manos? —Le pregunto pero al mismo tiempo recuerdo que no uso de eso. Tal vez Aceite de coco que es lo único que tengo para broncearme. ¡Sí, eso es!

—Espera ya vengo, solo tardo un minuto. —Descuelgo con cuidado su pierna y salgo disparado hacia el baño.

—Tranquilo mi cielo, no creo que sea para tanto. O… ¿Sera que se me va a inflamar? Ouchh, solo ven aquí y frótame. —No quiero aprovecharme de la situación pero… «A caballo regalado no se le mira el colmillo». Quizás Camilo no requiera de un recuerdo mío, teniéndome aquí a su lado, vivita y coleando. Pero sí, se lo voy a recordar. Y pensando en eso, es que lo veo venir con un frasco de «Hawaiian Tropic» en sus manos.

—Bueno, no tengo cremas pero creo que con esto te aliviaré un poco el dolor. —Le digo y de inmediato Mariana vuelve a levantar su pierna, extendiéndola hacia mí. En esta ocasión, puedo mirar un poco más alla. ¡Son negros! Me arrodillo nuevamente y dejo que el talón de su maltratado pie izquierdo, repose sobre mi rodilla. Yo estoy preocupado pero a Mariana la veo… ¿Sonriente?

— ¿De qué te ríes? ¿Qué te parece tan gracioso? —Le pregunto intrigado.

— ¡Jajaja! Camilo… Estábamos hablando de aquella noche y justamente ahora nos pasa esto. ¿Es que acaso no lo recuerdas? Cuando llegaste a la casa de madrugada, todo prendidito por el ron y la cerveza, empezaste algo conmigo precisamente por los pies. —Listo, ya he puesto la carnada. Ahora a esperar y ver si mi esposo muerde el anzuelo.

— ¿Cuándo llegué a casa esa noche? Ahhh, ya caigo. ¡Sí, sí! Pero no me demoré mucho, –que no llegué tan de madrugada– y tampoco bebí tanto. Todo estaba en silencio y luego de revisar la alcoba de Mateo y confirmar que estaba bien dormido, te encontré en nuestra habitación, acostada de medio lado con tu cabeza sin apoyarla en la almohada y tus brazos extendidos hacia mi lugar; sobre la mía un libro que seguramente leías antes de quedarte dormida. ¿Cuál era? —Le pregunto a Mariana, mientras continuo apretando el dedo más pequeño de su pie; acariciando y friccionando su empeine y el talón.

—Uhum… ¡Sí, lo recuerdo bien! Era «Afrodita», de Pierre Louys. Estaba obsesionada por terminarlo y conocer el final de aquel enamoramiento entre el escultor apetecido por todas las mujeres de Alejandría, Demetrios, y su adorada efigie hecha carne, la cortesana deseada por todos, Crysis. Tres objetos anhelados y tres delitos cometidos por un insólito capricho. Ya pecador, se arrepintió y terminaron los dos con sus codicias convertidas en pesadillas, y a pesar de sus primigenias ganas, con en el devenir de sus pasiones, acabaron con una inocente crucificada. —Le respondo a mi esposo, que continúa frotándome los dedos de mi pie con una mano.

—Que premonitorio, ¿no? –Le respondo y prosigo recordando. – En fin, que te vi allí con tus piernas ocupando el resto de la cama, una recogida y la otra bien estirada. Revueltas las cobijas, cubriendo tres cuartos de tu espalda. Tan solo sobresalía de la sabana uno de tus pies, eso sí, con las uñas bien pintadas y sabiendo lo friolenta que eres, intenté cubrirlo pero te moviste un poco y no quise despertarte. Me desvestí en silencio dentro del vestidor, quedando solo en calzoncillos, y me acerqué a tu mesita de noche, para apagar la lámpara. Te veías muy tierna, placida e iluminada con tu cara desmaquillada. Ya te lo he dicho mil veces, ¡Eres más hermosa sin una gota de maquillaje y mejor desnuda que vestida y pintoreteada! —Y le sonreí, recordando aquella madrugada.

—Recién llegaste no te sentí, pero luego algo somnolienta, me pareció escuchar algo parecido al siseo de una serpiente y me desperté, cuando quizás eras tú que retirabas de la cintura del pantalón, tu cinturón de cuero. Me alegré por saber que habías llegado e intente dormir de nuevo esperando que al acostarte, apartando las cobijas, observaras lo que me había comprado para ti. Ehhh… ¿Me das un poco? —Le pregunto y Camilo mecánicamente, me alcanza su cigarrillo y continúa masajeándome.

—Entrecerré los ojos para jugarte una broma, mi cielo. Dejaste encendida la luz del vestier, pero apagaste la luz de la lámpara de noche mientras acariciabas con ternura los cabellos que cubrían mi frente, creando una atmosfera íntima e inesperada. No te dejé un espacio libre donde pudieras recostarte, –lo hice a propósito– quería que me descobijaras y te deleitaras con el panorama de tu regalo. Así que intentaste sin éxito correr mi pierna estirada un poco y ahí fue que abrí los ojos, para sorprenderte, saludarte y de paso, yo estiré mis labios buscando que me besaras antes de que recostaras tu cuerpo a mi lado.

—Y lo hice. Te dije cuanto te amaba y tú de improviso, sonriendo, con tus manos me apartaste con suavidad y yo equivocado, pensé que tan solo pretendías seguir durmiendo. Así que retiré las cobijas y me llevé la sorpresa de ver tu cuerpo con ese conjunto de ropa interior que yo no conocía. De hecho me sorprendí de ver tus blancas pompis divididas a la mitad por ese lazo negro, que partía de un diminuto triangulo de tela translúcida, atada a tus caderas. No era usual en ti, utilizar ese tipo de prendas íntimas tan pequeñas y sugestivas. Siempre preferías los cacheteros o los bikinis de estilo más ancho, para tu mejor comodidad. —Creo que sonríe al recordarlo.

— ¡Jajaja, sí! Recuerdo tu carita de asombro. Te quería impresionar y llamar de nuevo tu atención, hacer que te dieran ganitas de nuevo. Me tocaste el pie, acariciándolo por la planta, luego el empeine y me los besaste. —Sonríe, yo fumo y le paso la colilla acabada a Camilo.

—Humm, no lo recuerdo así. De hecho creo que fuiste tú que girando el cuerpo, colocaste el pie derecho sobre mi pecho, con esa manera tuya de mirarme tan traviesa y sonriendo suspicaz, como retándome. Brillaban esas uñas por el esmalte, igualmente carmín como las de tus manos. Decoradas con unos puntitos brillantes en el dedo gordo y en el siguiente. Me parecieron deseables y… ¡Chupables! De hecho la delicada forma egipcia de tus pies siempre me ha fascinado. —Le confieso, mientras detallo que ya mis manos están acariciando un poco más arriba de su talón de Aquiles, abandonando al lastimado dedito.

— ¿Acaso yo te pedí que me lamieras la planta, causándome cosquillas y luego que llevaras a tu boca los dedos, chupándolos de uno en uno? Y sí, aunque no lo dijeras, yo si lo note desde un comienzo. Fue morboso verte hacerlo con tanta pasión y sentirlo con los ojos cerrados, eso fue... ¡Me excitaste! —Le reconozco.

— ¿Y no fuiste tú Melissa, quien abriendo las piernas me incitaste a continuar? Recuerdo bien que empezaste a tocarte las piernas, arañando con sensualidad las corvas y la parte interna de tus muslos, rozando las ingles; paseabas las yemas de tus dedos sin premura por sobre el transparente nylon negro con sus coquetos encajes, bordeando las fronteras del pubis y delineando la «W» que se forma en tu cuquita ya excitada, uniendo los párpados, gimiendo tan bajito. —Mariana tiene los ojos cerrados tal vez imaginándolo, sin querer o no, más relajada se le ha abierto el compás de sus piernas.

— ¡Me hacías percibir cositas ricas y desconocidas! Sentir mis dedos humedecidos por tu lengua, babeados y chupados por tu boca, era una excitante novedad. Y tu mano rozándome, –las mías entre tanto, van repitiendo lo recordado– deslizándose tan suave desde el tobillo hasta la parte posterior de mi muslo, manoseando con fuerza mi pantorrilla, era una necesidad. ¡Tenía mis ganas de ti, cinco días bien atrasadas! —Siento mi pierna caer lentamente y el calor de sus manos, desvaneciéndose. ¿Se me acabaría la suerte y Camilo ya habrá despertado de su letargo?

***

Era necesario levantarme y apartar esa sensación que estaba haciendo palpitar y endurecer mi verga. Además estaba transpirando por el calor y aquellos morbosos recuerdos. Algo frío necesito y un cigarrillo para entretener a mis dedos. ¡Mariana ya está bien del pie!

— ¿Otro cigarrillo y una cerveza? ¿Estas mejor? —Le pregunto medio nervioso y algo excitado. Mariana abre sus ojos, brillando aquel par de topacios en su hermoso rostro y ruborizadas las mejillas, pero con un gesto de decepcionante abandono noto en él.

—Ehhh, si gracias. La que encuentres más fría, y no te olvides del cenicero. —Le respondo intentando que no se me note la decepción que me causa el que haya dejado de acariciarme el pie. Mientras lo veo ir hacia la cocina, yo recojo mi pierna y me reviso el colorado dedito, eso sí, sin cubrirme la pierna.

Cuando me acerco al sofá para entregarle la cajetilla de cigarrillos, el encendedor y su cerveza, observo la tensa blancura de su muslo recogido. El talón reposa ahora al borde del cojín, la quijada apoyada en su articulada rodilla y el rosa de sus labios, bien pegados a esa tersa piel, con sus dos manos frotando la planta y los dedos de su aceitado pie.

Mariana enciende su cigarrillo y me ofrece su llama para el mío. Yo enseguida, destapo una lata y se la entrego. Coloco el cenicero sobre el descansabrazos del sofá y me acomodo a su lado, estirando mi espalda y en el borde superior apoyo la nuca, liberando por la nariz dos fumarolas que se van uniendo, dispersándose un poco más allá.

Camilo está muy callado, pero se acomoda justo al lado mío. Ya no siento en él, ese inicial rechazo. Lo siento más tranquilo en su papel de solo amigo. Íbamos bien recordando esos bonitos instantes, no creo que debamos dejar que se apague esa llama de pasiones antiguas, que nos ha tranquilizado y unido, todo gracias a su pisotón, así que después de un trago de cerveza, me atrevo y me lanzo a continuar con los recuerdos de esa madrugada.

— ¡Hummm!… Quería que hicieras lo que quisieras de mí esa noche, besaras lo que besaras, tomaras de mi cuerpo lo que desearas. Nada me importaba más que sentirme tuya. ¡Aunque llegaste más tarde de lo que esperaba! —Le hablo a mi marido con los ojos cerrados, rememorando la situación, el ambiente y las acciones. Y pienso que finalmente lo he logrado. ¡El pez grande ha picado!

—Uhmmm… ¡Que no llegué tan tarde, Dios mío! Además te veías muy dispuesta a que sucediera lo que pasó. Yo también tenía ganas de estar contigo esa noche. Necesitaba amar a mi mujer y adorarla como siempre, aunque hubiese comenzado por sus pies. ¿Todavía te duele? —Le pregunto, pues Mariana aún continúa con su pierna recogida y la falda del vestido se mantiene resignada a permanecer enrollada entre mil arrugados pliegues, obsequiándome la visión completa de los músculos tensionados de su muslo, la comba de sus gemelos y la aceitosa brillantez de su lastimado pie.

—Ya no tanto, pero descuida… No le diré a nadie que me has golpeado. ¡Jajaja! —De forma algo vanidosa le respondo sonriente, pero mirando hacia la ventana de la sala, al igual que mi marido lo hace en este momento.

— ¡Estás muy graciosa! Cómo esa noche estabas y lo empezaste todo. —Le respondo incorporándome un poco para dar otro sorbo a mi cerveza.

— ¿Yo? Ajá, si claro. ¡Cómo no! ¿Quién era el que no dejaba de chuparme el pie, mirándome embobado?

—Yo, pero es que tú no hacías más que provocarme, dibujando círculos con los dedos en tu vientre, apretando tus senos por encima del sostén y humedeciendo con la punta de la lengua, tus labios.

—Pero tu dijiste algo que nos terminó por encender. ¿Cómo era? —Le pregunto mirándolo fijamente y no es que yo lo hubiera olvidado, para nada. Lo que deseo es que Camilo me lo vuelva a decir, ahora, como en aquella ocasión.

— ¿Sabes algo? ¡Tengo ganas! Eso fue lo que te dije mientras veía como las uñas rojas de tus dedos, jugaban a apartar casi hasta la mitad, la tela negra de esa tanga, dejando uno de tus rosáceos labios a la vista, para luego volver a cubrirlo y posar tu mano en tu culo, estrujando la nalga, separándola de la otra y mostrándome descarada un poquito más.

— ¿De qué? Yo te respondí mientras me acariciaba. Pero ya mis ojos habían descubierto la dura erección que me aguardaba tras ese pantaloncillo y a pesar de las ganas, me contuve y te empecé a calentar. Continuaste diciéndome…

— ¡De que a ti igualmente te den ganas! Y dejé tu pie en paz y me lancé por tu corva, lamiendo la parte posterior de tu muslo.

— ¡Jajaja!… Sí, yo intuí el lugar al cual querías llegar. Pero era para mi juego muy pronto, y cerré mis piernas para apartarte, distanciarte de mí vulva y te pregunté de nuevo… ¿Ganas de qué?

— ¡De quitarnos estas ganas con más ganas! Te respondí, pero colocaste tú otro pie sobre mi rostro, y al sentir la tibieza también lo besé y me lo llevé a la boca, para chuparte los dedos como hice con el otro. Al momento me vi con tus blancos pies ensalivados, tratando de penetrar mi boca al mismo tiempo y tú, bastante excitada por el sexo oral que les prodigaba, me respondiste entre gemidos…

— ¡Uyyy sí, que rico sería eso, loco mío! –Lo recuerdo muy bien. – Y tú me levantaste de las piernas, tomándome con fortaleza de los tobillos. Ahí fue cuando aproveché para retirarme la tanguita y subirla hasta las rodillas. Al darte cuenta de mi reacción, me soltaste y te bajaste los pantaloncillos, dejándome apreciar tu poderosa erección.

—Sí, y yo quería pero por lo visto tú aun no estabas muy dispuesta a dejarme penetrar tu cuquita, aunque hubiese visto como estaba henchida por las ansias y humectada de tus ambrosías.

—Cuando te vi completamente desnudo y con la dureza de tu verga, separada de tu vientre solo un poco y apuntando hacía el techo, decidí postergar lo que yo igualmente deseaba y con las plantas de mis pies aun humedecidas de tu saliva, arropé tu pene entre ellas y te comencé a pajear; al principio algo descoordinada, lo admito, pero luego de un rato ya lo hacía mejor y se te escuchaban fuertes los gemidos. ¡Jajaja! Que locura, ¿cierto?

— ¡Ufff, Uhum! Teníamos una fuerte conexión. Nos atraíamos como imanes, sin frases ni invitaciones, tan solo con una mirada y un gesto de tu boca. —Le comento mirándola allí tan cerca de mí, que hasta puedo oler su fragancia, pero no el de su habitual perfume «Coco Mademoiselle» de Channel, no. Huelo su aroma de hembra excitada, ese olor que conozco de memoria, capaz mi nariz de reconocerla entre muchas. Y lo pienso sin decírselo a Mariana obviamente, ya que de solo haberlo percibido, me estoy empezando a excitar también y no quiero que ella lo note.

—Yo creo que aún podemos, mi cielo. En serio que sí, tan solo es que tu…

— ¡Joven Camilooo! ¿Se puede? — ¡Providenciales aquellas palabras! Y me pongo en pie como un resorte, a pesar de que la erección bajo mis pantalones, –deseando algo más– le atestigüe a Mariana, mis crecientes deseos.

—Claro que si, Kayra. ¡Sigue, sigue! ¿Qué te pasa? ¿Necesitas algo? —Le respondo, sentándome apresurado en la silla giratoria, frente a mí mesa de dibujo, mientras ella ya nos habla desde la entrada.

— ¡Pasa mis niños, que ya está el almuerzo! Y para celebrar tu visita mi niña, te he preparado algo especial y Dushi. Ahh, y tranquila que no es «Yuana» ni nada que tenga que ver con las iguanas. ¡Jajaja! —Y Mariana se pone en pie, quizás cojea un poco pero mi negra hermosa no lo nota.

—No tenías por qué molestarte ni ponerte en esas Kayra. Estábamos pensando con Camilo en salir por ahí, para no molestar. —Le respondo abanicándome por el calor, sí. ¡Pero el de la conversación!

—Nada de eso mi niña. ¿Almuerzan en el comedor de la casa o desean mejor aquí? —Nos pregunta Kayra limpiándose las manos con su delantal.

— ¡Aquí mejor! —Respondemos mi esposo y yo, al mismo tiempo.

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