Claudia era una chica desgarbada. Pelo enrulado castaño, cara redonda, algo bonita pero todavía con algún resabio de acné. Siempre llevaba unos anteojos cuyo diseño no la favorecía. Su estatura era mediana, culo más bien amplio y tetas pequeñas. No es que fuera lo que se dice una tabla, aunque lo poco que tenía se deslucía aún más con su vestuario descuidado. Aunque esto era lo habitual en el segundo año de una de las universidades de ingeniería más exigentes de Buenos Aires, donde concurríamos. Esto a finales de los 80, y el alumnado era 90% de hombres. ”Si no camina de costado, se debe considerar cogible” decía una broma machista en la facu.
Tampoco es que yo era un adonis o me vestía como un modelo. Era más bien un flacucho del montón, algo encorvado, que luchaba con su timidez. Aunque con altas aspiraciones en materia de chicas. Nerds, nos llamarían a cualquiera de los dos, pero ese era vocabulario del futuro entonces.
Claro que las hormonas son las hormonas, y a los 19 años “cualquier agujero es trinchera” como decía un amigo que había ingresado a la escuela militar. La mayoría de edad también traía la novedad del automóvil, y el alcohol en las salidas nocturnas. Estas eran frecuentes, estimuladas por esa necesidad establecer nuevas relaciones entre un grupo de jóvenes en el cual pocos se conocen de antemano que viene con los primeros años de la universidad. Así fue como una noche bastante pasados de tragos, mediando el pretexto de llevarla a casa en mi auto, cogimos por primera vez con Claudia. Mala mañana la siguiente. Mi miedo a que ella pensara que se iniciaba una relación seria (el mandato cultural de aquellos años de era gravitante) me tuvo a mal traer. Pero pronto se esclareció que el carácter casual del encuentro era recíproco. El proyecto de vida de Claudia era estudiar ingeniería nuclear en un selecto instituto nuestro país, cuyos exámenes de ingreso se rendían en tercer año. Esto requería mucha dedicación y compromiso, y al ingresar, mudarse de ciudad. Nada de noviazgos serios para Claudia. Si quizás para mí, pero no con Claudia.
Igualmente nos seguíamos atrayendo de alguna manera. Hoy seríamos amigos con derechos, aunque Claudia ponía obsesivamente el estudio en primer lugar y no eran muy frecuentes nuestros polvos. Mi mano aliviadora tenía bastante trabajo, y si de conseguir otras chicas se trataba, a la hora del levante no me iba nada bien. En cuanto a Claudia, no sé cuánto lo disfrutaba, a veces creo que cogía solo por sentirse hembra en ese ambiente varonil. No era virgen (ni yo) en ese primer polvo en el auto, aunque si claramente inexpertos ambos. Sus orgasmos eran tenues, quizás hasta los simulaba. De nuevo, su obsesión era el estudio.
***
Una tarde estábamos estudiando en casa, y luchábamos contra un ejercicio de física que no podíamos resolver. De pronto pasa mi hermana y nos avisa que sale un rato, con lo que quedamos solos. No bien escucho cerrarse le puerta:
– ¿Cogemos Clau?
– Ni en pedo, hay que hacer esto.
– Dale, estoy re-caliente.
– No, hay que tener resuelto estos ejercicios para la clase de mañana, y estamos trabados en este.
Volví al problema un rato y entendí el camino de solución. En el estudio éramos un poco la tortuga y la liebre. Ella tenía persistencia y empeño, y yo raptos de brillantez que empañaba luego con mi falta de compromiso y disciplina.
– Te digo que: si encuentro la solución yo primero, me la chupás, si la encontrás vos yo te la chupo.
– Sabes que no chupo.
– Bueno, te cojo con un rapidito.
– Y no me interesa que me la chupes, hoy no tengo ganas. Pero igual te tomo el desafío, porque no hay forma de que me ganes.
– Trato.
Desarrolle lo que tenía en mente en una hoja, cosa que me llevo algunos minutos y resultó. Se lo mostré y se lo expliqué. Incontrovertible. La solución era correcta. Mas furiosa estaba por haber perdido el desafío que por tener que dejarse. Busque un preservativo en mi cuarto, le levanté la pollera hasta la cintura, le pedí que se sentara en el borde de la mesa y se recostara sobre sus codos. Le sobé la concha por sobre la bombacha. Fría y seca. “Seca de ira”, pensé. Saqué mi verga ya casi dura, me puse el forro, abrí un sobrecito de lubricante de los que venían en las cajitas de preservativos de entonces y lo esparcí sobre mí. Le separe las piernas y acomodé dos sillas para que descansara sus pies. Luego corrí la bombacha, y la deslicé adentro con la facilidad que me permitía el fluido auxiliar. De un movimiento y hasta que nuestros vellos púbicos se entremezclaron. La escuche suspirar con la penetración, mas no la mire. En mi poca experiencia era la primera vez que cogía en esa posición. Hasta entonces el coito había sido un lance turbulento entre besos y manoseos, a oscuras o en penumbras con la penetración a tientas y bombeos desenfrenados. Pero esta vista anatómica de la penetración a plena luz me resultó hipnótica. Me moví lento y largo, sacándola hasta que solamente el glande quedaba en el calor de su vagina, para luego entrar de nuevo hasta el fondo.
– Que hijo de puta sos Carlos, no puedo entender como carajo te diste cuenta de la solución. Pero si… – y siguió hablando con la vista perdida sobre ecuaciones y principios de física elemental.
Lejos de bajar mi erotismo, esa situación de fornicación básica, genital y desinteresada de su parte me puso mil. En pocas fricciones más, no pude seguir prolongando mi disfrute y con una profunda estocada final, dejé lo que traía en el preservativo. Claudia se acomodó bombacha y pollera, y volvió absorta a los apuntes.
***
El primer semestre de segundo año traía un curso de ensayos de materiales en su currícula. El profesor, más allá de su clase teórica inicial, apeló a un recurso original para llamar la atención sobre la importancia de su materia. En el primer práctico, en el laboratorio, comienza a hablar a la clase y saca de su bolsillo un preservativo mostrándolo en alto.
– Ustedes confían en que esto haga su trabajo y no falle, ¿verdad? Confían. Creen. Esperan. Términos subjetivos. Para dejar de creer, y en cambio saber que va a hacer su trabajo en términos objetivos es que están las normas y los ensayos estandarizados. Y los márgenes de tolerancia. Por ejemplo, este preservativo, si cumple los estándares de calidad debe poder contener un volumen de cinco litros antes de romperse. Armen equipos y traten de resolver como se puede efectuar la prueba de manera de que se pueda llenarlo y medir exactamente que el volumen es de cinco litros, y que la eventual rotura no se produzca por otros factores mecánicos que no sea la presión interna. Esa prueba, depurada y replicable, es lo que llamamos formalmente un “Ensayo”. – y coloco una gran caja de condones sobre la mesa.
Lo de equipos es porque no había tantas posiciones de laboratorio, tenía a Claudia cerca y la busqué para esto, encontraba una alegre perversidad en hacerlo con ella. Luego lo del ejercicio… No voy a hacer una disertación de ingeniería en este relato, pero no, no es tan trivial como parece, créanme.
– Que boludez esto – dice Claudia – 1000 % de margen de seguridad. O más. ¿Cuántos cc tiene una eyaculación?
– No se. Me medí el largo una vez, pero eso no lo medí – reí – ahora, si me meo adentro después de varias cervezas a medio litro llego. Por cierto, suena a un uso secundario interesante para coger en el auto. Después no hay baño hasta casa. Me lo podría dejar puesto, y eventualmente… – bromee.
– ¡Que poco caballero! ¿Y las chicas que hacemos? A nosotras también nos baja la cerveza rápido.
– Los caballeros llevamos a las chicas a casa. Tenemos luego unos cuantos minutos más hasta la nuestra.
Sonreía. Lo bizarro de la ocurrencia la divertía tanto como a mí.
– ¿El viernes vas a la fiesta en la casa de Fernando? Quizás podés hacer tu “Ensayo”.
***
La llamaban “Villa Cariño”. Es un rincón de los Jardines de Palermo, que por aquellos años se poblaba a la noche de autos estacionados en la penumbra, sus vidrios generalmente empañados. Había una suerte laissez faire de la policía en ese lugar. Solo algunas pocas veces patrullaba un agente, te encendía una linterna para mirar a través de la ventanilla, y si te encontraba con las manos en la masa, tenías un problema. Pero en general no jodían mientras solo se percibiera quietud y mansedumbre en la oscuridad.
Pero es muy importante señalar que aún era la época gloriosa de los autos con cambios al volante y asiento enterizo. Es decir, sin butacas, una banqueta continua entre ambas plazas y ningún elemento molesto que se interpusiera entre tu acompañante y tu persona.
Sentado hacia el lado derecho con mis pantalones y calzoncillos en los tobillos, Claudia me montaba con moderada intensidad. Su pollera por la cintura, su bombacha guardada en su cartera y su corpiño desabrochado y levantado junto con su remera para permitirme el acceso a sus tetas. Como otras veces, ambos habíamos bebido bastante. Con mis manos en sus nalgas, ayudaba el ir y venir de su pelvis. Me beso, gimió y sentí que se corría en uno de sus tímidos orgasmos. Se relajó.
– ¿Acabaste? – preguntó.
– No, me falta un poco.
Volvió a cogerme unos minutos más, besándome el cuello (sabía que me gustaba).
– Ahí, dale, no pares… Ahhh. – Acabé y nos quedamos en esa posición besándonos un rato.
– Esperá a sacarlo antes de llenarlo.
– ¿Qué?
– Tu “Ensayo” – me miró sonriente.
– Quizás te gusta adentro. Sería como que pruebes un superdotado por un ratito – dije riendo.
Nos higienizamos un poco con el kit (el kit era una cartuchera que tenía preservativos, papel higiénico y pequeñas bolsitas de nylon para descartar lo usado), nos acomodamos la ropa, y comencé a conducir a la casa de Claudia.
– Che Carlos – rompió el silencio que llevaba varios minutos.
– ¿Qué Clau?
– Eso de que me infles el forro adentro…
Parábamos en un semáforo así que la miré a los ojos. Algo en ellos era diferente. Nuevo. Hablaban de morbo y lujuria.
– ¿Te calienta la idea?
– Eh… no… bueno, algo. – respondió titubeante. Le metí la mano en la entrepierna bajo la pollera. No se había vuelto a poner la bombacha, y estaba más mojada que en el coito.
– Te calienta la idea – ahora era una afirmación.
– Bueno mirá – continué luego de un breve silencio – recién en lo de Fernando se armó un debate sobre como calcular si te mojás más bajo la lluvia cuando caminás o cuando corrés. Para cuestiones delirantes de estudiantes de ingeniería, esta me parece más divertida. ¿Qué puede salir mal?
***
Abordamos entonces un proyecto de ingeniería bizarro. El primer problema para resolver era yo. Si meaba después de acabar el preservativo iba a estar muy flojo, y se iba a escapar la orina por la base demasiado fácilmente. Si en cambio lo hacía antes ese problema se mitigaba, pero bueno, no es nada fácil orinar con una erección. Todavía en la adolescencia tardía, despertarse duro y muchas ganas de ir al baño era común, y sabía que bajándola aunque sea un poco podía relajarme lo suficiente para mear. Luego estaba el tema de la logística. Debía estar a la hora señalada con la vejiga bien llena, pero no se podía retrasar mucho el espacio para intimidad. Solo tenerlo era complicado en esos tiempos y además debía ser en un baño.
Quedamos entonces que el día apropiado era el siguiente jueves, y el lugar la casa de Claudia. El convite seria para estudiar por la tarde, después de la facultad. Ella sabía que su hermana tenía un compromiso y ese día no iba a estar en su casa. Sus padres, como era habitual, estaban en el trabajo y además había escuchado a empleada doméstica pedirle la tarde libre a su madre, por lo que se retiraba después del almuerzo. Tendríamos una ventana de tiempo segura de tres horas. Decidimos que iría por última vez al baño por la mañana en universidad, luego a su casa en el tren y le echaría un polvo rápido y sigiloso en su habitación, mientras la mucama servía el almuerzo, para que estuviera más flojo y poder moderar mi erección estando dentro de ella.
Al final de la mañana ya estaba bastante incómodo. Llegamos a su casa y saludamos a su mucama que se sorprendió de verme. Intencionalmente Claudia no había avisado. Acomodó un plato más en la mesa se fue a preparar la comida. “Después de comer me voy Claudia. Le pedí permiso a la Señora”, dijo. Nos fuimos a su cuarto y entorno la puerta y sigilosamente acomodo las sillas de su escritorio. No para sentarnos, sino para apoyar sus pies cuando se sentara en el borde del escritorio, repitiendo la pose de ese día, que era la que le había pedido.
Se recostó hacia atrás con su pollera en la cintura, y se abrió a mí. Le acaricie un poco la concha, pero a diferencia de esa vez estaba completamente mojada. Y su bombacha evidenciaba que lo estaba desde temprano. Me pajeé un poco con la mano para terminar de levantarla, me puse el forro, le aparté la prenda y la penetré suavemente. Esta vez no fue suspiro, fue un gemido ahogado solo para no ser oída. Me buscó con un beso, arqueó su cuerpo hacia mí, y me agarró con fuerza del culo.
– ¡Pará, pará! no me presiones la vejiga. – volvió a recostarse atrás, y continué con mi faena silenciosa.
– Está la comida Claudia – dice la mucama desde abajo.
Apuré mi descarga en el forro. Salió muy mojada, y su lenguaje corporal reclamaba mucho más. El almuerzo fue de charla ligera, y piernas cruzadas en mi caso. Claudia se empeñó en hacerme beber mucho líquido. Terminamos, subimos a su cuarto y simulamos estudiar. Mis ganas de mear se acrecentaban, por lo cual le pedía a Claudia que me tocara un poco, aunque sea sobre el pantalón, para que se me pare y soportarlo mejor. Finalmente se escuchó el saludo esperado.
– ¡Hasta mañana Clau!
Esperamos oír la puerta y espiamos por la ventana hasta ver que se iba por la calle. Fuimos hasta el baño, cerramos la puerta y nos desnudamos completamente. Nos besamos y tocamos el uno al otro de parados. Le froté el clítoris empapado, le chupé las tetas, y pronto la sentí cerca del orgasmo.
– No todavía! – saque la mano.
– Ahhh – suspiró frustrada.
Me la enfundé en el forro, y me senté en el inodoro, con la tapa levantada. Esperábamos que no fuera un asunto muy limpio, obviamente. Claudia se puso a horcajadas, y se ensartó en mí.
– Ohhh – y comenzó a frotarme con la pelvis.
– ¡No Clau! Me tengo que aflojar un poco, quieta como dijimos. ¿Tema?
– Ahh… A-análisis de variable compleja.
Y comenzó a tomarme una práctica de examen de matemáticas, inmóvil pero respirando agitada. Su pelvis presionaba fuerte sobre mi vejiga, me eche hacía atrás, cerré mis ojos y me focalicé en responder sus preguntas. Me llevó unos minutos relajarme, pero finalmente pude empezar a mear, unos tímidos chorros primero, que luego dieron paso a uno largo y continuo como pedía mi vejiga llena.
Abrí mis ojos la vi inmóvil, con la cabeza atrás y la vista perdida, como poseída. Comenzó a emitir un gemido grave, ronco, profundo. Percibía con claridad que el forro se había inflado en torno a mi glande. ¿Cuánto? No podía saberlo. También que perdía abundantemente por la base, ya que sentía la orina escurriendo por mis huevos a la taza. Estuvimos así al menos el tiempo que me llevó terminar de mear, más otro tanto. Luego levantó su pelvis con intención de comenzar a bombearme. Pero al retirarse un poco mi pene de su interior, el preservativo se resbaló y comenzó a salirse.
– Se sale el forro – dije al tiempo que la tomaba de la cintura para que se levantara un poco – un segundo que me pongo otro – agregué mientras me lo terminaba de sacar.
El cuerpo de Claudia acusaba, por tercera y peor vez en el día, estar frustrada a un milímetro de clímax. Apenas estaba descartando el condón usado, cuando me tomó con su mano, y la guio adentro nuevamente. Era mi primera vez sin preservativo. La anestesiada sensación del látex cambió por la gloria resbalosa de esa humedad cálida e íntima. Se quedó un segundo quieta y me miró. Sus ojos transmitían su fenomenal excitación y su incertidumbre por la frontera cruzada.
– ¿Puedo adentro? – hice la pregunta obvia.
– No.
Comenzó a cogerme primero mirándome a los ojos, más luego perdió su mirada mientras aceleraba su ritmo gimiendo desaforada ahora en la certeza de que nadie podía oírla.
– ¡Clau no puedo! ¡Acabo!
– ¡Un segundo! ¡Un segundo más! Dijo entre sus gemidos.
Con un grito ahogado se quedó inmóvil. Su vagina estrujo mi verga con violentos espasmos, y su cuerpo entero tembló. En mi concentración pateé con fuerza la pared adyacente con mi pie descalzo. Dolor necesario, que me ayudó a posponer mi orgasmo. La levanté de las axilas y deslizó hasta quedar de rodillas en el piso en el piso, aun temblando. Yo quede de pie en la maniobra, inmóvil mirando mi pija suspendida en el aire. Tenía pulsaciones al ritmo mis latidos. Respiré hondo.
Ufff. Recupere el aliento, mi semen aún adentro. La veo entonces a Claudia. Me miraba, su orgasmo cedía pero aún respiraba agitada. Mi verga a pocos centímetros de su cara. La tome del pelo, aunque con suavidad, y le acerque mi glande, como preguntando. Asintió y abrió los labios para recibirme, y le cogí la boca con intensidad hasta mi violento orgasmo. No pude ver cuanta leche le vacié, porque la tomó toda en su boca, pero fue mucha.
Nos miramos en silencio mientras nos volvía el alma al cuerpo.
– Que locura flaca. Era mi primera vez sin gomita.
– La mía también. Se sentía mucho más lindo.
– Si… – hice una pausa dubitativa – dejame sentirlo un poquito más please. – Mi verga no se había aflojado siquiera un poco.
La tomé del brazo para ayudarla a levantarse, y la sentarse sobre el lavatorio. Volví a colocar mi glande en su abertura, y resbalé adentro despacito, disfrutando cada milímetro. Gemimos al unísono cuando llegó al tope. Y comencé a bombear suavemente.
– Que lindo que es así. – dice. Esta vez ella también mirando la penetración mesmerizada.
– Es increíble, y estás increíblemente mojada.
En el final de cada estocada me quedaba unos segundos en el fondo, apretando los músculos pélvicos, lo que potenciaba mi sensación de placer. Por unos minutos Claudia se frotó el clítoris con su mano. Pero luego nos miramos a los ojos, colocó sus manos en mis nalgas y me apretó fuerte contra ellas. Nos volvimos a besar. Su boca sabía a restos de semen, flujos y hasta un poco de orina. No me importó. Continuamos con pasión de esa manera trabada e intensa en el tramo final, ajenos a cualquier racionalidad. Nuestro orgasmo fue buscado, ansiado, trabajado. E intenso para ambos, como ninguno antes.
***
No, Claudia no quedó embarazada. Pero si nos comprometimos en un alegre noviazgo hasta que la vida, como habíamos proyectado, nos llevó por caminos separados.