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Jornada de trabajo

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Siendo las 23 horas, luego de una intensa jornada de trabajo, aún me encontraba ahí, en esa parada de ómnibus, desolada, iluminada por un pequeño foco color ámbar que a duras penas permitía ver la sombra reflejada en el suelo. La niebla y el misterio se apoderan de mí en la inmensidad de la noche, sola, indefensa, sin ver que sucedía en el entorno escucho el sonido de una moto, de la misma, corriendo, bajan dos jóvenes portando armas de fuego, me reducen y despojan de todas mis pertenencias materiales al hacerse de mi cartera.

Llorando, caminando desoladamente pude ver en el horizonte una suerte de pulpería, ingreso, dentro de la misma puedo ver un sinfín de almas ahogando sus penas en alcohol, algunos abatidos, con sus cabezas sobre la tabla, otros discutiendo eufóricamente.

Me acerco a la barra y le relato los hechos al cantinero para solicitarle tuviese a bien prestarme unas pocas monedas para abordar un colectivo, rotundamente se negó. Le pedí ir al baño a lo cual accedió.

Encajonada bajé mi tanga dentro del baño y me puse a orinar alivio, al bajar la mirada, veo que la cara de un hombre estaba debajo, mirando hacia arriba y lamiendo las pequeñas gotas que chorreaban de orina. Le pateo la cabeza, asustada me dispongo a salir, al hacerlo, al abrir la puerta del baño estaba ese hombre, con su barba empapada de líquido dorado, amasando su bulto, venoso y de enorme cabeza. Me proporciona un cachetazo y me envía nuevamente a la parte interna del baño. Ya en el piso, se baja sus pantalones, empuña con firmeza su herramienta y comienza a darme golpes con la cabeza de su pene, de izquierda a derecha. El olor era repulsivo, abro la boca para respirar, instante en que el sujeto, valiéndose de mi baja guardia, introduce su apestosa y erecta verga dentro de mi boca mientras me apuntaba en la cien con un revólver y sugiriendo que succione y no haga ninguna pavada. No tuve mas remedio que lamerlo, el tamaño de su rata cada vez se hacía más grande, sus venas estaban súper dilatadas, su cabeza enorme, de color púrpura, las dimensiones equivalentes a un pequeño matafuegos.

Me levanta del suelo, me da vuelta, otro cachetazo y estoy boca abajo sobre una desgastada mesa de madera, baja mi tanga, se escupe el pene y lo mete violentamente en mi ano, con toda la furia del mundo comienza a violarme hasta provocarme una herida tan grande que creí que el esfínter y la vagina eran ya uno solo. Explota, descarga años de soledad en mi recto, siento la leche calentita que sale y recorre lentamente mis piernas, miro al suelo y solo veo una bandera roja y blanca. Un golpe más en la nuca y me deja inconsciente, al despertar, unas monedas y una nota. -Aquí tienes para el boleto de micro, la próxima vez que necesites una buena montura no te andes con historias y vuelve, esto solo es una pequeña muestra. Desde aquella noche vuelvo a aquel viejo bar, esta vez, sin intenciones de viajar.

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