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Jugando al escondite

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Recuerdo una chica, de melena rubia, menuda, delgada y con unos bonitos ojos verdes, con la que solía quedar hace años.  Cuando empezamos a vernos ella acababa de cumplir 18 y yo tenía solo 3 más que ella. Su juventud se notaba en la forma de comportarse, sin tomarse nada en serio. Siempre saltando, riendo, bromeando y pensando que hacer para divertirse. Le encantaba revivir los juegos de su infancia.

María nunca se había acostado con ningún chico. Decía que no estaba preparada, y a mí… bueno, aunque me dejó claro que tendría que esperar, hubo un día en que hablando sobre el tema, le dejé claro que meterme en la cama con ella era algo con lo que soñaba a menudo. Le dije que no iba a estar mencionándolo constantemente, así que decidiría ella el momento. Le pareció bien la idea.

En nuestros encuentros, a veces hacíamos bastantes cosas juntos, y en lo que se refería a “cosas intimas”, todo consistía en encontrarnos a veces para estar solos y besarnos durante un rato, compartiendo caricias y algunas palabras cariñosas. Cuando ella me notaba muy acalorado, apenada de no estar preparada para avanzar un paso más, se dejaba hacer algunas cosas (supongo que no sabía que servían precisamente para calentarme aún más).

A veces subíamos a su cuarto, quitábamos todos los muñecos de peluche de la colección que tenía encima de su cama y se tumbaba, luego se levantaba la camiseta y se quitaba el sujetador para dejar que probara sus pechos durante un rato. Yo lo hacía con cuidado, intentando que también le gustara a ella, saboreando sus pezones, que a pesar de tener delantera bastante generosa, eran pequeños y se endurecían con facilidad. En ocasiones no podía dejar de intentar acariciar sus piernas y subir con cuidado la mano hacia su sexo, pero me paraba siempre antes de que pudiera llegar a él o apretaba fuerte las piernas para negarme el acceso.

Mi amiga tenía un escote y un cuello muy sensibles a los besos y disfrutaba mirándome y acariciándome mientras recorría con mi lengua toda la parte superior de su cuerpo. Que la besara en el ombligo la hacía reír, y que mordiera con cuidado sus pezones la excitaba bastante, así que llegaba un momento en el que tenía que pararme para no sucumbir a sus instintos y, como le daba vergüenza decírmelo, para poner fin a aquellos peligrosos instantes se ponía a jugar y hacerme cosquillas hasta que la distracción enfriaba las cosas. Así, con el tiempo y estos pequeños juegos, María iba queriendo adentrarse poco a poco en el sexo.

Recuerdo que un día encontró uno de mis cuadernos de fantasías y relatos y después de hojearlo me pidió que se lo dejara para un viaje que iba a hacer en verano.

Mientras estuvo de viaje hablábamos por teléfono todas las noches y me preguntaba sobre cosas que había leído y despertaban su curiosidad. Terminó el cuaderno en solo unos días, porque al parecer se aburría en las vacaciones con sus padres y tenía mucho tiempo libre que dedicar a la lectura.

Cuando volvió y me trajo de vuelta cuaderno, hablamos y me dijo que le gustaban mis fantasías. Por lo visto le parecían imaginativas, pero también le excitaban, y muy avergonzada pero con la intención de provocarme, me confesó que se había masturbado varias veces durante las vacaciones, casi una vez con cada aventura que había leído. Susurrando y poniéndose colorada, me contó como lo hizo en la bañera del hotel, en su cama por la noche revolviéndose entre las sábanas, e incluso una vez en secreto y siendo silenciosa mientras hablábamos por teléfono en la distancia.

Aquello me sorprendió pero también me hizo sentir muy halagado.

Siguió narrándome como en un día de playa que había estado leyendo llegó un momento en que tuvo que meterse al agua hasta que le cubriera lo suficiente y acariciarse disimuladamente metiendo sus manos por debajo de su bikini morado favorito. Al final le pregunté si eso significaba que quería tener sexo conmigo, pero al parecer seguía sin ser el momento.

La espera continuaría algo más de tiempo.

Seguimos viéndonos cada vez más veces en mi casa o en la suya cuando no había nadie, me preguntaba cosas sobre mis fantasías, con curiosidad, mientras nos devorábamos el uno al otro y a veces me dejaba acariciarle o besar su cuerpo con la misma condición de siempre: no bajar de su cintura.

Recuerdo otra ocasión en que, mientras estaba sentado, se acercó a mi oído y me dijo que quería “hacerme una paja”. Durante un rato no pude parar de reír, por la forma algo brusca y fuera de contexto en que lo dijo, y también me chocó un poco, pero por supuesto me excitaron sus palabras, así que le expliqué que yo estaba dispuesto a todo y si quería algo en vez de decirlo y ponerse tan colorada como estaba ahora, lo mejor era que simplemente lo intentara y si no me parecía bien yo se lo diría para que parara.

Sentada frente a mi, se echó un poco hacia atrás y separó las piernas para tener espacio y poder desabrocharme el pantalón y meter su mano en mi ropa interior en busca de mi sexo. Iba demasiado rápido y se notaban sus nervios, así que, con la intención de que se relajara, empecé a besarla, a saborear su lengua y sus labios mientras dejaba que mi miembro se endureciera entre sus dedos. La besé un poco por el cuello, pero me hizo parar. Decía que la ponía muy mala y que me relajara y me dejara hacer, dejándome como único encargo que le guiara un poco, ya que ella no sabía como hacerlo y le daba miedo hacerme daño.

La verdad es que María era un poco inocente, o tal vez solo lo fingía… Pero eso tenía su punto morboso.

Empezó a deslizar su mano, moviéndola arriba y abajo por todo el tronco preguntándome si lo hacía bien y asintiendo solo le corregí para que lo hiciera más lento. Quería que me permitiera disfrutarlo, con calma, jugando y sin centrarse solo en una zona. Siguiendo mis instrucciones hizo algunos círculos con su pulgar sobre mi glande y relajó sus caricias para que fueran calmadas, sin apretar, dejando que la palma de su mano solo se deslizara y acelerando al ritmo de mi respiración. Al mismo tiempo, mientras me tocaba yo masajeaba un poco su pecho. Hacerlo me excitaba y notaba más placer con las atenciones que me estaba dedicando. Luego, al cabo de muy poco tiempo le pregunte si podía humedecerse un poco la mano, pero no quiso y parece que aquello interrumpió un poco su juego y le puso nerviosa, así que tuvimos que parar. Como siempre parece que estaba reprimiendo sus deseos para no llegar hasta lo que, en ese caso, parecía darle un poco de respeto.

Hablamos de ella, de su placer, de cómo se sentía y si quería que yo hiciera algo para que tuviera su momento. Pensé que si se había complacido leyendo mi cuaderno podía hacérselo yo mientras le improvisaba algo al oído, pero era demasiado vergonzosa y, aunque le apetecía prefirió, dejarlo para más adelante.

Siguieron pasando las fechas y nuestra extraña relación continuó. Mi amiga seguía como siempre, con sus juegos, sus anécdotas y su buen humor, pero a la hora de dormir solía mandarme mensajes subidos de tono. Noche tras noche preguntaba que me gustaba de su cuerpo, si había disfrutado compartiendo cosas con ella, y me confesaba que le apetecía dejarse llevar un poco más cada vez y no paraba de luchar contra el ser una chica tan tímida.

El tiempo pasó de nuevo hasta que una noche, de madrugada, dijo claramente que estaba decidida a acostarse conmigo, que se sentía a gusto, preparada y ya le podían las ganas, pero después de aquel último mensaje, estuvo fría y distante durante semanas. Se dejaba besar, pero huía del contacto físico. Dejó de proponer encuentros conmigo, así que solo la veía si era yo quien le preguntaba si podíamos quedar. Empecé a pensar que lo mejor era dejarlo pasar, que quizá había dejado de gustarle, pero como también me preocupaba su estado de ánimo decidí que debíamos hablar para ver que le ocurría. Así que nos vimos a solas en mi casa una tarde de verano y nos sentamos en el sofá. María se distrajo con la tele y estaba muy callada, era difícil hablar con ella y las cosas parecían estar en una situación complicada. Así, tras mucho esfuerzo, cuando conseguí que me contara que le pasaba, vi todo claro. Tenía miedo y estaba tensa por sus deseos. Quería ser buena amante pero no sabía como, quería dejarse llevar pero no sabía de qué forma empezar, tenía dudas sobre su cuerpo e incluso sobre si besaba bien o la experiencia con ella podría resultarme aburrida.

Intenté tranquilizarla, restarle importancia a sus preocupaciones. El sexo no es tan importante como para preocuparse por todo eso, como si agradar a la otra persona dependiera únicamente de ello. Entonces se me ocurrió una idea para que se relajara. Sacar partido de lo juguetona que era.

– Vale, vamos a olvidarnos de esta conversación. Juguemos al escondite – le dije.

– ¿Al escondite? ¿Los dos solos? – me respondió extrañada.

– Claro, siempre has dicho que te traía recuerdos de tu infancia y te encantaba. Podemos jugar a que tú te escondes por la casa, yo te busco, y si te encuentro te pediré alguna cosa, y si te apetece… tal vez puedas cumplir mi deseo.

– ¡Pero a ver que me vas a pedir! – me interrumpió.

– Ey, si no quieres pues pasamos de lo que haya pedido y ya está. Pero después de cada cosa que te pida te tienes que volver a esconder.

Creo que mi idea le pareció rara al principio, pero aceptó, y enseguida se escondió en alguna parte de la casa mientras yo contaba hasta 20.

La primera vez la encontré bajo la cama de una de las habitaciones. Me tumbe a su lado en el suelo y le pedí que me besara. Creo que había alguna película con una escena parecida (¿Los amantes del Círculo Polar?). Recuerdo que besarnos así acostados fue especialmente intenso y por fin, noté que María estaba relajada. Empezaba a olvidarse de todo y, después de un tiempo dejando que fuera yo el que comenzara, ella volvía a tomar la iniciativa para que nos enrolláramos.

Sus labios, especialmente el inferior que era bonito y grueso, se sentían suaves y agradables. Su lengua estaba muy cálida y húmeda y, aunque no podíamos usar las manos, fue una forma interesante de fusionar nuestras bocas, tanto que nos costó separarnos para que yo pudiera contar de nuevo y María corriera a su próximo escondite: un armario.

Me costó localizarla la segunda vez, parecía que se estaba tomando en serio el juego, pero cuando la descubrí tuve el capricho de que se quitara la camiseta para que esta vez los besos no fueran solo en la boca. Salio de su escondite y dejó que viera su sujetador de encaje que decía haberse puesto para mi, y empezara a recorrer su cuello con mis labios. Estando ambos de pié, yo mordisqueaba un poco los lóbulos de sus orejas y trataba de que se sintiera acalorada por como me movía por su cuello y su nuca, mientras posaba la palma de mi mano sobre su cintura. Ella apartaba su media melena rubia para dejarse hacer, cerraba sus profundos ojos verdes y respiraba de forma entrecortada. Así, después de un rato, volvimos a la realidad, interrumpiendo ese cálido instante para seguir con el juego.

El tercer escondrijo fue la bañera. Hizo algo de ruido mientras yo estaba contando, así que enseguida supe donde estaba. De nuevo salió para acercarse a mí y me miró sonriendo esperando mi nueva petición. Me encantaba como estaba disfrutando del juego y se la veía relajada y feliz. Esta vez quise que mi quitara ella la camiseta a mi y, mientras lo hacía, empezamos a besarnos de nuevo, a acariciarnos y abrazarnos. María me dejaba masajear y apretar sus senos aun cubiertos por su ropa interior mientras ella recorría mi cuello con sus labios. Deslizaba mis manos por su cintura, su espalda y sus costados, buscaba su lengua con la mía y nuestros cuerpos estaban a escasos milímetros el uno del otro… Uff, pero hubo que parar de nuevo. Las reglas de nuestro pasatiempo mandaban y yo tuve que contar otra vez hasta veinte.

Creo que a partir de aquí mi joven amiga tenía ganas de que la encontrara pronto porque sus escondites fueron cada vez más torpes. En esta ocasión estaba detrás de una cortina y, cuando aparté la tela, parecía estar esperándome para que volviera a fundir mis labios con los suyos mientras la acariciaba. Hicimos una pequeña pausa para que revelara mi petición, aunque no era difícil adivinar que ahora tocaba quitarle el sujetador. Lo desabroche y ella se lo sacó despacio mientras yo saboreaba cada rincón de su cuello una vez más. Cuando sus pechos estuvieron al descubierto fui bajando hacia su escote para después disfrutar de tener uno de sus pezones en contacto con la punta de mi lengua. Lo lamía, lo chupaba y rozaba levemente con mis labios humedeciéndolo para poder pellizcarlo luego con las yemas de mis dedos mientras iba a por el otro. Ella me miraba y acariciaba mi pelo para acercarme a ella. A veces incluso se juntaba los pechos para que yo intentara lamer los dos pezones juntos o meterlos en mi boca. Umm, esta vez sí que nos costó volver al juego, pero estaba siendo una buena manera de que una joven tan tímida se sintiera cómoda y despreocupada.

Detrás de la puerta de mi habitación había sido su siguiente opción para ocultarse. Se reía cuando me vio acercarme a ella, directo a acariciar un poco más su cintura y su pecho. La forma en que saboreábamos ahora los labios del otro era entre erótica y divertida. Le mordía con suavidad y luego jugué a conseguir que me sacara la lengua para cogerla con mis labios y chuparla ligeramente. Así, mi nueva petición simplemente ocurrió y no tuvo que ser pronunciada. María se descalzó y yo desabroché su pantalón que con un poco de ayuda de ambos cayó al suelo. Estábamos como escondidos, en un espacio muy pequeño, aun detrás de la puerta, y por fin podía escuchar sus jadeos sin notar que se estaba reprimiendo por vergüenza, o me permitía acariciar sus piernas o su trasero. Cuando comencé a deslizar mis dedos por encima de su ropa interior y a empujarla un poco contra la pared quiso que yo también me quitara más ropa, pero la detuve. Aquello infringía las normas. Por otra parte ella se rendía, respiraba cerca de mi oído y me hablaba de las innumerables noches que había deseado sentir mi mano acariciando su sexo, de lo húmeda que se sentía solo de pensarlo. Desde aquel momento parecía querer que nuestro entretenimiento pasara a algo un poco más serio, pero hacerla esperar para que me deseara más me apetecía tanto…

Corriendo semidesnuda por la casa María buscó esta vez un sitio para ocultarse que fuera el definitivo. No quería dejarme escapar ni que aumentara la espera, así que simplemente se tumbó sobre la cama y se cubrió con las sabanas. Cuando entré en el cuarto noté la forma de su cuerpo insinuarse bajo la tela y traté de acercarme en silencio. Me senté en la cama y empecé a acariciarla por todo su contorno hasta que asomó la cabeza sonriendo. La descubrí entonces por completo y me acomodé a su lado para recorrerla toda con mis manos, moviéndolas luego desde sus muslos hacía arriba y comprobando que al contrario que otras veces, ahora separaba las piernas para dejarme trepar libremente por su piel. Pronto tuve su ropa interior en contacto con mis dedos y la aparté un poco para permitirme el lujo de estimular su clítoris. Las yemas de mis dedos pronto notaron que estaba húmeda y excitada y resbalaron con facilidad por todo su sexo. Recuerdo como gemía ligeramente y se sujetaba a las sabanas antes de empezar a acompañar mis caricias tocándose a si misma. Masajeaba sus pechos y pellizcaba uno de sus pezones para endurecerlo mientras yo me ocupaba del otro con mis labios. Jugaba con un dedo en la entrada de su sexo a la vez que yo la masajeaba en la misma zona pero un poco más arriba. En algún momento se notó una confianza que siempre había esperado cuando me corrigió cogiéndome la mano y colocándome los dedos para que acariciara justo en el punto que quería en ese momento concreto, sentirlos moviéndose y acelerándose solo para ella, resbalando deliciosamente y con facilidad gracias a la lubricación de sus jugos. Después de un rato María no podía más. Se incorporó en la cama y terminó de desnudarse, pidiéndome después que hiciera yo lo mismo. Con el juego del escondite nuestra ropa estaba ahora repartida por toda la casa y nosotros, desnudos y tumbados en la cama, al contrario que la ropa, estábamos todo lo juntos que podíamos. Me puse sobre María ocupando el espacio que me dejó entre sus piernas, apoyándome sobre los brazos para no echarle demasiado peso encima, y bajando lo justo para sentir el roce de sus pezones en mi piel. Le pregunté si estaba lista para recibirme en su interior, siempre hablando cerca de su oído y en voz muy baja, y ella contestó mordiéndose el labio y afirmando con la cabeza. Con mi mano coloqué mi miembro de forma que cuando empecé a mover mis caderas la punta fuera abriéndose camino entre los labios de su sexo, y aunque costaba un poco al principio, lentamente fui llenándola, observando su reacción antes de empezar a moverme dentro y fuera de ella.

Sé que al ser la primera vez que se dejaba llevar por sus deseos tuvo un pequeño instante de dolor. Se notaba por como se mordía el labio y apartaba su mirada. Pero también sé que fue un instante muy breve por que pronto estaba pidiéndome que me acelerara, acariciándome el trasero para empujarme un poco y que me moviera más rápido, abrazándome con sus piernas y respirando de forma entrecortada. Hice movimientos lentos con mis caderas que siguiendo sus instrucciones fui haciendo más ágiles, más variados, más apresurados, hasta que el calor que sentía cuando la penetraba hasta el final me excitó tanto que esos movimientos se convirtieron en aun pausadas embestidas que hacían agitarse sus pechos y conseguían que María empezara a gemir y a dejar definitivamente a un lado su timidez para revelarme cualquier cosa que le apetecía y así conseguir que su placer fuera más intenso.

Decidí prestarle un poco de atención a su clítoris con intensas caricias mientras se la sacaba para poner un poco de pausa, recuperar la serenidad y no terminar antes que ella. Se retorcía entre las sábanas y me pedía que siguiera, y yo me dedicaba a explorarla por dentro con mis dedos, metiéndolos despacio y buscando que el movimiento le hiciera disfrutar al máximo. Al girarlos, mis yemas palparon y rozaron una zona en la parte superior, dentro de ella, que se notó que era especialmente sensible. No dejaba de decir que le encantaba aquello, que siguiera un poco más. Y yo continué, pero solo hasta que estuve preparado para dejarle sentir de nuevo la dureza de mi sexo, ya que entonces coloqué sus piernas sobre mis hombros e hice que levantara un poco sus caderas para que el ángulo en que penetraba que mi glande acariciara aquel punto mágico que había encontrado recientemente.

María gemía.

Cerraba sus ojos mientras se sujetaba fuerte a las sábanas. Le invité cogiendo su mano y llevándola hasta su clítoris a que se acariciara un poco para que su placer mayor. Quería que se sintiera libre, plena, feliz, pero aunque me hizo caso, no pudo hacerlo durante mucho tiempo porque se corría. Lo supe por sus jadeos, aunque no dijo nada, todo su cuerpo tembló y su boca entreabierta dejaba escapar los sonidos de su orgasmo en forma de respiración intensa que poco a poco se fue calmando.

Al contemplar como soltaba las sábanas y sonreía le pregunté y efectivamente había terminado. Ella me hizo la misma pregunta, pero le dije que había aguantado todo lo posible para esperarla y, en ese momento, decidida, se incorporó en la cama y se acercó a mí para conocer que fantasía tenía en ese instante para poner punto final. Mi tímida amante insistía y me besaba. Se abrazaba a mí mientras me preguntaba casi suplicando que podía hacer para que yo también tuviera mi momento, pero yo no sabía que responder por que lo quería todo. No podía decidir de que forma me daba más morbo correrme o sobre que parte de su cuerpo, así que pensé en nuestra historia juntos, en todos los momentos íntimos que ella había tenido conmigo y finalmente le pedí que terminara lo que quiso hacer hace un tiempo con sus manos.

María se humedeció las manos con un poco de saliva dejando claro que recordaba aquella vez que le conté como quería que lo hiciera, luego empezó a recorrer el tronco de mi sexo, moviendo sus dedos por cada milímetro y haciendo que se deslizaran lentamente y con suavidad. Me miraba y se mordía el labio inferior cuando me veía jadear de placer. Aceleraba sus manos y pasaba a acariciar también el glande y a notarlo palpitando y a punto de estallar, cuando le confesé que iba a correrme.

Aun tengo la visión de como comencé a expulsar algunos chorros calientes que gotearon sobre sus dedos mientras casi rogaba que no parara aún. No detuvo sus mimos por todo mi miembro mientras yo seguía mojándola con las últimas gotas de leche, hasta que acabé relajado, besándola, acariciando su cuerpo y recuperando el aliento.

Después de aquel día nuestra relación duró algunos meses más. Hubo más momentos como ese, más historias en las que estábamos solos y no aguantábamos las ganas de comernos el uno al otro.

Juntos cumplimos muchas de nuestras fantasías más íntimas, probamos posturas que nos despertaban curiosidad y lugares fuera de lo habitual en los que unir nuestros cuerpos. Pero al final, por cosas de la vida tuvimos que separarnos.

Aunque siempre nos quedará el juego del escondite como recuerdo.

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