Nuevos relatos publicados: 0

La abogada

  • 21
  • 26.002
  • 9,60 (40 Val.)
  • 0

El despacho estaba funcionando bien, después de tres años de su puesta en marcha.  Habíamos crecido y aunque seguíamos teniendo una dimensión reducida, en comparación con otros despachos del sector, continuábamos creciendo. Nuestros servicios jurídicos estaban enfocados hacia empresas. Contábamos con grandes clientes, más propios de un gran bufete que de uno reducido como el nuestro.

Como socio principal, tenía que supervisar la selección de las nuevas incorporaciones. Apostábamos por abogados con poca experiencia que se pudieran hacer a nuestra forma de trabajar y que combinasen una buena base técnica con buenas habilidades para traer nuevos clientes.

Habíamos iniciado el proceso para incorporar a un nuevo profesional.

Después de unas semanas de entrevistas con jóvenes abogados interesados en formar parte de nuestra firma, mi equipo me presentó a los más adecuados. Me presentaron cuatro. Tres chicos y una chica.

Sobre el papel, los cuatro tenían la experiencia, formación y posterior especialización que nos interesaba. Cada uno de ellos podría formar parte de nuestra firma.

Me llamó, especialmente, la atención, Marta, y no precisamente en positivo.

La primera impresión al verla, fue descartarla, así sin más. Recuerdo que nada más entrar en la sala y verla sentada tras la mesa de cristal, pensé, dios mío que pérdida de tiempo, ¡me van a oír!

Cuando me acerqué y ella se levantó para darme la mano, me esperaba una mano fría, flácida, como caída. Al contrario, me encontré con una mano cálida, con el apretón en su justa medida, ni muerto ni estrujador.

Mientras me sentaba, comenzó a instalarse en mí una sensación de duda. No suelo equivocarme en mis primeras impresiones.

Dediqué unos minutos a explicarle nuestro origen, quiénes éramos y lo que hacíamos. Discurso que me sabía de memoria y que podría recitar bajo el agua, a punto de ahogarme. Mientras le explicaba, la observaba de arriba abajo, aprovechando que la mesa era de cristal.

Marta no era especialmente guapa. Sí atractiva, a su manera. Era delgada, con la piel clara y estatura media, melena rubia a la altura de los hombros y alborotada, con unos grandes ojos azules. Vestía muy alejada de nuestro estilo, con ropa holgada tipo ONG y con sandalias. Su experiencia de dos años en prácticas la había realizado en una conocida ONG.

Mientras le explicaba, atendía con sus ojos azules como platos. Ojos de los que me costaba desviar la atención. Era como adentrarse en el mar y sentir como te va engullendo hacia sus profundidades.

Después de soltarle mi discurso, le pregunté por qué quería formar parte de nuestro equipo, como preámbulo de las siguientes preguntas.

Comenzó a hablar y me sorprendió. Su voz era alegre, dinámica, resuelta. Transmitía optimismo y calidez. Conforme hablaba me sentía como obnubilado y con más calor del habitual, como si en la sala hubiesen subido la temperatura. Llegó un momento que ya no prestaba atención a lo que decía, sólo escuchaba la melodía de su voz. Así fuimos pasando entre preguntas y respuestas. En un momento dado de la entrevista, miré sus piernas a través de la mesa de cristal. Sus piernas eran delgadas, incluso diría que huesudas, pero bonitas. Sentí como mi miembro comenzaba a moverse dentro de mi pantalón. ¡Estaba empezando a empalmarme! Me sonrojé levemente y levanté la mirada de sus piernas volviendo nuevamente a sus grandes ojos azules. Noté una leve sonrisa mientras Marta hablaba y como su mirada me había acompañado mientras subía de sus piernas a sus ojos. ¡Me había visto mirándoles las piernas!. ¡No podía ser, como es posible que a mi edad y con mi experiencia me hubiera dejado llevar!

El resto de la entrevista transcurrió con los papeles invertidos, atropelladamente y con ganas de finalizar, por mi parte, y con seguridad y autosuficiencia, por su parte.

Marta, en breve te diremos alguna cosa.

El resto de día transcurrió de forma frenética, de reunión en reunión, con llamadas y mails. Procuraba no pensar mucho en la entrevista con Marta, pero no podía dejar de hacerlo en esos breves instantes que pasaba de una cosa a otra. ¿Qué me había pasado? ¿Seré gilipollas? ¿Cómo es posible que una niñata me haya cogido mirándole las piernas? ¿Y qué hacía mirándolas? Estos eran mis pensamientos repetitivos en esos breves instantes.

Tenía que tener la mente fría y ver las cosas con distancia, pero a la vez tenía que tomar una decisión a lo largo del día para trasladarla al día siguiente al equipo.

Por la noche y antes de acostarme, estuve sopesando los cuatro candidatos que había entrevistado, pero no dejaba de flotar en mi cabeza el nombre de Marta continuamente.

Acabé inclinándome por Marta, tenía la experiencia, formación y la capacidad para traer nuevos clientes. Lo que más destacaba en su candidatura era su personalidad y su potencial. Vestí mi decisión de objetividad pero en el fondo supe que no era mi cabeza quién decidía.

Una vez trasladada la decisión al equipo, se lo comunicaron a Marta. Se puso muy contenta, casi eufórica, según me trasladaron. Cómo nos urgía, se incorporó a la semana siguiente.

En su primer día, conoció a las diferentes personas que integraban la compañía y por último se reunió conmigo para darle la Bienvenida. Nos reunimos en mi despacho, en la mesa pequeña y redonda para quitarle formalidad. Fue una reunión breve y en la que me mostré distante y frio-me sentía avergonzado por mi comportamiento en la entrevista que mantuvimos- pero cordial. Aproveché para comentarle que tendría que cuidar un poco más su forma de vestir, que no éramos una ONG. Asentía y parece que tomaba nota de lo que le decía.

Dado que yo era el primero y el último en salir de la oficina, al día siguiente y muy temprano, coincidimos los dos solos en el ascensor, subiendo hacia la oficina. Estaban cerrándose las puertas y una mano las interrumpió, volviéndose a abrir. Apareció Marta con un ceñido traje azul marino de rayas diplomáticas y camisa blanca.

Me quedé con los ojos abiertos y sin pestañear. Su imagen era impresionante. Si me pareció muy delgada y desgarbada bajo sus prendas tipo ONG, ahora era todo lo contrario. Su pantalón estrecho marcaba unas bonitas caderas y piernas esbeltas. Su chaqueta definía una cintura estrecha y apuntaba unos bonitos pechos, en su justa medida, ni grandes ni pequeños. Su cabello rubio ya no estaba alborotado, lo llevaba recogido y alisado con una cola. Estaba preciosa. Al verla y justo por un instante, sentí como mi miembro se acababa de despertar del madrugón.

Nos dimos los buenos días y subimos en silencio. Abrí la puerta y nos fuimos cada uno a nuestro lugar de trabajo.

Pasaron las semanas y no supimos el uno del otro, aunque compartíamos las mismas instalaciones.

Un viernes y ya tarde, hacia las nueve de la noche y después de otro día de intenso trabajo, estaba recogiendo mi mesa para finalizar el día y como suelo hacer antes de irme, me acerqué al baño para asearme.

En el camino hacia el baño, pasé por la sala en la que los abogados más jóvenes comparten espacio. La puerta de cristal de la sala estaba entreabierta y se podía escuchar una conversación en voz baja. Me detuve justo en la entrada de la sala y sin que se me pudiera ver. La voz que escuchaba era de Marta.

En el reflejo de la puerta de cristal, podía ver la imagen de Marta, sentada en su espacio en la larga mesa común, hablando por teléfono. Su voz era cálida y susurrante, parecía no querer enterar a nadie de su conversación.

De pronto me entró un morbo tremendo. Estábamos los dos solos en el despacho, ella no sabía que yo estaba allí y el tono de la voz que estaba escuchando era totalmente desconocido para mí.

¿Con quién estaría hablando? ¿Sería su pareja? ¿Un amigo o amiga? Ni idea, pero tenía que ser alguien muy cercano por el tono de la conversación.

Era un tono muy morboso y caliente.

¿Qué me harías?... Huummm, ¿siii?, decía Marta mientras veía por el reflejo de la puerta que tenía metida su mano dentro del pantalón.

Menudo pedazo de puta, pensé, vaya con Martita… ¿Quién lo hubiera dicho? Allí, en la oficina.

Resguardado de ser visto, me entró un calentón tremendo. Metí mi mano dentro de mi pantalón y acaricié mi polla, hasta que se puso totalmente tiesa.

Yo me metería tu polla en mi boca, comenzando por tu capullo, acariciándolo con la lengua, con suaves lamidas en tu glande, saboreándolo, lamiendo luego el tronco de tu polla, suavemente, notando el sabor y el olor de tu piel. Luego iría a tus huevos, esos deliciosos huevos llenos de leche y me los metería en la boca. Hummm cómo me gustaaan. Decía Marta, mientras su mano subía y bajaba dentro de su pantalón.

Esto ya era demasiado, la conversación me estaba poniendo muy caliente. Caliente, incluso, se quedaría corto. Estaba ardiendo de deseo y aunque resguardado de su vista, en ese punto tampoco me hubiera importado que me hubiera visto. De perdidos al rio.

Me abrí la bragueta del pantalón y saque mi polla. Estaba totalmente erecta, con las venas sobresaliendo y como nunca las había visto antes. Parecía que iban a estallar. Me acaricié los huevos, sacándolos por la bragueta, luego me agarré la polla con fuerza, notando como las venas todavía sobresalían más. Comencé a realizar un movimiento suave de mi mano, con fuerza, de arriba hacia abajo.

Sí, cabrón, fóllame, fóllame, más duro, méteme toda esa polla dentro de mí, fóllame como a una puta. Decía Marta, recostándose sobre su asiento, elevando sus piernas, apoyando las rodillas en el canto de la mesa. Su movimiento con la mano era más frenético y se había desabrochado el botón del pantalón, dejando entrever el encaje de unas braguitas blancas-a juego con su camisa- sobre el que se hundía su mano.

Mi mano seguía agarrando con fuerza mi polla pero el movimiento ya no era suave, era rápido, frenético, al compás de su mano y su conversación.

Me sentía muy excitado, más excitado de lo que he estado nunca. El morbo de la situación era tremendo. Ver y escuchar a una Marta desconocida, como una leona en celo, era lo máximo.

Si métemela por el culo, quiero sentir como va entrando y penetrándome, como mi culo se va abriendo, siii, ahhh, más, métemela más, más adentrooo. Seguía diciendo Marta, mientras el ritmo del movimiento de su mano era mayor y su pantalón se había abierto totalmente hasta la altura de las inglés. Ahora sus bragas se veían totalmente y con la mano bajo ellas en un frenético movimiento de arriba hacia abajo y de dentro hacia fuera.

En ese momento, yo estaba a punto de correrme. El morbo y la excitación que me producía la situación despertaba mis más bajos instintos: su voz, su lenguaje sucio y su imagen desinhibida reflejada en la puerta. Ya no aguantaba mucho más. Había cerrado los ojos y estaba dejándome llevar.

De pronto oigo, aaaggh y como si me hubieran presionado un botón, yo también me corro. Mi semen sale como un torrente y sin control, salpicando una pequeña parte en el cristal de la puerta y el resto por el suelo.

Una vez que tomo consciencia de la realidad, de lo peligroso de la situación y del riesgo que estoy corriendo, me acerco rápidamente al baño sin hacer ruido, cojo unos cuantos papeles secamanos del dispensador y limpio rápidamente el suelo. Veo en el reflejo de la puerta que Marta está sentada, bien arreglada y tecleando en el ordenador.

Me queda limpiar el cristal de la puerta, que es más complicado. Me agacho todo lo que puedo- casi estoy tumbado- y viendo en el reflejo de la puerta que Marta está mirando la pantalla del ordenador, tecleando, levanto la mano para limpiar la mancha de semen en el cristal, con mucha suavidad, sin hacer ruido. Lo he conseguido. Retiro la mano y miro a Marta por el reflejo. Ahora no está mirando la pantalla, ha desviado la vista y diría que mira hacia aquí, pero no estoy seguro. Tampoco me voy a quedar para averiguarlo, me voy hacia mi despacho y espero un rato más. Un rato, en el que no paro de pensar lo estúpido que he sido, tranquilizándome, a continuación, al pensar que no me ha visto y que no ha pasado nada. Así en bucle hasta que a los quince minutos oigo un “Buenas Noches” lejano, a lo que yo también respondo “Buenas Noches”. Era Marta. Espero diez minutos más, por si acaso, y ahora sí me voy. Paso por la sala, la luz está apagada, no hay nadie. Soy el último en salir.

Espero que no me haya visto, seguro que no, son imaginaciones mías, pienso, mientras bajo en el ascensor.

La semana siguiente seguimos con nuestro día a día habitual. No dejaba de pensar en lo que había visto y escuchado el viernes por la noche. Era una faceta desconocida de Marta y sinceramente, me había encantado. La nueva Marta me calentaba y excitaba como nunca nadie lo había hecho. No dejaba de pensar en ella.

Esa misma semana, decidí dar un paso más. Tenía un nuevo cliente, una gran empresa con la que teníamos que hacer un excelente trabajo por su potencial, tanto en sí misma por su envergadura y el trabajo que nos podría aportar, como en el sector para introducirnos.

Después de la reunión con el cliente teníamos que buscar y recopilar un conjunto amplio de información, alguna de la cual se me antojaba compleja. En este caso concreto, pedí a mi equipo que me asignarán a Marta porque había demostrado unas excelentes habilidades para localizar información tanto por medios on line como off line, a pesar del corto tiempo que contaba entre nosotros. Como era un hecho incuestionable, a nadie le extraño mi demanda.

Me la asignaron pero no tuve ocasión de reunirme con ella hasta final de la semana. Marta ya me había anticipado por mail que le hacía mucha ilusión trabajar conmigo porque aprendería mucho y que estaba a MI DISPOSICION para reunirnos y saber lo que tenía que hacer.

Tenía una alta carga de trabajo y no me era fácil encontrar un hueco para reunirnos. Si me hubiera esforzado podría haberlo hecho, pero esperé hasta el final de la semana. Esperé hasta el viernes y hacia última hora, donde podríamos trabajar sin ser interrumpidos. Ya se sabe que los viernes la gente tiende a salir escopeteada.

En este caso se daba la circunstancia que el lunes de la siguiente semana era fiesta, por lo que todos saldrían antes, incluso los más trabajadores. También es verdad que nuestros horarios no eran normales y no se caracterizaban por tener una hora de salida.

Esperé hasta las ocho de la tarde. Antes me había dado alguna vuelta por la oficina y vi que no iba quedando nadie.

Cuándo me aseguré de que no quedaba nadie y que seguía habiendo luz en la sala de los abogados jóvenes, me acerque y miré discretamente. Solo estaba Marta.

Me acerqué a mi despacho y la llame por teléfono. Le pedí disculpas por las horas y por si estaba a punto de irse. Seguramente la estarían esperando.

Al contrario, me respondió, estaré encantada de ponerme en marcha con este nuevo cliente. ME MOTIVA MUCHO aprender contigo, me dijo.

No la había visto en todo el día. Entró en mi despacho. Seguía con sus vestidos tipo traje ejecutivo, ceñidos, y su pelo recogido con coleta. En esta ocasión su chaqueta era negra y su falda, ligeramente por encima de la rodilla, también negra. Combinaba con una camisa roja y unos zapatos de medio tacón ancho.

Le pedí que se sentará en la mesa redonda de trabajo donde estaba la carpeta con la información del cliente. Me acerqué desde mi escritorio hasta la mesa. Cogí una silla y la acerqué hacia donde estaba sentada, a unos dos palmos de distancia y como vi que ella no se había puesto junto a la mesa, sino a una pequeña distancia, yo también me puse igual que ella.

Comencé a presentarle el caso y la tipología de nuestro cliente, apoyándome en la información que tenía en la carpeta. Ella no decía nada, escuchaba muy atentamente.

Mientras le hablaba, aprovechaba para mirarle sus piernas con la falda a media altura. Llevaba unas medias ligeramente oscuras que resaltaban sus preciosas y esbeltas piernas.

Como no veía muy bien los informes que le estaba explicando, agarró su silla y se acercó más a mí, prácticamente tocando mi silla.

Ahora además de apreciar sus preciosas piernas, podía sentir el halo de calor que exhalaba su cuerpo, desde su cara a sus piernas. Con la cercanía, su halo y el mío estaban fundidos, como uno solo. Su olor corporal, pese a las horas y final del día, era limpio, aniñado, sin perfume, con una suave fragancia a jabón.

Acercó su mano y su dedo hacia el documento para señalar una parte que no entendía. Al hacer esto, paso su antebrazo sobre el mío, dejándolo suavemente encima mientras señalaba el documento. Su piel era cálida y suave. Su mano delicada, con la piel clara y lisa. Eran manos cuidadas y con uñas grandes, que no largas, y sin pintar. Sentí como una descarga de electricidad cuando noté su antebrazo sobre el mío, se me puso la piel de gallina y el bello de mí brazo y resto del cuerpo se erizó.

Se dio cuenta de mi reacción y me miró a los ojos. Sus grandes ojos azules me miraron fijamente, sin vergüenza, sin pudor. Le devolví la mirada del mismo modo, sin pudor alguno, con franqueza, como se miran los amantes. Mi reacción inmediata, como teledirigido por fuerzas ajenas, fue acercarme a su boca y besarla. Mi acercamiento fue suave, con mucha ternura y cariño. Su boca se abrió y recogió mi lengua, también de forma suave y tierna. Sus labios jugaban con los míos. Nuestras lenguas estaban encantadas de conocerse y querían ser una sola. La ternura y el cariño dio paso a la pasión. Nuestras lenguas seguían un movimiento más frenético, devorador. Nos mordíamos suavemente los labios, como queriéndonos comer.

Sentía como el calor de su cuerpo había aumentado, toda ella estaba más caliente.

Mientras seguíamos besándonos, bajé mi mano hasta su pierna. Introduje mi mano tocando su coño, sobre sus bragas. Se estremecía mientras la tocaba. Su lengua se volvió más frenética, con la mano me cogía de la nuca, evitando que pudiera escaparme.

Su coño estaba deliciosamente caliente. El algodón de sus braguitas, húmedo.

Ladee uno de los lados de sus braguitas, dejando paso a mis dedos. Mis dedos índice y anular, se empaparon de inmediato al abrir sus labios menores e introducirse en su vagina. Con mis dedos dentro inicie un suave movimiento que acariciaba su pared superior, mientras mi pulgar acariciaba su clítoris, totalmente excitado.

Dirigió su mano hacia mi polla, la acarició por encima del pantalón, con frenesí, palpando, los huevos. Me abrió la cremallera e introdujo su mano, sacándola fuera. Dejó besarme y la miró. Es como a mí me gustan, ni pequeña ni muy grande pero bien ancha, me dijo.

Agachó la cabeza y beso el capullo, mientras miraba hacia arriba, hacia mis ojos, con mirada lasciva. Me la voy a comer, me dijo.

Se introdujo mi polla en su boca, recorriéndola a lo largo con la lengua, con cálidos y húmedos lametazos. Bajando hacia mis huevos y chupándolos con fruición, lascivamente. Comenzó a chupar, nuevamente, mi polla metiéndosela todo lo que pudo dentro, iniciando un delicioso movimiento de arriba abajo, dejándola impregnada de su saliva.

Estábamos los dos muy excitados, ella chupándome la polla y yo introduciendo mis dedos en su vagina y masajeando su clítoris.

La retiré de mi polla y la subí a la mesa, que se balanceó ligeramente por el peso. La tumbé, retirándole la chaqueta y la camisa, bajándole la falda, quedándose en sujetador y bragas. Le retire el sujetador y baje sus bragas, dejándola totalmente desnuda. Contemple su cuerpo durante un instante fugaz, era hermoso, con unas tetas en su justa medida y unos pezones oscuros y totalmente excitados. Su coño estaba depilado y su vulva era adictiva e hipnotizante. Sus labios mayores ocultaban a los menore y dejaban ver solo una línea vertical.

Quería poseerla, devorarla, comérmela dulcemente como si fuese un manjar.

Con mis manos toqué sus pechos, tiernos y firmes, masajeándolos suavemente, notando como sus pezones se excitaban, sobresaliendo y endureciéndose.

Acerqué mi boca y lamí un pecho y luego otro, para después recorrer con la punta de mi lengua sus pezones y ver como éstos respondían con dureza ante la calidez de la punta de mi lengua. Recorrí el centro de su pecho, bajando por su abdomen y llegando a su ombligo, hundiendo mi lengua en él. Seguí mi recorrido hasta llegar a su monte de venus y después al inicio de su vulva. Abrí esos hermosos labios para introducirla dentro, lamiendo sus labios menores, de arriba hacia abajo, notando su piel blanda, flexible, húmeda y cálida. Localicé rápidamente su clítoris, que sobresalía, y jugué con él, rodeándolo y presionándolo con la punta de la lengua, para introducirme en su vagina y notar todo el calor que desprendía y lo mojada que estaba. No paraba de arquearse y jadear, cogiéndome la cabeza con las dos manos y acerándola a su coño, buscando que mi lengua pudiera introducirse más adentro.

Salí de su vagina y con la lengua me acerque recorriendo su piel hasta su culo. Lamí el contorno de su ano e introduje poco a poco mi lengua en su interior. Al principio no entraba pero conforme lo intentaba, se iba dilatando hasta que puede introducirla entera. Le encantaba mi lengua dentro de su culo, arqueándose todavía más y apretándome más mi cabeza con sus manos hacia adentro.

Ya no aguantaba más y ella tampoco. Fóllame como a una puta, me decía. Excitándome todavía más y sacando mi lado más salvaje.

Le di la vuelta sobre la mesa, colocándola boca abajo y bajándola para que pudiera sostenerse con sus piernas sobre el suelo, mostrándome su culo, con las piernas abiertas. La visión era espectacular. Su culo abierto y ella tumbada sobre la mesa. Me acerqué al escritorio para coger un condón y ponérmelo. Ella que me vio me dijo que no, que prefería sentir toda mi polla sin condón, que no me preocupase, estaba tomando anticonceptivos.

Volví a la espectacular visión de su culo y piernas abiertas, esperándome. Me froté la polla con la mano para ponerla más dura, mientras le acariciaba el coño e introducía mis dedos en él. Estaba totalmente encharcado. Una vez estuvo a punto, se la introduje de golpe, con fuerza, todo lo adentro que pude, hasta notar que la punta de mi polla chocaba contra el fondo de su vagina que estaba totalmente dilatada, entrando con facilidad. Se estremeció y tembló y mientras se agarraba con las manos en la mesa, me decía, más, más adentro, quiero que me rompas el coño.

Seguía con movimientos de entrada, todo lo más fuerte que podía, y salida. Nuestras pelvis chocaban salvajemente. Mis huevos danzaban en el aire. Se estremecía y jadeaba desenfrenadamente. Más, más, rómpeme, me decía.

Seguimos esta salvaje entrada y salida, hasta que ya no pude más. Me voy a correr, le dije. Córrete, quiero toda tu leche dentro, yo también estoy a punto de correrme.

Nos corrimos a la vez, aaagggh.

Se quedó totalmente relajada, con las manos y su pecho sobre la mesa y las piernas totalmente abiertas, mientras mi semen bajaba hacia su culo. Lo recogí con mis dedos y se lo introduje en la boca. Los chupó con lascivia. Introduje mis dedos en su vagina y los impregné de su orgasmo y mi semen, llevándomelos a mi boca y saboreándolos. El sabor de su sexo y el mío. Era una mezcla de sabor agrio y dulce. Un sabor adictivo.

Me acerqué a ella, tal como estaba tumbada sobre la mesa, la bese en el cuello, en la boca y nos quedamos uno al lado del otro.

Comenzamos a vestirnos y arreglarnos para salir de la oficina. La semana pasada te vi pajeándote mientras me mirabas y escuchabas, Me dijo.

Pensaba que no te habías dado cuenta.

Claro que me di cuenta, desde el principio. Estaba hablando con un amigo pero colgué enseguida. Lo que viste y oíste, lo hice para ti. Sabía que te gustaba desde que tuvimos la primera entrevista, pero desde entonces no me volviste a mirar y esa era mi venganza. Quería que volvieses a pensar en mí como cuando me miraste las piernas, que también lo vi.

No reímos a carcajada suelta. La besé en la boca con un cariño y ternura enormes. Nos acabamos de arreglar y salimos de la oficina.

Han pasado varios años y actualmente Marta sigue formando parte del equipo del despacho. Es una profesional reputada en el sector y en su especialidad, y aunque cada uno tenemos nuestras vidas paralelas, somos amantes y disfrutamos del sexo con toda su intensidad.

(9,60)