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La dama de negro

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Muchas veces me nació regalarle a mi mujer lencería erótica, pero, contrariamente a lo que yo esperaba, ella parecía no entusiasmarse con mis elecciones. Tal vez ella tenía otra idea sobre la manera de vestirse para vivir instantes excitantes con su pareja, quizá alejado de lo que a mí me gustaba, influenciado, porque no, por las películas y fotografías pornográficas. Y, pensaba yo, mis ideas y las ideas de mi esposa no iban en el mismo sentido.

Varias veces había hecho yo comentarios al respecto e incluso había comentado lo bien que se veía cuando utilizaba tal o cual atuendo en los encuentros que habíamos experimentado con otras personas. Sin embargo, ella se reservaba sus comentarios, creería yo, principalmente, para no entrar en contradicción y diferencias conmigo. De manera que, al no haberme sentido respaldados en ese tipo de iniciativas, simplemente, algún día, dejé de poner atención en ese tipo de vestimentas y resolví aceptar que ella utilizara la ropa con la cual se sintiera más cómoda.

Ella, generalmente, gustaba utilizar ropa interior finamente confeccionada, con muchos diseños y bordados, preferiblemente en colores blanco, negro y rojo. Aquellos vestidos de enfermera, de colegiala y otros, no eran de su preferencia. Le gustan más los diseños elegantes, ojalá para usar corpiños, ligeros y cosas así. De modo que dejé de lado la idea de escoger la ropa que me gustaría que utilizara y que, a mí, personalmente, me resultaba atractiva.

Un fin de semana mi esposa sugirió que fuéramos a bailar. Estuve de acuerdo y no pregunté a dónde iríamos, porque sé que a ella le gusta conocer diferentes sitios. Nos pusimos en marcha como a eso de las 10 pm y, al momento de salir, me llamó la atención que ella estaba vestida toda de negro, con un gabán, medias y zapatos; todo negro. No hice comentario alguno ni pregunté por la solemnidad de la vestimenta y me dispuse a ir por el vehículo para recogerla.

Una vez en movimiento le pregunté sobre la ubicación de nuestro destino. Me indicó que quería conocer un sitio nuevo y que le habían comentado sobre alguno que era muy frecuentado por gente de la costa pacífica y que la música era muy agradable. Ella encontraba interesante conocer algo diferente, bailar ese tipo de música y compartir con las personas que allí se reunían, así que no puse inconveniente y nos dirigimos hacia allá.

El sitio se encontraba en una zona muy conocida y bastante concurrida. Parqueamos el vehículo y entramos al lugar. El interior era bastante amplio, pero escasamente iluminado, bastante concurrido y con la música a todo volumen. La verdad, al principio, no me agradó mucho el ambiente. Me pareció lúgubre. Ella, sin embargo, parecía muy entusiasmada y curiosa sobre cómo funcionaban las cosas en aquel lugar.

Nos instalaron en una mesa, ubicada en una esquina del salón, desde dónde teníamos una vista privilegiada de todo el entorno. El sitio estaba bastante concurrido y la gente, al parecer muy animada, bailaba alegremente al ritmo de la una música muy rítmica. Las parejas danzaban desparpajadamente y se veía a las mujeres muy ligeras de ropa, lo cual contrastaba con la forma en que iba vestida mi mujer. Aun así, bien pronto salimos a la pista a bailar al lado de toda la gente que allí estaba reunida.

La música estaba muy animada y, con el paso del tiempo y al calor de unos tragos, el ambiente se fue tornando más desenvuelto y descomplicado. La música invitaba a las parejas a liberarse en su expresión corporal. Y había de todo. Parejas que se divertían, parejas que coqueteaban y parejas que pareciera que copulaban en la pista de baile. Le dije a mi mujer que se quitara el gabán, porque se veía como mosca en leche en ese ambiente de música y danza. Me dijo, ¡tranquilo!... en un ratico.

La mayoría de parejas parecían estar involucradas y no se veía, al menos yo no veía, personas solas; hombres y mujeres. Y, habiendo bailado ya varias tandas de música y empezando a sudar un poco. Le propuse a ella salir a la calle un rato, para tomar algo de aire y desacalorarnos, pero me respondió que ella prefería quedarse ahí y que me esperaría. Bueno, dije, yo si voy a salir, doy una mirada por ahí, reconozco el lugar y ya vuelvo; no me demoro.

Cuando volví a nuestra acomodación, ella no estaba allí. La mesa estaba sola, pero su abrigo si estaba en una de las sillas. Pensé que había ido al baño, porque no se me ocurrió nada más. Me senté a esperarla y, mientras tanto, me dediqué a observar a la gente que se encontraba divirtiéndose en la pista de baile. No había pasado mucho tiempo, cuando, al estar observando, pude identificarla bailando con un hombre moreno, un poco más alto que ella y bastante acuerpado. El tipo se movía muy bien, había que reconocerlo, de manera que encontraba la razón por la cual ella parecía estar a gusto. Como bailarín, comparado con aquel caballero, yo no estaba a su altura.

Ahora, si, sin su abrigo, pude ver bien cómo estaba vestida. Tenía puesta una trusa negra, bastante escotada, casi transparente, que le cubría todo el cuerpo, y una muy cortísima falda, también de color negro, de modo que el color de su rostro, sus brazos y sus manos blancas contrastaban con aquella vestimenta, y también, claro está, con el color de su pareja. Ella bailaba muy animada y las piruetas que le prodigaba aquel caballero la tenían bastante entretenida, de modo que permaneció en pista durante largo rato, olvidándose del tiempo y de las circunstancias.

Al rato, al terminar una de las tandas de música, se dirigieron a la mesa. Ella se adelantó a presentarme a su pareja. Amor, te presento a Jeison. Mucho gusto dije, extendiendo mi mano para saludarle; Fernando. Hola, mucho gusto. La vi sola en la mesa y la convidé a bailar. Espero no le importe, me dijo. No, para nada, contesté. Vi que baila usted muy bien y armoniza con ella en el baile, cosa que a ella le encanta. Bueno, a mí, sí me gusta bailar, no puedo negarlo, pero ella baila muy bien. Ha sido mi maestra por un rato. Ah, bueno, que bien, repliqué; ¡me alegro! Los dejo un rato y, si no hay inconveniente, me gustaría volver a bailar con ella más tarde. ¡Claro! respondí. No hay problema.

Nos quedamos ella y yo, ahí en la mesa por un rato y, entonces, pregunté, ¡oye! ¿de dónde salió la vestimenta? No es nueva dijo. Esto me lo habías regalado, pero no me había atrevido a usarlo. ¿Y es que tiene algo de especial? No, nada raro, pero no lo había usado antes. Lo único nuevo es la falda. Esa, si la compré para que hiciera juego con el resto. Pues, te ves bien, dije. ¿Y el Jeison ese, ¿de dónde salió? No sé. Me dijo que nos había visto entrar y que se había fijado en la forma en que yo bailaba y que, cuando me vio sola, se atrevió a invitarme. Y ya. Nada especial. Lo cierto es que el tipo baila súper. Yo creo que debe haber tenido formación, participado en un grupo de baile o algo por el estilo, porque tiene variedad de pasos. Se pasa rico con él. Entonces, te dio en la vena del gusto. Pues sí, respondió.

La música siguió sonando, así que volvimos a la pista de baile, pues para eso habíamos ido allí. El lugar estaba atestado de gente y difícilmente se podía bailar sin tropezar con alguien, de modo que la situación nos estaba incomodando, tanto, que ella, quien no acostumbra hacerlo, me dijo que podríamos volver en otro momento, cuando el lugar no estuviera tan concurrido. Y yo estuve de acuerdo. Bueno, pues sí, y la verdad, ya está tarde también, son casi las 2 am. ¡Vamos!

Estábamos saliendo cuando el tal Jeison la interceptó y la convido a bailar. Ella, me haló de la mano, y, cuando me volteé a verla, me hizo la seña de que esperara. Déjame bailar la última, me dijo, entregándome su abrigo. ¡Quién te entiende! dije. Bueno, hazle pues. Te espero afuera. Y, de hecho, me quedé esperándola afuera un buen rato. Al parecer se había animado con su pareja, no obstante, la multitud, y de alguna manera aquello me había llegado a molestar un poco.

Salieron juntos. Y ella, dirigiéndose a mí, me dijo, oye, Jeison me dice que hay un sitio bastante bien, no como este, pero que se puede bailar y es más relajado. ¿Te parece si vamos y le echamos una mirada? Bueno, ¿pero no que nos íbamos?, dije. Pues de este sitio sí, pero si hay alternativa, podíamos quedarnos un rato más. ¿Te parece? Bueno, dije, para no entrar en conflicto de intereses con mi esposa. Así que Jeison tomó la delantera y nos guio al otro lugar, que no quedaba lejos de allí. Al llegar, ciertamente estaba mejor, no había tanta gente, estaba más iluminado, mejor decorado, pero la música era diferente; música de antaño, romántica y boleros.

No más llegar nos instalamos en una mesa y Jeison, tal vez viendo que yo no tomaba la iniciativa, preguntó, bueno, ¿les gusta el lugar? Sí, mi esposa se apresuró a contestar. De modo que, complementando su intervención, dije, sí, es diferente; es otro ambiente. ¿Y tú bailas esa música?, le preguntó a ella. Si, respondió. ¿Probamos, entonces? Vamos, dijo ella. Y así, sin más, arrancaron para la pista de baile. Era otro tipo de música y, el baile, propiciaba la proximidad de sus cuerpos. Desde donde estaba los veía bastante involucrados. Podría decir a la distancia que, aquel, la estaba provocando y seduciendo, de allí, suponía yo, su interés en prolongar la velada, sugerir otro sitio y acompañarnos hasta ese lugar.

Pasadas dos tandas en las que estuvieron bastante juntitos, ellos volvieron a la mesa. Jeison discretamente se ausentó y ella, dándole vueltas al asunto, al final y sin ningún tipo de atenuante, me dijo, oye, Jeison me cuenta que hay por acá un sitio donde pudiéramos estar juntos un rato. ¿Me acompañas? La miré un tanto incrédulo por lo que acababa de escuchar, pero habiendo vivido situaciones similares en el pasado, seguí el juego. Y eso, entonces, ¿qué quiere decir? Pues, ya tú sabes; él me ha propuesto hacerme el amor y yo le dije que sí. ¿Y no le ha importado que yo esté aquí? Bueno, en un principio sí, pero la condición para ese sí es que tú me acompañes y se mostró de acuerdo.

Bueno, ¿y a dónde se fue? Dijo que iba a reservar el sitio y que ya volvía. Y al rato, finalmente apareció. Bueno. ¡Todo listo! le dijo a ella. Perfecto. Voy a ir un momentico a baño. Vuelvo y nos vamos, ¿te parece? Pues, sí. Tú eres quien dispone. No dijo nada más y nos dejó a los dos solos. Jeison no articulaba palabra, así que me propuse hacerlo hablar, a ver que decía. Y ¿qué es lo que está listo?, le pregunté. Una habitación, en un motel, aquí a la vuelta. ¿Y eso?, dije, haciéndome el despistado. Su esposa estuvo de acuerdo en que reservara una habitación para estar con ella un rato, respondió. Dicho de otra manera, ante, se la va a follar, ¿no es cierto? Se quedó mirándome y asintió con la cabeza. Si usted está de acuerdo, dijo.

¡Ya! Entiendo. ¿Y puedo saber cómo empezó todo? No sé, dijo; se dieron las cosas. ¿Cómo así? indagué. Empezamos a bailar y ella lo mueve muy rico, dijo, quizá refiriéndose al trasero de mi mujer. Y uno, como hombre, continuó, se va excitando y haciéndose ideas en la cabeza. Ah, ¡sí! dije riéndome. ¿Y qué ideas le pasaron por la cabeza? Pues que, si la cosa prosperaba y su señora me daba chance, yo aprovechaba. Okey. ¿Y qué era lo que usted esperaba que prosperara?, pregunté. Pues que ya nos estábamos manoseando y la cosa estaba rica. Su esposa tiene la cuca bien calientica y húmeda. ¿Y cómo supo eso? Es que ella no tiene nada debajo del vestido. Lo cierto es que yo la acaricié muchas veces allí, y ella también a mí. O sea, dije, ¿ella ya sabe lo que se va a comer? Si, contestó. Y usted también, me imagino. Si, dijo.

¿Y a usted no le molesta que yo los acompañe? Su esposa me dijo que esa era la condición si yo quería estar con ella, contestó. ¿Y usted se somete a sus condiciones? En este caso, sí, dijo. ¿Y por qué? ¿Se puede saber? Es que esas oportunidades no se dan todos los días. Bueno, dije yo, lo único que espero es que la trate bien y que la folle como ella espera. Si, ya lo sé, comentó. ¿Cómo así? Pues, me dijo, que a ella la excitaban los miembros grandes y que quería tenerme adentro tanto tiempo como yo aguantara. Y yo le dije, tranquila, no la voy a defraudar. Bueno, espero que así sea, le dije. A partir de ahora olvídese que yo estoy aquí y actúe como si estuvieran solos. ¿Le parece? Si, dijo, ¡gracias!

Ella volvió, maquillada y perfumada, y, sin más reparos, dijo, mirando a Jeison, bueno, ¿vamos? Si, dijo él y empezó a caminar delante de nosotros. Salimos del lugar, dimos la vuelta a la esquina y caminamos tan solo media cuadra. Realmente estábamos casi que en el lugar. Ella y yo entramos siguiendo a Jeison, en línea recta, evitando miradas imprudentes. Aparte de una joven en la recepción, que ni se atrevió a mirarnos, no había nadie más. Continuamos detrás del guía y Jeison, más adelante, abrió la puerta de una habitación y, sin decir nada, entramos. En el interior había una cama “King size”, cubierta con un cubrelecho rojo y sábanas blancas, grandes almohadas, bonitos cuadros en las paredes y espejos en el techo. La habitación estaba ricamente aromatizada y el baño, integrado en el espacio de la habitación, separado por cristales opacos, estaba dotado con un jacuzzi. El sitio, para qué, estaba espectacular. La selección había sido satisfactoria.

No más entrar, Jeison atendió mi recomendación y se olvidó de mí, que sigilosamente me había acomodado en un sillón ubicado a un lado de la cama, debajo de una gran lámpara. Este hombre no perdió tiempo y, sin muchos preliminares, despojó a mi esposa de su abrigo negro. Para sorpresa mía, ella no tenía puesta la falda y su trusa tenía un gran orificio a la altura de la vagina. De manera que, como la trusa era transparente, prácticamente estaba desnuda y a disposición de aquel. En ese momento comprendí y pude entender todo lo que había pasado antes, en la discoteca, mientras ellos bailaban. De modo que este hombre, sin rodeos la abordó, porque ella no desistió de la prenda.

El, entonces, así como ella estaba, se aproximó para besarla. Ella no lo rechazó y lo empezó a degustar, al tiempo que, rápidamente, procuraba desnudarlo, ya que ella había estado disponible para él toda la noche y ahora era su oportunidad de vislumbrar lo que antes sólo había palpado con sus manos. Bien pronto ella dejó al descubierto su pecho, pudiendo ver un torso masculino bien conformado, unos hombros redondos y unos brazos con músculos trabajados. Al parecer este muchacho era asiduo asistente al gimnasio.

Jeison manoseaba con intensidad y deseo el cuerpo de mi mujer, por encima de su trusa negra trasparente, hasta que ella, en su tarea de desnudarle, obtuvo el premio mayor al dejar al descubierto un enorme pene, duro y bien paradito, que remataba su tallo en una cabeza con forma de hongo. Ella frotaba y frotaba aquel miembro, mientras el terminaba de deshacerse del pantalón y quitarse medias y zapatos. Una vez hecho esto y totalmente desnudo, se quedó de pie a disposición de ella. Mi esposa no aguantó y, presa de la excitación, se puso en posición de cuclillas, frente a él, y metió a la boca ese gran pene.

Yo pensé que aquello iba a ser una dificultad, porque el tamaño de aquel desbordaba la capacidad de la boca de mi esposa, pero ella se dio mañas para lamer aquel glande e introducir el pene dentro de su boca hasta donde le fue posible, sin dejar de frotar arriba y abajo, con sus manos, tal portento de miembro. Luego, quedándose un tanto corta para seguir atendiendo el pene de aquel caballero, decidió lamer sus testículos, con gran dedicación. Y luego, ella, sin dejar de acariciar ese cuerpo esbelto y bien cuidado, se fue trasladando a la cama, tendiéndose de espaldas y abriendo sus piernas.

Jeison, comprendió que había llegado su momento y, sin más, se dispuso a penetrar a mi esposa. Sin embargo, demoró el momento y se dedicó a frotar su pene contra el sexo de ella mientras la besaba apasionadamente. Y ella, debajo de él, se contorsionaba deseosa de ser poseída por aquel, que pareciera la estaba haciendo sufrir al negarle el placer de tenerle dentro. La escena se prolongó unos instantes más, pues aquel encontraba excitante verla a ella un tanto desencajada a la espera de ser penetrada. La situación era tan sugerente que hasta yo estaba deseoso que de aquel lo hiciera y no tardara más.

Y, finalmente, Jeison, así lo hizo. Apuntó su gran miembro al orificio en la trusa negra, que daba acceso al sexo de mi mujer, y de a poco, fue insertando su mástil dentro de su vagina, bastante húmeda en aquel instante. Ella, al sentir su miembro adentro, emitió un profundo Uuuhhh, muestra de la sensación placentera que estaba experimentando. Su pene, sin embargo, no entró del todo, y al parecer la copaba en todo su espacio. Ella ya había probado vergas grandes, pero esta se salía de los presupuestos.

Jeison empezó a empujar, adelante y atrás, y a menear su miembro en diferentes direcciones mientras ella, plena de placer, no dejaba de contorsionar su cuerpo y gemir con cada movimiento de aquel. El, de un momento a otro, sacó su miembro, le pidió a ella que se acostara boca abajo sobre la cama, y procedió a penetrarla desde atrás. No hubo necesidad de acomodarla en posición de perrito, porque el tamaño del miembro de aquel le permitía acceder a ella sin ningún tipo de acomodación especial. El cuerpo de él cubría casi que totalmente el cuerpo de ella y así, en esa pose, se movió y se movió estimulado por los gemidos cada vez más intensos y continuos de ella.

Al rato ella pareció llegar mientras que aquel no parecía inmutarse. Estaba gozando de lo lindo taladrando a mi mujer y encantado con la oportunidad que se le había brindado. De pronto ella se aferró fuerte de las almohadas y emitió un sonoro gemido que dio a entender que ya había al cansado su orgasmo. Jeison, entonces, sacó su miembro y estuvo atento a la reacción de ella, quien, aún contorsionándose por la sensación experimentada, tomó en sus manos el miembro de aquel y lo siguió frotando, con intensidad, comprobando que seguía duro, como si nada.

Ella le pregunta, ¿no llegaste? No responde él. ¿Y? replica ella. Y, entonces, a él se le ocurre que ella se ponga de pie, vaya hasta donde yo estoy y apoye sus brazos en mis piernas, para poner penetrarla desde atrás, en esa posición. Y así lo hace. La cara de mi mujer queda frente a la mía y, cuando aquel él está disponiéndose a penetrarla, ella hace un gesto, indicando que esto va a ser un tanto fuerte. Y una vez nuestro amigo empieza su trabajo, ella empieza a congestionarse, su rostro se pone colorado, sus brazos se sienten temblorosos apoyados en mis piernas y trata de irse hacia adelante con los embates de aquel.

Estando en esa posición, con su cara frente a la mía, la beso. Y puedo sentir en su beso la intensidad de la sensación que padece en ese momento, pues su lengua se mueve dentro de mi boca al ritmo de las embestidas que aquel le está proporcionado. Y nuevamente, empiezan de a poco sus gemidos. Deja de besarme y, con los ojos cerrados, contrae la expresión de su rostro. Yo sé que su orgasmo ya está cerca y veo como nuestro compañero de aventura, también gesticula, porque ya está próximo a eyacular. Y, cuando lo hace, deja su miembro dentro del cuerpo de mi mujer que, al sentir la descarga de aquel dentro de ella, explota en su sentido ahhh… ¡rico! Amor, ¡qué rico! ¡qué rico! Esa verga se sintió muy rico. Uuuyyy… ¡Que sensación tan intensa!

Jeison se retiró y se sentó en la cama. Su miembro, ya flácido, seguía viéndose Y mi esposa, frente a mí, se puso de pie, manteniendo sus piernas abiertas. Pude ver como chorreaba semen de su vagina y apunté, oye, no tuvimos en cuenta usar condón. Tranquilo, dijo ella, no hay problema. ¿Tú lo querías así? Digamos que sí contestó. ¡Qué sensación! Y volviéndose a Jeison, le dijo, bueno, te gustó. Espectacular, dijo él. Bueno, ¿valió la pena la espera?, pregunté, porque, por lo que me he dado cuenta, esto debió pasar como cuatro horas atrás. Pues, sí, dijeron ambos.

Conversamos un rato, intercambiamos teléfonos y quedamos de vernos en una próxima ocasión. Jeison se vistió, se despidió y nos dijo que si queríamos quedarnos un rato más no había problema, porque el servicio ya estaba cancelado. Le agradecimos su amable gesto y lo despedimos, quedándonos solos por un rato en la habitación.

Bueno, ya te di gusto, me dijo mi esposa. ¿Cómo así?, pregunté, ¿acaso no fuiste tú la que te diste gusto y te saliste con la tuya, otra vez? No, dijo ella, me refiero a que te diste el gusto de verme usar la ropa que me regalaste para estas ocasiones. Pues en lo que menos me fije fue en la ropa. Me hubiera gustado ver qué pasaba en la pista de baile con esa ropa puesta. Y ¿qué te imaginas tú? Pues, no sé qué pudo pasar bailando en medio de tanta gente. ¿Qué te alcanzas a imaginar? Ni idea, contesté.

Bueno, cuando estábamos bailando, él me cogió una mano y la llevó dentro de su pantalón para que yo palpara su pene. Y yo, en contraprestación, cogí su mano y la llevé a mi vagina porque, como viste, había fácil acceso con ese vestido. No, pues, tan conveniente, dije. Pero eso no fue todo, él se atrevió a dejar al descubierto su pene y restregármelo mientras bailábamos. Y fue una sensación extraña, mezcla de miedo y de placer, porque yo estaba pendiente de si la gente nos estaba viendo, pero al parecer cada cual andaba en lo suyo y nadie reparó en eso. Pues yo los veía bailar desde la distancia y jamás me di cuenta de que eso estuviera pasando.

Al final salió bien la cosa. Me preocupé un tanto con el tema del condón, porque no me acordé. No te preocupes, dijo ella, yo lo quise así. Lo importante, para que no volvamos a discutir, es que ya me viste usar la lencería que me compraste. Quedamos a mano. ¿Cómo así? Yo te di gusto y yo también me di gusto. ¿No te parece?... Sin palabras. Volvimos a casa y así, de madrugada, terminó aquella velada.

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