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La esclava de la señora Marisa y su hija Laura

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Me llamo Ana. Cuando esto pasó yo tenía 24 años. Marisa, mi jefa, 41 y Laura, la hija de mi jefa, 18 años.

Todo comenzó porque yo soy de un pueblo de Segovia, donde apenas hay vida y decidí un día, contestar a un anuncio que leí en internet, de una señora que necesitaba una chica interna. Yo me ofrecí. Llamé y hablé con la señora Marisa y me citó para empezar a trabajar en su casa un lunes de abril de 2017. Ahora hace justo 3 años.

Los primeros días he de confesar que estaba bastante nerviosa. Ya le había comentado a la señora Marisa, que era inexperta y ella me dijo: “Tu, con que seas obediente y hagas lo que se te mande, con eso nos vale”. Yo intentaba estar atenta a todo, para contentar a mis jefas. Me levantaba a las 7,30, para prepararle el desayuno a mi señora Marisa y que ella al despertar ya tuviera su café caliente, sus tostadas y su zumo de naranja recién exprimido. Mientras ella desayunaba, yo me iba a su dormitorio, para ventilarlo y hacerle la cama, principalmente.

La señora Marisa, era separada y tenía una zapatería a unos 400 metros de su casa, en una de las calles principales del Barrio del Pilar, en Madrid. Cuando ella terminaba de desayunar, yo recogía su desayuno y nos íbamos a la zapatería. Allí siempre había cosas que hacer, colocar el escaparate era fundamental, pero también limpiar estanterías, fregar suelos, colocar las cajas del almacén, etc... La señora Marisa desde el primer día, me iba enseñando todo eso...

Marisa era alta, 1, 75 aproximadamente. Pesaba unos 58 kg. Rubia. Ojos claros... La verdad es que era una mujer de admirar... Y yo la adoraba. Desde el primer instante quedé prendada de ella y de su hija Laura, pues también era guapísima.

Laura media 1, 73. Pesaba 52 kg. Y tenía unos ojos preciosos, claros, muy lindos. De llamar la atención.

Los días iban pasando y una mañana, trajeron mucho calzado para colocar en el almacén, Marisa me ordenó tirar algunas cajas, yo fui a tirarlas y ella se tropezó, con unas que yo había dejado en el estrecho pasillo. Marisa me echó una señora broca... Yo le pedí perdón un montón de veces y ese mismo día yo noté que Marisa era muy dominante pues me tuvo toda la mañana detrás de ella, pidiéndole perdón. Otra, a la segunda o tercera vez, me hubiera dicho, vale. Pero Marisa, no me decía nada y yo sumisamente cada vez que tenía ocasión, volvía a pedirle que me perdonara.

A las 12 del mediodía, Marisa me solía mandar a casa, para preparar la comida y colocar la mesa, comprar el pan, etc. Muchas veces a esas horas la señorita Laura seguía durmiendo...Y otras veces estaba levantada, pero tumbada en el sofá. Yo lo primero, le iba arreglando el cuarto a Laura, le hacia la cama, le recogía bragas, los calcetines, todo lo que dejaba del día anterior... y luego recogía su desayuno, si había terminado. Y me ponía a calentar la comida tranquilamente... Un día estaba Laura tumbada en el sofá del salón y yo en la cocina preparando unas patatas... Le suena el móvil a Laura y me llama a gritos: “Ana, Ana!!!” Yo acudo rápido y me dice: “Anda alcanzame el móvil”, que lo tenía sobre la mesa, a su lado... Extendió su mano, yo se lo di, empezó a hablar, no sé con quién... Y me hizo un gesto con su mano, como diciéndome que me podía retirar... Cuando terminó de hablar, Laura me volvió a llamar y me dijo:

-Ten el móvil déjamelo en la mesa.

Yo se lo cogí y le dije:

-Si señorita Laura, como usted ordene.

Y lo dejé en la mesa, que estaba a dos metros de ella. Laura era así, tremendamente caprichosa. Otro día recuerdo que estaba yo en la cocina pelando ajos, y entra Laura y me dice: “Deja eso y ponme un vaso de agua, tengo sed...”. Yo como siempre: “Si, señorita Laura, ahora mismo se lo sirvo”. Eso era muy típico en ella. Conmigo cogió esa costumbre y me llamaba para todo.

La señora Marisa era más normal, no tan caprichosa como su hija, pero era muy dominante y tenía mucho temperamento. Yo que siempre he sido muy sumisa, estaba pendiente de que pasara algo extra cotidiano, para poderle demostrar mi sumisión. Una mañana, Marisa me llamó, para pedirme que le calentara más el café, pues estaba frío. Yo lo calenté, se lo serví y me puse a su lado de rodillas para pedirle perdón. A Marisa le encantó verme arrodillada ante ella y me dijo:

-Tienes suerte que ahora nos tenemos que ir, pues te hubiera dejado toda la mañana así, castigada de rodillas, para que aprendieras...

Yo le comenté:

-Si lo desea me puede castigar, en la zapatería... O esta noche, después de cenar...

Y Marisa me contestó:

-Pues ya veré, ya veré... No sería mala idea, después de cenar... Me lo pensaré.

Ese día trascurrió más o menos normal. La señorita Laura me echó dos broncas, una por no haberle planchado bien los pantalones... (según ella) y otra buena bronca, por no haberle dejado limpias unas zapatillas deportivas, que a Laura le gustaban mucho. Pero quitando esas dos anécdotas todo transcurrió bastante bien. Pero una vez, que recogí todo lo de la cena y fregué los cacharros y recogí la cocina dejándola barrida y fregada. A eso de las diez y media de la noche, Marisa me dice: “Creo que tú y yo teníamos un castigo pendiente...”. “Si señora Marisa -le dije yo- fue por servirle el café más frío de lo normal...”.

Y Marisa me dijo: “Pues estoy pensando, castigarte ahora... Ahora si tengo tiempo para castigarte”. “Como usted mande señora Marisa”. Y ella me dijo:

-Ya que esta mañana te has puesto de rodillas... Te voy a castigar así, de rodillas una hora, en ese rincón, mirando la pared.

Yo me fui al rincón que Marisa me dijo, me arrodillé y así estuve una hora. Pero yo creo que la que más lo disfrutó, fue la señorita Laura, que se pasó todo el rato observándome, pues Marisa me prohibió sentarme sobre mis talones... Me quería de rodillas rígida, firme. Laura le preguntó a su madre:

-¿Y yo, le puedo castigar también?

Marisa sonriendo, le dijo: Pues no. Ana no es una esclava. Yo le he castigado hoy, porque hemos llegado a ese acuerdo esta mañana ella y yo, pero normalmente, no se le puede castigar.

Y Laura dijo: “Que putada!!!2. Yo aproveché y le dije: “Pero también puedo pactar con usted algún castigo, si lo desea... señorita Laura”. Y ya le cambió la cara por completo.

A la mañana siguiente, al regresar de la zapatería, a eso de las 12 de la mañana, nada más entrar en casa, saludo a Laura que estaba levantada y Laura me dice:

-Tenemos que pactar tú y yo un castigo, como hiciste ayer con mi madre, joder tía, me encanto verte ahí de rodillas, firme, aguantando... Pues eso tiene que doler...

Yo le comenté que era molesto, pero que tampoco fue un castigo doloroso. Y Laura me dijo:

-Pues yo quiero castigarte...

Yo le dije:

-Pues castígueme, si ese es su deseo, castígueme, como quiera, como desee...

Y Laura me dijo:

-Como si fueras mi esclava.

-Perfecto, como si fuera su esclava -le contesté.

Laura me comento:

-Es que me gustaría tenerte de rodillas y pellizcarte los pechos, darte bofetadas, mandarte que me beses los pies...

Yo le dije:

-Pues si quiere soy su esclava 15 o 20 minutos, y ahí en ese tiempo, me castiga como quiera, pues luego tengo que preparar todo... Que si viene su madre y no está todo como ella me ordenó, entonces sí, que me va a castigar bien...

A Laura le gustó la idea de tenerme quince o veinte minutos bajo su poder, y rápido me dijo: “Venga, empezamos: Bésame los pies esclava”. Ella estaba sentada sobre el sofá del salón y yo me acerqué, le besé los pies, cuando le apeteció, me ordenó lamérselos, también se los lamí. De repente, se sienta en el sofá, yo estaba frente a ella, a poco más de un metro. Entonces me pellizca los pezones, yo me retuerzo de dolor, pues no me lo esperaba, ni sabía que podía doler tanto... Me quejo... Laura me abofetea repetidas veces la cara, me vuelve a pellizcar, en los pechos, en los pezones otra vez... Se quita una de sus zapatillas y me da con la suela en la cara, varias veces, no me pega fuerte, pero siento el zapatillazo, Laura se empieza a poner caliente a me ordena darle placer en su pipa, hasta que la se corre en mi boca.

Laura solo tenía 18 años .Yo 24, pero me daba miles de vueltas... Fueron poco más de 20 minutos, y mi vida desde mismo instante cambió por completo. Laura me hizo su esclava unas cuantas semanas en secreto, pero pronto empezó a castigarme delante de su madre... Y empecé a ser la esclava de las dos...

Este relato continuará...

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