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La follada que me atrapó

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Hoy les voy a contar cómo fue —en parte— que me conocí con mi esposo y artífice de todas mis deliciosas fantasías. Llevo unos días escribiendo este relato y aunque siento que se ve como una novela de erótico romance, me siento feliz con el resultado. Cabe mencionar que todo lo que voy a narrar sí sucedió realmente, pero como ya lo puse en mi perfil, Keev y Sarah no son nuestros nombres reales, más que nada los utilizo para cuidar nuestra privacidad.

Bueno, vamos a empezar. Keev y yo nos conocimos en una fiesta de bodas, una amiga mía había contraído nupcias y para no hacer el relato tan largo, los nuevos esposos nos presentaron. Keev era amigo de él y yo era amiga de ella.

Cuando la velada comenzó a apagarse y los invitados se marcharon a sus casas, Keev me invitó a recorrer la orilla de la playa con él y así ver juntos el amanecer. Nos quitamos los zapatos y entonces seguimos hablando. De pronto, y cuando el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, detuvo su andar y se puso exactamente frente a mí. Aun llevaba sus zapatos en la mano derecha y los tres primeros botones de su camisa se habían abierto, dejándome ver su pecho blanco y provocativamente suave.

—Desde hace unas horas he querido hacerte un comentario —me dijo—. Si te soy sincero, me da un poco de miedo que lo interpretes como algo atrevido.

Fruncí el cejo. Hasta ese punto estaba tan conquistada por su apuesto y sensual físico que si me hubiese metido la mano debajo del vestido, solo me habría reído y lo hubiese dejado.

—Vamos, dilo ya.

—¿Segura?

Joder, quería gritarle que sí, agarrarlo y besarlo, sentir esos dedos largos en mi coño que se estaba mojando.

—Venga, Keev, sin miedo.

—Te ves hermosísima con ese vestido.

Y entonces solté una carcajada.

—¿Eso es todo? Yo pensé que me dirías… no sé, algo obsceno.

—He tenido encuentros con mujeres que sí se les hace un atrevimiento.

—Naaa, qué va, para mí sí es un cumplido —mi frase iba a terminar ahí pero ya que estábamos en el borde, decidí aprovecharme de la situación y ver qué tan lejos podíamos llegar—. ¿Te soy sincera ahora yo? Realmente esperaba un comentario atrevido.

Lo vi sonreír y de inmediato agregó:

—En ese caso déjame decirte que el tamaño de tus tetas me la ha puesto durísima.

Abrí los ojos con sorpresa y comencé a reírme. Mis mejillas se habían puesto rojas.

—Joder, eso sí que es un comentario atrevido. Me gustó mucho, por si lo preguntas.

—Disculpa, eso solo dio a entender que te he visto las tetas el mayor tiempo de la noche.

—Disculpas aceptadas solo si tú aceptas las mías.

—¿Por qué me pedirías disculpas?

—Porque yo también te he estado viendo el paquete.

Volvió a sonreírme y esta vez se acercó un poco más.

—¿Te puedo invitar a salir mañana? —me lo pensé un segundo y quizá eso lo obligó a continuar—. Yo sé que es domingo y no podemos desvelarnos para nuestros empleos, pero podríamos ir a comer y te iría a dejar a tu casa antes de las ocho. ¿Te parece?

—Me suena a una fantástica idea. Acepto.

Al día siguiente lo vi comer, devorar sus papas fritas con esa boquita deliciosa y esa lengua que podría causar maravillas si tan solo decidiera ponerla en mi conchita. Sus dedos también me resultaban una maravilla, sentirlos pasar por mi cuello, entrar en mi boca y retirarme el hilito de las tangas que seguramente me llevaría al orgasmo en un par de segundos.

De pronto, uno de sus pies tocó mi tobillo izquierdo y suavemente comenzó a darme discretas caricias. Quizá había percibido el deseo en mi mirada, o solo estaba tratando de ser tierno. Lo cierto es que la aspereza de su zapatilla deportiva hizo que en mi estómago las mariposas despertaran y mi coño se humedeciera todavía más.

Nuestra comida y charla terminaron una hora después. Amablemente Keev pagó por los dos, ya que según él, él me invitó y por lo tanto él debía pagar. Subimos a su auto y manejó de regreso a mi piso mientras escuchábamos música en la radio. Cuando llegamos al edificio, se ofreció a acompañarme hasta la puerta y yo acepté encantada.

Ambos sabíamos que el simple hecho de hacer eso, significaría que terminaríamos en la cama. Y así lo hicimos.

Apenas abrí la puerta de mi piso, Keev me hizo entrar y comenzó a besarme, acto que por supuesto correspondí. Nada de besos tranquilos y dulces, piquitos o tímidos. No, lo que estábamos haciendo era comernos la boca y la lengua. Nos mordimos y succionamos, lengua con lengua hasta que nuestras salivas terminaron embarrándose alrededor de nuestros labios. Finalmente y cuando necesitamos aire, nos separamos.

—Perdón —dijo entre respiraciones pausadas—, creo que debí haberte preguntado antes.

—No me pidas perdón y vuelve a besarme.

—Espera, Sarah, primero necesito saber hasta dónde quieres llegar.

—Keev —le sostuve las mejillas y lo vi directamente a los ojos—, no tengo un límite. Fóllame como quieras, hazme lo que quieras, pero por favor, tócame y caliéntame.

No se lo dije dos veces, volvió a tomarme de la cintura, me besó y deslizó una de sus manos por la parte trasera de mi short. Cuando sintió lo que llevaba puesto, me obligó a despegarme y me vio con los ojos bien abiertos.

—¿Esto es lo que creo? —tiró del hilo de la tanga.

—¿Te gusta? —no quería imaginar lo despeinado de mi cabello y lo rojo de mis mejillas y labios.

—Demonios, Sarah, tú tienes dos posibilidades.

Fruncí el cejo.

—¿Dos posibilidades? No te entiendo.

—O te conviertes en mi mejor amiga, o te vuelves el amor de mi vida. Ven aquí, preciosa, voy a desnudarte. Te follaré tan rico que no creo que lo vayas a olvidar en un par de meses.

Envolvió sus enormes brazos por debajo de mis nalgas y me cargó hasta el sofá más largo. Me tendió y comenzó a quitarme la blusa y el short. Al ver el pedazo de lencería que aparentemente cubría mis partes íntimas, sus ojos adquirieron un brillo de hambre y salvajismo. Mi brasier no era más que dos triángulos pequeños en los que se marcaban mis pezones duros y rositas, y abajo, el triángulo de la pequeña tanguita tampoco conseguía cubrirme lo suficiente. Keev me dio la vuelta poniéndome bocabajo, me dio un azote fuertísimo en las nalgas y yo sentí cómo mi coño comenzaba a llenarse de mis juguitos. Estaba caliente y necesitaba sentir su verga dentro de mí cuanto antes.

Sus manos recorrieron mi espalda y mi trasero, me quitaron el nudo del sostén y después fueron directo a donde yo las quería. Levantó con cuidado el hilito escondido entre mis nalgas y después lo soltó, provocando que el golpe diera directo en mi ano y sintiera electrificarme.

Gemí y el sonido pareció gustarle, porque de inmediato me rompió la tanga y la arrancó, dejándola a un lado del sillón. Lo escuché desabotonarse el pantalón y romper el empaque de un condón.

—¿Sarah? —me habló.

—Dime.

—¿De verdad quieres esto? —apoyó su verga sobre la piel de mi trasero. Estaba caliente y la podía sentir incluso a través del preservativo.

—Sí… por favor… hasta dentro…

Lo sentí dudar, pero finalmente soltó la pregunta.

—¿Te vas a volver mi puta esta noche?

Sonreí sin que él pudiera verme. La palabra se internó hasta el fondo de mi ser y me puso todavía más cachonda y traviesa. Esas eran el tipo de palabras que me gustaban cuando me estaban follando.

—Sí, tu puta todas las veces que quieras. Clávate hasta el fondo y dame duro.

—Te voy a reventar la concha a puro vergazo —y entonces de un solo golpe se metió hasta dentro.

Grité y traté de moverme, pero su cuerpo entero no me lo permitió. Su verga era gigante, caliente y muy rica. Se sentía deliciosa dentro de mi coñito que se apretaba a su alrededor y la lubricaba con más de mis jugos. Sus manos estaban presionadas contra mis brazos, fue entonces cuando comenzó a moverse y a envestirme con una fuerza bruta y bestial. Dominante y posesiva mientras agitaba su cuerpo con el mío y me poseía, me hacía suya marcándome con una follada que me costaría mucho tiempo olvidar. Sus bolas toparon con mis nalgas, una y otra vez mientras me gritaba lo zorra que me estaba volviendo.

El vaivén de nuestros cuerpos agitó el sillón y lo movió unos cuantos centímetros de su lugar original. Después de unos minutos así, se quitó de encima y comenzó a desnudarse mientras yo me sentaba frente a él y contemplaba sus muslos gruesos y llenos de pequeños vellitos. Su verga estaba bien parada, gruesa y llena de venitas que se lograban ver a través del látex transparente.

—¿Te gusta lo que estás viendo? —me miró y comenzó a masturbarse. Su mano subió y bajó alrededor de todo su tamaño y dureza.

—Me encanta —estaba tan embobada que ni siquiera supe lo que le respondí.

Keev se acercó a mí, se quitó el condón y me colocó la polla entre las tetas. Estaba claro que quería una rusa y yo no era quién para negárselo. Le escupí un par de veces y envolví su verga con mis senos mientras cumplía la función de una vagina.

—Nena… —suspiró. Su voz estaba ronca— qué ricas tetas tienes. Dale así amor… dale más rápido…

Su respiración se iba haciendo más y más agitada, pensé que se vendría en mi cara y me llenaría de su lechita caliente, la cual me terminaría bebiendo hasta la última gota. Ese hombre me gustaba y mucho. Pero entonces me detuvo.

Lo miré extrañada, sobre todo cuando me hizo levantarme y me colocó en cuatro encima del sillón. Me dio un azote y su boca tocó por completo mi concha. No pude resistirme y di un fuerte grito mientras trataba de agarrarme del respaldo del sofá.

—¿Te gustaría que te chupe el mejillón?

—Sí… me gustaría —estiré una de mis manos y tiré de mi nalga, abriéndome la vagina e invitándolo a seguir.

Keev me devoró todo, me chupó el clítoris y su lengua se introdujo en mi hoyito una y otra vez. Sus brazos se volvieron alrededor de mi cintura y me atrajeron todavía más hacia su boca.

—Qué deliciosa estás —hizo sonidos con la lengua mientras seguía lamiendo y chupando.

El coño me chapoteaba y estaba lista para correrme. Pero si lo hacía, no tendría la oportunidad de montarme sobre él, y es lo que más deseaba. Parecía gata en celo y deseaba tenerlo dentro de mí el mayor tiempo posible.

—Espera… espera —al ver que no dejaba de chuparme tiré de su cabello y conseguí apartarlo—. Quiero montarme en ti, por favor.

Keev se apartó, cogió su pantalón y extrajo un nuevo preservativo.

—¿Dónde está tu habitación?

Bajé del sillón con los pies descalzos, y tras tomarlo de la mano lo conduje hasta donde se hallaba mi cuarto. Mi piso no era especialmente grande, así que no nos tomó ni medio minuto llegar hasta él.

—En algún momento ten por seguro que me pondré esas nalgas sobre la cara.

Volteé para sonreírle.

—¿Siempre eres así de poético?

Su carcajada me hizo cosquillas en el estómago.

—Solo si tú lo deseas. Dime, ¿lo deseas, Sarah?

No contesté su pregunta porque en cuanto llegamos, lo arrojé a la cama y me subí sobre él mientras le colocaba el condón. Si había una próxima vez, que de verdad esperaba que la hubiera, me aseguraría de tomar alguna pastilla para no usar preservativo de látex. Quería sentir la naturalidad de su verga deslizándose dentro de mí. Quería sentir esa puntita carnosa tocar lo más profundo de mí

Tomé su polla y la llevé a mi entrada para comenzar a sentarme. La satisfacción que sentí no puede ser explicada con palabras, porque aunque ya me había follado desde atrás, el estar montada sobre él, cabalgando como la más grande de las putas era simplemente excitante y delicioso.

Adelante y atrás, montada y moviéndome mientras apoyaba mis dos manos sobre su pecho duro y mis senos se movían frenéticos. Él me tenía agarrada de las caderas y juntos buscábamos el empuje perfecto. Los ojos me lloraban de tan alta excitación, no paraba de morderme el labio y ver esos hermosos ojos azules que estaban en llamas.

—Ostia, mamita, qué rico te mueves… No te detengas —estiró su mano y me haló del cabello—. ¿Así te follas a todos, zorra hija de puta?

En respuesta solo gemí y aumenté la fuerza de mis movimientos. Después de unos minutos, lo escuché decir mientras apoyaba la cabeza hacia atrás y se retiraba los rizos de cabello mojado que le caían en la frente.

—Despacio nena… me estás lastimando…

Sonreí.

—Dijiste que te estaba gustando.

—Y me gusta pero… carajo, me la vas a reventar.

—Guarda silencio —llevé dos de mis dedos a su boca y los hundí dentro de ella. En respuesta, Keev comenzó a chupármelos.

El fuego comenzaba a consumirme y sentí cómo todo mi cuerpo temblaba y se sacudía. Había llegado al orgasmo.

Keev volvió a agarrarme del cabello, me dio una bofetada y aumentó sus envestidas. Un segundo después se corrió y su chorro caliente de leche corrió en el condón.

Caí rendida sobre él, completamente exhausta y sin poder moverme. Y entonces Keev hizo algo que no me esperaba. Me abrazó, me besó la frente y dijo:

—Estuviste increíble, amor.

—¿Amor? —le sonreí, ambos estábamos cubiertos de sudor. De verdad que no pude contener mi sorpresa ante aquella palabra.

—¿Sería muy pronto para decirte novia?

Ese fue el principio de nuestra historia. Un año después de ese primer encuentro, después de algunas citas, algunas discusiones, reconciliaciones, fiestas, folladas, charlas y de vivir juntos para probar suerte, finalmente decidimos casarnos. Tengo un hombre maravilloso a mi lado, y nunca me cansaré de repetirlo.

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