Nuevos relatos publicados: 14

La opción que me dejó el ser infiel

  • 6
  • 21.776
  • 9,60 (53 Val.)
  • 2

Supe que era el día desde que te vi avanzar por la puerta, ahí estabas, esperando por mi; sabía que el siguiente paso tenía que darlo yo, lo sabía pero no atinaba a hacerlo, el remordimiento anidaba aún en mi cabeza y no me veía con la fuerza necesaria para lograr el cometido.

Me ofreciste tu mano y ese fue el detonante de mi decisión, la tomé y te hice ingresar; recorrimos el pasillo hasta mi recámara en completo silencio, como si haciéndolo de esta manera la falta fuera menor; ¡que estupidez pensarlo!, me dije, pero eso poco o nada importaba en ese momento; no había vuelta atrás después de cruzado el umbral.

Llegamos e inmediatamente tomaste el control, era mi terreno pero el mejor jugador eras tú; con la determinación que da la experiencia sujetaste mi rostro mientras tus labios hacían presa de mi, besabas cada parte de mi cuello robándome suspiros involuntarios, me sabías tuya; ya lo era.

Sin dejar de besarme buscaste deshacerte de mi vestido, lo único que cubría mi cuerpo; no fue un problema para ti, de hecho, no lo hubiera sido para ninguno con ganas parecidas a las tuyas; la prenda cayó al suelo y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, nadie mas que él me había visto así, no solo desnuda; sino indefensa a la voluntad de un hombre.

Volviste a tomarme del rostro mientras, con esa voz que enervaba mis sentidos, decías lo hermosa que era, lo que yo merecía y que no harías nada que yo no quisiera pero, ¿qué es lo que no hubiera querido en ese momento?, te pertenecía desde el instante mismo que ingresaste y, con mi consentimiento, profanaste mi hogar con tu presencia.

Cambiaste mi cuello por mi pecho y te saciaste con él, mi piel ardía escaldada por tu barba que parecía papel de lija; lamiste y mordiste con decisión y sin empacho, como si no hubiera un mañana en tu afán de poseerme.

No supe en que momento me tendiste en la cama, solo tuve conciencia de ello al sentir tu boca horadando mi intimidad, por principio, el pudor o la vergüenza impidieron el disfrute; después de asimilado, solo el placer inundaba mi cuerpo, haciendo retorcerme por las maravillosas sensaciones que me hacían gemir sin control hasta que, sin pensarlo ni mucho menos esperarlo, un torrente escapó de mi cuerpo mojando tu rostro.

Aún sin control, por las convulsiones que invadían mi cuerpo, sentí como te posicionaste sobre mi; sin plena conciencia, pero en espera de ti, cerré los ojos esperando el momento de la intrusión; esta no tardó en llegar, me estremecí a su ingreso aun cuando ya esperaba por ella. Sentir como tu virilidad se incrustaba en mi, con una pasmosa lentitud, provocó la segunda venida que embotó mis sentidos; ¿cómo era posible que provocaras eso en mi?, ¿cómo era posible que mi cuerpo me ocultará su capacidad de sentir placer? Me aferré a ti clavando mis uñas en tu espalda mientras, de nueva cuenta sin control, las convulsiones movían mis piernas en un vaivén arrítmico; sin un sentido aparente para lo que fueron pensadas.

Me diste un respiro en el momento que terminaste de desnudar tu cuerpo, pude verte, la vida fue generosa contigo; pensé, ya que la única comparación no alcanzaba las dimensiones que tu presumías.

Regresaste a mi ofreciéndote, verte tan cerca nubló mi vista, tomaste mi cabeza y me indicaste sin hablar tus intenciones; no supe que hacer, no había un precedente en mi vida que me indicara como continuar, te acercaste a mi boca y, por instinto, la abrí; tratando de alojar en ella lo que veía como una inmensidad. Me sentí llena, saciada aun cuando solo una parte de ti logré engullir; mis ojos dejaron escapar lágrimas sin identificar el por qué, momentos después una arcada involuntaria hizo retirarme para, sin ya aparente control, volver a mi cometido ahora auto impuesto; como una necesidad nacida de la convicción por hacerte lo que habías hecho conmigo.

Un vacío dejaste al retirarte, hiciste levantarme para hincarme en la cama; inclinaste mi espalda hasta que mi rostro tocó la sábana; ahí estaba, entregada a lo que quisieras hacer de mi.

Volví a sentir tu lengua invadiendo mis entrañas, pasado un momento tus falanges tomaron su lugar; contrario a lo que hiciste con anterioridad, en esta ocasión fijaste tu atención en el lugar donde nunca pensé que pudiera utilizarse para ese fin, sensaciones nuevas y placenteras recorrieron mi cuerpo que, involuntariamente, comenzó a moverse buscando incrementar el placer que volvía a nublar mis sentidos.

Regresé de mi letargo al sentir como volvías a invadirme, esta vez con una rapidez que rayaba en la locura; te sujetaste de mi cadera incrementando el vaivén mientras gemidos involuntarios salían de mi boca; fuiste brusco pero así lo quería, te sabías mi dueño aún sin haberlo escuchado de mi; incrustaste un dedo en mi recto que me provocó dolor, dolor masoquista que incrementó a tal grado el placer que sentía que no pude soportar mas y terminé con una fluidez que empapó la cama; terminé pero tú no lo hiciste, recargaste tu cuerpo mientras embestías sin miramiento; ya no pensaba, incluso no sentía, era como ver desde fuera como mi cuerpo era usado a placer por ti para satisfacerte.

Saliste de mi de manera brusca, en mi letargo, escuché su voz, voz que conocía y reconocía en ese momento dentro de la habitación; con pesadez giré para verte, con él, enfrentados en un fuerte abrazo que provocó su caída. En ese momento no dimensioné siquiera la magnitud del problema.

Golpes secos inundaban el, hasta hacía poco, sagrado lecho nupcial; tu físico no respaldó tu virilidad y fuiste presa fácil de la enardecida y traicionada víctima; dabas un golpe y recibías tres; pedías clemencia y obtenías dolor. La masacre se detuvo hasta verte sin sentido, bañado con tu propia sangre que manaba por diferentes lugares de tu cuerpo.

Sabía que la siguiente era yo, lo sabía y, pensé, lo merecía; me tomó del brazo sin darme tiempo a cubrir mi desnudez, arrastró mi cuerpo por el piso hasta encontrar la salida desde donde, sin ningún miramiento, me arrojó a la calle cerrando tras de él la puerta.

***

Ha pasado no mucho tiempo que para mi han sido años, no he sabido de él; dijeron que huyó del pueblo pero yo sé que no es así, sé que ya no camina en este mundo con nosotros los vivos.

Yo, en cambio, lo hago; continúo caminando aquí pero no existo para nadie, para nadie que conozca mi historia aunque no sepa a detalle los hechos; he buscado el perdón pero sé que no lo tendré, al menos no de él; así que volveré a empezar mi vida, opciones tengo, una al menos segura, la que me colocó en el lugar en el que ahora estoy…

(9,60)