Nuevos relatos publicados: 6

La tostada

  • 24
  • 9.564
  • 9,57 (7 Val.)
  • 0

Estoy en un hotel de Portugal. No es un hotel normal, como tal: es un hotel para parejas homosexuales que se ha especializado en un tratamiento muy liberal y comprensivo.

Es la primera vez que estamos en él (mi “marido” y yo). Lo hemos conocido a través de una pareja amiga que pasó aquí una especie de luna de miel y nos los recomendaron: playa, tranquilidad y actividades de buceo.

El hotel es pequeño. No creo que pase de quince habitaciones, cinco por piso en un edificio aislado cerca de la playa de cinco alturas. Las habitaciones se ubican en las plantas 1, 2 y 3. La planta baja tiene la recepción, un comedor, un bar y una sala de lectura y televisión.

Yo soy un hombre de 48 años. Mi marido tiene 52. Llevamos cinco años juntos. Y mi marido ha sido mi primer hombre, porque he despertado un poco tarde al mundo homosexual.

Siempre he tenido una piel con poco vello, pero desde que empecé con mi marido, las cremas, la depilación láser y los estrógenos que tomo, mi piel se ha vuelto aún más suave y apenas me queda algún pelo por el cuerpo, excepto en mi triángulo sexual.

Llegamos ayer por la tarde. Cenamos y nos acostamos, muy cansados del viaje en coche.

Hoy, mi marido se ha levantado muy pronto porque tenía una actividad de buceo a la que yo no he querido apuntarme.

Me levanto tarde. Me ducho y me miro en el espejo para pensar qué voy a hacer y qué me voy a poner.

Hace una buena temperatura y el día parece despejado, así que me decido por ir a la playa a dar un paseo y a tomar el sol.

Me pongo una braga de bikini verde claro que se abrocha a los costados con dos lazos. No llega a ser un tanga, pero la parte posterior es lo suficientemente estrecha como para poder guardarla en el culo y tomar el sol sin marcas. No tengo mucha dotación y las pastillas me han dormido aún más mi pene, así que no tengo problemas en taparlo.

Encima me pongo una especie de camisa larga (si se puede entender como larga que me llegue un poco por debajo de las braguitas, como un par de dedos) con aperturas laterales que llegan hasta la cintura y que se puede interpretar como un vestido.

El comedor aún está abierto para el desayuno. No voy a tener que darme prisa: aún quedan treinta minutos para que cierren y no tengo mucha hambre.

El comedor está preparado para el desayuno con un buffet puesto en los laterales. A la derecha, frutas, lácteos, cereales, zumos… A la izquierda, fiambres, embutidos, quesos, unos huevos, unas tiras de bacon y algo parecido a una tortilla de patatas. En un rincón separado, como una especie de habitación separada, veo la cafetera, una tostadora y una mesa con pan.

Hay varias mesas sin limpiar, con los restos de desayunos anteriores. Pero veo dos mesas limpias, aunque en una de ellas hay un vaso de zumo de naranja. Dejo mi llave en la otra y voy a coger algo de fruta.

Cuando vuelvo, la mesa de al lado está ocupada por un hombre mayor que me mira mientras me siento.

Buenos días.

Buenos días.

Me como la fruta. Me levanto y doy un paseo por el buffet. Decido que solamente me voy a tomar un par de tostadas con un café. Me acerco a la mesa del pan y me parto dos rebanadas de una barra ancha y grande. Cuando las voy a poner en la tostadora veo que mi vecino de mesa se acerca y se queda mirando cómo me peleo con la tostadora para ver cómo funciona.

Es una tostadora de esas que tienen una cinta que se desplaza por dentro de una máquina y que suelta el pan por el otro lado. Pongo mis rebanadas en un lado y cojo un plato para cuando salgan. Miro a ver si puedo dejar el plato en algún sitio mientras me hago un café, pero no veo dónde ponerlo, así que me quedo con él en la mano.

Yo he desistido de hacerme una tostada. Si usted lo consigue, ¿le importaría prepararme una?

Tiene una apariencia de abuelo entrañable. Debe tener, por lo menos, setenta u ochenta años. Le sonrío.

Claro que no. En cuanto acaben las mías le preparo una para usted.

Se pone detrás de mí. Me quedo mirando fijamente la tostadora.

De pronto noto su mano en mi muslo. Pego un respingo y me adelanto un paso para alejarme de ese contacto.

¡Pero qué hace!

Perdón por el susto, pero tiene usted una piel que parece tan suave que he querido comprobar si es como parece.

¡Hombre, pero no se toca a alguien así! Se tiene que pedir permiso.

Tiene una cara tan inocente, que mientras le reprendo se me va pasando el enfado.

Tiene usted razón. ¿Puedo?

Estoy a punto de soltar una carcajada. La situación me parece increíble.

Está bien. Pero no se pase.

Mientras le contesto, vuelvo a la situación que tenía antes, dejando que su mano alcance mi muslo. Tiene una piel suave, pero la mano es fuerte y ancha y la caricia es rotunda, bajando por la apertura de la camisa hasta medio muslo y volviendo a subir hasta la cintura. No retira la mano. La deja en la cintura y sus dedos juegan con el lazo de mi braga, contorneando la piel alrededor del lazo.

Mi primera tostada cae. Me acerco. Está casi tan blanca como antes, con un poco de color y un poco caliente. Pero la vuelvo a dejar al inicio para darle una nueva vuelta.

Después doy un paso atrás para volver a colocarme donde estaba. La mano parece estar esperando y vuelve a deslizarse desde la cintura hacia abajo y luego volviendo a subir. Mientras repite la caricia, me dejo ir un poco más hacia su cuerpo. Me muevo poco, pero lo suficiente para tocar su cuerpo con mi espalda ligeramente. Me da la sensación de que he tocado algo duro. ¿Está empalmado?

Cae la segunda tostada y vuelvo a repetir la operación: me acerco a la tostadora, pongo la tostada al inicio y doy un paso atrás. Aún no he terminado de dar el paso cuando siento de nuevo su mano en mi muslo. Y cuando termino de dar el paso siento su cuerpo pegado al mío.

Intento retirarme un poco. La situación es un poco violenta. Pero su mano me presiona la cintura como pidiéndome que no me mueva.

Tiene usted una piel muy suave. Me encanta.

Su voz cascada parece no tener maldad, como si el que me esté metiendo mano acariciando mi muslo fuera de lo más normal del mundo. Su caricia repetida en mi muslo y su voz me convencen de que no es nada. Me quedo quieta, dejándome ir de nuevo hacia su cuerpo y notando que, efectivamente, su sexo está duro y se aprieta contra mi culo.

Noto como su caricia amplia la zona: su mano ahora sigue el contorno de mi muslo, acariciando por delante y por detrás y sube hacia la cintura siguiendo el borde de mi braga. En la siguiente vuelta no sigue el borde de mi braga, sino que lo empuja hacia dentro, haciendo que quede más piel a su alcance y subiendo el borde de la camisa. Ese avance me pone un poco nerviosa.

No haga eso. Quédese quieto. Ya está bien.

Cae de nuevo la primera tostada. Aún necesita otra vuelta. La vuelvo a colocar y retorno a mi posición anterior. A pesar de lo que le he dicho, busco el contacto de su cuerpo y tiro un poco de la camisa hacia arriba, esperando que continúe. Cuando su mano vuelve, siento un cosquilleo agradable y me aprieto un poco más a su cuerpo. Noto su respiración en mi cuello.

¡Qué bien hueles!

Noto que ha pasado al tuteo.

Gracias.

Ahora no le digo nada cuando vuelve a empujar el borde de la braga hacia mi culo dejando incluso que sus dedos se metan por debajo como si estuviera midiendo lo que le falta para convertirla en tanga. Ni cuando, de camino hacia la cintura, su mano arrastra la camisa y me acaricia la espalda por encima del borde de la braga.

Cae la segunda tostada. Dejo que termine su caricia antes de ir a ponerla de nuevo al inicio para volver a apretarme contra él.

Doy un respingo. Al volver a apretarme, he notado su carne entre mis muslos.

¡Eso no!

Vamos, un poquito…

Sus manos me sujetan por las caderas. No es que me estén inmovilizando. Simplemente me sujetan suavemente como pidiéndome que no me aleje. Me alejo un poco y sus manos no me retienen.

Suspiro. Cedo y vuelvo a acercarme a su cuerpo aceptando su polla entre mis muslos. Pienso que se me ha ido la situación de las manos. Y mi voz me suena a falsa cuando le contesto.

Vale. Pero solo un poquito.

Sus manos abandonan mis caderas para bajar por el lateral de mis piernas y buscar la parte posterior para coger mis bragas y arremeterlas en mi culo tirando fuerte hacia arriba, dejando mis cachas al aire.

Me aprieta contra él y siento todo su vientre contra mi espalda. Me siento acalorada cuando le devuelvo el apretón aceptando ese contacto.

Las tostadas han caído de nuevo, pero no las hago caso. Prefiero seguir sintiendo sus caricias y sus empujones que hacen que su polla entre y salga entre mis muslos. La calorina sigue aumentando.

Sus dedos se enredan en los lazos laterales.

No me los quites…

Es que la tela me está desollando…

Los deshace. Tengo la tela tan metida por el culo que tiene que tirar de ella y separar su cuerpo para conseguir que caiga piernas abajo hasta el suelo. Luego vuelve a meter su polla entre mis muslos y la noto llegar hasta mis huevos. No puedo evitar un pequeño gemido. Repite el bombeo y cada vez que su polla llega a mis huevos vuelvo a gemir.

En uno de los apretones, su cuerpo sube un poco. Justo para intentar entrar.

Nooo

Mientras le digo que no, le siento entrar. Solo un poco. La cabeza.

No sigas más, por favor…

No puedo seguir. Ya la tienes toda dentro.

Joder, sácala.

La saca entera, pero en cuanto sale vuelve a apretarse.

Hazme caso… déjalo ya.

Si te hago caso. La he sacado. Pero la vuelves a tener dentro.

Déjalo ya… te estás pasando mucho.

Dime que no te está gustando…

No se lo puedo decir. Me está gustando y la curva que ha adoptado mi cuerpo lo confirma.

Suspiro de nuevo, cediendo. Ahora estoy totalmente caliente y echo la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro, entregándome, sin explicarme muy bien cómo me he ido dejando llevar.

Siento sus labios en mi cuello y mi calentura aumenta. Suspiro, pero no es un suspiro, sino un gemido de aceptación. Estoy en un estado de nirvana absoluto y cada roce lo siento como una descarga eléctrica que me va quemando.

Ni siquiera me importa que aparezca de pronto un camarero que está retirando las cosas del buffet.

Nos ve, pide disculpas y se va diciendo que volverá dentro de diez minutos.

Mi amigo me sigue taladrando una y otra vez, lentamente, buscando lo más interno de mi cuerpo como si en cada embestida quisiera llegar un poco más lejos. Y cada embestida me saca un gemido, cada vez más prolongado, cada vez más alto, cada vez más intenso, hasta que un gemido se une con el siguiente y ya todo es un solo gemido que anuncia mi orgasmo.

Cuando me corro, le oigo dar un pequeño grito de triunfo y acelera las embestidas. Está buscando su orgasmo y no tarda en encontrarlo, apretándose contra mi cuerpo para descargar lo más profundo que puede.

Nos quedamos quietos, respirando agitadamente, recuperando el aire, durante unos minutos.

Sigo con mi cabeza apoyada en su hombro y mi cuello sigue ofrecido. Me besa suavemente. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…

¿Te ha gustado?

Ya lo ves…

Estás buenísima.

Hmmm…

No me apetece separar mi cuerpo del suyo. Me doy cuenta de que es la primera vez que le soy infiel a mi marido. Y tanto: es el segundo hombre que me folla.

Sus besos suben por mi cuello hasta llegar a mi oreja. La mordisquea un poco antes de hablarme.

Creo que deberíamos irnos. El camarero está esperando para recoger.

Contesto con desgana.

No quiero moverme.

Vamos a mi habitación.

No. No quiero más. Yo me voy a mi habitación.

No discute. Se separa y me indica mis bragas para que las recoja. Están salpicadas de mi leche.

Miro las tostadas, abandonadas en la tostadora. Y vuelvo a sonreír tontamente porque me hace gracia verlas allí.

Recogemos lo que tenemos en la mesa y salimos del comedor.

Apenas me doy cuenta de que me acompaña hasta mi habitación. Le veo a mi lado cuando abro la puerta. No le ofrezco entrar, pero entra. Y dejo que se duche conmigo, que me enjabone todo el cuerpo, que me seque y que me vuelva a follar en la cama.

Le noto irse dejándome boca abajo en la cama. Mi culo lleno de nuevo de su leche. Mi cuerpo aún electrizado y mi mente sumida en una especie de sueño.

Cuando consigo despertarme tengo que darme prisa porque ya es la hora de vuelta de la actividad de buceo y quiero que mi marido me vea en la playa.

Por la tarde veo que mi amigo se va del hotel. Está en recepción liquidando la cuenta junto a un jovencito de veintitantos años, delgado, con apariencia débil y que va haciendo lo que él le dice, disciplinado.

Le hago un pequeño gesto de adiós y me devuelve un guiño y una amplia sonrisa.

(9,57)