Nuevos relatos publicados: 14

La última corrida

  • 7
  • 11.702
  • 9,25 (8 Val.)
  • 0

La joven llega corriendo a la terminal de autobuses, abordando el último transporte por salir; agradece con una ligera sonrisa al chófer así como con un cortés y tímido saludo, dándose cuenta que el lugar que suele ocupar justo detrás de él está ocupado por un hombre mayor, robusto y que a pesar de la media luz del ambiente tiene algo que se le hace familiar.

Con un dejo de tristeza ella se resigna a que esta vez no podrá charlar con el conductor, quien se ha convertido en alguien habitual en su rutina de vida desde hace unos meses, siendo lo más cercano a un amigo y confidente.

Ella apenas acaba de cumplir veinticinco años es de carácter serio y reservado, nunca se a considerado especialmente atractiva, siendo su fuerte la cuestiones más bien intelectuales desempeñándose como secretaria ejecutiva considerando su trabajo y desempeño su único valor real, a pesar de que a los ojos de los demás, realmente no es fea, al contrario, las proporciones de su cuerpo parecían ser medidas por los mismos ángeles: un busto firme, con pechos suaves y que parecen reposar delicadamente en su brasier, el cual los guarda con delicadeza y suavidad al punto de que su discreto escote es tan cautivador a la vista que enciende la imaginación de cualquiera que la observa.

Posee un trasero suave y al igual que sus senos, firme, tentador; ni siquiera necesita de un movimiento excesivamente provocador para llamar la atención, pues aun en su sobria falda la tela pareciera moldearse a sus caderas y sus curvas mostrando un sutil bamboleo. Sus facciones conservan aun rasgos de cierta inocencia juvenil, ojos expresivos de color ámbar, labios carnosos, gentiles y una nariz algo redonda, que le hacía parecer cándida.

Pasa por el pasillo entre los asientos sin apenas percatarse de los demás pasajeros, la media luz dentro del trasporte apenas le deja distinguir sus facciones, aunque lo que en realidad le importa en ese momento es llegar a su asiento, mismo en que se deja caer ubicándose al fondo del autobús.

A momento en que su cabeza toca el respaldo deja estar un suspiro de alivio, mira hacia enfrente y ve como el chófer le observa por el espejo retrovisor, éste le sonríe, cierra las puertas, enciende una sutil luz púrpura en el interior e inicia la marcha.

Verónica siente como si tuviese un chofer particular, ahí sentada en la parte de atrás siempre en ese mismo asiento el cual se ha convertido de manera exclusiva en su lugar. La mujer esta consiente de que el conductor del último autobús que la lleva a casa todos los días tiene un particular interés en ella desde la primera vez que se conocieron, siempre esperándola a que ella suba sin importar hacer esperar a sus demás pasajeros lo que le hace sentirse… especial.

Mientras el autobús avanza Verónica se deja arrullar por el delicado vaivén del vehículo, se encuentra tan cansada y estresada que aquello es como un masaje para su espalda; la baja luminosidad del interior le invita a descansar, de vez en vez nota unos ligeros destellos provenientes de las lámparas fluorescentes, las cuales debido a donde está sentada, las observa directamente.

Estando a punto de caer dormida la voz de un pasajero llama su atención; de tono grave, algo rasposa, parece quejarse de su aburrida vida con alguien más.

Le escucha por tal vez cinco minutos para paulatinamente cae en un sueño mientras se imagina siendo la amante fiel y devota de aquel sujeto. Aun inmersa en esa idea siente de pronto besos húmedos en sus labios, una mano acariciando su oreja para después sentir una pequeña mordida en el lóbulo de la misma.

Con cada beso, los cuales se van haciendo más y más intenso, el pensamiento de ser la querida de alguien mucho mayor y tal vez casado le suena más atractiva; cada beso es recibido con agrado por sus carnosos labios que la hacen estremecer, y mientras se rinde uno a uno, en su imaginación se ve ya como la otra mujer de aquel hombre, cuyas las manos entran en su saco, desabrochando los botones de la blusa y liberando sus pechos.

Aquel hombre en el sueño amaban los senos de Verónica quien se pierde en esa sensación de calor y dolor propia de la manipulación, inmersa en ese sueño vivido tan auténtico, hace a la muchacha gemir de placer, y conforme pasa más el tiempo pasa a un grito de placer que termina en una risa tonta cuando la lengua de aquel ser que en su mente solo es una silueta oscura se agasaja con sus pezones que succiona a más no poder, mientras ella sostiene la cabeza de dicho ente con su manos para que continúe.

De pronto sus zapatos de oficinista son retirados y sus pies masajeados con tal destreza que no puede más que aflojar el cuerpo cediendo a unos suaves besos segundos por las devotas lamidas de lo que ella intuye es un perro jadeando agradecido con poder hacer eso.

A continuación siente la respiración frenética de alguien entre sus piernas, mientras ella suplica por más besos e su boca, sacando la lengua como buscando a aquel fantasma, tanto estimulo le hace retorcerse en su asiento; cuando claramente una boca devora su vagina aun atravesó de las panaderías y ropa interior empujando para alcanzar con la punta de su lengua el clítoris de Verónica, el miedo se hizo presente moviendo sus piernas, oyendo el gemir de aquel perro en sus sueño que reclama el seguir disfrutando de los delicados pies de la mujer, la secretaria hace un esfuerzo por no romper esa onírica ilusión, pues son esos momentos privados en su mente que le relajan y le hacen sentirse deseada.

Si, a esa insignificante empleada de oficina le gusta fantasear de camino a su hogar, en aquel asiento, en aquel autobús que le espera fielmente en la terminal, mientras imagina que ese pasajero de voz ronca es su amante, que ella le hace vibrar mientras le amasa los pechos. Que un hombre más le masaje y moja con saliva sus pies, mientras aquellas boca entre sus piernas se esfuerza por excitar su clítoris a través de la ropa, siendo ella la que al fin logra mover su brazo para que la mano desgarre sus pantimedias, para después con sus dedos hacer a un lado la tela e invita entre suspiros y gemidos a aquellos personajes a disfrutar de su cuerpo.

Los murmullos de sus amantes le seducen, le encienden y más cuando su mojado clítoris al fin es alcanzado por la lengua que le quiere arrancar de raíz en su desesperado frenesí para saciarse de los jugos vaginales de Verónica. Las palabras sucias y lascivas entrecortadas del trío, cada uno clamando por hacerla llegar al orgasmo llenan de orgullo a la sencilla secretaria, que en su sueño se siente hermosa, ardiente y sensual, ansiosa por ser penetrada, sintiéndose más hembra que nunca.

Las paredes de su vagina son acariciabas por la lanza carnosa, lo que hace dar un alarido de gozo, al mismo tiempo que se aferra con desesperación a su asiento pues sus piernas ahora se apoyan sobre los hombros de aquel hombre maduro, el cual no puede distinguir, más reconoce su voz en sus gruñidos y gemidos; ese hombre la a hecho suya así sin más, sin preguntar, sin vacilar, lo que a ella le encanta, pensando que son observados por el resto de los pasajeros de aquel autobús que se masturban contemplándola, deseándola.

Las gotas cálidas y pegajosa que caen de golpe sobre su rostro, su pecho y sus pies le hacen clamar por más, busca relamer alrededor de sus labios para probar el semen que alguien ha dejado caer sobre, su cara mientras es sacudida sin parar por el vigoroso miembro que se resbala sin problemas dentro de ella en un martilleo frenético.

Pero, cuando esta lista para llegar al ansiado clímax, es desconectada de aquel disfrute, repentinamente los embates de aquel falo se detienen, busca con su mano y descubre que ya no está ahí, así como los murmullos de aquellas voces que antes gemían a su alrededor; ahora solo hay silencio.

El sueño se transforma en pesadilla y Verónica se deja caer al piso del pasillo entre los asientos de aquel autobús, para comenzar a tocarse su vulva mientras sus caderas se mueven anhelando por ese trozo de carne palpitante. La fragancia del semen en su cuerpo le hacen lamerse desesperada buscando un poco de néctar lechoso de hombre, pero éste se a secado ya en su piel.

La mujer comienza a temblar en angustia, su cuerpo le pide culminar, pero por más que intenta alcanzar el orgasmos por si misma, no puede. Es ahí cuando la punta de ese pene le golpea en el rostro que rápidamente se apresura a alcanzarlo, andando sobre sus rodillas hasta que, a unos pocos centímetros vuelve sentir el golpe.

Sin perder tiempo toma aquel pene con la mano, esta flácido, así que se apresura a meterlo en su boca y moverse de atrás hacia adelante sin para, tal vez todavía pueda excitarlo lo bastaste para al menos tragarse su simiente, por lo que se dedica a chuparlo y llenar de salva aquel miembro viril.

De nuevo llegan hasta sus oídos los susurros de aquellos entes de su sueño, de nuevo es el centro de atención y no se detendrá hasta hacer gritar a ese macho maduro que busca una amante; nada impedirá que ella sienta en su estómago el manjar que solo un hombre puede darle, nada.

No es hasta que el chorro estalla en su garganta con tal fuerza que se siente ahogarse, que siente que el semen le sale por las fosas nasales que al fin ella alcanza la gloria del orgasmo convulsionándose para caer al piso y… despertar.

Cuando al fin abre los ojos se siente increíblemente relajada y… satisfecha, cuando se desespera de su siesta se percata que el trasporte esta estacionado a solo unos pasos de su casa, se levanta y anda por el medio de las filas de asientos, no hay nadie salvo ella y el chofer; eso no le extraña pues siempre es la última pasajera en bajar, es por ello que no le preocupa quedarse dormida, es por eso que se despide con una sonrisa del conductor que le abre las puertas, pues confía de que él la despertaría al llegar.

Se encuentra tan tranquila que no se da ni cuenta de que el par de pantimedias que lleva son nuevas, tampoco le da importancia de lo mal abotonada que lleva la blusa, de lo arrugada que lleva la falda; no, lo único que quiere es tumbarse en la cama y tratar de retomar esa fantasía que soñó.

Cuando el conductor de autobús se cerciora con la mirada que Verónica ya está a salvo en su domicilio, pues sabe que debe cuidar de ella; cierra las puertas y reinicia la marcha. Agradece que la mujer en ese estado no se diera cuenta a las manchas de semen que hay en su pantalón sacando de uno de los bolsillos de su chamarra las pantimedias rotas y sucias de ella y que enseguida olfatea, para después palpar su bolsillo, el cual repleto de los billetes que gracias a aquella muchacha ha obtenido.

Había valido la pena el esperarla día tras día, aprovechando lo agotada e insatisfecha que se encuentra la Verónica, condicionándola a caer en aquel trance profundo gracias a los destellos y tenue luz de trasporte, el suave movimiento del autobús, al estratégicamente elegido para que ella y que gracias a esos adormecidos sentidos fue cayendo en aquellos "sueños" lúcidos los que poco a poco la hicieron más y más moldeable.

Durante esas dos horas de trayecto diario logró, pasados treinta días, no solo hacerse con su virginidad y que ella ni lo recordará, para después convertirla en una prostituta que satisface los deseos de pasajeros dispuesto a pagar por un servicio así.

Y así para Verónica cada noche, de camino a su casa en el último trasporte de día, disfruta de placenteros sueños eróticos, complace a hombres que buscan un desfogue a sus impulsos, mientras que el conductor del autobús goza de observar por el retrovisor tan peculiar espectáculo y obtener beneficios, disfrutando de ese modo la… última corrida del día.

FIN

(9,25)